(L250) Crematorio (2007)


Rafael Chirbes (1949-2015)

Un lunes te detectan un cáncer de pulmón en estado avanzado y el sábado siguiente estás muerto. Así de imprevisible es la vida. El pasado 15 de agosto murió este estupendo escritor valenciano del que todavía no había tenido el gusto de presentaros ninguna obra. Seguramente la muerte temprana a los 66 años nos ha privado de alguna novela importante.

En sus últimas obras reflejaba el desorden social, económico y político generado por la cultura del pelotazo urbanístico. En sus libros se retratan las prácticas mafiosas de empresarios y políticos, que se mezcla con la amarga desazón de las amistades que se corrompen por el poder y por el dinero. De ideología de izquierdas, Chirbes vivía consagrado a la escritura, recluido en la pequeña población alicantina de Beniarbeig, junto a sus dos perros.
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Rafael Chirbes, Crematorio (2007)

Cuando dentro de varias décadas la gente de este país se pregunte que fue aquello del “boom inmobiliario” y nadie sepa que responder, algún lector avispado y ya muy viejo les dirá: leeros la novela Crematorio (2007) de Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, 1949-2015) que os dará una imagen de aquel desaguisado, como diría Cervantes. Ocurrió en España en la primera década (prodigiosa) del año dos mil cuando todos, incluido yo mismo, creíamos que éramos ricos y que estábamos, según la frase que hizo fortuna de José Luis Rodriguez Zapatero, en “La Champions League de la economía”.

Argumento: Es un verano caluroso en las playas de Valencia, el protagonista Rubén Bartomeu, constructor de éxito, va conduciendo su coche de lujo, pone música clásica en el CD. Va pensando en su hermano Matías, recientemente fallecido, que de niño le leía El Conde de Montecristo. Tiene más de setenta años, una hija llamada Silvia que es restauradora de arte; está casada con Juan, profesor de literatura que está escribiendo un libro sobre un escritor olvidado llamado Federico Brouard. Bartomeu tiene dos nietos adolescentes, Miriam y Félix, y al enviudar se ha vuelto a casar con una pareja mucho más joven que él llamada Mónica.

La novela es coral, varios personajes van explicando sus vidas, sus querencias y fracasos, y la relación que habían mantenido con Bartomeu. Collado, un antiguo amigo y trabajador de Bartomeu que le hacía los trabajos sucios, ha sufrido un atentado y está en el hospital con quemaduras en los brazos y en la cara. Recuerda como en los inicios introdujeron droga a través de un picadero, lo que ellos llamaban acumulación primitiva de capital. También recuerda a su padre albañil, y la mala vida que les dio a él y a su madre.

El hermano de Rubén, Matías, ha muerto de cáncer, bebía y fumaba como un cosaco. Silvia recuerda a su tío mientras lleva a su hijo Félix al aeropuerto. Silvia tiene un marido, Juan, dos hijos y un amante más joven que ella. A su padre, Rubén, le hubiese gustado que fuera pintora. Su relación con su tío fue especial, Silvia recuerda los libros que le regalaba y las películas que la llevaba a ver.

Federico Brouard recibe la noticia de la muerte de Matías y recuerda la antigua amistad con los Bartomeu cuando todos eran jóvenes. Las dos exmujeres de Matías se han encontrado en el hospital. El hijo de Matías está de viaje por Estados Unidos y México y su madre decide no llamarlo. Matías era el preferido de su madre y además llevaba los asuntos económicos, Rubén recuerda como tuvo que salir adelante solo y triunfar sin ayuda de su familia.

