(L697) Los que vivimos (1936)
Ayn Rand, Los que vivimos (1936)
Primera novela que os
traigo de esta excelente escritora rusa. Ayn Rand (San
Petersburgo, 1905 – Nueva York, 1982) se exilió de su
país agobiada por la asfixiante coerción del Estado soviético sobre las
personas. Tenía pendiente leer su obra más conocida La rebelión de Atlás
(1957) pero primeramente cayó esta en mis manos y no he podido resistir la
tentación.
Introducción de la autora: Los
que vivimos no es una novela «sobre la Rusia soviética». Es una novela sobre el
Hombre contra el Estado. Su tema fundamental es la santidad de la vida humana ‒y
uso la palabra «santidad» no en un sentido místico, sino en el de «valor
supremo» ‒. La esencia de mi tema la plasman las palabras de Irina, un
personaje secundario de la historia; una joven condenada a prisión en Siberia
que sabe que nunca volverá: «Sólo hay algo que me gustaría comprender. Y no
creo que nadie pueda explicarlo. (...) Tienes tu vida. La empiezas sintiendo
que es algo tan valioso y raro, tan bello, que es como un tesoro sagrado. Ahora
se acaba, y no significa nada para nadie, y no es que sientan indiferencia, es
sólo que no lo saben, no saben lo que significa ese tesoro mío, y hay algo que
deberían comprender. Ni yo misma lo comprendo, pero hay algo que deberíamos
comprender todos nosotros. Pero ¿qué es? ¿Qué?».
En su momento, yo sabía
un poco más que Irina sobre esta pregunta, pero no mucho más. Sabía que esta
actitud hacia la vida de uno debía ser, pero no es, común a todas las personas
‒que es la característica fundamental de lo mejor de los hombres‒, que su
ausencia representa un inmenso mal que nunca ha sido identificado. Sabía que
esta cuestión se hallaba en la base de todas las dictaduras, de todas las
teorías colectivistas y de todos los males humanos, y que los problemas
políticos o económicos son meras derivaciones o consecuencias de esta base
primordial.
En su momento, miré a
cualquier defensor de la dictadura y el colectivismo con incrédulo desprecio:
no era capaz de comprender cómo ningún hombre podía embrutecerse hasta el punto
de arrogarse el derecho a la vida de los demás, ni cómo ningún hombre podía
estar tan falto de autoestima como para concederles a los demás el derecho a disponer
de su vida. Hoy, el desprecio perdura, pero la incredulidad ha desaparecido,
puesto que conozco la respuesta.
No fue hasta La
rebelión de Atlas cuando alcancé la respuesta completa a la pregunta de
Irina. En La rebelión de Atlas explico el significado filosófico,
psicológico y moral de los hombres que valoran sus propias vidas y de los que
no. Expongo que los primeros son los motores primarios de la humanidad, y los
segundos, asesinos metafísicos que trabajan por la oportunidad de convertirse
en asesinos físicos. En La rebelión de Atlas expongo por qué los hombres
están motivados o bien por una premisa de vida o bien por una premisa de
muerte. En Los que vivimos, expongo sólo que lo están.
Argumento:
la acción transcurre en 1922. La familia Argúnov, ‒compuesta por Aleksandr Dimítrievich
Argúnov, su esposa Galina Petrovna y sus hijas Lidia de
veintiocho, joven amante de la música e idealista, y Kira Argúnova de
dieciocho‒, vuelve a Petrogrado (antigua San Petersburgo) después de haber
estado en Crimea los cinco años que duró la Guerra Civil. Habían sido una
familia pudiente que lo perdió todo con la revolución. Viajan en un tren
atestado de soldados del ejército rojo y campesinos. Se dirigen a casa de María
Petrovna, hermana de Galina, casada con Vasili Ivánovich, antiguo
cazador y comerciante de pieles, quienes también lo han perdido todo. Los hijos de
María Petrovna son: Irina, Víktor Dunaev quien se acabará
convirtiendo en un exaltado comunista y la pequeña Aca.
La familia Argúnov consigue
un apartamento de tres habitaciones sobornando al camarada upravdom,
aunque no funciona la calefacción y las cañerías están estropeadas. El padre
abre una tienda de tejidos donde las más de las veces le pagan con lentejas o
manteca que acepta gustoso. Kira comienza sus clases en la Universidad, quiere
ser ingeniera: “Es la única profesión para la que no tendré que aprender
ninguna mentira. El acero es el acero. La mayoría de las demás ciencias son
elucubraciones de alguien, el deseo de alguien y las mentiras de muchas
personas”.
