(L110) Jane y Prudence (1953)


Barbara Pym, Jane y Prudence (1953)

Es nuestro tercer libro de Barbara Pym (1913-1980) y aunque debo reconocer que me ha parecido un poco más flojo que Mujeres Excelentes (1952), eso no quiere decir que sea necesariamente malo, tal vez resulte que la primera novela estaba muy lograda.

Jane y Prudence (1953) cuenta la historia de dos mujeres muy distintas pero dispuestas a cultivar una amistad que viene de lejos. Jane Cleveland es una mujer de cuarenta y un años, casada con un vicario de la iglesia anglicana y madre de una hija adolescente. Dista mucho de ser la perfecta ama de casa; su aspecto torpe y descuidado contrasta con el de Prudence Bates, una señorita de veintinueve años, atractiva, elegante y dueña de un largo historial amoroso en el que no faltan suspiros y lágrimas. Corren los años cincuenta del pasado siglo y Jane comienza a preocuparse por el incierto futuro sentimental de su amiga, pues teme que la joven soltera se convierta pronto en solterona. De ahí su frenética actividad de Celestina con resultados realmente inesperados…

Jane es dispersa y, como ella misma dice y como todo el mundo piensa, no tiene nada en común con la típica mujer de pastor anglicano. Habla cuando no debe o, peor, cita a cualquier poeta olvidado del siglo diecisiete sin venir muy a cuento (sabemos que escribió un manuscrito de ensayos sobre ellos). Carece de la menor habilidad para las tareas domésticas y prefiere cenar fuera a meterse en la cocina que deja para la asistenta y en ocasiones para su hija Flora. Prudence es aún soltera y vive sola en un piso decorado exquisitamente al estilo Regencia de un edificio "que tiene aspecto de ser de esos donde la gente aparece muerta". Sabemos cómo le gustan las novelas a Prudence: “bien escrita y enrevesada, con una buena dosis de cultura y el inevitable final desgraciado o incierto, tan parecido a la vida misma” (pág. 232). Jane intenta hacer de casamentera entre ella y el guapo viudo del pueblo; un pueblo que tiene sus señoras, sus solteronas cotillas y demás accesorios imprescindibles en un pueblo inglés digno de ese nombre.

En 1953 aún había racionamiento en Inglaterra y eso se nota especialmente en las descripciones de la comida en las que Barbara Pym se deleita y en que los personajes no pierden ni una oportunidad de comer. Prudence, la mujer moderna del momento, descrita unánimemente como guapa y elegante, no sólo no hace régimen sino que sueña con darse caprichos de comida y, cuando puede, se los da. Podemos saber la posición social y el estatus de un personaje por lo que come: “Mientras Arthur Grampian aderezaba con pimienta roja su salmón ahumado, Prudence tenía que elegir entre un pastel de carne o una calabaza rellena”. (pág. 60) Como parece ser habitual en Barbara Pym, el té y los curas abundan (y en este caso también el Ovaltine, una especie de cacao en polvo), el argumento no es nada del otro mundo, es trivial, pero está aderezado por pequeñas frases ingeniosas que lo hacen verdaderamente delicioso.

Veamos algunos de los temas preferidos de Barbara Pym en esta novela. Las opiniones sobre el matrimonio: Prudence opina “Muchas veces pienso que estar casado debe ser un tostón. Tengo un piso que me gusta y estoy tan acostumbrada a vivir sola que creo que no sabría qué hacer con un marido” a lo que Jane piensa “Pero si a un marido le puedes contar las tonterías que te pasan por la cabeza; además, te lleva las maletas y es quien deja propina en los hoteles” (página 14).

“Las miradas tiernas y cariñosas y las gafas, pensó Jane. A eso se reducía todo en el fondo. La pasión de los primeros años, los fragmentos de Donne y de Marvell, se habían ido apagando para convertirse en miradas tiernas y cariñosas por encima de unas gafas. ¿Cuándo había ocurrido? ¿Acaso habría podido darse cuenta y llorar su pérdida de haber sido más observadora?” (páginas 69-70).

Jane hablando del miembro del parlamento Edward Lyall deja un leve trasfondo de crítica social: “A menudo me pregunto si las personas que nacen en su entorno social pueden saber de verdad cómo viven los demás” (página 99).

Las opiniones sobre los hombres, aparecen comentarios equívocos y picantes sobre los hombres, mientras les preparan un bistec ellas hablan de que “siempre necesitan carne” (página 82). “Ese hombrecillo con aspecto insignificante… Ay, era extraordinario ver todas las cosas que hacían sin cesar las mujeres por los hombres, pensó Jane. Como por ejemplo, hacerles sentir, a veces mediante una mirada fortuita, que eran amados y admirados y deseados cuando no merecían ninguna de las tres cosas; o permitirles pavonearse y ahuecar el plumaje como las aves y calentarse al sol del amor, real o imaginario, daba igual” (página 109). “Me da la impresión de que los hombres necesitan más compañía que las mujeres. Una mujer tiene mil y una cosas que hacer dentro de casa, y además puede coser y bordar” (página 165-166).

La visión que Barbara Pym tiene sobre la mujer como un ser magnífico tampoco tiene desperdicio: “Jane recordó para sus adentros, eso era lo que volvía tan maravillosas a las mujeres; su amor y su imaginación eran los que transformaban en único a los seres más insustanciales. No cabía duda de que, si se los miraba de cerca, casi todos los hombres eran anodinos, cuando no abiertamente feos. Fabian era una excepción, y tal vez eso demostrara que las relaciones amorosas con los hombres guapos tendían a ser menos estables porque se requería mucha menos comprensión e imaginación por parte de las mujeres…” (p. 321).

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