(L21) Cuaderno de Nueva York (1998)


José Hierro, Cuaderno de Nueva York (1998).

A José Hierro (1922-2002), poeta santanderino, me lo encontraba muchos veranos en la Universidad Menéndez Pelayo (UIMP). Aunque no impartiera ningún curso, paseaba por el Campus de la Magdalena y entraba en el bar a tomar algo y hablar un rato con los estudiantes. Murió a los ochenta años de un enfisema pulmonar. Cuando pienso en él, me viene a la memoria su voz ronca, grave y profunda, entrecortada por su dificultad para respirar. Persona afable y atenta donde las haya, esta semana comentaré uno de sus poemarios más importantes, Cuaderno de Nueva York, Premio Nacional de Poesía en 1998.

Sus temas preferidos son:

- El amor (“El amor estaba escondido como la almendra en la corteza. Agazapado suavemente, circulando cálidamente”. “Venid a decirme “te amo”; no me importa que duren tus palabras lo que la humedad de una lágrima sobre una seda ajada”).

- El paso tiempo a través de las estaciones (“El sol de octubre ciñe al paisaje maduro. Otorga a lo que vive su plenitud de fruto”).

- Los sueños (“Todo se ha diluido ya en un sueño. La nave en que pasé la mar, fustigada por los relámpagos era un sueño del que aún no he despertado. Vivo brezado por un sueño, inerme en su viscosa telaraña, para toda la eternidad, si es que la eternidad no es un sueño también”).

- La materia (Sólo materia de sombras, criaturas de la noche, nubes espectrales, seres dolorosamente informes, visiones o pesadillas llegadas no sé de donde, ráfagas resucitadas que fueron mujeres y hombres, que tuvieron carne y sueños donde anidaban los soles y ahora son sólo penumbra, ríos de negros acodes”).

- El paisaje y sus colores (“Las nubes puestas a secar el sol. Los ciruelos condecorados por la primavera.”) (“Conservo aquí los cielos que viajaron conmigo grises torcaces de Bretaña, cobaltos de Provenza, índigos de Castilla”).

- La tristeza y la nostalgia por lo que ha sido y es la vida (“Yo ya no lloro. Ni siquiera cuando recuerdo lo que aún me queda por llorar”).

VIDA

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito “¡Todo!” y el eco dice “¡Nada!”.
Grito “¡Nada!” y el eco dice “¡Todo!”.
Ahora sé que la nada lo era todo,
Y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

¡Hasta siempre amigo Pepe!

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