(L64) Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910)

Rainer Maria Rilke, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910)

El narrador, Malte Lauridis, es el alter ego de Rainer Maria Rilke (1875-1926), quien en primera persona nos habla de París; de los rostros que hay; del deseo de tener una muerte propia; de su aspecto exterior; de su consulta a los médicos sobre su estado, de los miedos olvidados (“Estoy acostado en mi cama, en mi quinto piso, y mi día que nadie interrumpe es como un reloj sin manillas. Igual que una cosa mucho tiempo perdida, se vuelve a encontrar una mañana en su sitio, cuidada y buena, casi más nueva que el día de la pérdida, como si hubiese estado confiada al cuidado de alguien, igualmente se encuentran dispersas sobre la colcha de mi cama cosas perdidas de mi infancia y que son como nuevas. Todos los miedos olvidados están aquí de nuevo. (…) He rezado para volver a encontrar mi infancia, y ha vuelto, y siento que aún está dura como antes, y que no me ha servido de nada envejecer”.); también del loco que da saltitos sobre la calle y al cual sigue, de los recuerdos de la infancia, de la muerte del padre, del miedo a la muerte, nos cuenta las historias de unos vecinos, de los mendigos de la ciudad, de las rameras viejas, de la soledad (“Ama tu soledad y soporta el sufrimiento que te causa” (…) “¡Ah, Malte, vamos así a la deriva, y me parece que todos están distraídos y preocupados y no se preocupan de cuando pasamos! Como si cayese una estrella errante y nadie la viese y nadie formulase un deseo. No olvides nunca formular tu deseo, Malte. Creo que no se cumplen, pero hay deseos a largo plazo que duran toda la vida, de modo que no podría esperarse su cumplimiento”).

Muy influenciado por la obra de Nietzsche, el autor también incorpora técnicas impresionistas de artistas como Rodin (del cual fue secretario) y Cézanne. Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910) son una obra rica en elementos conceptuales, en imágenes, de la cual se podría decir que expresa magistralmente la decadencia del mundo, centrándose en la ciudad de París, aunque el relato-poema se parte en fragmentos y abarca distintas entidades psicológicas (la aparición de Cristina Brahe, muerta hacia tiempo, la señora Margarette Brigge, la señorita Abelone, etc.) y diversos lugares del recuerdo del protagonista. Aunque, decir psicológicas, es sólo una manera de acercarse al texto, porque en esa retrospectiva, la conciencia está partida entre la memoria, que regularmente se instala en la niñez, y la variedad de elementos que parecen provenir de sitios en donde la memoria ha perdido sus fundamentos; es decir, los límites de su percepción. La novela toca temas existenciales como la búsqueda del individualismo, el significado de la muerte y reflexiones sobre las vivencias a medida que ésta se aproxima.

Rilke tiene los tres caracteres propios de una vida típicamente romántica: ausencia de familia, ausencia de patria y ausencia de profesión. “Una obra de arte es buena cuando ha nacido de una necesidad. Se juzga por la naturaleza de su origen. No hay otro juez.” (Cartas a un joven poeta). Como dice Manuel Vicent en un excelente artículo “La gran hazaña de Rainer Maria Rilke fue enamorar a todas las princesas, duquesas, marquesas y baronesas del imperio austro-húngaro y también a sus respectivos maridos; ser invitado a sus castillos, palacios y residencias; dejar en ellas como pago sólo unos poemas y que fuera ésa la forma en que sus nobles anfitriones se sintieran dignificados”.

Otras obras de Rilke que os recomiendo son Las Elegías de Duino (1923) y Cartas a un joven poeta (1929).

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