Arcadi Espada entrevista a Castilla del Pino (2002)
Carlos Castilla del Pino, psiquiatra
Arcadi Espada
La casa de Castro del Río, a cuarenta kilómetros de Córdoba, donde vive Carlos Castilla del Pino es una fortaleza. En el cotidiano asedio, materiales tan heterogéneos como el calor o la infelicidad acaban retirándose desalentados. Aunque por si acaso, el psiquiatra, autor de libros tan concluyentes como Un estudio sobre la depresión, La incomunicación o Pretérito Imperfecto, trabaja vigilante en habitaciones cerradas a la luz del sol, blindadas por miles de libros, donde mantiene, gracias a las máquinas, una temperatura glacial. Viéndole en esta casa, la Casa del Olivo, cerca de los ochenta años, no parece que nadie pueda dudar de que ha vencido.
Pregunta. ¿Desde cuándo vive en esta casa tan hermosa?
Respuesta. Vine hace algo más de diez años. La compra de esta casa coincidió con mi jubilación de la cátedra y del dispensario. Y más o menos con la separación de mi primera mujer. Yo me jubilé en 1987 y me separé dos años después.
P. O sea que se separó con 67 años.
R. Eso es.
P. No es frecuente.
R. Cada vez es más frecuente. Hoy ya no estás tan marcado por la edad. En realidad, la marca de la edad era más social que biológica. Ahora eso se ha acabado y dado que la biología es muy varia una persona de setenta y nueve años, que son los que yo tengo, puede llevar o una vida muy buena o una vida muy mala.
P. Venía en el tren leyendo Del amanecer a la decadencia, un libro del historiador Jacques Barzun, que ha resumido, a sus noventa años, la cultura de Occidente. Una biología como la suya.
R. Veremos, veremos. Esos son los libros que a mí me gustaría escribir ya. Mi Teoría de los sentimientos es ya un libro de reposo y de sedimentación, pero vaya, aun habría que depurar más. Yo envidio esos autores, como Miller, cuando escriben ese librito sobre el lenguaje de 120 páginas que es una cosa destilada, donde no se dice nada innecesario. Coronar una vida con una obra de ese tipo es formidable.
P. ¿A su mujer la dejó perpleja que usted decidiera separarse después de tantos años?
R. Habría que preguntárselo a ella. Pero ninguna ruptura se produce de la noche a la mañana. Poco a poco va habiendo precedentes: la comunicación se convierte en algo sincopado y se está más proclive a la búsqueda de otros objetos que puedan sustituir a una relación ya degradada.
P. ¿Hay que acabar con la idea de que la separación es un fracaso?
R. Yo no lo concebiría como fracaso, desde luego. Se ha hecho un camino, la pareja ha evolucionado, los dos han adquirido nuevas perspectivas de carácter cultural, estético [,] incluso ético, y esto puede suponer que ninguno de los dos sea, exactamente la persona que el otro eligió. Durante muchos años la relación con mi primera mujer fue salvífica. Ella era una mujer atrayente, una mujer de izquierdas, que leía mucho, y en la Córdoba a la que yo llegué mi relación con ella fue muy importante. Es cierto que el hecho de que yo fuera un profesional y ella no, le dolía. Ella se podía permitir ser más rígida que yo con las relaciones, más calvinista, por decirlo así, y en cambio yo, por motivos profesionales, me veía obligado a tener relaciones con una mayor variedad de personas. Pero es indudable que ella supuso un apoyo muy importante desde el punto de vista de mi coherencia ideológica.
P. ¿Cree que hombres y mujeres afrontan en igualdad esa evolución cultural de las separaciones?
R. La separación de la pareja originaria es, en España, prácticamente la norma. Pero en ese tipo de procesos siguen funcionando en contra de la mujer algunas pautas culturales. Por ejemplo, la edad. Para un hombre de más de sesenta años, como yo era, aún es más fácil separarse.
