(L184) Los demonios (1872)


Fiódor Dostoievski, Los demonios (1871-1872)

Primera novela que comentamos del gran novelista ruso Fiódor Dostoievski (1821-1888). Recuerdo que me dejó una gran huella leer Los hermanos Karamazov (1879-1880) con dieciséis años, a estas edades parece como si todo quedara grabado a fuego. El estilo de Dostoievski nos puede parecer más tosco y descuidado que el de Tolstoi, Turguénev u otros escritores rusos de su generación, pero posee un lirismo y una fuerza ejemplares1.

El germen de la historia de Los demonios (1871-1872) o Los endemoniados, como alguna vez se ha traducido, fue un crimen que se produjo en Moscú a finales de 1869 y que causó una honda impresión en el autor. Serguéi Necháiev, revolucionario y terrorista, anarquista y nihilista, fue el responsable del asesinato (a causa de sus diferencias ideológicas) de Ivanov, estudiante y compañero en la célula revolucionaria a la que ambos pertenecían. El escritor ruso, que había sido anteriormente condenado a muerte por el zar debido a su participación pacífica en círculos de discusión social y política, encontró en este acontecimiento una buena forma de exponer sus propias reflexiones.

Los protagonistas de la obra son Stepan Trofimovich (Verhovenski), un intelectual que se siente perseguido, se considera un exiliado. Regresa del extranjero a ocupar una plaza de lector que le dura muy poco. Había estado casado, dos veces, enviudando ambas. Acepta un puesto de tutor de Nikolai Vsevolodovich (Stavrogin), en casa de Varvara Petrovna, viuda de un general, con quien traba amistad, ella crea un salón literario para él, incluso pretende fundar una revista. Le proporciona una casa independiente donde puede recibir a sus amigos, a estas reuniones asiste Shatov, antiguo alumno expulsado de la Universidad y eslavófilo; Virginski, funcionario local que tiene una mujer de ideas demasiado avanzadas; Liputin, seguidor de Fourier, etc. Sabemos que la emancipación de los siervos ha sido hace poco: el 19 de febrero de 1861. Stravogin se junta con gente extraña, se marcha a un viaje por Europa que dura tres años. En Suiza conoce a Lizaveta Nikolayevich hija de Praskovya Ivanovna amiga de juventud de su madre, también a Darya Pavlona criada de su madre. El hijo de Verhovenski, a quien ha visto dos veces en su vida, Piotr Stepanovich (Petrusha), le ha pedido la liquidación de una finca de su madre. Otros personajes destacados son: Kirillov, de profesión ingeniero, hombre que siempre está pensando en suicidarse; el capitán Lebiadkin y su hermana coja y medio trastornada Marya Timofeyevna; un presidiario evadido llamado Fedka; los revolucionarios Shigaliov, Erkel y Tolkachenco; el famoso escritor Karamazinov; el gobernador Von Lembke y su mujer Iulya Mihailovna, ésta última acoge a parte del grupo revolucionario. El narrador la culpa de ser ella, con su comportamiento, la incitadora de los desórdenes. Todo ello mezclado con la existencia de una sociedad secreta que planea un asesinado para conseguir la subversión del orden social en Rusia.

Esencialmente un escritor de mitos, Dostoyevski creó una obra con una inmensa vitalidad y un poder casi hipnótico caracterizada por los siguientes rasgos: escenas febriles y dramáticas donde los personajes se mueven en atmósferas escandalosas y explosivas, ocupados en apasionados diálogos socráticos «a la rusa», la búsqueda de Dios, el mal y el sufrimiento de los inocentes. Estos rasgos “elevan a forma clara y distinta el concepto de novelista, es decir, de forjador de mundos épicos”2.

No hay campanarios de certeza ni puentes de seguridad: todo es sacrosanto mundo primitivo. Cada individuo cree que debe reconstruir todo el orden mundial (…) es el de una curiosidad insaciable que sigue planteando todas las preguntas de la vida a la infinitud. Cada personaje de Dostoievski revisa de nuevo todos los problemas, con manos ensangrentadas remueve los mojones del Bien y del Mal, reconvierte su caos en mundo.3

Todos aman el sufrimiento porque en él siente intensamente la vida. La prueba más concluyente de que existen no es cogito ergo sum, sino “sufro, luego existo”. Y este existo es en Dostoievski y en todos sus personajes el mayor triunfo de la vida.4 Dostoievski capta el alma del hombre en el momento de la exaltación, como quien dice en los segundos en que el hombre se asome por encima del borde de sus posibilidades.5

