(L397) La guerra del fin del mundo (1981)
Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo (1981)
Hoy toca el comentario de
otra novela del escritor peruano Mario Vargas
Llosa (Arequipa, 1936). La
guerra del fin del mundo (1981) es la tercera novela que os traigo de este
excelente escritor. Conservador en lo político y liberal en lo social no os
dejéis influir por su perfil público, en algunas ocasiones algo banal, pero que
no le impide ser un gran escritor.
Argumento:
Antonio Vicente Mendes Maciel es un hombre alto y flaco que vaga por los
pueblos del sertón al norte del Brasil. Habla a los peones, vaqueros, esclavos
libertos, mujeres y niños. Les dice que se ha de restaurar la Iglesia y el
cementero. También les da consejos prácticos y sencillos que a todos parecen
buenos. Por eso comenzaron a llamarlo el
Consejero.
El Jornal de Noticias es el único diario verdaderamente republicano
del país. Es lunes 2 de octubre de 1896. Había nacido en Pombal y no hubiera
debido vivir pues cuando todavía gateaba ocurrió una sequía que mató cultivos,
hombres y animales. Le pusieron por nombre Antonio y era hijo de un zapatero y
su querida. A raíz de la sequía murieron sus padres y sus tres hermanos
mayores. Lo adoptó otro zapatero apodado el Tuerto que andaba siempre medio
borracho. Gracias a la ayuda de algunas damas caritativas va subsistiendo. Lo
llevan a catecismo y el chico desarrolla un fervor religioso. Ayuda a misa y se
comporta caritativamente con ciegos y leprosos. Acaban apodándole el Beatito. Tiene catorce años cuando
ve por primera vez al Consejero y un grupo de ermitaños que llegan a Pombal.
Pasados unos días pretende irse con ellos pero el Consejero le dice que no. La
segunda vez que pasan por la ciudad, meses después, sí que se lo lleva.
Galileo
Gall,
no era su verdadero nombre, había nacido a mediados de siglo en un poblado de
Escocia. Su padre era libertario y fundador de la ciencia frenológica. Estuvo
en Burdeos, París y Barcelona, donde estudió medicina con Mariano Cubí y tuvo
que huir por su participación en actos revolucionarios. En 1894 era médico de
un barco alemán que naufragó en las costas de Bahía.
Cuando la gran sequía de
1877 mató a la mitad de hombres y animales de la región, el Consejero ya no
peregrinaba solo sino acompañado. Lo peor eran las cobras y las cuadrillas de
bandoleros que se multiplicaron y caían voraces y asesinas sobre los pueblos ya
diezmados por la catástrofe. Parece ser que las serpientes y los bandidos
respetaban al Consejero y los suyos. Nunca tuvieron que preocuparse por el
alimento pues por donde pasaban recibían dádivas de los campesinos y patronos.
El teniente Pires
Ferreira explica al Comisionado que unas mil personas invadieron la hacienda
los Canudos perteneciente al Barón de Cañabrava. Iban en procesión como
pacíficamente y al pasar junto al destacamento empezaron a disparar y a “dar
mueras”.
Joâo
Grande fue acogido desde pequeño como paje por la señorita
Adelinha de Gumuncio. Transcurridos los años y en un viaje al Convento de la
Encarnación con la señorita, la mata y descuartiza huyendo a la selva como un
cimarrón. Joâo se hizo un negro descomunal. Un día cerca de Pombal escuchó a un
predicador que hablaba del Demonio y se unió a él.
La flamante República
decide enviar treinta guardias uniformados y armados con fusiles. Partieron en
busca del Consejero para prenderlo por haber quemado unos edictos del gobierno.
Al encontrarlo los guardias fueron derrotados y puestos en fuga. Una segunda
fuerza de sesenta hombres recorrió el lugar sin encontrar a nadie, ni obtener
ninguna información ni colaboración de los lugareños.
El relato de Fray Joao
Evangelista de su estancia en Canudos, enviado por el Arzobispo de Bahía, habla
de doctrinas subversivas del orden, de la moral y de la fe. No existe el
matrimonio y los bienes no tiene dueño, son de todos. Se llaman a sí mismos los
yagunzos, los alzados. Son una secta
político-religiosa insubordinada contra el gobierno constitucional del país. No
aceptan sus leyes ni reconocen su autoridad.
Comentario:
es
la historia novelada de una guerra concreta y real, cuando los pobres del
Brasil, animados por la prédica de un carismático santón, arremetieron contra
la República que se había instalado en el poder después de la caída incruenta
de la monarquía. El episodio, además de verídico, tiene el patetismo de las
mejores ficciones y contiene, de una forma u otra, la vasta gama de
malentendidos que recorren las páginas cruciales de la historia política de los
pueblos del Nuevo Mundo.
Me recuerda un poco a la
novela de Joâo
Guimarâes Rosa (1908-1967), Gran
Sertao. Veredas (1956) que leí en mi juventud. El lugar geográfico y
algunas peripecias de la gente humilde protagonista son muy parecidas. La
vastedad de las naciones emergentes y el inicio de una vida colectiva y social
están en el sustrato de estas historias.
¿En qué consiste el
progreso? ¿En el aumento de lámparas para el alumbrado público? También se
puede medir el progreso histórico en la capacidad de las personas para ejercer
la crítica y la autocrítica. Ni los rusos ni los hispanos tuvieron siglo XVIII.
Esta carencia ha sido fatal para los pueblos latinoamericanos: la crítica no
sólo prepara los cambios sociales sino que, sin ella, esos cambios se
convierten en fatalidades externas. Gracias a la crítica asumimos los cambios,
los interiorizamos, cambiamos nosotros mismos.
La guerra de Canudos
fue un conflicto entre fanatismos paralelos. Ambos bandos se confrontaron no
con un adversario real sino con enemigos recíprocamente fantaseados y
elaborados a la medida del delirio de cada cual. Nada verdaderamente importante
para el país se decide con el triunfo de uno u otros.
Todavía me queda alguna novela interesante por leer de Vargas Llosa. La
guerra del fin del mundo, desgraciadamente, la he encontrado lenta y un
poco pesada. Espero poder seguir comentándoos en el blog otras novelas de
Vargas Llosa en los próximos meses y años.
Hola, Tomás! Como siempre, un buen análisis. Un comentario muy bueno; y me ha encantado la referencia y la diferencia entre el escritor y el personaje actual de las revistas.
ResponderEliminarYo también la encontré bastante lenta.
Un abrazo
Adelaida