(L214) Claros del bosque (1977)
María Zambrano, Claros del bosque (1977)
Este es mi primer
acercamiento a la obra de la filósofa española María
Zambrano (1904-1991). Me he ayudado para elaborar este comentario de la
excelente introducción y estudio que hace Mercedes Gómez Blesa a la edición de
Cátedra de Claros del bosque (1977).
Con el poeta
José Ángel Valente (1929-2000) compartieron una intensa reflexión sobre el carácter
teologal de la palabra poética como palabra mediadora entre el hombre y lo
sagrado. Su discurso es un discurso de la ausencia en el que lo real aparece
como ese lugar perdido que se añora volver a conquistar. Extranjero de su
propia plaza, el ser humano experimenta la nostalgia de la propia tierra que
mueve al peregrinaje en pos del sitio marcado por una falta. Por eso, el
exiliado representa, según Zambrano, el arquetipo de la propia condición
humana.
Para Zambrano el
liberalismo tiene dos paradojas, la económica que divide a la sociedad en una
élite intelectual que disfruta de ventajas y una gran masa anónima de
trabajadores que mantienen económicamente la sociedad sin disfrutar de las
conquistas alcanzadas por esta cultura aristocrática. Se traicionan, de este
modo, los valores democráticos.
La paradoja
moral del liberalismo es que deviene este en una ética minoritaria, racional y
aristocrática que deja desasistida a la mayoría de los hombres en su tarea de
orientar la existencia. El resultado que se sigue de esta moral ascética no es
otro que la asfixia del alma, la negación del espacio interior humano que
imposibilita el desarrollo pleno de la persona y constituye el principal motivo
de soledad del individuo al negar el hombre su dimensión natural.
En la vertiente
filosófica Zambrano considera que la muerte de Dios deja desierto el fondo del
alma, deja vacío el interior del hombre, y este vacío ocasiona el angustioso
nihilismo del sujeto contemporáneo. Hasta que el hombre europeo no deje a un
lado su soberbia y reconozca su dependencia de Dios, su condición de criatura
divina, no podrá llegar a ser un “hombre nuevo”.
En Claros del bosque encontramos junto a
imágenes de la tradición mitológica griega (La Medusa, Apolo, Atenea),
elementos pertenecientes a la simbología de la mística cristiana (el corazón,
la llama, la cruz). La autora utiliza estos recursos expresivos para hablar de
un modo indirecto, siempre alusivo, de una experiencia personal de revelación
del ser que se da en un estado de conciencia cercano al delirio o al éxtasis
místico.
Es esta especie
de filosofía mística la que no me convence. Esta “razón poética” como la llama
Zambrano, que puede tener algo de poético pero su argumentación se aleja de la
razón. He de decir que me esperaba más en cuando a su armazón teórico pero
también en cuanto a la parte poética.
Su otra obra más
importante es El hombre y lo divino
(1955).
FRAGMENTOS ESCOGIDOS
Claros del bosque
“El claro del
bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se
le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso.
Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir
hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada,
nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese sólo
instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar.
Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni
tampoco a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido.” (p.
121)
El despertar de la palabra
“Es de dócil
condición la palabra, lo muestra en su despertar cuando indecisa comienza a
brotar como un susurro en palabras sueltas, en balbuceos, apenas audibles, como
un ave ignorante, que no sabe dónde ha de ir, más que se dispone a levantar su
débil vuelo”. (p. 136)
Tiempo naciente
“Un tiempo que
brota sin figura ni aviso, que no mide movimiento alguno ni parece que haya
venido a eso. Y que, al no tener figura, de nada puede ser imagen. Un tiempo
que no alberga ningún suceso, ni se le nota que vaya a ser sucesivo, ni tampoco
a seguir ni a detenerse. Un tiempo solo, naciente en su pureza fragante como un
ser que nunca se convertirá en objeto; divino.” (p. 141)
Signos naturales
“Ciudad es todo
lo que tiene techo. Y al tener techo, puerta. Un dintel y un techo, una
habitación donde solamente su dueño y los suyos, y los que él diga, pueden
entrar, por escaso abrigo que proporcione. Ya ese hombre ha trazado un límite
entre su vida y la del universo, una frontera.” (p. 222)
Los cielos
“Pues todo está
en un cielo. No hay infierno que no sea la entrada de algún cielo”. (p. 255)
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