(L114) La Regenta (1884) – 2.- Los conflictos de la novela.
Leopoldo Alas
“Clarín”, La Regenta (1884) – 2.- Los
conflictos de la novela.
La Regenta es la historia de cómo unos personajes,
inconformes con su mundo, anhelan trascenderlo y son vencidos en el intento. Lo
verdaderamente singular de la novela es la inmensa complejidad y riqueza de
matices con que el conflicto se produce. Podría decirse que la novela articula
tres planos de conflictividad: el de los conflictos sociales, el de los
conflictos del yo y el de las fuerzas trascedentes. En cada uno de ellos se
produce, además, una gran variedad de subconflictos.
1.- Los conflictos sociales. a) La Iglesia, muy jerarquizada y revuelta
por intrigas internas, pero aliada, como institución, de la aristocracia,
intenta prolongar el Antiguo Régimen. b) La
aristocracia, la podemos dividir en dos: la vieja casta anterior al XIX,
muy cerrada en sí misma y militantemente católica (los Carraspique, los Ozores)
junto a una aristocracia más reciente, fortalecida por la restauración, que
pacta con la burguesía y se aviene a los nuevos modos de vida, asume el papel
dirigente a través del partido conservador y mantiene tibias relaciones con la
Iglesia (los Vegallana). c) Las clases
medias, divididas en una alta burguesía (indiana) que pretende integrarse
en la aristocracia y una pequeña burguesía (tenderos, pequeños comerciantes,
oficinistas) que actúa pasivamente y es mantenida a raya por la Iglesia y la
aristocracia. d) El proletariado,
que suele vivir al margen de los problemas de arriba consciente de su
diferencia. Un subgrupo constituido por los servidores y los criadas, no
producen y tratan de ascender individualmente aprovechando los vicios de los de
arriba. Otro subgrupo es el de los mineros, seres brutales, desorganizados,
borrachos y pendencieros. El proletariado urbano que señala el avance del
movimiento obrero. Finalmente está el mundo de los pícaros, representado por
los monaguillos y pilluelos callejeros.
Entre las clases
sociales predomina una rígida separación marcada por la distribución en aéreas urbanas de la ciudad: La Encimada
(Iglesia, aristocracia, servidores, picaresca), la Colonia (burguesía), el
campo del Sol (el proletariado). Hay, sin embargo, toda una serie de
relaciones, la aristocracia y la Iglesia dirigen la vida social en íntima
connivencia. La alta burguesía (indianos ricos) trata de penetrar en este
tándem dirigente. Vetusta es una ciudad geográficamente bien diferenciada:
ambiente gris, lluvia continua, callejas estrechas y sucias en el barrio viejo,
trazada a tiralíneas y con casas pomposas en el barrio nuevo. Los alrededores
contrastan con la ciudad. La naturaleza en derredor es la vida: los mejores
momentos de Ana, de Víctor, de Frigilis, de Mesía, etc., transcurren en el
campo: en la finca de “el Vivero” o en las tierras de caza o excursión.
2.- Los conflictos del Yo. a) Ana Ozores, la Regenta, tiene toda una
serie de conflictos: de un lado es una desclasada, como hija de un aristócrata
que traicionó a su clase al definirse como librepensador y revolucionario y al
casarse con una modistilla, por si fuera poco extranjera. Su boda, en cierto
modo obligada, con un burgués acomodado. Ana presenta, desde niña, una pasión
familiar que tratará de sublimar toda su vida. Ana vive una perpetua
experiencia de soledad moral, de enfrentamiento siempre presente y siempre
irresuelto con el medio. Pero todo ello no agota su conflictividad. Ésta se
multiplica por una creatividad que no encuentra vías de realización adecuadas
en la rutinaria vida de una ociosa dama vetustense sin hijos: el tedio será uno
de los elementos más decisivos en el drama de Ana, tanto más cuanto se ve
arrojada una y otra vez a él tras el fracaso de todos sus intentos (místicos,
literarios, etc.) de superarlo. O por una naturaleza sensual y rica, exaltada y
pletórica que choca con la insatisfacción sexual producida por una marido
impotente, pero que no puede ser reconocida como tal insatisfacción por la
ideología puritana de Ana y por su tendencia al misticismo. La crisis de la
niñez la sublima por medio de la poesía y el misticismo. Una vez adulta,
intenta compensar sus tremendas insatisfacciones bien por el misticismo
(llevada de la mano del Magistral), bien por el erotismo (incitada por Mesía).
