(L165) La hija del optimista (1973)


Eudora Welty, La hija del optimista (1973)

La escritora que comentamos hoy, Eudora Welty (1909-2001), nació en Jackson, Mississippi, y fue la primera escritora que vio publicada en vida su obra en la prestigiosa Library of America. Galardonada con el prestigioso Premio Pulitzer, La hija del optimista (1973) es, sin duda, su obra maestra. En la tradición de la más brillante novela sureña —de la que forman parte William Faulkner, Truman Capote, Robert Penn Warren y Carson McCullers—. La hija del optimista narra la historia de Laurel McKelva, una mujer de mediana edad (45 años) que viaja a Nueva Orleans para hacerse cargo de su padre, un juez retirado (Mckelva tiene 71 años) que ha de someterse a una operación quirúrgica. El juez no logra recuperarse, y muere lentamente. Será entonces cuando Laurel emprenda un largo viaje de regreso, en el tren rápido Nueva Orleans-Chicago, a su hogar familiar en Mount Salus, Mississippi, llevando consigo el cuerpo de su padre, y siempre vigilada por la segunda esposa de éste, Fay, una mujer orgullosa y más joven que Laurel. Las damas de honor reciben el féretro. En la enorme casa, rodeada de sus antiguos conocidos y de las paredes que la vieron crecer, Laurel ha de enfrentarse a los fantasmas de su juventud y a las deudas del pasado.

Este es el punto de partida en el que Welty sitúa una historia tan intensa como íntima, donde nos va a mostrar ese gran escenario que es el sur norteamericano, compuesto por unas costumbres (la de las clases altas) y unos personajes muy peculiares, y que a pesar que ha sido retratado en innumerables ocasiones, esta vez Welty pone el acento en la visión de una mujer, y a través del rastreo de su pasado y su familia nos va a mostrar un universo nuevo, diferente e intenso, con muestras de una gran madurez narrativa y de ejercicio literario, como por ejemplo, cuando en la segunda parte de la novela es capaz de reproducir de una forma sublime los diferentes diálogos que se producen entorno al cadáver del juez mientras lo están velando, rotando de personaje en personaje y consiguiendo dar a cada uno de ellos una particular voz que los diferencia y los retrata, plasmando de esta forma tan inteligente una fotografía dinámica de un pueblo, de una generación y de un Estado.

La fuerza narrativa de esta novela se encuentra en la tercera y la cuarta parte de la misma, cuando Laurel recuerda el pasado de su madre “allá arriba, en casa” figura que se convierte en un leitmotiv intenso, íntimo, melancólico y autobiográfico con el que tiñe el relato de epopeyas y sentimientos desgarradores, tejiendo bajo ese impulso la vida de su familia, en la que se van sucediendo los recuerdos del padre (recientemente fallecido), su marido (fallecido en la Segunda Guerra Mundial) y su madre (fallecida hace diez años), “nadie puede salvar a nuestros padres”, lo que le permite a Welty dar saltos en el tiempo de una forma acertada.

Y para que no le falte nada a esta gran novela, la superstición y simbolismo mágico de Nueva Orleans se personifican en la misma, cuando Laurel regresa a la casa paterna después del entierro, y un pájaro que se cuela por las ventanas abiertas recorre todas las estancias de la casa, consiguiendo que ella se vaya desplazando de habitación en habitación y finalmente se refugie en la que la devolverá al recuerdo de su madre “allá arriba en casa”. Laurel llora de pena por su amor y por los muertos.

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