(L109) La soledad sonora (1896)


Emily Dickinson, La soledad sonora (1890/1896)

La selección que ha elegido y traducido Lorenzo Oliván de los poemas de Emily Dickinson (1830-1886), para la editorial Pre-textos de Valencia, se aleja de los típicos motivos naturalistas donde predominan las flores, los insectos y la naturaleza, para adentrarse en otros que tratan temas más profundos tales como el amor, la muerte, la soledad, el desamparo, etc.

Emily Dickinson cree con fervor que las cosas nos ocultan su secreto. Su poesía puede verse como la propuesta de un dinamismo, como una indagación y una búsqueda en profundidad. Tales presupuestos excluyen la posibilidad de un arte realista. “Bajo una leve nube el pensamiento se ve más claramente, de la misma manera que las brumas pueden revelar los montes Apeninos” nos dice en uno de sus poemas.

Pocos poetas han sabido extraerle a ese símbolo de la luz tanto partido como ella, pocos han indagado en lo complejo y lo extraño de algo tan cotidiano como el alba, el mediodía, la tarde, el oro del ocaso o los astros de la noche. Emily Dickinson es toda una precursora en perfilar la imagen de un yo despersonalizado (“Soy nadie. ¿Y tú quién eres?”), habitado de voces, sentido como fragmentario, algo en lo que luego incidirá buena parte de la poesía del siglo XX.  

A continuación os transcribo algunos de sus sugerentes poemas:

98

A todos nos espera una solemnidad:
una mitrada tarde.
Ninguno puede no aceptar su púrpura
ni eludir su corona.

Asegura carruaje con lacayos,
una alcoba, unas tierras, muchedumbre,
y campanas también, entre la aldea,
mientras con majestad la recorremos.

Qué  nobles asistentes.
Qué de atenciones cuando nos paramos
y, al marcharnos, con cuánta lealtad
se quitan sus decenas de sombreros.

Qué pompa, superior a todo armiño,
cuando, humildes, tú y yo
mostremos nuestros dóciles blasones
y exijamos el rango de morirnos.

288

Soy nadie. ¿Y tú quién eres?
¿Eres nadie también?
Entonces somos dos.
Cállatelo. Lo anunciarían. ¿Sabes?

Qué aburrido ser alguien.
Qué público, cual rana,
decir tu nombre todo el santo junio
a un pantano admirado.

478

Tiempo de odiar no tuve,
porque
la tumba me lo impediría
y la vida no era tan amplia como para
llevar hasta el final enemistades.

919

Si yo puedo evitar que un corazón se pare,
no habré vivido en vano.
Si yo puedo aliviarle a una vida el dolor
o calmar una pena;

si ayudo a un desmayado petirrojo
y lo llevo de nuevo hasta su nido,
no habré vivido en vano.

Emily Dickinson apenas salió de su ciudad natal, Amherst en Massachusetts, tampoco se casó ni abandonó la casa de sus padres. Sin embargo ahí tenemos su mundo interior habitado y dotado de una sensibilidad extraordinaria, espero que os animéis a leerla.

Comentarios

Entradas populares de este blog

(L56) Las afinidades electivas (1809)

(L111) El mundo de ayer. Memorias de un europeo (1942)

(L455) El rostro oculto de la mente (1967)