(L164) Diarios (1910-1923) – 2 y último.
b) El miedo al matrimonio, al compromiso.
“Recopilación de
todo lo que se puede decir a favor y en contra de mi matrimonio:
1.- Incapacidad
de soportar la vida solo, aunque no incapacidad de vivir, sino al contrario;
quizás es improbable que sepa vivir con alguien; pero sí soy incapaz de
soportar a solas el embate de mi propia vida, las exigencias de mi propia
persona, la ofensiva del tiempo y de la edad, la vaga afluencia del gusto por
escribir, el insomnio, la proximidad de la locura. Puede que, naturalmente, lo
mezcle todo. La unión con F. daría a mi existencia mayor capacidad de resistir.
2.- Todas las
cosas me dan en seguida que pensar. Cada uno de los chistes de la revista
humorística, el recuerdo de Flaubert y de Grillparzer, la visión de los
camisones dispuestos para acostarse sobre la cama de mis padres, el matrimonio
de Max. Ayer le dije a mi hermana: “Todos los casados (entre nuestras
amistades) son felices, no puedo concebirlo”; también esta manifestación me dio
que pensar y volví a sentir angustia.
3.- Necesito
estar solo mucho tiempo. Lo que he realizado hasta ahora no es más que un
triunfo de la soledad.
4.- Odio todo lo
que no tiene relación con la literatura, me aburre sostener conversaciones
(aunque sean sobre literatura), me aburre ir de visita; las penas y las
alegrías de mis parientes me llenan el alma de aburrimiento. Las conversaciones
quitan la importancia, la seriedad, la verdad a todo lo que pienso.
5.- El miedo a
la unión, a dar el paso. Ya nunca más estaré solo.
6.- Ante mis
hermanas, así ocurría al menos en otro tiempo, he sido una persona
completamente distinta a como soy ante la otra gente, intrépido, expuesto a
todo, poderoso, sorprendente, conmovido como sólo lo estoy cuando escribo. ¡Si
pudiera ser así ante todo el mundo por mediación de mi mujer! Pero, ¿no sería
en detrimento de la literatura? ¡Eso sí que no!
7.- Solo, es
posible que alguna vez pudiese dejar mi empleo. Casado nunca será posible”. (21
de julio de 1913)
En una carta
dirigida al padre de Felice Bauer dice: “Y ahora, compáreme usted con su hija,
con esa muchacha sana, alegre, natural, vigorosa. (…) conmigo debe ser
desgraciada, por lo que a mí se me alcanza. No sólo por mis circunstancias
externas, sino mucho más por mi propia manera de ser; soy una persona reservada,
silenciosa, insociable, insatisfecha, sin que pueda definirlo para mí como una
desgracia (...) Todo lo que no es literatura me aburre y lo odio, porque me
demora o me estorba, aunque sólo me lo figure así. Por otra parte, para la vida
familiar carezco del menor sentido, como no sea el de la observación. (…) Un
matrimonio no podría cambiarme, como tampoco puede cambiarme mi empleo”. (21 de
agosto de 1913)
“Por entonces no
podía casarme; todo en mí se rebelaba contra ello, por mucho que quisiera a F.
Era, principalmente, la consideración hacia mi actividad de escritor lo que me
detenía, porque creía que dicha actividad se vería comprometida por el
matrimonio. Puede que tuviera razón; pero mi soltería, con la vida que ahora
llevo, la ha aniquilado”. (9 de marzo de 1914)
“Mi comprobación
era correcta, y fue reconocida como tal: cada uno ama al otro tal como es. Pero
por ser este otro como es, no cree poder vivir con él”. (24 de enero de 1915)
“No envidio a un
matrimonio concreto, envidio a todas las parejas matrimoniales, y aunque sólo
envidie a una sola pareja, envidio propiamente toda la felicidad matrimonial en
su infinidad de formas; pero yo, aun en el más favorable de los casos, me
desesperaría en la felicidad de un matrimonio ideal”. (17 de octubre de 1920).
“Sin
antepasados, sin matrimonio, sin descendientes, con unas ganas tremendas de
tener antepasados, de casarme, de tener descendencia. Todos me tienden la mano:
los antepasados, el matrimonio y la descendencia, pero están demasiado lejos
para mí”. (21 de enero de 1922)
c) Sobre su salud:
“Pasado mañana
salgo para Berlín. A pesar del insomnio, de los dolores de cabeza y de las
preocupaciones, me encuentro tal vez mejor que nunca”. (28 de mayo de 1914).
“Tener que
soportar y causar tales dolores”. (5 de julio de 1914).
“Por la noche,
solo en una silla bajo el arbolado de “Unter
den Linden”. Dolores abdominales. Triste cobrador. Se pone delante de la
gente, mueve los billetes en la mano y sólo pagando es posible sacárselo de
encima. (…) Todo ello en medio de mis dolores abdominales. Noche terrible,
transcurrida entre sufrimientos difíciles de soportar. Y sin embargo, casi no
la recuerdo”. (21 de julio de 1914)
“Cuestión
irresoluble: ¿Estoy desecho? ¿Estoy en decadencia? Casi todos los síntomas indican
que sí. (Frío, embotamiento, nerviosismo, distracción, incapacidad en la
oficina, dolores de cabeza, insomnio); la esperanza es casi lo único que se
opone a ello”. (7 de octubre de 1915)
“Días inútiles,
fuerzas que se consumen en la espera y, a pesar de tanta inactividad, los
persistentes dolores de cabeza. (Tengo, según parece, una tuberculosis
progresiva)”. (19 de noviembre de 1915).
“Visto con ojos
primitivos, el dolor corporal es la verdad única, irrefutable, no perturbada
por nada externo. Es curioso que el dios del dolor no fuese la principal
divinidad de las primeras religiones (quizá lo haya sido de las posteriores). A
cada enfermo, su dios lar; al enfermo de los pulmones, el dios de la asfixia.
¿Cómo puede uno soportar su llegada, si no ha comulgado con él antes de la
terrible unión?” (1 de febrero de 1922).
d) Su carácter depresivo y solitario:
“Todo es
imaginación, la familia, la oficina, los amigos, la calles, todo imaginación
(más o menos cercana), la mujer; pero la verdad más inmediata, es que oprimes
la cabeza contra la pared de una celda sin puerta ni ventana” (21 de octubre de
1921).
“Esta zona
fronteriza entre soledad y compañía, he podido cruzarla rarísimas veces, e
incluso puedo decir que he afincado en ella más que en la misma soledad. ¡Qué
país más vivo y hermoso debió de ser, en comparación con éste, la isla de
Robinson!” (29 de octubre de 1921).
“Interminable y
sombría tarde de domingo que devora años enteros de vida; una tarde que se
compone de años. Alternativamente, desesperado por las calles vacías y
tranquilo en el canapé. Algunas veces, estupefacción ante las nubes que pasan
casi incesantemente, sin color, sin sentido. ¡Te reservan para un gran lunes!
Bien hablado, pero el domingo no acaba nunca”. (2 de noviembre de 1921)
Termino con el
acertado diagnóstico que hace Jordi Llovet sobre la obra de Kafka: «Creo que ha
sido el más perceptivo de los escritores del siglo XX. O sea, el hombre que vio
hacia dónde evolucionaría la distancia entre estado e individuo, máquina de
poder e individuo, singularidad y colectividad, masa y ser ciudadano».
Las obras de
Kafka que creo fundamentales y que por tanto se deberían leer son: La condena (1912), El desaparecido (América) (1912), La metamorfosis (1915), El
castillo (1922), El proceso (1925)
y la famosa e inquietante Carta al padre
(1919).
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