Sobre Literatura (5) - Reflexiones sobre la lectura


Sobre Literatura (5) Reflexiones sobre el acto de leer.

En estas líneas recojo una serie de misceláneas sobre la lectura y los libros de varios autores y también alguna reflexión propia. Empiezo con varios comentarios del escritor francés Pascal Quignard:

“Los que aman ardientemente los libros constituyen, sin saberlo, la única sociedad secreta excepcionalmente individualizada. Sin que lleguen a encontrarse nunca, se parecen gracias a la curiosidad por todo y a una disociación sin edad. Sus elecciones no se corresponden nunca con las de los editores, es decir, las del mercado. Ni con las de los profesores, es decir, las del código. Ni con las de los historiadores, es decir, las del poder. No respetan el gusto de los demás. Prefieren alojarse en los intersticios y los repliegues, la soledad, los olvidos, los confines el tiempo, las costumbres apasionadas, las zonas de sombra, los bosques de ciervos, los cortapapeles de marfil. Forman por sí mismos una biblioteca de vidas breves pero numerosas. Se leen entre sí en silencio, a la luz de las velas, en un rincón de su biblioteca, mientras que la casta de los guerreros se mata estruendosamente en los campos de batalla y la de los comerciantes se devora desgañitándose bajo la luz que cae a plomo sobre las plazas de los burgos o sobre la superficie de las pantallas grises, rectangulares y fascinantes que han sustituido a esas plazas”.

Hacemos propias las palabras del filósofo sevillano Emilio Lledó cuando manifestó que la función esencial de los seres humanos es nutrir su inteligencia, y para hacerlo lo más importante es el lenguaje. Leer es romper con la monotonía de nuestro propio discurso, a veces tan empobrecido, llenar de aire nuevo la mente con todo lo que se ha escrito; la literatura es la verdadera joya de la humanidad. Una biblioteca es por eso memoria, diálogo, y luz, un estímulo constante para ejercer la pura alegría de leer. “El acto de leer es salir del pobre, monótono, vacío diálogo que arrastramos con nosotros mismos y abrirnos a infinitos paisajes nuevos, a mundos insospechados donde comenzamos a respirar el soplo de la solidaridad y amistad. Es cierto que la vida se encarrila en las líneas de un oficio, una profesión, una determinada tarea y, a veces no podemos detenernos, parar un instante, apearnos en una estación distinta de aquella que nos asignó el destino que no pudimos elegir y con el que hemos identificado cada vida individual.", escribe Emilio Lledó.

Leer es malo para muchas cosas, para el carácter, te vuelve más individualista y menos dispuesto a seguir líderes. Leer te da sentido crítico y eso es malo para la economía: compras menos chorradas, por ejemplo, aparatos de última tecnología que en el mejor de los casos quedan arrinconados al poco tiempo y en el peor te quitan el escaso tiempo libre que puedes dedicar a pensar y a leer, en definitiva a estar contigo mismo.

¿Os habéis preguntado alguna vez dónde van a parar los libros cuando morimos? Cito un fragmento de la novela Vidas minúsculas (1984) de Pierre Michon: “En la casita del camino de Courtille donde tantas veces Roland había comido los pasteles de la señora de Achille, la locuela, bajo la mirada buena y sentenciosa del viejo maestro, me pregunto qué pasó con la única posesión que le importaba a Achille, todos esos libracos sin heredero; me pregunto en qué salón de ventas, en qué buhardilla se pulverizan o en qué sótano se pudren, descansando como muertos pero a los que cualquier mano amiga puede resucitar, los libros ingenuos que todavía tenía para Roland y no alcanzó a regalarle, y los demás libros, pomposos, ingenuamente humanistas y tautológicos, con los que se prometía alegrar sus últimos años” (p. 102).

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