(L148) Patrimonio (1991)
Philip Roth, Patrimonio. Una historia verdadera (1991)
El
descubrimiento de que un tumor cerebral es la causa del progresivo deterioro de
la salud de su octogenario padre, es el punto de partida de este magnífico
texto autobiográfico de uno de los mejores narradores de los últimos tiempos,
el norteamericano Philip Roth (Nueva Jersey, 1933). El libro está
escrito con distintos registros - a ratos es un diario, un relato, una carta -
que están fundidos magistralmente para componer este “memorial del padre” que
puede ser considerado como un texto tributario de la célebre Carta al padre de Franz Kafka, donde el
escritor checo arregla cuentas con un padre autoritario que anuló – sin saberlo
– psicológicamente a su hijo, pero que ayudó, a su vez, con esta “tortura” a
delinear la personalidad de uno de los más grandes escritores de todos los
tiempos. Kafka fue quien fue gracias o “a pesar” de su padre. Patrimonio (1991) nos viene a mostrar
que Roth también. Si bien a partir de lo narrado en el libro no podemos hablar
de un padre autoritario, aunque sí de un hombre de fuertes convicciones y
extremadamente austero, Roth coincide con Kafka en el reconocimiento de que el
padre es un personaje que modela, para bien o para mal, la personalidad del
hijo.
La imagen del
hijo ante el scanner del padre es el equivalente a la de Hamlet frente al
cráneo de Yorick, y el libro entero es, como en más de una ocasión lo sugiere
el propio Roth, una constante variación en torno a las palabras de Hamlet
frente a los restos del malogrado bufón: “¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocí, un
hombre de una gracia infinita, mil veces me llevó sobre sus hombros, y ahora su
vista me llena de horror, y mi pecho palpita oprimido.” (Hamlet, Acto V, Escena II)
Más que en
descubrir el terrible Patrimonio al que hace referencia el título del libro, un
Patrimonio que resulta prácticamente una venganza después de la despiadada
crueldad con la que Alexander Portnoy se refiere al estreñimiento de su padre
(y este detalle sólo lo pueden captar quienes hayan leído Patrimonio). (p. 170-174)
En medio del
proceso de digestión de la enfermedad de su padre, el narrador va desvelando el
poder evocatorio de los objetos, transformándolos en fetiches: todos los
elementos que rodearon al padre y que, en algún momento, fueron vistos por el
hijo – el niño – como los decorados de una imagen sagrada, aquellos que
permanecen impolutos en el panteón de la memoria, adquieren una dimensión
arqueológica. Roth bucea alrededor de estos objetos, las prendas íntimas
colgadas en el baño, los tefelines, sus medicinas, y sobre todo, un cuenco de
afeitar que había pertenecido antes a su abuelo Sender, el cual le producía “el
mismo efecto que una vasija griega en que se pintaran los orígenes míticos de
la raza”. En Patrimonio estamos en presencia de un viaje mítico, un descenso al
infierno de la memoria y del dolor ante la cercanía de la pérdida y un
posterior ascenso purificado hacia las zonas donde se ilumina el entendimiento,
donde podemos decir que aceptamos con anónimo heroísmo aquello que es
incomprensible – la vida y la muerte –. Roth acepta la pérdida del padre,
convenciéndose de que ésta es una oportunidad de profundizar en el conocimiento
de su propia esencia, mientras el libro, que más que mero testimonio es
catarsis, es el único antídoto que le permite mantener vivo al padre, y al
hijo-niño que vive dentro del escritor. (Párrafo
del escritor chileno Sergio Coddou).
Ante la actitud
decaída de su padre, Philip le propone pasear y él, como un niño enfadado, se
niega. Entonces le dije una frase que nunca en mi vida le había dicho: “Haz lo
que te estoy diciendo: ponte un jersey y los zapatos de andar. Y la frase
funcionó. Yo tengo cincuenta y cinco años y él casi ochenta y siete, y estamos
en 1988. “Haz lo que te estoy diciendo”, le digo, y lo hace. Es el fin de una
era, y el comienzo de otra”. (p. 82)
Roth examina con
detalle las estaciones del ocaso físico de su padre: la negación, el
reconocimiento de la enfermedad, las distintas alternativas que se abren
(biopsia, distintas operaciones, diversos doctores, o no hacer nada y dejar que
el tumor y el destino hagan lo suyo) para alguien que, en realidad, no tiene
alternativa, por lo que las supuestas opciones son sólo modos particulares para
activar “distintos tipos de desastre”. Es una bitácora de una batalla que se
sabe perdida.
Como ya hemos comentado el libro me impresiono y conmociono profundamente. Aparte del detalle que tu comentas una de las cosas terribles, que el libro pone de manifiesto, es como los hijos, llegados los padres a una cierta edad, se invierten los papeles y nos covertimo en padres de nuestros padres. Es terrible constatar la indefension de la vejez, y ya el horror es cuando aparece la enfermedad.
ResponderEliminarPilar Villanueva