En Dostoievski se rompe la unidad del sentimiento. El alma es un laberinto, un caos sagrado en la obra de Dostoievski. En ella encontramos borrachos que lo son por ansia de pureza, criminales por afán de arrepentimiento, violadores de niñas por adoración a la inocencia, blasfemos por necesidad religiosa. Cuando sus personajes anhelan algo, lo hacen con la esperanza tanto de que les sea rechazado, como que les sea concedido. Su tenacidad no es sino pudor encubierto, su amor un odio marchito y su odio un amor oculto.6

El tormento de Dios: El Dios de Dostoievski es insaciable, al que ningún esfuerzo vence, ningún pensamiento cansa, ningún sacrificio aplaca. Es inaccesible. Kirilov dice: “Dios me ha atormentado a lo largo de toda mi vida”.7

A continuación os transcribo algunos fragmentos de los temas que más le preocupaban.

Discurso sobre la importancia de la belleza: “Y yo declaro –chilló Stepan Trofimovich en el colmo del enardecimiento-, y yo declaro que Shakespeare y Rafael valen más que la emancipación de los siervos, más que el socialismo, más que la nueva generación, más que la química, más, casi, que la humanidad entera, porque son el fruto, el verdadero fruto, de la humanidad entera, quizá el mejor fruto que pueda dar. Una forma ya lograda de belleza, pero para el logro de la cual yo quizá estaría dispuesto a vivir… ¡Oh, Dios mío! –Dijo elevando los brazos-, hace diez años dije lo mismo en una plataforma de Petersburgo, con idénticas palabras, y tampoco entendieron nada, se rieron y silbaron lo mismo que ahora. Gente miope, ¿qué os hace falta todavía para entender? ¿Pero no sabéis, no sabéis, que la humanidad puede seguir viviendo sin ingleses, sin Alemania, y por supuesto sin rusos? ¿Qué es posible vivir sin ciencia, sin pan, pero que sin belleza es imposible vivir, porque entonces al mundo no le quedará nada que hacer? ¡Ahí está el secreto! ¡Ahí está toda la historia! ¡Ni siquiera la ciencia podría existir un minuto sin la belleza! ¿Sabéis eso, los que os reís de mí? ¡Se hundiría en la barbarie, no podría inventar ni siguiera un clavo!… ¡Yo no me rindo! –gritó absurdamente en conclusión dando un tremendo puñetazo en la mesa.”8

La situación en Rusia: “Me han enseñado esas hojas subversivas de aquí. La gente las miras confusa porque se asusta de su forma de expresión, pero está convencía de su gran eficacia, aunque sin darse plena cuenta de ello. Todos están cayendo desde hace tiempo y todos saben desde hace tiempo que no tienen dónde agarrarse. Yo estoy seguro del éxito de esa propaganda clandestina porque hoy Rusia es, ante todo, el único sitio del mundo donde puede suceder cualquier cosa sin la menor oposición. Entiendo demasiado bien por que los rusos pudientes se van por pies al extranjero, y cada año en mayor número. Es sólo cuestión de instinto. Cuando el barco se hunde, las ratas son las primeras en abandonarlo. La Santa Rusia es un país de madera, de miseria y… de peligro, un país de mendigos vanidosos en los altos niveles sociales, mientras que la inmensa mayoría vive en chozas inmundas. Se alegrará de cualquier solución con tal que se le explique. El gobierno es el único que todavía quiere oponerse, pero lo que hace es blandir el garrote en la oscuridad y apalear a sus propios partidarios. Aquí todo está sentenciado y condenado a muerte. Rusia, tal como es ahora, no tiene porvenir. Yo me he nacionalizado alemán y lo tengo a mucha honra.”9