P. Podríamos intentar sistematizar las consecuencias de algunas de esas pautas. La sexualidad, por ejemplo.
R. Hasta hace poco tiempo, por lo menos en Andalucía, se consideraba que los cincuenta años suponían el declive o la desaparición de la sexualidad en hombres y mujeres. Eso ha pasado totalmente a la historia. El sexo no es ya un condicionante, pero sigue marcado socialmente. Es mucho más aceptable y se comprende mejor el varón de edad que se casa con una joven que la mujer de más edad que elige lo mismo. Para muchos, Sara Montiel no es comprensible.
P. ¿Y en cuanto a la seducción y sus estrategias?
R. Ha habido cambios ostensibles. Hay una cierta desvalorización del fetiche sexual adolescente femenino. Hoy día, mujeres que se consideraban culminadas a los veintiocho años y acudían a las consultas de Freud [a comienzos del XX], mujeres de treinta, cuarenta y cincuenta años, tienen para muchos mayor atractivo que una mujer adolescente. Y es que se ha producido un cambio positivo: la marca sexual no está desgajada del amor, la sensibilidad, la cultura, la capacidad de comprenderse. Hoy en día eso está más amalgamado. Ya no se toma a la mujer como antes, como una prostituta institucionalizada. Para muchos hombres, no ya de mi edad sino mucho más jóvenes, una adolescente es una criatura poco favorable desde el punto vista de la seducción sexual, mientras que las mujeres de otras edades presentan mayores atractivos. Creo que progresamos: vamos más a la búsqueda de la persona que del objeto fetiche.
P. ¿A pesar de todo cree que, en términos de seducción, hombres y mujeres luchan contra la edad con igual fortuna?
R. Aún tiene ventajas el hombre. Todo puede ser un elemento de seducción, pero las cualidades que el hombre asume y le hacen ser poderoso son más duraderas o menos efímeras.
P. Usted y su primera mujer tuvieron que resistir la muerte de tres de sus hijos. ¿El dolor desune?
R. Unas veces une y otras desune. Mi experiencia como profesional es que la mayor parte de las veces desune porque cuando la causa del dolor es común a la pareja son frecuentes los factores de reproche. Por otra parte, cada componente de la pareja asume el dolor de una manera incomunicable y no compartible. En realidad los sentimientos no son compartibles. Uno puede sentir pena por la pena del amigo; pero la del amigo es diferente. Esto también ocurre en la pareja. El sentimiento no se puede compartir. Pues imagínese que [qué] sucede cuando el dolor tiene aspectos tan traumáticos que hace que cada uno vaya por su lado.
P. O sea que una pareja azotada por la peor de las cosas, la muerte de un hijo...
R. Bueno, esto es relativo, claro. Cada cual tiene sus parámetros.[lo que llama "la peor de las cosas" no es un universal] Hay gente que siente más la pérdida de su poder o de su identidad social.
P. Ehhh... Decía que ese dolor explota de manera diferente en cada miembro.
R. Sí, [no hay una escala en donde se siga: el mayor dolor, la muerte de un hijo; le sigue la de una madre, luego la del padre...Además cada dolor es distinto y por tanto no se pueden colocar en la misma escala]. [Y además...] y además el dolor viene por oleadas. Si se pierde un hijo y uno rememora la pérdida en un momento en que la otra persona está sosegada, uno tiene tendencia a no hacer sufrir al otro.
P. ¿Desunió el dolor en su caso?
R. No, creo que no.
[P] R. ¿Cómo soportó eso? Da la sensación de que usted, ante el máximo dolor de su vida, se hubiera puesto una...
R. No. No ha sido el máximo dolor de mi vida, ya que estamos hablando con claridad. [Se lo repito, ha sido otra forma de gran dolor] Usted habla del dolor... Pero si yo le digo que determinados fracasos me han afectado más... Es decir, a mí me ha afectado más, mucho más en mi vida, el no haber obtenido la cátedra de psiquiatría en el año 1960, que la circunstancia de la muerte del hijo. Son dos cosas totalmente distintas, desde luego. La pérdida de la docencia significó primero una frustración, y al mismo tiempo un ostracismo: dejé de ir a congresos de psiquiatría internacionales porque me encontraba con antiguos colegas [que temían saludarme por si les veía el mandamás de entonces] y era tan desagradable verles que dejé de ir durante bastantes años. Me afectó mucho. Mientras que cuando mi hija se quitó la vida..., yo inmediatamente me dije que esto no debía vencerme. Me blindé. En aquel entonces estaba redactando el segundo volumen de la Psiquiatría, con un capítulo sobre la pena y la melancolía. Pues bien, me convertí a mí mismo en objeto de análisis. Y pude decidir, por ejemplo, que se trataba de una [sobra "una"] una pena y no de una melancolía, porque si fuera una melancolía me habría quitado hasta el deseo de escribir ese libro. La pena es activa.
