(L160) El filósofo ignorante – 1
Voltaire, El filósofo ignorante (1766)
Como dice
Fernando Savater en el prólogo llamar a un filósofo “ignorante” es una
redundancia. Desde sus orígenes, ser filósofo es asumir que uno no posee la
sabiduría sino que solamente aspira a ella con amor no siempre correspondido.
Ya de entrada se admite que no se es un sabio, sino sólo alguien que duda de
los saberes establecidos y suspira por un saber verdadero, tan invulnerable a
la duda como inalcanzable. El sabio sabe que sabe (o cree que sabe) mientras que el filósofo sólo sabe que no sabe… pero
está seguro de que le gustaría saber.
El filósofo ignorante (1766) aparece
mencionado por primera vez en una carta de Mme. du Deffand a Walpone, fechada
en 1767. Es lógico suponer que fue escrito el año anterior, es decir ya en la
ancianidad del autor. Está compuesto de apuntes breves, a veces perentorios y a
menudo irónicos, casi sarcásticos. Su mente ordenada y práctica necesita de un
Ser Superior que garantice el orden racional del Universo y la ley moral, pero
sin mezclarse en querellas inquisitoriales ni absurdas supersticiones.
Os resumimos
este pequeño librito de Voltaire (1694-1778) donde hemos
dejado sin refutar algunos de sus argumentos que, con los conocimientos de hoy
en día, son bastante discutibles y susceptibles de alguna corrección.
I. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué
haces? ¿Qué llegarás a ser? Es una cuestión que debe plantearse a todos los
seres del universo, pero a la que ninguno nos responde. II. Nuestra debilidad. Soy un animal débil;
al nacer no tengo ni fuerza, ni conocimiento, ni instinto. III. ¿Cómo puedo pensar? (…) he tratado de
descubrir si las mismas causas que me hacen digerir, que me hacen andar, son
las mismas por las que tengo ideas. (…) cuando he querido seguir demostrándome
que somos dos, he sentido burdamente que soy uno solo; y esa contradicción
siempre me ha causado un dolor extremado. IV. ¿Me es necesario saber? He pensado que la naturaleza ha dado a cada
ser la porción que le conviene; y he creído que las cosas que no podemos
alcanzar no son de nuestra incumbencia. Mas, a pesar de esta desesperanza, no dejo
de desear instruirme y mi curiosidad engañada sigue siendo insaciable.
V. Aristóteles, Descartes y Gassendi.
Aristóteles empieza por decir que la incredulidad es la fuente de la sabiduría;
Descartes ha diluido ese pensamiento, y los dos me han enseñado a no creer nada
de lo que me dicen. (…) Cree o finge creer que nacemos con pensamientos
metafísicos. Sería lo mismo que afirmar que Homero nació con la Ilíada en la cabeza.
(…) Al nacer traemos el germen de cuanto se desarrolla en nosotros; pero en
realidad no tenemos más ideas innatas que pinceles y colores trajeron al nacer
Rafael y Miguel Ángel. (…) Si no os dais cuenta de que tenéis ideas, ¿cómo
podéis afirmar que las tenéis? Gassendi[1]
se burló como debía de ese extravagante sistema. VI. Los animales. De la suposición de que los hombres tenían
continuamente ideas, percepciones, concepciones, se deducía que los animales
también las tenían.
VII. La experiencia.
Aquí sólo se trata de examinar lo que podemos saber por nosotros mismos, y esto
se reduce a bien poca cosa. Hay que haber renunciado al sentido común para no
admitir que en el mundo no sabemos nada más que por la experiencia. VIII. Sustancia. Como sólo se puede tener una
noción por experiencia, es imposible que podamos saber nunca que es la materia.
Tocamos, vemos las propiedades de esa sustancia; pero esa misma palabra de sustancia, lo que está debajo, siempre
nos será desconocido. IX. Límites
estrechos. Nuestra inteligencia es muy limitada, lo mismo que la fuerza de
nuestro cuerpo. X. Descubrimientos
imposibles. (…) veamos lo que estamos condenados a ignorar y lo que podemos
conocer un poco. Ya hemos visto que ninguna primera causa, ningún primer
principio puede ser aprendido por nosotros. XI. Desesperación fundada. Nos asustamos de estar buscándonos siempre y
de no encontrarnos nunca. Ninguno de nuestros sentidos es explicable. (…) ¿Qué
es el Sol? ¿Y por qué gira sobre su eje? ¿Y por qué en un sentido y no en otro?
(…) nunca vislumbraremos la menor posibilidad de imaginar siguiera una causa
física. ¿Por qué? Porque el nudo de esa dificultad está en el primer principio
de las cosas. (…) Porque si pudiéramos conocer nuestra primera causa, seríamos
dueños de ella, seríamos dioses. XII. Debilidad
de los hombres. (…) sólo conozco mi debilidad, no tengo ninguna noción de
la fuerza de los demás.
[1]
Pierre Gassendi (1592-1655), filósofo y matemático francés, se enfrentó a la
filosofía aristotélica y a Descartes, en una larga querella sobre las ideas
innatas.
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