La novela tiene un inicio fulgurante que se ha de leer sin pausa, casi sin parar a respirar. Crematorio es una novela que huye de la trama, se sustenta en el puro lenguaje: “Y aquí, no hace tantos años, la gente se moría de hambre. Yo la he visto. La he visto escarbar, arrancas hierbas en las orillas de los caminos. He visto a los peones llegando a la casa del Pinar para pedir tres pesetas de anticipo, las mujeres llorándole a mi madre, que llamaba a la criada y le decía que les sirviera en la cocina un plato de las patatas que habían sobrado del hervido del día antes, los niños con la cabeza tiñosa untada de tintura de yodo, o de azufre (…) dinero ni un céntimo, se lo beben los maridos, decía mi madre. Caridad: ese concepto también ha desaparecido. Ya nadie quiere ni necesita pan, ni aceite, ni siguiera ropita para los niños. Basta echar una mirada a la vida de cada cual para saber cuánto ha cambiado todo esto en unos pocos años. (…) Basta con enumerar los coches que cualquiera ha utilizado en los últimos veinticinco o treinta años, ordenarlos cronológicamente, para saber cómo ha sido de largo el salto, treinta años cambiando todo el mundo cada vez a un coche mejor; y yo, treinta y tantos años discutiendo con los concejales, con los diputados, con el conceller de territorio, con los propietarios de los terrenos, con los arquitectos, con los encargados de obra, con los pintores, soladores, tabicadores, ferrallas, estucadores, maquinistas, fontaneros, electricistas, jardineros, estilistas y decoradores; presionar para que modifiquen el plan parcial, para que recalifiquen lo que a alguien se le ocurrió mantener como zona rústica o intenta convertir en espacio protegido; influir para que retoquen la volumetría de la zona; obtener la licencia, la cédula de habitabilidad; negociar el tendido con hidroeléctrica, el cableado con telefónica, arrastrarte, pedir favores; aunque la batalla más despiadada es la que se lleva a cabo en los despachos, la guerra de los despachos, se dice así, ¿no?, la más cruenta, ésa por la cual, si compras tú, has comprado un terreno no edificable, una parcela rústica, una parcela de uso social, de uso terciario, lo que sea; y si compro yo, mañana por la mañana tengo el permiso firmado por el arquitecto municipal, siete u ocho plantas, un ático ilegal, pero sobre el que el ayuntamiento hace la vista gorda, garajes, locales comerciales. Hay que retroceder centímetros, retranquear, echarse atrás para ganar metros a lo alto; hay que ceder dinero, otra vez el maletín, la bolsa de plástico, una bolsa normal, una mariconera grande, una bolsa de deportes de esas en las que los albañiles llevan la ropa de trabajo. Se lo decía a Collado hace años, cuando aún parecía que Collado podía llegar a aprender algo: Es cuestión de tacto, tienes que aprenderlo: aquí, entre grúas que tocan el cielo, plumas, contenedores, camiones-bañera y ruidosas retroexcavadoras, hace falta sigilo; se necesitan ceremoniales, ritos, saber cuándo hay que levantar la voz y cuando tienes que hablar entre susurros; cuándo tienes que seducir, acariciarle la nuca a alguien, hablarle suavemente al oído, rozándole con los labios la oreja, cogerlo por los riñones, abrazarlo, acariciarle los lomos, medírselos con la palma de la mano, masajeárselos mientras hablas; y tienes que darte cuenta de cuándo toca dejar caer una frase que sabes que se le ajusta al otro entre dos miedos y trabaja como una palanca, como el hielo se mete entre las grietas de granito y acaba haciendo estallar las rocas”.1

De que trata la novela nos lo explica su autor: "Crematorio no quiere ser una denuncia de la corrupción urbanística, eso de la corrupción es solo uno de los temas que circulan por detrás. Lo que se quiere contar aquí es cómo nuestra modernidad, lo que se suponía que íbamos a traer detrás del franquismo, ha dado como fruto esta especie de planta venenosa que nos asfixia. La novela trata también de si los ideales se han cumplido o no, y de la deriva de los individuos".2

NOTAS:

1. Rafael Chirbes, Crematorio, Anagrama, Barcelona, 2007, pp. 22-24.

2. Borja Hermoso, “Fuego real en el 'crematorio' de Chirbes” El País, 07/03/2011.

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