(L155) Los pueblos (1905)
Azorín, Los pueblos (1905)
Esta semana
comentamos un libro de un autor español prácticamente olvidado hoy en día y que
perteneció a la generación del 98. Se trata de José
Martínez Ruíz alias Azorín (1873-1967). Los pueblos (1905) es producto de una selección de textos que
previamente habían aparecido en la prensa diaria. De ahí la variedad de la
temática y tonalidad que se aprecian en los mismos y, como tendremos ocasión de
manifestar, su unidad, lograda ésta a costa de ir vertebrando todos los textos
insertados bajo el leitmotiv del
espacio provinciano.
La provincia representó
durante mucho tiempo la vida a ras de tierra. Vida escasa, gris, eternamente
apartada de todo, en la que generaciones enteras se sepultaron como en un
mausoleo. Asistimos a un estado vegetativo, duelo anticipado en el que se
renuncia a todo lo dulce, lugar cotidiano y de la sempiterna repetición y de
otras muchas carencias que el propio Azorín fue evocando. Más tarde, y es
observable en Los pueblos, el
artista, antes que tratar las aristas, procura escarbar en la poesía que la
vida apartada ofrece, entrar en las pequeñas angustias de los hombres opacos
(así los denomina) que viven en las zonas alejadas, mostrar sus pequeñas
costumbres, sus conversaciones sobre la cosecha o el tiempo, recaer en los
asuntos insignificantes.
Las referencias
al viaje, a la caminata, al paseo, son constantes en el volumen, así como las
alusiones a motivos que tienen al pueblo como protagonista. Azorín bucea por
los pueblos en donde se conserva para bien o para mal la pureza de las cosas,
la naturaleza inocente de un mundo todavía no quebrantado, en donde, al mismo
tiempo, rigen normas vigentes. Un mundo natural, exento de ambiciones –de ahí
la abundancia de sus escépticos y epicúreos habitantes- al margen de las
realidades sociales.
Es cierto que el
autor se documentaba previamente para efectuar su salidas, que recurría a
bibliografía para abastecerse de conocimientos en torno al sitio que visitaba,
pero no es menos cierto que se descubre en Los
pueblos no poca materia tan sólo deducible de su estancia en los lugares
que cita, de su condición andariega, de su peregrinar por los caminos que
señala, por las tierras que pinta, por los paisajes que anota, por las
emociones que se le levantan al contacto con un rincón, una casa, una iglesia,
o por la sensación que entresaca de contemplar a primera hora de la mañana un
objeto al que le concede el poder de vivir.
Como nos dice
Ramón Jiménez Madrid en la introducción: “Hay en este libro un Azorín de
trenes, faetones, caminatas y paseos. Un Azorín que se desliza por la calles de
los pueblos, que se desplaza para observar el alma de España; un pequeño
filósofo al que le agrada recorrer los rincones del Levante, los pueblos
manchegos, las zonas interiores y costeras del norte, la piedra gris de Loyola,
con el doble fin de retratarlos en su estatismo y en su continuidad, en sus
costumbres y ambientes”.
No solamente se
dedica a los paisajes; en la serie de artículos titulados La Andalucía trágica, Lebrija, también aborda el problema del paro,
la tierra, los intermediarios, la expropiación de terrenos incultos que
solicita el campesinado, el crédito agrario para poder explotar la tierra. La
alta mortalidad de la población es debida a la tuberculosis y a la miseria
fisiológica, es decir al hambre.
La temática
encaja con los denominados libros de viajes donde influirá en destacados
autores posteriores, como por ejemplo El
viaje a la Alcarria (1948) de Camilo José Cela y la serie de viajes a pie
por Cataluña y España de Josep María Espinàs que comenzó con Viatje al Pirineu de Lleida (1957).
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