(L133) El oficio de poeta (1953)
Cesare Pavese, El oficio de poeta (1953)
La recopilación
de artículos de Cesare Pavese (1908-1950) que tratan
sobre la poesía, su modo de escribir y de entender la poética están recogidos y
publicados bajo el título El oficio de
poeta (1953). A continuación os hago un breve resumen de sus interesantes
aportaciones.
Empieza
diciéndonos que no está a favor del cancionero-poema (tipo Les fleurs du mal o Leaves of
grass), cada poema ha de ser una construcción que se sostenga a sí misma
(p. 10). Habla de su primera tentativa de poesía-narración utilizando el estilo
objetivo que le da una cierta satisfacción por la honestidad, el corte incisivo
y el timbre neto (p. 14). El verso libre no le va bien por la caprichosa y
abundante presencia de la fantasía, tampoco tiene fe en los metros
tradicionales, descubre una versificación murmurada en la que narra. Descubre
la técnica de Paesaggio, ha
descubierto el valor de la imagen. No le gusta la preeminencia dada al yo por
la crítica en alguno de sus poemas (su producción de esta época es Mari del Sud y Paessagios).
Nos habla de los
poemas por escribir como de aquello que mañana sabremos hacer, oportunidades,
situaciones, ritmos que nos prometen mañana un campo más extenso (p. 20). El
tedio, la insatisfacción, es la primera razón de cualquier descubrimiento
poético. Después viene la intención. El insistir con notas de prosa sobre el
problema de tu poesía es la prueba de que una crisis de renovación se estaba
desarrollando (p. 23). Será cuestión de descubrir una realidad no naturalista
sino simbólica (p. 25). El retorno del hombre, en el pueblo la soledad está vencida
o en camino de serlo. Las palabras son tiernas cosas, intratables y vivas, pero
hechas para el hombre y no el hombre para ellas. (p. 28). Leer no es fácil.
Acercarse a una novela, a un poema, a un ensayo requiere una preparación
especial, un mínimo de nociones indispensables para sacar provecho de la nueva
lectura (p. 31). A demasiado gente le falta el aire de dejar hablar a las
cosas, de aceptar el propio destino, de ponerse de acuerdo consigo mismo (p. 33).
Diferencia al
periodista del escritor, una cosa es hacer crónica y otra hacer novela (p. 41).
Del mito: cada mito, al hallar su expresión, se enmarcaba en definiciones
culturales y geográficas que variaban al cambiar de lugar (…) No se puede
definir el símbolo sino como un objeto, una calidad, un suceso que un valor
único arranca a la casualidad natural (p. 59). La poesía copia las formas del mito
y del símbolo esperando que en ellas vuelva a palpitar mágicamente el corazón
(p. 61). No alcanzaron nunca a ver las cosas la primera vez, sino sólo en la
segunda. Entonces las descubrimos y las recordamos (p. 64). Todos somos
sensibles a la idea de infinito, ya Leopardi esclareció esta cuestión (p. 66).
Ningún muchacho, ningún hombre admira un paisaje antes de que el arte, la
poesía le hayan abierto los ojos (p. 71).
¿De qué sirve
conquistar todo el mundo si uno se pierde a sí mismo? Debemos aceptar los símbolos
con la tranquila convicción con que se aceptan las cosas naturales. Aceptar el
misterio y poblar la ciudad de símbolos y el campo de presencias. Y amar todo
esto, con cautela desesperada (p. 79). El poeta se finge a sí mismo no saber lo
que ya sabe (recordemos a Pessoa: “el poeta es un fingidor”). El acto de la
poesía –separar la llama de la materia ardiente- es una voluntad absoluta de
ver claro, de saber (p. 81). El poeta aspira a la inmovilidad natural y
sagrada, al silencio, a la muerte; a hacer de las pasiones humanas mitos
polivalentes, eternos intangibles y continuamente la resistencia del medio, la
realidad, lo frustra. De aquí la poética del destino (p. 93). Toda la
existencia de los primitivos (“Los pueblos heroicos”) está modelada sobre el mito.
Se llama también momento mítico a la inspiración, la intuición nuclear (p. 98)
Visto desde adentro, un mito es, evidentemente, una revelación, un absoluto, un
instante intemporal que tiende a hacerse historia (p. 101). Sus escritores
americanos preferidos, a los que también traduce, son: Melville, Emerson,
Whitman, Twain, Dreiser, Anderson, Stern, Faulkner y Wolfe.
Para terminar os
ofrecemos una selección de los poemas de Cesare Pavese, en versión al
castellano de Horacio Armani, extraídos de Poesía Italiana contemporánea de
Litoral / Ediciones Unesco.
Paisaje VI
Éste es el día
en que suben las nieblas desde el río
en la hermosa
ciudad, entre prados y colinas
y la borran como
un recuerdo. Los vapores confunden
cada verde, pero
aún las mujeres de encendidos colores
caminan por
allí. Andan en la blanca penumbra
sonrientes: en
la calle puede ocurrir de todo.
Puede ocurrir
que el aire embriague.
La mañana
se habrá abierto
ampliamente en un ancho silencio
atenuando las
voces. Incluso el pordiosero,
que no tiene ni
casa ni ciudad, lo habrá aspirado
como aspira en
ayunas su vasito de grapa.
Vale la pena
tener hambre o haber sido engañado
por la boca más
dulces, si se sale a ese cielo
y el aliento
reencuentra los recuerdos más leves.
Cada calle, cada
arista sencilla de las casas,
en la niebla
conserva un antiguo temblor:
quien lo siente
no puede abandonarse. No puede abandonar
su tranquila
ebriedad integrada por cosas
de la grávida
vida, descubiertas al paso
de una casa o de
un árbol, de un pensamiento súbito.
Aun los grandes
caballos que pudieran cruzar,
en la niebla del
alba hablarán de ese tiempo.
O tal vez un
muchacho que escapó de su casa
regresa hoy
justamente, hoy que sube la niebla
sobre el río, y
olvida su existencia,
el hambre, las
miserias y la fe traicionada,
para quedarse en
una esquina, bebiendo la mañana.
Volver vale la
pena, aunque se haya cambiado.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos
-esta muerte que
nos acompaña
de la mañana
hasta la noche, insomne,
sorda, como un
viejo remordimiento
o un vicio
absurdo. Tus ojos
serán una vana
palabra,
un grito
callado, un silencio.
Así los ves cada
mañana
cuando te
inclinas solitaria sobre ti
ante el espejo.
Oh querida esperanza,
ese día sabremos
también nosotros
que eres la vida
y eres la nada.
Para todos la
muerte tiene una mirada.
Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos.
Será como dejar
un vicio,
como contemplar
en el espejo
resurgir un
rostro muerto,
como escuchar
unos labios cerrados.
Bajaremos al
remolino silenciosos.
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