(L72) Elegía (2006)



Philip Roth, Elegía (1987)

Este es el primer libro que leo de Philip Roth (Neward, Nueva Jersey, 1933) aconsejado por mi amiga Pilar Villanueva, gran lectora, residente en Valladolid, de pensamiento progresista, fina sensibilidad y degustadora de todo tipo de cultura. Aprovecho, Pilar, para darte las gracias por tus recomendaciones.

Argumento: Asistimos al sepelio del protagonista. Su hija Nancy pronuncia unas palabras. Su hermano mayor Howie continúa explicándonos aspectos de la infancia del difunto: el padre era un joyero judío, los hijos rayan los cuarenta, Lonny y Randy, la enfermera privada que lo asistió, Maureen. Ahora es el difunto quien recuerda su primera operación de hernia a los nueve años, estamos en 1943. Elegía (2006) narra con aparente sencillez estilística la tragedia más cotidiana que podamos imaginar: el proceso de envejecimiento y muerte de un hombre del que nunca sabremos su nombre, aunque sí sus más determinantes circunstancias vitales.

Roth nos cuenta con sólo unas precisas, determinantes y a veces líricas pinceladas la existencia entera de un hombre sin nombre, desde el final (su entierro) pasa a su infancia, continuando por los eslabones que conforman la cadena de casi cualquier persona corriente de nuestro mundo: vida laboral más o menos exitosa (creativo publicitario en una buena agencia de Nueva York), tres matrimonios insatisfactorios con dos hijos de una mujer y una hija de otra con los que mantiene relaciones muy desiguales entre sí, sueños de artista incumplidos, un hermano rico y de excelente salud con el que sostiene una relación ambivalente, una notable pulsión sexual como expresión perfecta de vitalidad y energía. Roth no condena: trata de entender y de poner en escena a un hombre, cualquier hombre de nuestra sociedad y nuestro tiempo –como sugiere el título original del libro, Everyman– que sopesa las decisiones tomadas a lo largo de su vida.

Ante la mirada y el entendimiento del lector, Roth hace avanzar la vida de este hombre haciendo especiales altos reflexivos en los momentos en los que la muerte hace acto de presencia en su vida, ya sea de manera tajante y directa (la aparición ante el protagonista niño de un hombre ahogado en la playa), o de forma más tangencial, pero definitivamente preparatoria para el inevitable final (enfermedades, primeras hospitalizaciones...). Tal es así que un lector atento puede vislumbrar en Elegía una narración de un largo y natural Vía Crucis: el que sufre el ser humano contemporáneo en las sociedades occidentales al llegar a una determinada edad avanzada en completa soledad, gracias, paradójicamente, a los beneficios del alto nivel de vida logrado, y a la desintegración casi completa de la familia tal y como estaba concebida hasta entonces.

Este Vía Crucis al que hacemos referencia, como muy bien recoge Roth en algunos pasajes memorables de este libro, no sólo tiene que ver con las heridas físicas que le va señalando en su cuerpo el paso del tiempo al protagonista, sino también, y muy fundamentalmente, con la lenta pero inexorable desaparición del mundo al que pertenecía. Un mundo al que van abandonando los viejos paisajes del escenario personal, los compañeros de existencia, las pasiones motrices, los amores que en su día lo fueron todo.

Es la crónica novelada de una de las mayores catástrofes a las que se enfrenta el ser humano: su propio proceso de extinción. Es una novela de despedida, una biografía de la descomposición. La novela no es fácil de leer ni de digerir, posee demasiada crudeza y bastante violencia psicológica. Es triste y lúcida, muy probablemente solamente puedan sacar de ella todo su mensaje los lectores de cierta edad, o quienes estén en contacto directo con los estragos que producen la enfermedad y la proximidad de la muerte. Así, la novela describe muy detalladamente la sensación de fragilidad, de progresiva dependencia, la humillación ante el cuerpo inmerso en su lenta desaparición, la enfermedad, el dolor físico y moral que conlleva y con todo eso nos demuestra que “La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre” (p. 129).

Cuando miramos la obra de autores tan diferentes como Virginia Woolf, Antonio Tabucchi o Gabriel García Márquez, nos damos cuenta de que por lo menos comparten un punto en común: todos ellos escribieron novelas de despedida prematuramente. Es decir, Las olas, Memoria de mis putas tristes o Tristano muere no sólo no corresponden a una despedida de las letras, sino tampoco a una despedida del mundo. Entre el momento en que Hemingway escribía El viejo y el mar y aquél en que empuñó la escopeta para cazarse a sí mismo, habrían de pasar casi diez años. Podríamos pensar que, Philip Roth, está atravesando una etapa semejante en su escritura.

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