Ana se enfrenta a Vetusta, pues ambas vías, la erótica y la mística, coinciden
en última instancia en ser dos formas de rechazo de la realidad, dos intentos
de escapar al mundo cotidiano de Vetusta.
b) El Magistral, Fermín de Pas. Su
desmesurada ambición nace de las carencias de la infancia, pero es una ambición
en gran medida injertada, proyectada artificialmente desde la voluntad férrea y
resentida de la madre. Es obligado a vivir en nombre de las exigencias ajenas,
a utilizar el poder del yo en beneficio del otro (la madre), a reprimir las
protestas de la propia conciencia ante los abusos que la madre ejecuta a través
suyo (al dominar al obispo y convertir la diócesis en un coto privado de caza y
saqueo). Y todo ello para compensar el gran sacrificio del pasado, ese gran
agujero negro de la mala conciencia, en el que Fermín se siente redimido de la miseria
a costa de la condenación de su madre. Como compensación a Fermín le queda el
poder, juguete con el que la madre lo entretiene mientras ella resuelve el
único juego verdaderamente serio que es la acumulación de capital. Fermín se
siente encerrado en Vetusta, su carrera no progresa, y la tiranía que ejerce
sobre la ciudad le resulta insatisfactoria porque desprecia a Vetusta y sus
habitantes: son demasiado pequeños y mezquinos para él. Justo entonces aparece
Ana, la mujer más bella de Vetusta, la más inasequible y difícil. Representa en
principio un escalón más en su ascenso hacia el poder. Pero, poco a poco, el
misticismo de Ana le empuja a él, no al misticismo, sino a sentirse
progresivamente insatisfecho. Lo que sucede en la mente del Magistral es que de
pronto comprende que hay otra cosa que la lucha por el poder, las intrigas, las
mezquindades de la materia. El Magistral descubre en Ana el espíritu, pero
pronto comprende que Ana no puede ser suya sólo por el espíritu: otras fuerzas
la combaten. Fermín comprende perfectamente la complejidad psicológica de Ana.
Y al comprenderlo, se siente impulsado a desafiarlo todo, a poseer a Ana
íntegramente, lo que le lleva a desearla sexualmente. La misma Ana, con sus
caricias, sus mimos, le empuja a ello. Ana tiene sueños eróticos y Fermín lo
sabe. Ana sufre una profunda insatisfacción sexual y Fermín lo sabe, Ana
necesita amor humano, necesita seres de carne y hueso, y todo esto Fermín lo
sabe, a Ana no se le puede poseer solamente por el espíritu. Y a pesar de
saberlo se niega a reconocerlo y se empeña en mostrarse a sí mismo y a Ana el
lado puramente espiritual de su anhelo. El lado bonito y cómodo. De reconocer
las cosas como son, de darles su nombre, Fermín hubiera podido reaccionar en
consecuencia: romper con toda su vida anterior y luchar por Ana como lucha
Mesía, o renunciar a ella. Pero elige el camino más fácil. Ahí está, creemos,
su error. Seguir siendo el Magistral, seguir siendo el tirano mezquino de un
mundo mezquino, para no tener que rebelarse contra su madre y contra toda su
biografía.
c) El resto de los personajes se agrupan
por bloques en torno a estos dos. En torno al Magistral, y en relaciones de
oposición o paralelismo, se sitúan: doña Paula y Teresina (núcleo familiar);
Camoirán, Glocester, don Custodio, Ripamilán, Celedonio (núcleo clerical);
Carraspique, Páez, Olvido, el gran Constantino, Santos Barinaga (núcleo
social). En torno a Ana: don Víctor, Frigilis, Petra (núcleo familiar); Mesía
(del cual dependen a su vez: Foja, Frutos Redondo, don Pompeyo, Ronzal, Trifón
Cármenes), el Marqués y la Marquesa (de los que dependen: Obdulia, Visita,
Pedro, Paco Vegallana, J. Orgaz, Saturnino Bermúdez, Edelmira) y Somoza (todos
ellos formando el núcleo social). Entre los dos núcleos hay relaciones, claro
está, constantes y muy complejas.
Que Ana y Fermín
son, sin embargo, los ejes sobre los que gira la acción viene demostrado por el
hecho de que ambos están individualizados por su pasado. No es que los demás no
lo tengan, todos lo tienen. Pero en Ana y Fermín este pasado adquiere una
importancia decisiva: está minuciosamente descrito (dos capítulos enteros
dedicados al de Ana) y pesa sobre el presente, condicionándolo.
3.- Los conflictos de las fuerzas transcendentes. La
interpretación de La Regenta como un
conflicto simbolizador del choque de grandes fuerzas trascendentes ya había
sido insinuada por Benito Pérez Galdós, en su prólogo, cuando escribía: “el
problema de doña Ana Ozores, el cual no es otro que discernir si debe perderse
por lo clerical o por lo laico. El modo y estilo de esta perdición constituyen
la obra, de un sutil parentesco simbólico con la historia de nuestra raza”. Muy
en la línea de los Episodios Nacionales,
Galdós tendía a ver en la novela el enfrentamiento de dos Españas, la del Antiguo
y la del nuevo Régimen, la clerical y la laica, la reaccionaria y la liberal.
Enfrentamiento que como podéis ver perdura todavía en nuestros días.
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