(L399) Rabos de lagartija (2000)
Juan Marsé, Rabos de lagartija (2000)
Sigo comentado la obra de
este excelente escritor barcelonés que me tiene atrapado en un único escenario:
el de la Barcelona de postguerra, que ya se ha incorporado a mi imaginario
afectivo y sensorial. Juan Marsé
(Barcelona, 1933) forma parte de lo que se llamó la Escuela de
Barcelona: una pléyade de grandes escritores catalanes en lengua castellana.
Argumento: el
narrador está en el vientre de su madre1 y nos explica las aventuras
y trapacerías de su hermano David, quien se ha traído a su casa a un perro
viejo, llamado Chispa, que pertenecía al señor Augé a quien se han llevado
detenido. El padre, Víctor Bartra, los abandonó una noche descolgándose a
culetazos por el barranco al que da la parte trasera de la casa.
La historia comienza
cuando el inspector Galván llama a la puerta. “Vivimos en lo alto de la ciudad,
en un callejón sin salida y casi al borde de un barranco, pero nuestra casa
tiene dos puertas, una de ellas se abre al callejón y al día, y la otra a la
noche y al barranco, un tajo no muy profundo de tierra rojiza y paredes
escarpadas y porosas que se desmorona dócilmente nada más acercarse a ellas”.2
De las fechas del relato sabemos que “es el verano de la bomba de Hiroshima”.3
El inspector le pregunta
a David por su madre a la que el chico y la vecindad llaman “la pelirroja”.
Galván le trae un libro que se le cayó la otra tarde en la parada del tranvía.
Pregunta a las vecinas y cada una de ellas va contando lo que sabe del marido
de la pelirroja. El inspector sigue a la pelirroja en el tranvía y la interroga
en su casa. Ella lleva veinte años en Cataluña pero pasó su infancia en Coín,
Málaga. Vive en cincuenta metros cuadrados realquilada con derecho a baño y
cocina; con su hijo David, y el piojito que lleva dentro. Había tenido otro
hijo, el mayor llamado Juan, que murió en uno de los bombardeos de la Gran Vía
durante la guerra, muy cerca del teatro Coliseum.
David fantasea que habla
con su hermano muerto y también con el que todavía no ha nacido. También se
imagina hablando con su padre, un pordiosero borrachín en el barranco por donde
se supone que huyó. Sueña así mismo con la fotografía de un piloto de la RAF
que está junto a su Spitfire
derribado con una formidable cazadora de cuero y que parece haber salido
indemne y que es apresado por dos soldados de la Wehrmacht. Con su amigo
Paulino se dedican a cortar rabos de lagartijas con la descabellada idea de que
sirven para curar las almorranas…
Comentario: continua
la obsesión de Marsé por el Carmelo y esa zona desheredada de la Barcelona de
la autoconstrucción y el chabolismo, de los perdedores de la guerra también emigrantes
en una Barcelona triste, sucia y miserable pero que vista por los ojos de un
niño (posiblemente él mismo) parece mágica y adorable.
“Un callejón de tierra
apelmazada y negruzca, roturada por los juegos de navaja de los niños, apenas
transitada y con orines y regueros de agua sucia y espuma de jabón, según la
hora del día, así es nuestra calle, la calle que David Bartra nunca reconocerá
como la suya. Callejón del Viento, lo llaman a eso. No más de diez o doce casuchas,
enjalbegadas algunas, otras de ladrillo rojo y todas de una sola planta, con
escalera exterior y azoteas agobiadas con improvisados habitáculos de madera o
de obra: palomares, lavaderos, trasteros. La calle, surgida como por ensalmo en
la falda más pobre de la colina y un poco descolgada del barrio”.4
Para el crítico literario
Ricardo
Senabre hay una evolución en
la obra de Marsé ya que “Subsisten los elementos de denuncia, la evocación
de unos años de orfandad moral, sórdidos y grises, pero los perfiles son menos
acusados”.5 Opinión corroborada también por el propio Marsé: “Es
cierto que en Rabos de lagartija hay
temas que ya aparecían en mis novelas anteriores”, admite Marsé. “Están la
Barcelona de la posguerra, el barrio del Carmelo, el padre ausente, los niños
que juegan en la calle... También hay algunos subtemas recurrentes, como el
mundo del cine, la fascinación juvenil por la violencia. Hay algo de eso, pero
también hay algo más”. Este algo más se refiere por ejemplo a un punto de vista
original, ya que el narrador es un no nato. “Esto es una convención”, explica
el escritor. “Me pareció que este punto de vista me permitiría una distancia
temporal y espacial beneficiosa. Además, me daba posibilidades humorísticas. Es
un punto de vista inverosímil, pero para mí era todo un reto”.6
Según Santos
Alonso es una novela sobre la soledad “comparte esta novela la narración de la soledad, o mejor, el
enfrentamiento de varias soledades. Los personajes forman un grupo de
individualidades en conflicto. Son náufragos en busca de una tabla a la que
asir su desgracia, y sin embargo, actúan al modo de las fuerzas contrapuestas
que sólo activan y desprenden su energía en el choque con las demás. Cada cual
arrastra su derrota en la soledad, pero sólo consiguen activar y extraer de sí
mismos la razón existencial para superarla cuando entran en confrontación o en
contacto con los otros. El espacio del barrio es un páramo de esperanzas rotas
y de ilusiones perdidas, pero también un territorio de conquista reclamado por
la intimidad de unos supervivientes desesperados y agónicos”.7
La novela cuya lectura es
muy recomendable obtuvo el Premio Nacional de la Crítica y el Nacional de Narrativa
del año 2001.
NOTAS:
1.- Algo a lo que ya se
había atrevido un epígono de la picaresca. Antonio
Enríquez Gómez, en su Vida de don
Gregorio de Guadaña (1644). También ha utilizado este recurso, con peores
resultados que Marsé, Ian McEwan en su novela Cáscara de nuez (2016).
2.- Juan Marsé, Rabos de lagartija, Editorial Lumen,
Barcelona, 2000, p. 18.
3.- Ibidem, p. 19.
4.- Ibidem, p. 45.
5.- Ricardo Senabre, Rabos
de lagartija, El Cultural, 17/05/2000.
6.- Xavier Moret, Juan
Marsé gana a los 68 años, con 'Rabos de lagartija', su primer premio Nacional,
El País, 10/10/2001.
7.- Santos Alonso, Marsé
no defrauda, Revista de Libros, 01/08/2000.
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