(L283) Todo lo que era sólido (2013)


Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido (2013)

En este sencillo pero certero ensayo Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) nos recuerda las señales de alerta que sonaron ante el festín pantagruélico de despilfarro que tuvimos en España, en nuestra particular década prodigiosa, y del que muchos de nosotros creímos que era el anuncio de una nueva edad dorada donde el maná no dejaría de fluir. Gracias a buenos consejos que me mantuvieron los pies firmes sobre la tierra no caí en ninguna inversión alocada que hubiera comprometido mi futuro económico durante muchos años.

A continuación os dejo algún que otro fragmento que no tiene desperdicio:

“Donde antes había habido como máximo alguna oficina de prensa ahora hubo gabinetes enteros de comunicación, lo cual sonaba mucho más moderno, y permitía nóminas más cuantiosas. Individuos dotados de saberes gaseosos y cualificaciones quiméricas obtenían subsidios millonarios con la finalidad de gestionar la administración de la nada, previamente envuelta en grandes castillos de palabras, tan consistentes como los castillos de fuegos artificiales cada vez más lujosos que se quemaban en los colofones de las fiestas: castillos en el aire, castillos en España”.1

 “La corrupción, la incompetencia, la destrucción especulativa de las ciudades y de los paisajes naturales, la multiplicación alucinante de obras públicas sin sentido, el tinglado de todo lo que parecía firme y próspero y ahora se hunde delante de nuestros ojos: para que todo eso fuera posible hizo falta que se juntaran la quiebra de la legalidad, la ambición de control político y la codicia –pero también la suspensión del espíritu crítico inducida por el atontamiento de las complacencias colectivas, el hábito perezoso de dar siempre la razón a los que se presentan como valedores y redentores de lo nuestro–. La niebla de lo legendario y de lo autóctono ha servido de envoltorio perfecto para el abuso y de garantía para la impunidad”.2

“En ningún otro campo profesional (se refiere a la política) se puede llegar más lejos careciendo de cualquiera cualificación, conocimiento o habilidad verificable. Se puede dirigir un hospital y hasta ser ministro de sanidad sin tener la menor noción de medicina, y ocupar un puesto de alto rango en la política internacional sin hablar ningún idioma extranjero. En mis años de trabajo en la administración municipal tuve superiores que no sabían escribir correctamente Beethoven ni Varsovia y que sin más requisito que el carnet de un partido han gestionado algunas de las instituciones musicales de máximo relumbrón en España. He visto a un administrativo entrar de concejal en 1979 y sin haber adquirido ninguna cualificación aparte de la de la maniobra política llegar diez o doce años después a presidente de una de esas cajas de ahorros que nos han llevado a la quiebra”.3

”Con la distancia se ve claro que la Expo del 92 fue el primero en el catálogo sucesivo de los simulacros españoles, el ensayo general y el estreno, el modelo de una gran parte de lo que vino después: la predilección por el acontecimiento excepcional y no por el trabajo sostenido durante mucho tiempo; el triunfo del espectáculo sobre la realidad; la construcción de realidades efímera a las que se dedicaban los fondos públicos que habrían podido emplearse menos vistosamente pero con frutos más sólidos; el gasto incontrolado y sin límites; la concentración aparatosa de todo en un solo lugar, en el plazo de unos pocos meses; la desconexión ente ese tiempo y el que vendría después, entre ese espacio insular y el territorio que lo rodeaba: también la unanimidad triunfalista que apagaba de antemano cualquier disidencia, reduciéndola a queja residual o deslealtad insidiosa”.4

“Es muy difícil no pertenecer a un grupo, a una tribu, a una patria, a lo que sea, con tal de que sea seguro y colectivo, de que ofrezca una protección incondicional, si bien al precio de abdicar del derecho al libre pensamiento: a cambiar de opinión, a no ajustarse a lo que se exige o se espera o se da por supuesto de uno, a no aprobar todas y cada una de las cosas que hacen aquellos de los que uno mismo se siente más cerca, a los que uno ha defendido, los que sin embargo no aceptarán que se aparte ni un milímetro de la ortodoxia que ellos mismos marcan”.5

“Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados”.6

“Creo que el edificio de la civilización está siempre en peligro de derrumbarse y que hace falta una continua vigilancia para sostenerlo. Nadie creía a mediados de enero de 1933 que en un par de semanas Hitler pudiera ser nombrado canciller de Alemania ni que tan sólo unos meses más tarde los nazis fueran a ostentar un poder absoluto. He hablado en Nueva York con bastantes personas que vivían en Yugoslavia en 1989 y todas ellas me han contado que nadie dudaba de la solidez del país y que la idea de una guerra civil era tan inverosímil que ni siquiera se pensaba en ella”.7

De Muñoz Molina hemos comentado también El jinete polaco (1991).

NOTAS:

1.- Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, Seix Barral, Barcelona, 2014, Cap. 23

2.- Ibídem, Cap. 40

3.- Ibídem, Cap. 41

4.- Ibídem, Cap. 49

5.- Ibídem, Cap. 52

6.- Ibídem, Cap. 69

7.- Ibídem, Cap. 80

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