P. Se le han muerto otros hijos.
R. Cuando los hijos ya son mayores, muchas veces se tornan conflictivos. Yo lo estoy viendo en la consulta cada día. Vienen padres machacados por los hijos, muy frecuentemente con problemas de drogas. Hay padres que me dicen: “[Voy a decir algo terrible:] Si se muriese, descansaría”. Yo, en este sentido, lo vi clarísimo. Me dije que a mí no me destruirían ni mis hijos. Ni mis hijos ni Franco ni nadie. Yo tenía derecho a vivir. Yo cumplí con mis deberes como padre. Ellos no tenían derecho a destruirme.
P. Le quedan dos hijos. ¿Cómo es su relación con ellos?
R. Difícil. Es muy complicado mantener una relación... A mí me han gustado los niños mientras descubren el mundo con la magia del andar, del tocar, y del hablar, pero ya después, a partir de los seis, siete años, ya no me han interesado. Soy muy susceptible ante lo que significa la perturbación del reposo del guerrero, y, desde luego, los hijos son un incordio. Lo tremendo del caso es que tanto mi mujer como yo nos casamos con la idea de no tener hijos, porque pensábamos en la carrera intelectual y ella en sus lecturas... Pero las cosas vinieron así. Vaya, que gracias al amor quedó embarazada. En aquella época no era tan fácil, ni siquiera para mí, ir a una farmacia y pedir preservativos. Yo era funcionario y la ley del funcionariado obligaba, por ejemplo, a casarse por la iglesia, y por la iglesia tuvimos que casarnos.
P. ¿Un psiquiatra tiene las mismas posibilidades que cualquiera de eludir una tragedia como la suya?
R. Las mismas no... [quizá menos, porque no es cuestión de psiquiatría sino de vulnerabilidad personal]
P. Entonces...
R. Uno no educa a través de la experiencia de su vida, o por lo que haya leído [y sepa]. Puede haber excelentes educadores entre gente que uno podría pensar que carecen de los instrumentos que consideramos más elementales para ello. El gran educador surge, de pronto, en personas que uno ve emocionalmente equilibradas. Yo he perdido una hija, mi hija mayor, a causa de un cáncer de recto. Su muerte me afectó mucho. Estaba casada con un costarricense y era una educadora excelente, maravillosa. Era capaz de mantener las normas sin una voz, sin una estridencia y dejando lugar a la recepción del afecto. Eso son dotes que puede tener la gente, como el que las tiene para dibujar. Algo se puede aprender, pero hay personas dotadas de ese equilibrio de una manera innata. Yo no estoy dotado en absoluto para la educación filial y sin embargo sí me siento dotado para el magisterio.
P. ¿Le falta equilibrio emocional?
R. Yo no diría que estoy equilibrado emocionalmente... Yo tengo mis interioridades. Lo que sí es verdad es que he aprendido a través de la profesión, del ejercicio de la profesión, a sobreponerme. Porque a pesar de lo que uno va viviendo, a los dos días tiene que volver a la consulta.
P. Equilibrio emocional... Da la impresión de que usted ha acabado haciendo de su vida lo que ha querido.
R. Sí, y hay mucha gente que lo reconoce así. Yo tuve desde muy corta edad, diez u once años, una meta que no difiere demasiado de lo que he sido. Yo no estaba dispuesto a ser un vencido. Por eso me afectó tanto lo de la cátedra. Yo me creía capaz de meterle un gol al régimen en el año 60, y bien me di cuenta que el régimen no lo tragó.
