(L162) El filósofo ignorante – 3 y última.



Voltaire, El filósofo ignorante (1766)

XXXI. ¿Hay una moral? Cuantos más hombres diferentes he visto debido al clima, las costumbres, el lenguaje, las leyes, el culto y la medida de su inteligencia, más he observado que todos tienen el mismo fondo de moral; todos poseen una noción rudimentaria de lo justo y de lo injusto sin saber una palabra de teología; (…) no habría existido sociedad ninguna si los hombres no hubieran concebido la idea de alguna justicia, que es el vínculo de toda sociedad. (…) Todos estos pueblos proclaman que hay que respetar a su padre y a su madre; que el perjurio, la calumnia, el homicidio son abominables. Así pues, todos deducen las mismas consecuencias del mismo principio de su razón desarrollada. XXXII. Noción de la justicia. La noción de algo justo me parece tan natural, tan universalmente adquirida por todos los hombres, que es independiente de toda ley, de todo pacto, de toda religión. (…) El mayor de los crímenes, al menos el más destructivo y por consiguiente el más opuesto a la finalidad de la naturaleza, es la guerra; pero no hay ningún agresor que no coloree esa fechoría con el pretexto de la justicia. XXXV. Contra Locke. Admito con el sabio Locke, que no hay ninguna noción innata, ni principio de práctica innato (…) No es menos evidente que no nacemos con unos principios desarrollados de la moral (…) en lugar de estas ideas innatas quiméricas, Dios nos dio una razón que se fortalece con la edad y que nos enseña a todos, cuando estamos atentos y carecemos de pasión y de prejuicio, que hay un Dios, y que hay que ser justo; pero no puedo conceder a Locke las consecuencias que él deduce. XXXVI. La naturaleza igual en todas partes. Digo con el gran Newton: “Natura est Semper sibi consona”; la naturaleza siempre es semejante a sí misma”. La ley de la gravedad que actúa sobre un astro actúa sobre todos los astros, sobre toda la materia: del mismo modo, la ley fundamental de la moral actúa igual sobre todas las naciones bien conocidas. (…) ¿Cómo, pues, hemos adquirido la idea de la justicia? Como hemos adquirido la idea de la prudencia, de la verdad, de la honestidad: por el sentimiento y por la razón.

XXXVII. De Hobbes. Tú, que fuiste el primero en hacer ver la quimera de las ideas innatas (…) es inútil que sorprendas a tus lectores consiguiendo casi demostrarles que no hay más leyes en este mundo que las de la convención; que no hay más justo e injusto que lo que se ha convenido en llamar así en un país. (…) Dices que, en la ley de la naturaleza, “como todos tienen derecho a todo, cada uno tiene derecho sobre la vida de su semejante”. ¿No confundes el poder con el derecho? XXXVIII. Moral universal. Cada nación tuvo ritos religiosos particulares, y muy a menudo absurdas y escandalosas opiniones en metafísica, en teología; pero se trata de saber si hay que ser justo, y entonces todo el universo está de acuerdo. XXXIX. Zoroastro. La religión de Zoroastro es la más alta de la Antigüedad. Es en ella donde se encuentra el nombre de jardín para expresar la recompensa de los justos; en ella se ve el principio del mal bajo el nombre de Satán, que los judíos también adoptaron. XL. De los brahmanes. No se limitan a ser justos con los demás sino que eran rigurosos consigo mismos; el silencio, la abstinencia, la contemplación, la renuncia a todos los placeres, eran sus principales deberes. Por eso todos los sabios de las demás naciones iban a su país para aprender lo que se llamaba la sabiduría. XLI. De Confucio. Invita a los hombres a perdonar las injurias y a acordarse sólo de los beneficios; a velar constantemente sobre uno mismo, a corregir hoy las faltas de ayer; a reprimir las pasiones y a cultivar la amistad; a dar sin ostentación y a recibir únicamente lo indispensable sin bajeza. (…) recomienda el bien: “Trata a otro como quieres que se te trate”. XLIV. De Epicuro. Han creído, a partir de ciertas bromas de Horacio y de Petronio, que Epicuro había enseñado la voluptuosidad mediante preceptos y con su ejemplo. Epicuro fue toda su vida un filósofo prudente, temperante y justo. Su testamento que Diógenes Laercio[1] nos ha conservado en su integridad, nos descubre un alma tranquila y justa. XLV. De los estoicos. Si los epicúreos volvieron amable la naturaleza humana, los estoicos la hicieron casi divina. Resignación ante el Ser de los seres, o más bien elevación del alma hasta ese Ser; desprecio del placer, desprecio incluso del dolor, desprecio de la vida y de la muerte, inflexibilidad en la justicia: tal era el carácter de los verdaderos estoicos, y todo lo que ha podido decirse en su contra es que desanimaban al resto de los hombres. XLVII. De Esopo. ¿Qué nos enseñan todas estas fábulas? Que hay que ser justo. XLVIII. De la paz nacida de la filosofía. Dado que todos los filósofos tenían dogmas diferentes, es evidente que el dogma y la virtud son de una naturaleza totalmente heterogénea. (…) Cosa admirable en la Antigüedad es que la teogonía no haya turbado nunca la paz de las naciones.

XLIX. Otras cuestiones. ¡Ah si pudiéramos imitar a la Antigüedad! Los romanos nunca fueron tan absurdos como para imaginar que pudiera perseguirse a un hombre porque creía en lo vacio o en lo lleno, porque pretendía que los accidentes no pueden subsistir sin sujeto, porque explicaba en un sentido un pasaje de un autor que otro entendía en un sentido contrario. L. Otras cuestiones. Sé que a veces los hombres están enfermos del cerebro. (…) si los hubiera lo bastante atacados para pensar, por ejemplo, que siempre tienen razón. (…) Y, si estos enfermos, para sostener que siempre tienen razón amenazasen con el suplicio capital a todo el que piense que puede estar equivocado; si organizasen espías para descubrir a los refractarios; si decidieran que un padre, por el testimonio de su hijo, que una madre, por el de su hija, debe perecer en las llamas, etc., ¿no habría que atar a estas gentes y tratarlas como a los que están atacados de rabia? LI. Ignorancia. Si me decís que no os he enseñado nada, recordad que me he anunciado como un ignorante. LII. Otras ignorancias. Soy tan ignorante que ni siquiera sé los hechos antiguos con que me acunan. LVI. Comienzo de la razón. Todo el que busque la verdad correrá el riesgo de ser perseguido. (…) creo que la verdad no debe seguir ocultándose ante estos monstruos, de la misma forma que no debe abstenerse uno de tomas alimentos por temor a ser envenenado.

FIN

Otros relatos de Voltaire dignos de ser leídos: El siglo de Luis XIV (1751); Micromegas (1752); Cándido o El optimismo (1759).



[1] Diógenes Laercio, Vida de filósofos ilustres, Ediciones Omega, Barcelona, 2003, Libro X, págs. 379-425

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