En la Universidad Kira conoce
Andréi Tagánov un miembro destacado del partido comunista. Ella es una
rusa blanca, pero está enamorada de Leo Kovalenski, contrarrevolucionario
buscado por la GPU (Policía Estatal Soviética), hijo del almirante Kovalenski
fusilado por los rojos, a quien conoció una noche de forma casual.
Comentario:
en la introducción del libro Ayn Rand nos dice: “La cuestión de la libertad
frente a la dictadura, pero, en esencia, se reduce a una única pregunta:
¿consideras moral tratar a los hombres como animales de sacrificio y
gobernarlos mediante la fuerza física? Si, como ciudadanos del país más libre
del mundo, no saben lo que esto significa en realidad, Los que vivimos
les ayudará a saberlo”.
“Mi opinión sobre lo que
debería ser una buena autobiografía se recoge en el título que Louis H.
Sullivan le puso a la historia de su vida: Autobiografía de una idea.
Sólo en ese sentido, Los que vivimos es mi autobiografía, y Kira, la heroína,
soy yo. Nací en Rusia, me eduqué en el régimen soviético, he visto las
condiciones de vida que describo. Los detalles de la historia de Kira no fueron
los míos: yo no estudié Ingeniería, sino Historia; yo no quería construir
puentes, sino escribir; su aspecto físico no guarda ningún parecido con el mío,
ni tampoco su familia. Los sucesos específicos de la vida de Kira no fueron los
míos. Sus ideas, convicciones y valores sí lo eran y lo son”.
Ayn Rand se declara
seguidora de la escuela romántica “realista” que proyecta las elecciones que
los hombres pueden y deben hacer, frente a la escuela naturalista que plasma
las elecciones que los hombres hayan podido hacer.
El sacrificio del
individuo frente al estado, “un ladrillo en la construcción del edificio” como
nos dicen en la novela, no tiene sentido. Para mí también la vida individual y
la libertad son los bienes más preciados que tiene el ser humano. No me invento
nada nuevo, ya lo dijo Kant en su momento. “El hombre es un fin en sí mismo, no
un medio para otra cosa”.
Suscribo las palabras del
personaje del viejo Lávrov: “Escuchadme, chavales. Pasé cuatro años en Siberia.
Los pasé porque vi a la gente morirse de hambre, andrajosa y aplastada bajo una
bota, y pedí libertad. Sigo viendo a la gente morirse de hambre, andrajosa y
aplastada bajo una bota, sólo que la bota es roja. No fui a Siberia para luchar
por una banda de maniacos, ebrios de poder y sedientos de sangre, que
estrangulan al pueblo como nunca lo habían estrangulado, y más ajenos a la
libertad que cualquiera de los zares. Adelante, bebed todo lo que queráis,
bebed hasta que ahoguéis el último jirón de conciencia que os quede en vuestros
estúpidos cerebros, bebed por lo que os dé la gana. Pero, cuando bebáis por los
sóviets, ¡no me incluyáis a mí!”
El libro no critica solo
el totalitarismo soviético, sino cualquier forma de totalitarismo. La novela de
Ayn Rand posee un lirismo que me recuerda a las mejores obras de los escritores
rusos del XIX. De lectura muy recomendable.
BIBLIOGRAFÍA
Antonio Flores Ledesma, Los
que vivimos. Reapropación crítica del pensamiento reaccionario de Ayn Rand,
Impossibilia. Revista Internacional de Estudios Literarios. ISSN 2174-2464. No.
23. (Mayo 2022). Miscelánea. Páginas 178-200.
Miguel Ángel García Vega,
Ayn
Rand: la pensadora que defendía que el individualismo nos hará libres,
El País, 12/06/2022.
Ayn Rand, Los que
vivimos, Deusto, Editorial Planeta, Barcelona, 2020.
Carmen R. Santos, Ayn
Rand en el «paraíso» comunista, ABC, 09/07/2020.
Andrés Felipe Ricaurte
Pazmiño, Hacia
una educación superior transformadora: Una reflexión sobre educación y libertad
en Ayn Rand, Laissez-Faire, No. 56-57 (Marzo-Sept
2022): 17-23.
Excel·lent novel·la amb un final d'un lirisme emocionant.
ResponderEliminarBeatriu F