P. Hasta [ha] acabado siendo, con sus memorias, el gran escritor que siempre quiso.
R. Para mí, escribir Pretérito imperfecto era una tarea ineludible. Primero porque era consciente de que mi vida era ejemplar en el sentido cervantino, y por tanto debía narrarla. Y por otra parte yo creía en los efectos terapéuticos de la escritura memorialística. Por ese lado me equivoqué. Yo creía que ese tremendo trauma, del que no me he repuesto ni me repondré nunca, que fue la Guerra Civil, lo liquidaría al escribir sobre ella. No lo he liquidado.
P. Sigue ahí la calle de San Roque donde mataron a su[s] tío[s].
R. Fíjese que a mí lo que más me ha traumatizado de la guerra civil es el descubrimiento de que en el ser humano que tienes a tu lado, de pronto emergen las más brutales y crueles tendencias. Menos mal que mi padre estaba muerto... Porque ver a amigos de mi padre, hombres de la edad de mi padre, que de pronto se convertían en asesinos directos o comprensivos con los que asesinaban, ver que esa especie humana de pronto... Eso me ha conferido un gran escepticismo sobre el hombre. Las memorias me han servido para establecer un cierto orden. Pero consuelo... Nada de consuelo. Es verdad que mucha gente se ha identificado con lo que explico; que he recibido un enorme volumen de cartas. Pero ése es un consuelo sobrevenido.
P. Más allá de esa función ordenadora, yo vi siempre ese libro como el cumplimiento de una intimidad: usted quería ser escritor.
R. Hay algo de eso, pero no del todo. Para mí la novela ha representado muchísimo, porque era una escuela de la vida, Flaubert o Proust representaban para mí [una complementación a] más que un tratado de psiquiatría. Ni siquiera en la etapa final de un curso dejé de leer a Dostoievski, traducido por Cansinos, a Chejov, o a Thomas Mann. Ya en el siglo XIX se decía: si usted quiere saber psiquiatría, estudie un tratado, pero si lo que quiere es conocer al hombre, lea a Dostoievski o a Stendhal...
P. ¿Es posible que hubiese querido ser escritor antes que psiquiatra?
R. No, no. A mí me interesa fundamentalmente el hombre. Lo digo sin retórica. Para mí una mañana de consulta supone una tal variedad que me río de todo lo que puedan dar de sí las imaginaciones de los novelistas. Mi capacidad de asombro, ahora que he llegado ya a los cien mil pacientes vistos, no está agotada.
P. ¿Qué pasará con sus legendarios archivos?
R. Habrá que quemarlos... O pensar en algo...
P. ¡Quemarlo, dice!
R. Es lo propio. El archivo del dispensario sigue ahí, en la Avenida de América. Pero el de la consulta privada... En fin, tiempo habrá para ver qué puede hacerse.
P. ¿En cuanto a la muerte...?
R. No le dedico tiempo. Pienso por contraste: me gusta tanto vivir...
P. ¿Ha variado su ateísmo?
R. No, en absoluto. No hablemos ya de mi anticatolicismo, que es una banalidad. En el año 1997 me hicieron mi operación de corazón y ni se me ocurrió pensar en ello. Muchos años antes ya estuve a punto de morir en la presa de Balsaín y no se me ocurrió ni siquiera una jaculatoria
P. ¿Ha acabado el segundo volumen de sus memorias?
R. No, aún no. Tengo escritas unas doscientas cincuenta páginas. Va desde mi llegada a Córdoba hasta ahora mismo. Tengo que hacer referencia a mi encuentro con Celia y a nuestra reclusión en esta casa. Si bien la relación con Celia ha sido muy fecunda en el orden del mantenimiento de la amistad y de la producción de amistades, y para mí la amistad es muy valiosa, aún así esta casa representa el hortus conclusus. Nuestra vida es monótonamente grata. Pensaba que iba a ser más difícil escribir sobre esta etapa de mi vida, pero no me está costando tanto.
P. ¿Cómo ha resuelto las dificultades de escribir sobre los vivos?
R. Ateniéndome al principio de veracidad. Si escribo [esto] es para decir la verdad. ¿Cuál sería su sentido, si no? La verdad puede incluir el error, claro: yo puedo estar equivocado, pero mi intención habrá sido decirla.
