(L115) La Regenta (1884) – 3.- El espacio de La Regenta



Leopoldo Alas “Clarín”, La Regenta (1884) – 3.- El espacio de La Regenta.

El espacio de La Regenta: lo que caracteriza el espacio humano y natural de La Regenta es su enorme capacidad englobadora, la desmenuzada impresión de totalidad que ofrece. Con una sola novela Clarín capta la totalidad en esencia de la España de la Restauración. La Regenta es la crónica de una ciudad y sus habitantes, de sus costumbres y sus excepciones. Junto al espacio (calles, plazas, casas, barrios, iglesias) y el tiempo (Navidad, Todos los Santos, Difuntos, Semana Santa, primavera, verano, otoño, invierno, las épocas de los sermones y ejercicios espirituales y la de los bailes, los baños de mar, las excursiones) físico perfectamente especificados, el espacio y el tiempo psicológicos dilatados e inmensos. Vetusta es la ciudad observada desde todas las alturas y rincones. A todas las horas del día y en todas las estaciones del año, es también el hábitat de unas personas observadas en todos los recovecos del laberintico cerebro humano.

Esta Vetusta clariniana, de cuya organización político-social ya hemos hablado, está dominada por un clima general de mezquindad y convencionalismo. Clarín registra una a una las cursilerías, estupideces, ridiculeces y tonterías de cada uno de los protagonistas. Nada perdona ni nada se le escapa. El distanciamiento grotesco impregna la novela.

En gran parte este mundo vetustense está atiborrado de lujuria: la procesión en que desfila la Regenta de nazarena es motivo de una tremenda erotización pública; la escena en que el Magistral asiste al Catecismo de los niños, donde adolescentes e impúberes recitan las lecciones de fanatismo inculcadas a presión en sus mentes, es de una sofisticación morbosa. Las fiestas religiosas, con la consiguiente acumulación de gente en las iglesias, son el punto elegido por toda Vetusta para rozarse, empujarse, entrechocar, mezclarse con una promiscuidad de rebaño enloquecido. Si se organiza toda una conspiración para hacer caer a Ana, es porque nadie soporta la idea de una “decencia” auténtica. Cuando Ana cae, Obdulia dirá que está probado, que ella era como todas, ni más ni menos. Mesía es el héroe, el modelo, el estereotipo perfecto de todos los vetustenses, porque es precisamente la quintaesencia de su erotismo. Esta atmósfera se refleja hasta en las mínimas acciones: cuando Teresina hace la cama del Magistral, o cuando Ana muerde una cereza del cesto que le llevan desde el Vivero a Álvaro Mesía, o cuando Fermín de Pas succiona hasta arrugar una flor entre sus labios. También los objetos, los muebles, los ambientes, están impregnados de un erotismo ambiental y decorativo: la piel de tigre de Ana, sus sábanas, las ropas de Obdulia, los muebles del salón amarillo de la marquesa, etcétera. Junto a este erotismo refinado, que se envuelve en una atmósfera exquisita, sensual y decadente, hay otra clase de erotismo, en estado bruto: el del bosque, la casa del leñador, el pozo de paja en el Vivero, los pisotones y los pellizcos, los juegos promiscuos y falsamente infantiles, etc.

Un rasgo muy curioso en el mundo de Vetusta es aquél por el que muchos personajes pretenden ser únicos en algo, destacarse de la masa. Así aparecen el único ateo de Vetusta (don Pompeyo Guimarán), la única viuda alegre (Obdulia Fandiño), el único nazareno (Vinagre), etc. Asimismo, para la opinión pública, Ana es la única mujer honrada de la Vetusta elegante. La pretensión de presentarse como cultos, por ejemplo, es castigada ferozmente por Clarín, al hacer que los personajes disparen toda clase de majaderías (Pepe Ronzal dice “manolito” por “monolito” y llama a la Venus de Milo, Venus del “Nilo”). Otra locura vetustense es la manía imitadora. Se quiere imitar ciegamente la moda de Madrid o de París, consiguiéndose efectos espectacularmente provincianos.

El espacio y el tiempo, como ya hemos indicado antes, no se agotan en su concreción geográfica o cronológica, sino que son desbordados una y otra vez por el espacio interior y el tiempo psicológico. Los quince primeros capítulos transcurren en justo tres días, y en ellos, sin embargo, no sólo conocemos todo el espacio físico de Vetusta, sino casi todos los personajes, con su pasado, su conocimiento de otras tierras y su recuerdo de otros tiempos, con sus características peculiares y el mundo dilatado de su psiquismo.

Para dar la sensación de un espacio global unitario y complejo, Clarín se vale de una serie de recursos muy ricos y perfilados. El más elemental de ellos es el de, planteada una situación, dar cuenta de las reacciones, una por una, de todos los personajes envueltos en ella. Más sutil es la que podríamos llamar “técnica de carrusel”. Consiste en reunir a una serie de personajes, bien en un medio muy concreto, o bien ante un problema determinado, e ir dando cuenta de su actitud y de su reacción ante el estímulo exterior, pero cuidando de que en el estudio de la reacción de cada uno se inmiscuyan por asociación otros personajes, de modo que se vayan estableciendo una serie de puentes asociativos que van dando un sentido de entramado rotatorio a la visión de los personajes. Este entramado puede acelerarse o retardarse; se acelera cuando el problema inicial planteado se pasa, por asociaciones entre los personajes, cuyas personalidades peculiares dan pie al cambio de tema, a otra serie de problemas que van entrecruzando rápidamente a los personajes; se retrasa cuando el movimiento del carrusel desemboca en la introspección psicológica de uno de los personajes. Todo el capítulo XVIII es un ejemplo perfecto de este mecanismo.

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