(L169) Veinte años y un día (2003)
Jorge Semprún, Veinte años y un día (2003)
No quiero
olvidarme del escritor Jorge
Semprún (Madrid, 1923-2011) y por este motivo lo vuelvo a traer al
blog. Con la novela que comentamos hoy, Veinte
años y un día (2003), volvió a su lengua materna, el castellano.
Argumento: Quismondo,
Toledo, 18 de julio de 1956. En su finca La Maestranza, veinte años después del
estallido de la guerra civil, los Avendaño han decidido celebrar por última vez
la ceremonia expiatoria en la que, ritualmente, en cada aniversario, reproducen
la ejecución del hermano menor a manos de los campesinos. Entre los invitados,
un hispanista norteamericano intrigado por tan extraña costumbre, y un
comisario de la Brigada Político Social empeñado en dar con un tal Federico
Sánchez, agente comunista. Por diferentes motivos, ambos comparten el mismo
interés en indagar en la historia reciente de la familia, sobre todo en las
relaciones secretas de la bellísima y enigmática viuda, Mercedes Pombo. En la
fragmentada sucesión de encuentros y tiempos, se superponen y complementan las
versiones, que van reconstruyendo los hechos fatídicos que dieron origen a la
ceremonia, pero también surgen revelaciones de ocultas relaciones eróticas en
el ambiente espeso y violento de la posguerra.
Veamos con
detalle estos objetivos de Semprún en esta novela. El que nos parece más
importante es la vuelta a un tema recurrente en su obra literaria: la revisión
crítica del comunismo. Semprún marca aquí de nuevo sus distancias con respecto
a su pasado comunista, implicando en todo momento lo que constituye la base de
su mensaje: distinguir claramente entre el comunismo y el Partido Comunista,
entre el comunismo como ideología y el comunismo como partido político con una
historia y una evolución determinada en la que él intervino mientras fue
miembro del partido, especialmente entre 1953 y 1964, años en los que, gracias
a su bilingüismo adquirido en el exilio y al prestigio de haber sobrevivido a
quince meses de deportación en Buchenwald, se ocupaba de coordinar actividades
clandestinas en España organizadas desde Francia. De este modo, resulta
comprensible que Semprún se esfuerce en distinguir en varios personajes, sobre
todo en el del bibliotecario Benigno (también en su rápido comentario sobre
Sánchez Dragó), una mentalidad afín al comunismo pero al margen de cualquier
pertenencia a la organización política comunista, con el fin de dar a entender
que las personas que puede representar. Este personaje sirve también para
ejemplificar que, como Semprún, una persona pudo formar parte del PCE y
abandonarlo después sin dejar de ser comunista, ya que nos dice el narrador que
Benigno es “comunista por libre, que ahora no tiene contacto regular con la
organización” (p. 105).1
La reseña más
elogiosa quizá sea la escrita por Felipe Nieto en ‘ABC’, que señala que Semprún
reúne magistralmente vivencias compartidas e historias misteriosas “para dar fe
pública del fin de una tragedia y del comienzo de una esperanza para los
españoles”, y que indica que “en una estructura narrativa envolvente los
sucesos y los recuerdos se encadenan como fragmentos de una memoria
inagotable”.
De igual modo,
Rafael Conte agrega en ‘El País’ que “Semprún ha vuelto a casa, a su idioma
natal, para escribir y publicar una novela en español, en el castellano que le
vio nacer y aprender en primer lugar, como si se paseara por él como por su
propia casa”. El crítico comenta que “estamos ante una novela de verdad,
auténtica, verdadera, y aparentemente "objetiva", aunque se respiren
en ella (como en todas las suyas, tanto en francés como en castellano) rastros
plenamente autobiográficos”.
Jordi Gracia, en
‘El Periódico’, comienza su reseña con este par de frases: “Las virtudes de
Jorge Semprún han sido a veces sus vicios, pero no en esta novela. Digo novela
porque lo es en el pleno sentido de la palabra, pese a las condiciones que
impone ser Jorge Semprún y llevar una veintena de libros que basculan a
conciencia entre la autobiografía testimonial y la recreación novelesca”.
Además destaca que “la historia pública está muy bien atada a la historia
personal, y por eso funciona como novela, al igual que funcionan las novelas históricas
de hace cien años. Semprún sabe conciliar la historia de ficción (que bien
pudiera ser verídica) con la historia contada con nombres reales (que bien
pudieran ser ficción)”.2
Veinte años y un día es una historia
de “sangre, amor y muerte”, es una novela, cuya lectura nos atrapa. La
complejidad del relato propone, sin embargo, una tesis: la autodestrucción de
los vencedores de la guerra será el fruto de sus propias contradicciones antes
que de sus enemigos políticos.
NOTAS:
1. Céspedes Gallego, Jaime, «La dimensión
biográfica de la novela Veinte años y un día», en Tonos.
Revista digital de estudios filológicos, Universidad de Murcia, nº 10,
2005.
2. http://www.elmundo.es/elmundolibro/2003/09/23/criticon/1064316507.html
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