Cómo vendrá la revolución: “–Escuche. Para empezar provocamos una revuelta –Verhovenski prosiguió con rapidez desesperada, agarrando continuamente a Stavrogin de la manga izquierda-. Ya se lo he dicho: llegaremos hasta la plebe. ¿Sabe que ya tenemos una fuerza enorme? Nuestra gente no es sólo la que mata e incendia, la que emplea armas de fuego al estilo clásico o muerde a sus superiores. Esos sólo molestan. Sin obediencia, las cosas no tienen sentido para mí. Ya ve que soy un pillo y no un socialista. ¡Ja, ja! Escuche, los tengo a todos ya contados: el maestro que se ríe con los niños del Dios de ellos y de su cuna es ya de los nuestros. El abogado que defiende a un asesino educado porque éste tiene más cultura que sus víctimas y tuvo necesariamente que asesinarlas para agenciarse dinero también es de los nuestros. Los escolares que matan a un campesino por el escalofrío de matar son nuestros. Los jurados que absuelven a todo delincuente, sin distinción, son nuestros. El fiscal que tiembla en la sala de juicio porque teme no ser bastante liberal es nuestro, nuestro. Los funcionarios, los literatos, ¡oh muchos de ellos son nuestros, muchísimos, y ni siquiera lo saben! Además, la docilidad de los escolares y de los tontos ha llegado al más alto nivel; los maestros rezuman rencor y bilis. Por todas partes vemos que la vanidad alcanza dimensiones pasmosas, los apetitos son increíbles, bestiales… ¿Se da cuenta de la mucha gente que vamos a atrapar con unas cuantas ideíllas fabricadas al por mayor? Cuando me fui al extranjero hacía furor Litré con su teoría de que el crimen es demencia; cuando he vuelto ya no es demencia, sino sentido común, casi un deber y, cuando menos, una noble protesta. ¿Cómo no ha de matar un hombre educado si necesita dinero? Pero esto no es más que el principio. El Dios ruso ya se ha vendido al vodka barato. El campesinado está borracho, las madres están borrachas, los hijos borrachos, las iglesias vacías, y en los tribunales lo que uno oye es: “O una garrafa de vodka o doscientos latigazos”. ¡Oh, que crezca esta generación! ¡Lo malo es que no podemos esperar; de lo contrario habría que permitirles emborracharse aún más! ¡Ay, qué lástima que no hay proletariado! Pero lo habrá, lo habrá. Todo apunta en esa dirección”10

Sobre la vejez: “Así, pues, pongámonos en camino para expiar lo hecho. Me pongo en marcha cuando ya es tarde, cuando toca a su fin el otoño, cuando la bruma cubre los campos, cuando la escarcha glacial de la vejez cubre la ruta que me queda por recorrer y el viento aúlla en torno a la tumba cercana… Pero adelante, en marcha por el nuevo camino:
Lleno de amor puro,
fiel a su dulce ensueño…
¡Ay, adiós, sueños míos! ¡Veinte años! Alea jacta est. Su rostro quedó de pronto bañado en lágrimas que derramaban sus ojos. Tomó el sombrero”.11

Sobre la honradez del hombre: “¡Con que por fin ha dado usted en el clavo! Pero, Kirilov, ¿es posible que con todo su talento no se haya dado cuenta hasta ahora de que todos los hombres son lo mismo, que no los hay ni mejores ni peores, sino sólo listos y tontos, y que si todos son unos canallas (lo que, dicho sea de paso, es una tontería), la canallada no puede existir?”12

Cuando uno se encuentra al borde de la muerte piensa que no ha aprovechado la vida lo suficiente: “– ¡Oh, cuánto quisiera vivir mi vida de nuevo! –Exclamó en un arranque de energía-. Cada momento, cada segundo de vida debieran ser una bendición para el hombre… ¡debieran serlo, sí, debieran serlo! Es obligación del hombre hacer que lo sean. Es la ley de la naturaleza, que indiscutiblemente existe, aunque esté oculta… ¡Oh, cómo me gustaría ver a Pretrusha…, y a todos ellos…, y a Shatov!13

Otras novelas suyas que no deberíais perderos son: Pobres gentes (1846); Noches blancas (1848); Memorias del subsuelo (1864); Crimen y Castigo (1866) y Los hermanos Karamazov (1879-1880).

NOTAS:

1. “Casi todos (Tolstoi, etc.) eran hombres sanos y sin el aguijón de la necesidad; tenían la posibilidad de meditar y cuidar sus obras; F. M. en cambio, sufría dos penosas enfermedades, tenía el peso de la familia y las deudas y vivía en una cuantiosa incertidumbre por el mañana”  Dostoyévskaia, Anna Grigórievna (1978). Dostoievski, mi marido. p. 126.

2.  Stegan Zweig, Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski), El Acantilado, Barcelona, 2004, p. 9.

3.  Ibídem, pp. 141-142.

4.  Ibídem, p. 147.

5.  Ibídem, p. 163.

6.  Ibídem, pp. 198-200.

7.  Ibídem, p. 210.

8.  Fiodor Dostoievski, Los demonios, Alianza Editorial, Madrid, 2009, pp. 601-602

9.  Ibídem, p. 462

10.  Ibídem, pp. 522-523

11.  Ibídem, p. 425

12.  Ibídem,  p. 757

13.  Ibídem, p. 813


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