(L157) El mal de Portnoy (1969)
Philip Roth, El mal de Portnoy (1969)
Esta semana os
traigo una nueva novela de Philip
Roth (Newark, 1933), y ya van cuatro. Tras leer El mal de Portnoy (1969) tiendo a pensar que Roth se ha venido
relajando en su trayectoria productiva y que sus habilidades como escritor han
entrado en un punto muerto en sus últimas obras. ¿Por qué? Porque El mal de Portnoy (traducido también como El lamento de Portnoy) es un libro fantástico
en todos sus aspectos: cada faceta, cada recoveco de su prosa o de su trama
están llenos de matices ingeniosos, de hilaridad inteligente y de una profunda
humanidad.
Sin entrar en
consideraciones más profundas, se puede empezar por decir que El mal de Portnoy es muy divertido. El
humor que ese narrador atormentado, obsesivo y neurótico ostenta es un humor
corrosivo como pocos, consciente de las debilidades del ser humano y que no
cede terreno ante ninguna convención. La cuestión judía, omnipresente en la narrativa
de Philip Roth, hace aquí acto de presencia encarnada en la torturada infancia
y adolescencia de Alexander Portnoy, en unos padres devotos y feroces que
convierten sus recuerdos en una lucha constante por afirmarse como persona
independiente. Quizá el hecho de ser judío, teniendo tanto peso como tiene en
la narración, sea en realidad una mera faceta que ayuda a la formación de su
personalidad; lejos de ser un rasgo característico que marque la historia y la
limite, se convierte en otro chiste, otra neurosis que añadir a la convulsa
mente del protagonista.
Más allá de la acidez
que recorre sus páginas, pone al lector frente a frente con la siempre espinosa
relación entre padres e hijos, y las consecuencias que puede acarrear en la
formación del carácter. Ese Portnoy obsesionado con el sexo, incapaz de
adquirir compromisos y con un ego que oscila entre el desprecio absoluto y la
confianza ilimitada, puede ser visto como el resultado de un enfrentamiento
constante con sus progenitores, con la forma de vida que llevó y los valores
que, de un modo u otro, se le inculcaron. No sólo es que su personalidad sea
resultado de ello, sino que parece retrotraerse a esos recuerdos de
adolescencia para aferrarse a un mundo que se le escapa y sin el cual no parece
saber desenvolverse.
Lo interesante
del asunto es que, aun cuando son confesiones de lo más íntimo, y que pudieran
pasar por privadas, son universales por completo. La confusión de Portnoy al
enfrentarse al recuerdo de la relación con sus progenitores es muy humana; sus
impresiones resuenan en nuestra mente como ecos de un pasado compartido, a
pesar de la distancia cultural y temporal. El
mal de Portnoy nos devuelve a esa fase de la vida en la que el crecimiento
se define por lo que rechazamos, en lugar de por lo que decidimos. Quizá por
ese motivo resulta tan enternecedor, tan próximo y tan conocido. Si a eso le
sumamos el derroche de cinismo del narrador, el resultado es un libro excelente,
repleto de momentos imprescindibles y que demuestra un talento especial. También
he de decir que se inicia con mucha fuerza, tiene un pequeño bache hacia la
mitad y logra remontar, hacia el final, cuando el protagonista visita Tel Aviv
y conoce a una chica judía de un Kibutz
que le recuerda a su madre. El cómo intenta seducirla es memorable.
Cuando salió
publicado este libro se convirtió rápidamente en un best-seller. Su lenguaje frontal, incluso burdo en ocasiones, su
temática abundantemente sexual, todo ello lo puso de golpe en el mapa y en la
polémica. Hoy en día no hay en ella mucho que escandalice a un lector medio de
menos de cincuenta años, como por ejemplo tampoco sucedería con El guardián entre el Centeno, pero aún
hoy podemos apreciar el elevado tono sexual y erótico de esta novela.
Para finalizar
os daré alguna razón más para acercarse a El
mal de Portnoy. No podréis evitar la sonrisa e incluso la carcajada
mientras leéis esta obra. El humor inteligente de la misma que se confunde con
el absurdo roza la perfección. Entenderéis por qué está nominado al Nobel de
Literatura y el motivo por el que no es muy querido entre la comunidad judía. Oiréis
todos los pensamientos del protagonista, Alexander Portnoy, como si fuerais su
psicoanalista, llegando a entender su obsesión por el sexo y su trauma familiar.
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