(L151) De Senectute



Norberto Bobbio, De Senectute (1987)

Comentamos hoy este libro de pequeños ensayos y artículos del profesor italiano Norberto Bobbio (1909-2004) titulado De senectute (1987). Nos vamos a centrar en sus aportaciones acerca de la vejez.

Bobbio nos dice que en la vejez “los pensamientos tienden a entorpecerse. A cierta edad cuesta cambiar de opinión. Uno se encastilla cada vez más en sus convicciones, se vuelve más indiferente a los otros. Se mira con recelo a los innovadores. El excesivo apego a las propias ideas nos hace más parciales”. (p. 16). En el libro se define como un pesimista: “Siempre me he considerado, y siempre me han considerado, un pesimista. El pesimismo no es una filosofía sino un estado de ánimo. Yo soy un pesimista de humor y no de concepto” (p. 17).

“El umbral de la vejez se ha retrasado en estos últimos años cerca de una veintena de años. Quienes escribieron sobre la vejez, empezando por Cicerón[1], rondaban los sesenta” (p. 23) “Hoy, en cambio, la vejez, no burocrática sino fisiológica, comienza cuando uno se aproxima a los ochenta” (p. 24) “En las sociedades evolucionadas el cambio es más rápido que en las estáticas. El viejo se convierte en quien no sabe con respecto a los jóvenes que saben” (p. 27) “La rapidez del progreso técnico deja rezagado a quien se queda en el camino, o porque ya no puede más o porque prefiere detenerse para reflexionar sobre sí mismo, para volver a sí mismo, donde, como decía San Agustín, habita la verdad”. (p. 28) “Hay un momento que marca el final de la posibilidad de llegar más allá de uno mismo en sentido cultural. Ese giro son los cincuenta años”. (p. 30)

“¿Para qué torturarse pensando en la muerte? La muerte no es sino el retorno a la naturaleza en la cual confluyen todas las cosas”. (p. 34) “El anciano, termino neutral, se convierte en un cortejadísimo disfrutador de la sociedad de consumo, portador de nuevas demandas de mercancías, bienvenido colaborador de la ampliación del mercado. En una sociedad donde todo se compra y se vende, también la vejez puede convertirse en una mercancía como las demás”. (p. 35) “Recomiendo un librito de Sandra Petrignani, Viejos (1994). Los viejos que se confían a la autora carecen casi todos de esperanza. Ni siquiera aflora casi nunca la esperanza religiosa. Son, literalmente, desesperados”. (p. 36)

“El mundo de los viejos, es el mundo de la memoria. Se dice: al final eres lo que has pensado, amado, realizado. Yo añadiría: eres lo que recuerdas. La dimensión en la que vive el viejo es el pasado. El tiempo del futuro es demasiado breve para que se preocupe por lo que sucederá. Intenta comprender, si puedes, el sentido o el sin sentido de tu vida. No disipes el poco tiempo que te queda. Vuelve a recorrer tu camino. Te servirán de ayuda los recuerdos. Rememorar es una actividad saludable. En la remembranza te encuentras a ti mismo, tu identidad. Al visitar los lugares de la memoria se agolpan a tú alrededor los muertos: La mayoría de los que te acompañaron te han abandonado. En el momento en que los llamas a tu mente los revives, al menos un instante. A la pregunta Y tú, ¿cómo la vives? diré que tengo una vejez melancólica, entendiendo la melancolía como la consciencia de lo no alcanzado y de lo ya no alcanzable”. (p. 41-43)

“El descenso hacia ninguna parte es largo, continuo e irreversible: bajas un pequeño peldaño cada vez, más sabes que no volverás al peldaño más alto”. (p. 48) “La sensación que experimento al estar todavía vivo es sobre todo de estupor, casi de incredulidad”. (p. 49) “Sólo la creencia en la libre voluntad, suponiendo que la libertad del querer no sea asimismo una ilusión, nos ayuda a creer que somos dueños de nuestra vida. (…) Que la muerte sea por azar o por necesidad carece de toda importancia para quien muere. (p. 50) De mi muerte pueden hablar solamente los otros. Yo puedo contar mi vida a través de mis recuerdos y de los recuerdos de quienes estuvieron cerca de mí, mediante documentos, cartas y diarios. Puedo contarla hasta los últimos minutos, pero no puedo contar mi muerte. (…) Mi muerte es imprevisible para todos, mas para mí es también indecible”. (p. 51)

“El criterio que marca más profundamente la diferencia entre los hombres es: la creencia o no en un más allá después de la muerte. Que los hombres son mortales es un hecho. Que la muerte real no es el fin de la vida es una creencia. El mundo, del cual conozco sólo unos pequeñísimos fragmentos a través de mi experiencia y la de los miles de hombres que vivieron antes que yo, es uno solo. Los ultramundos, solamente imaginados, son infinitos. (…) siempre me han parecido más convincentes las razones de la duda que las de la certeza. Yo creo no creer. Solo tengo un deseo y una sola esperanza: descansar en paz. (…) La vida no puede ser pensada sin la muerte. Tomar en serio la vida significa aceptar firme y rigurosamente, lo más serenamente posible, su finitud”. (p. 54-55) “El final de la vida es a un tiempo el primer final y el último final. Mi muerte es el final de mí, y sólo ella es un final absoluto”. (p. 56) “Siento curiosidad por saber cómo se imagina la vida después de la muerte quienes creen en ella. Curiosidad legítima, pues ¿cómo podría creerse, si no, en una cosas de la que no se tiene una idea ni una imagen?” (p. 57) “Con la muerte se entra en el mundo del no ser, en el mismo mundo donde yo estaba antes de nacer. Aquella nada que yo era no sabía nada de mi nacimiento, de mi venir al mundo y de aquello en que me convertiría; la nada que seré no sabrá nada de lo que he sido (…) Todo lo que ha tenido un principio tiene un final. ¿Por qué no iba a tenerlo también mi vida? Sólo lo que nunca tuvo un principio no tendrá un final. Mas lo que no tiene principio ni fin es lo eterno”. (p. 59)