P. Un partido de derechas gobierna en España desde hace ya varios años y emerge una cultura que impugna buena parte de los valores que usted simboliza.
R. Hay algo de verdad. Pero yo... yo siempre he subrayado que fue Franco el que nos hizo comunistas, el que nos afilió al Partido Comunista. Los comunistas representaban la oposición más organizada y coherente, numerosa y eficaz al fascismo. Pero los mismos comunistas nunca me aceptaron [del todo] porque sabían que yo era institucionista, de la Institución Libre de Enseñanza, y por tanto que yo era un demócrata liberal, que era el reproche genérico que me hacía la gente de izquierda. Pero, en fin, yo no me he dedicado nunca a la política. Me siento absolutamente incapacitado para el análisis político. O sea que mal puedo yo representar algunos valores políticos...
P. Culturales más que políticos. Al fin y al cabo, es bien sabido que la gente del 68 puso los locos en la calle, destruyó la familia, alentó las drogas... Usted era el psiquiatra de ese mundo.
R. Claro, [pero] es una simplificación...
P. Hombre, claro que lo es.
R. Hace poco he recibido la carta de un político, que no es desde luego de mi cuerda, en la que me hablaba de mi complacencia con Stalin. Jamás. No hay ni una palabra mía en que aparezca complacencia por Stalin. Es más, cuando yo presenté a censura [la] Naturaleza del saber, había una nota al pie en la que yo hacía una crítica muy severa del estalinismo y de Stalin. Y en cierta medida pasó con ella lo que a Calvo Serer con su artículo sobre De Gaulle en el diario Madrid: se tomó como alusión a Franco. Yo recuperé el original con las notas de los censores: creían que era un tiro indirecto al franquismo. Nunca he sido un rojo [sino un demócrata, que para mí es ser de izquierdas; es decir, alguien que piensa que la democracia es un proceso interminable]. Me dicen que poco antes de la votación de la Academia alguien escribió un artículo titulado Un rojo en la Academia, pero la verdad es que no lo he visto.
P. Cerraría un ciclo que otra vez le hubiesen rechazado por rojo.
R. No lo creo, la verdad. Si fui propuesto no fue por mi perfil político, sino por haber escrito cuarenta libros. [Me deja perplejo pensar que puedo haber sido rechazado por algunos por eso del perfil: ¿puede haber gente tan paleolítica?]
P. Gregorio Morán escribió hace algunas semanas que la Academia no le merece.
R. Morán se equivoca. La Academia no es la misma de hace décadas. Yo acepté presentarme porque pensaba que podía hacer un buen trabajo, especialmente en el Diccionario.
P. ¿Y ahora?
R. Ahora veré.
22 de septiembre de 2002 en el diario El País.
Magnífica l'entrevista que ens ha recuperat el Tomás i que varen mantenir l'escriptor Arcadi Espada i el prestigiós psiquiatra, recentment traspassat, que va ser el Dr. Carlos Castilla del Pino, l'any 2002. Encara no s'havia publicat la segona part de les seves memòries "La casa del Olivo", un seguit de relats detallats del que va ser la seva vida a partir de l'any 1947, (parteix de l'any on va cloure la primera part des que va nèixer l'any 1922, "Pretérito Imperfecto". Excel·lent l'entrevista mantinguda amb el seu interlocutor, és enriquidora i ens convida, una vegada més, a reflexionar les respostes del que fou un eminent psiquiatra i alhora un pensador. Gràcies, per aquest regal, Tomás.
ResponderEliminarUna abraçada,
Odile
Magnífica la brutalitat d'aquest monstre; les seves respostes ens conviden a reflexionar, en tot cas, en la degeneració i deshumanització absolutes d'un home sense moral, i, per extrapolació, en la nefasta pràctica d'aquesta pseudociència plena de verí i de mort anomenada psiquiatria
ResponderEliminarSi usted leyera Pretérito imperfecto y la Casa del Olivo quizás llegara a entenderlo mejor.....o no....inténtelo, es una lectura apasionante!
