(L99) El alma del ateísmo (2006) – Parte 2 y última


Vamos a los tres argumentos positivos:

4) Existe un exceso de mal en el mundo. Epicuro: “O bien Dios quiere eliminar el mal y no puede (entonces es impotente, lo que no es adecuado a Dios), o puede eliminarlo y no quiere (entonces es malvado, idea que es extraña a Dios), o ni lo quiere ni puede (entonces es a la vez impotente y malvado), o lo quiere y lo puede (algo que sólo está al alcance de Dios), ¿de dónde procede entonces el mal, o por qué Dios no lo suprime?” De ellos, hay que concluir que ningún Dios ha creado el mundo, ni lo gobierna, sea porque no hay Dios o sea porque los dioses no se ocupan de nosotros. Lucrecio: “¡La vida es demasiado difícil; la humanidad, demasiado débil; el trabajo, demasiado agotador; los placeres, demasiado vanos o demasiado escasos; el dolor, demasiado frecuente o demasiado atroz, y el azar, demasiado injusto o demasiado ciego como para que se pueda creer que un mundo tan imperfecto tenga un origen divino! (p.121) Hay que reconocer el mal y combatirlo en la medida de lo posible. Esto ya no es religión, sino moral; ya no es fe, sino acción. (p.128)

5) Mediocridad del hombre. La idea de que Dios haya podido consentir en crear tal mediocridad –el ser humano- me parece muy poco plausible. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, leemos en el Génesis. Esto haría dudar del original. Que el hombre desciende del mono me parece mucho más concebible. (p.129) El humanismo no es una religión, es una moral. Se trata de “hacer al hombre como es debido”, como dijo Montaigne, y nunca acabaremos de hacerlo. (p.130) Creer en Dios es un pecado de orgullo. Sería atribuirse una gran causa para un efecto tan pequeño. El ateísmo, al contrario, es una forma de humildad. Somos hijos de la tierra y esto se nota… Mejor asumirlo e inventarnos el cielo que nos corresponde. (p.132)

6) El deseo y la ilusión. ¿Qué es lo que deseamos por encima de todo? En primer lugar, no morir, o no por completo, o no definitivamente. A continuación, volvernos a encontrar con los seres queridos que hemos perdido. También, que la justicia y la paz acaben por imponerse. Y, finalmente, y quizá sobre todo, ser amados. Ahora bien, ¿qué nos dice la religión, especialmente la cristiana? Que nosotros no morimos o que vamos a resucitar. Que, en consecuencia, nos volvemos a encontrar con los seres queridos que hemos perdido. Que la justicia y la paz prevalecerán al final. Y, en fin, que ya somos amados con un infinito amor… ¿Qué más se puede pedir? Es de temer que una creencia que coincide hasta tal punto con nuestros deseos haya sido inventada para satisfacerlos. Tal es el argumento de Freud, en El porvenir de una ilusión. (p.134) La ilusión no es un determinado tipo de error, sino un determinado tipo de creencia: consiste en creer que algo es verdadero porque se desea con intensidad. No hay nada más humanamente compresible. Ni más filosóficamente discutible. (p.138) El derecho a no creer. El lector sabe por qué no creo en Dios: primero, porque ningún argumento prueba su existencia; luego, porque ninguna experiencia lo atestigua; y finalmente porque quiero seguir siendo fiel al misterio y por lucidez ante nuestros deseos y nuestras ilusiones. Es evidente que no pretendo imponérselas a nadie. Me basta con reivindicar mi derecho a enunciarlas públicamente. (p.140) La libertad de conciencia forma parte de los derechos humanos y de las exigencias del pensamiento. (p. 141)

3.- ¿QUÉ ESPIRITUALIDAD PROPONER A LOS ATEOS?