“Quién alaba la vejez no le ha visto la cara. La vejez es la última fase de la vida, representada normalmente como la de la decadencia. El tránsito de lo viejo a lo nuevo es signo de progreso; de lo nuevo a lo viejo, de retroceso”. (p. 62) “Según mi experiencia, lo que distingue a la vejez de la edad juvenil, y también de la madura, es la despaciosiosidad de los movimientos del cuerpo y de la mente. La vida del viejo se desarrolla despacito. Suscita más indulgencia que compasión”. (p. 63) “También las ideas salen más lentas de la cabeza. Y las que salen siempre son las mismas. Se repite sin darse cuenta, porqué también el mecanismo de la memoria se ha atascado”. (p. 64) “Las lecturas se vuelven cada vez más selectivas, más que leer se relee. (…) Lo nuevo envejece enseguida. Estar al día en cualquier campo requeriría una agilidad mental superior a la de antaño, y la tuya, en cambio, va disminuyendo poco a poco”. (p. 65)  “El joven va más ligero y tiene más tiempo ante sí. El viejo no sólo camina más lentamente, sino que el tiempo que aún tiene reservado es cada vez más breve”. (p. 66) “Dicen que la sabiduría consiste, para un viejo, en aceptar resignadamente sus límites. (…) Los límites los conozco bien, pero no los acepto. Los admito únicamente porque no tengo otro remedio”. (p. 67)

“El tiempo del viejo es el pasado. El pasado revive en la memoria. El gran patrimonio del viejo está en el maravilloso mundo de la memoria, (…) Mientras que el mundo del futuro está abierto a la imaginación, y ya no te pertenece, el mundo del pasado es aquél donde a través de la remembranza te refugias en ti mismo, retornas a ti mismo, reconstruyes tu identidad, que se ha ido formando y revelando en la ininterrumpida serie de todos los actos de la vida, concatenados entre sí, te juzgas, te absuelves, te condenas, y también puedes intentar, cuando el curso de la vida está a punto de consumarse, trazar el balance final. (…) Pero sabes también que lo que has logrado sacar es una parte infinitesimal de la historia de tu vida. No dejes de seguir sacando. Cada rostro, cada gesto, cada palabra, cada canto por lejano que sea, recobrados cuando parecían perdidos para siempre, te ayudan a sobrevivir”. (p. 72-73)

“Uno de los entrevistadores de ayer me preguntó al final: ¿Qué espera profesor? Le respondí: No tengo ninguna esperanza. Como laico, vivo en un mundo en el que la dimensión de la esperanza es desconocida. Preciso: la esperanza es una virtud teologal. Las virtudes del laico son otras: el rigor crítico, la duda metódica, la moderación, el no prevaricar, la tolerancia, el respeto a las ideas ajenas, virtudes mundanas y civiles”. (p. 137)

“Pero una vida larga no es un mérito: es un hecho. No depende de nuestra voluntad: ¿Providencia? ¿Destino? Inútil buscar la respuesta”. (p. 140) “Tener ochenta años no es un mérito. Es una fortuna. El mérito es, si acaso, de quienes me han ayudado a vivir, empezando por mi mujer. Ya sabemos que la fortuna es ciega, he sido afortunado a mi pesar. La fortuna siempre me infundió sospechas. El carácter de la fortuna es también, amén de la ceguera, la inconstancia. El viento puede cambiar de un día a otro”. (p. 152)

“La vejez es también la vida de los balances. Y los balances son siempre algo melancólicos, entendida la melancolía como la conciencia de lo inacabado, de lo imperfecto, de la desproporción entre los buenos propósitos y las acciones realizadas. Todos los grandes interrogantes han quedado sin respuesta. (…) no tiene sentido plantearse el problema del sentido, la vida debe ser aceptada y vivida en su inmediatez. (…) El mundo del viejo es un mundo en el cuentan más los afectos que los conceptos”. (p. 176-177)

“De la observación de la irreductibilidad de las creencias últimas he sacado la mayor lección de mi vida. Aprendí a respetar las ideas ajenas, a detenerme ante el secreto de las conciencias, a entender antes de discutir, a discutir antes de condenar. Y como estoy en vena de confesiones, hago una más, quizás superflua: detesto con toda mi alma a los fanáticos”. (p. 215)

Es reconfortante leer estas palabras llenas de sabiduría de este humanista que es Norberto Bobbio. Del mismo autor os recomendamos: Italia civil (1964); Maestros y compañeros (1984); Italia fiel (1986) y Derecha e izquierda (1994).

“Murió el supremo engaño / de creerme yo eterno”

Canto de Leopardi.



[1] Marco Tulio Cicerón, Cato Maior De senectute (Sobre la vejez).

Comentarios

  1. Tomás, Des de la serenor que dóna el temps agrair-te que ens hagis recomanat aquest llibre de Norberto Bobbio i els magnífics paràgrafs que has seleccionat.

    Odile

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