EliminarCreo sinceramente que no se entendió bien a Castilla-del Pino, unido a que hay cierta hipocresía a la hora de valorar y de expresar ciertos sentimientos. En ningún momento dijo que la muerte de sus hijos no le afectara, lo que dijo es que su proyecto personal de vida como era conseguir la cátedra, le truncó en su repito proyecto vital. La muerte de los hijos, claro que le influyó, a él y a cualquiera que pase por ese trance, pero como proyecto de vida, cada uno ha de hacer el suyo propio, y este no puede ser el de los hijos, que se vive de otra manera. No digo ni mas ni menos, digo de otra manera. De ahí que, en lo tocante a su proyecto vital, la muerte de los hijos no influyera, aunque a otro nivel, lo hundió. Un saludo
ResponderEliminarJulio
Gracias Julio por tu comentario. Yo también pienso lo mismo que has argumentado. Castilla del Pino se refiere a su proyecto vital y profesional.
ResponderEliminarDe todas formas, hay por ahí otro foro en el que lo están poniendo a caer de un burro, debido a que una persona que vivió con uno de sus hijos lo conoció personalmente. Dice de el cosas atroces que no lo dejan precisamente en buen lugar. Un saludo
ResponderEliminarYo hablé en una ocasión con un psiquiatra con motivo del tratamiento que le estaba haciendo a mi mujer. Salió a relucir Castilla-del Pino, y me dijo textualmente que era un "psicópata narcisista". Esto entronca muy bien con otras opiniones que se han vertido en algunos foros.
ResponderEliminarSiguiendo lo que el mismo decía, cualquier persona tenemos dos espacios claramente diferenciados, el intimo, el privado y el publico. No hay necesidad de definirlos, puesto que todo el mundo lo sabe. En el caso de Castilla del Pino, lo que ocurría es que el espacio publico y el privado, del íntimo no ha que hablar, porque eso sólo lo conocía él, eran tan antagónicos, que choca. Entiéndase lo que voy a decir, sería como ese maltratador de la mujer, que luego con el resto de las personas es un cielo. No quiero decir que Castilla fuera un maltratador, ni mucho menos, pero sí que no fue lo suficientemente diligente con los hijos como estamos acostumbrados. Un saludo
ResponderEliminarJulio
En otro foro que ya está cerrado ( no sé porqué ), habló su exnuera, pareja de uno de sus dos hijos que le quedaban. Desgraciadamente, uno de los dos ya ha fallecido también. Esta persona decía de Castilla de Pino cosas verdaderamente terribles. Últimamente ya sabemos que de su gran fortuna, a los dos hijos los había desheredado, a su secretaria de toda la vida en consulta, no la tenía asegurada, por lo que no le ha quedado jubilación, las muchas sirvientas que tuvo en una propiedad de mas de 3.000 m, tampoco las tenía dadas de alta, etc. Creo que por allí por Córdoba se hablaba de eso, de que vaya rojo. Sin embargo tengo entendido que con sus pacientes se volcaba y que en general era muy querido por ellos. Un saludo
ResponderEliminarJulio
Es cierto que era muy ególatra. A mí también en una ocasión se puso a querer hablar en francés sin tener él ni iidea. Decía yete, yete. Ridículo, queriendo con eso excluirme de la conversación. Acto seguido empecé yo a hablar en francés y se terminó yendo. Un tío patético y risorio. Como psiquiatra no lo sé.
ResponderEliminarUn saludo
De todas formas, en una entrevista que le hicieron en su pueblo natal, San Roque, al final de la misma dijo que quizás uno se ha podido equivocar en su idea de ser "alguien", o de adquirir c cierta fama, fama por otra parte pasajera. Quizás hubiera sido mejor dice cultivar otros valores como la amistad, el sosiego, la tranquilidad con uno mismo, etc. Se estaba refiriendo a él claramente. Un saludo
ResponderEliminarPedro
Veo que ni la entrevista ni el personaje dejan indiferente a los lectores. Gracias a todos por participar con tanto entusiasmo en el blog.
ResponderEliminarEl que esté libre de pecado..que tire la primera piedra.
ResponderEliminarLa Historia está llena de hombres famosos que fueron un fracaso en su vida personal, es decir, pésimos padres de familia. No me sorprende que este hombre fallara. Muy interesante la entrevista. Gracias por compartir.
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