Podemos prescindir de la religión pero no de la comunión, ni de la fidelidad ni del amor, tampoco de la espiritualidad. (p.143) Ser ateo no significa negar la existencia del absoluto, sino es negar que el absoluto sea Dios. (p.145) Para mí, la naturaleza es la totalidad de lo real, y estoy convenció de que la naturaleza existe antes de que el espíritu la piense, niego la independencia ontológica del espíritu, pero no su existencia. (p. 146-147) Propongo una espiritualidad de la fidelidad más que de la fe, de la acción más que de la esperanza y por último, del amor más que del temor o de la sumisión. (p.149) El universo está ahí, nos envuelve, nos rebasa: es todo y nosotros no somos casi nada. Puede ser pensado (metafísica) o percibido (espiritualidad), cuando contemplamos esta inmensidad que nos contiene, adquirimos una conciencia, por contraste, de nuestra propia pequeñez, pero que engrandece el alma, porque el ego, por fin instalado en su lugar, deja de ocuparlo todo. (p. 155) El yo es una prisión, la experiencia de la naturaleza, en su inmensidad, es una experiencia espiritual que nos libera, en parte, de la estrecha prisión del yo. (p. 156) La contemplación de la inmensidad hace que mi egocentrismo, y por tanto la ansiedad, sea algo menos fuerte, a veces, parece anularlos por un momento. (p. 157) Freud lo llamaba “el sentimiento oceánico”, sentimiento de unión con el gran Todo y de pertenencia a lo universal, como la ola o la gota de agua en el océano. (p. 158) No pertenece a ninguna religión, ni a ninguna filosofía, es una experiencia. (p.162) “Sentimos y experimentamos que somos eternos”, escribía Spinoza en la Ética. Nuestra relación con el arte: La música de Mozart, los cuadros de Vermeer.

Llamo plenitud a cuando la cuestión de la posesión ya no se plantea, no hay nada que querer, sólo el ser y el actuar. (p. 171) Ninguna sed. Ninguna avidez. Os habéis liberado de la posesión misma. (p. 173) Uno ha dejado de observarse: ve. Uno ha dejado de simular: actúa. Uno ha dejado de esperar: está atento. Sólo existe el ser. Ya no hay separación entre el interior y el exterior, entre el yo y el todo. Lo único que existe es todo, y la unidad de todo (p. 175) Abandonad el ego, dejad de pensar: queda el todo. (p. 176) Vivir no es una reflexión, es una experiencia, que se da en el presente y no existe otra cosa. Vivimos en la eternidad del presente. (p. 180) No hay nada que esperar, nada que temer: todo está ahí. Sólo se espera lo que no se tiene o lo que nos falta, sólo esperamos el futuro, mientras que sólo vivimos en el presente. La esperanza es el principal enemigo del hombre. (p. 182) Tan sólo quien nada espera vive sin temor. Y esta falta de temor lo vuelve difícil de vencer e imposible de someter. (p. 183) La puesta entre paréntesis de todo juicio de valor. El mundo hay que tomarlo (el sabio) o dejarlo (el asceta). Como decía Nietzsche: “Afirmación dionisíaca del universo tal cual es, sin posibilidad de sustracción, de excepción o de elección”. (p. 185) Aceptación del mundo sin Dios ni amo. (p. 191) La perfección es ninguna dependencia, liberarse de todo, de los padres, del entorno, incluso de uno mismo. ¿Qué es lo que queda? Todo. Filosofar es aprender a desprenderse. No se nace libre, sino que se llega a ser, y nunca se acaba de llegar. (p. 192) La muerte no me robará más que el futuro y el pasado. Sólo me arrebatará el mí mismo. Para la vida en el presente no existe la muerte. La muerte sólo me despojará de mis ilusiones. (p. 194) Cuando no hagas diferencias entre lo absoluto y lo relativo Dios habrá dejado de faltarte y el ego habrá dejado de estorbarte. (p. 198) Entonces excepcionalmente habitaremos en la eternidad, o tendremos conciencia de habitar en ella. (p. 200) Es necesario liberarse de las miserias del yo, salir de uno mismo todo lo que se pueda, vivir más en lugar de esperar vivir. (p. 203-204) Lo real es mucho más interesante que el yo, que no es más que las ilusiones que uno se hace sobre sí mismo. Podemos salir de él mediante el conocimiento y la acción. El ego aprisiona y el espíritu libera (p. 205) Lo esencial está en el amor (la alegría) y en la verdad (lo universal) de que somos capaces. (p. 210) Es el amor, y no la esperanza, el que hace vivir; es la verdad, y no la fe, la que libera. La eternidad es ahora. (p. 211)

Después de esta fantástica y vehemente argumentación os recomiendo también dos libros suyos: Pequeño tratado de las grandes virtudes (Petit Traité des grandes vertus) (1995) y Diccionario filosófico (Dictionnaire philosophique) (2001).

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