(L246) Mortal y rosa (1975)


Francisco Umbral, Mortal y rosa  (1975)

El escritor, poeta, periodista y ensayista madrileño Francisco Umbral (1932-2007) pasará a la historia de la televisión como aquel invitado grosero que en un programa titulado Queremos saber que presentaba Mercedes Milà dijo aquella frase “He venido a hablar de mi libro, sino me voy”. Sin embargo detrás la fachada de chulo madrileño se escondía una persona sensible y además un gran escritor. Por eso hoy queremos recordarlo comentando, esta vez sí, su libro Mortal y rosa (1975). Lo escribió el mismo año en que perdió a su hijo de cinco años. El libro es al mismo tiempo un dolorido y poético homenaje.

Como nos dice el también fallecido Miguel García-Posada, “la organización en textos reducidos, la falta de trama en el sentido confieren al estilo un papel esencial”. Dos recursos lo vertebran con especial insistencia: la metáfora y la enumeración caótica. La plasticidad, la brillantez de Mortal y rosa deriva en buena parte de esta exuberancia imaginativa.1

El libro nos ofrece una cosecha metafórica deslumbrante, veamos algunos ejemplos: “Cuando me arranco al bosque los sueños, a la selva oscura del dormir, y me cobro a mí mismo, me voy lentamente completando”.2 “Presiento su decadencia, la caída de sus hojas, el vuelo asustado de las aves que lo habitan, y tengo en los ojos un brillo de hachas venideras que lo van a talar en el bosque del porvenir”.3 “en el remolino del horror, cuando sólo eres piedra de dolor y miedo, mineral de espanto, nace, como una flor en la roca, la imaginación, la metáfora metaforizando sobre la enfermedad, la visión distanciada de uno mismo”.4

El recurso de la enumeración caótica está aprendido de Neruda, admiración constante del autor, y es muy eficaz tanto para la abarcadora representación de la realidad como para la evocación y forma parte de una poética que, huyendo del realismo descriptivo, lo sustituye por la captación de los elementos esenciales de lo real.5

“En un viaje a provincias, en una salida al mundo, en una aventura por el campo, miro esos espacios muertos de las estaciones, el hueco de un vagón de mercancías que estuvo mucho tiempo ahí varado y ha dejado un vacío rectangular y soso. Miro los caminos del campo que van hacia el crepúsculo, esa roca que estampa su gesto contra el cielo, durante siglos, en un manoteo inútil, fijo, largo y grandioso. Miro el campo llano al que le cae una sombra de no se sabe donde, desde el cielo sin nubes, una sombra como una mancha del sol, por la que se ve que el sol no todo es luz, que no es luz todo lo que alumbra. Miro el mar del invierno, en las ciudades de allá arriba, la labor pastoral y feroz de la espuma, su ir devorando la vida y la costa con una paciencia de agua, miro la soledad del mar, el silencio de las rotativas en los periódicos dormidos, el alón cansado y polvoriento de los aviones, mate de estrellas, miro el pan partido con una víctima, el domingo de las oficinas, las formas imprevistas de mi pelo, el campo que ha dejado sus dientes tristes en mis botas, la torrentera de mis muslos, ese gesto vació que tienen las mujeres cuando toman conciencia de un hueco en su carne, miro los libros que se adensan de polvo y entornan sus letras en librerías donde no voy a comprar nada, o esa primera inutilidad de la ropa de invierno en un inesperado día de sol …”6

Otros recursos que emplea son las series adjetivales. Las no escasas cristalizaciones de la prosa en ritmos endecasílabos o alejandrinos sobre todo. “Miro a veces los días que pasan como huecos, la luz adolescente que se seca en las copas, el relieve del tiempo ganado en las muchachas y el milagro de todo que cuaja sin ser visto. Miro el oro caliente que queda abandonado cuando los niños pierden su inocencia en la tarde, y recojo despacio, con manos de mendigo, el color de la música y el arte de la vida”.7 “Loca pecosidad, zarza de pecas, fiesta dorada, blanca y roja, que ahora recuerdo, tan lejana, tan cercana como abrevadero loco de mi vida. Haber mordido, al fin, el grito roto de tu vida, el hilo dulce de tu alma, en una devoración larga y profunda que te deshace en nombres, ayes, besos. Era un verdor de días, una boca de luz, una manzana. Y la pesada gloria de tu cuerpo, una tierra caliente y trabajada de la que vuelan pájaros de voz”.8

Las aliteraciones y conglomerados sonoros presentan una frecuencia digna de señalarse. “el pelo era el penacho”; “el pájaro picapinos me picotea en la prosa”9; “de leche, de lirio, de blancura incurable”10; “panojas y panochas”11; “suena llena de atriles, añiles, perejiles”12; “una urgencia postal y póstuma”.13

Otras obras recomendables de Umbral son España como invento (1984) y sus Memorias de un hijo del siglo (1986).

NOTAS:

1.- Francisco Umbral, Mortal y rosa, Cátedra, Madrid, 2008, pp. 36, 38.
2.- Ibídem, p. 53.
3.- Ibídem, p. 102.
4.- Ibídem, pp. 126-127.
5.- Ibídem, p. 39.
6.- Ibídem, pp. 160-161.
7.- Ibídem, p. 117.
8.- Ibídem, p. 131.
9.- Ibídem, p. 57.
10.- Ibídem, pp. 61-62.
11.- Ibídem, p. 122.
12.- Ibídem, p. 187.
13.- Ibídem, p. 225.

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