(L163) Diarios (1910-1923) – 1
Franz Kafka, Diarios (1910-1923)
Una vez que uno
ha leído prácticamente toda la obra de Franz
Kafka (1883-1924)
sólo le quedan su correspondencia y sus diarios. Hoy vamos a comentar los Diarios (1910-1923) publicados por Lumen
en dos volúmenes. La edición de 1975 está hoy en día descatalogada y la he
conseguido en un librero de viejo, lo que no deja de producirme una pequeña
satisfacción.
La vida de Kafka
puede ser definida, de manera global, como la dolorosísima lucha entre soledad
y mundo. En efecto, él desea la soledad. Su ser tiende hacia ella casi
inexorablemente, pero en la conciencia de que le reporta un destino fatal. Es
esta conciencia la que en determinado momento lo lleva a escribir el tan citado
aforismo 52: “En la lucha entre ti y el mundo ponte de parte del mundo” (W.
Hoffmann, Los aforismos de Kafka, p.
154).
La tierra
prometida, piensa Kafka, no se encuentra en la absoluta soledad. Así, para
llegar a Canaán, para ser un humano completo, hay que cumplir con los
imperativos del mundo mismos, que podrían resumirse en ser esposo y padre, y
desarrollar una actividad económicamente lucrativa. Cosas a las que él se
siente incapaz de acceder.
Kafka utiliza el
diario, en parte, como banco de pruebas de estilo y expresividad. Pero más allá
de este limitado alcance, le sirve como refugio para aquellos momentos de
sequía creativa. Es admirable la sencillez con que este máximo creador del
siglo XX confiesa su impotencia, los largos silencios improductivos y aún el
juicio negativo frente a algún escrito suyo.
La duda acerca
de la propia valía no impide tomar la literatura como una vocación radical a la
que se hipoteca todo, incluido el obsesivo matrimonio que Kafka no celebra
porque cree que le apartará de la escritura. Sus conflictos íntimos y su
neurastenia engarzan el rosario de una existencia por tantos motivos infeliz:
aversión al padre, vivencia de su inutilidad práctica, conflictos religiosos,
protestas por su figura física, indecisión con las mujeres, abatimiento
constante, salvo momentos de exaltación...
En sus Diarios Kafka nos habla de las personas
que conoce: la bailarina Eduardova, el doctor Steiner, la señora Tschissik, Max
Brod, sus padres, sus hermanas[1].
Nos explica los sueños que ha tenido y las representaciones teatrales de judíos
a las que ha asistido, de la gente que se encuentra, un comerciante, Ernst
Liman, la primera guerra mundial, (queda exento del servicio militar), compra
bonos de guerra, conoce a Fiedrich Adler, el campesino Lüftner, sus estancias
en Marienbad, sus viajes al castillo de Friendland, a París, a Weimar, sus
visitas a las casas de Goethe, Schiller y List, sus enfermedades, etc.
Hay cuatro temas
fundamentales que se van repitiendo en los Diarios:
Cómo se siente al escribir, el miedo al matrimonio, al compromiso; su salud (Kafka era un hipocondriaco),
duerme mal, padece dolores de cabeza y su carácter
depresivo y solitario, padece pensamientos obsesivos.
“Si me pongo a
pensarlo, tengo que decir que, en muchos sentidos, mi educación me ha
perjudicado mucho. Este reproche afecta a una serie de gente: a mis padres, a
unos cuantos parientes, a determinados visitantes de nuestra casa, a diversos
escritores, a cierta cocinera que me acompaño a la escuela un año seguido, a un
montón de maestros, a un inspector escolar, a unos transeúntes que caminaban
lentamente, en una palabra, este reproche serpentea por toda la sociedad como
un puñal y nadie, lo repito, nadie está desgraciadamente seguro de que la punta
del puñal no vaya a aparecer de pronto por delante, por detrás o por un lado.
No quiero oír réplica alguna a este reproche, porque he oído ya demasiadas, y
puesto que, en la mayoría de las réplicas, he sido también refutado, incluyo
también dichas réplicas en mi reproche, y declaro que mi educación y esta
refutación me han perjudicado mucho en más de un sentido”. (Domingo 19 de julio
de 1910)
a) Cómo se siente al escribir:
“La verdad es
que soy como de piedra, soy como mi propio mausoleo; no queda ni un resquicio
para la duda o para la fe, para el amor o para la repulsión, para el valor a
para el miedo, en lo concreto o en lo general; vive únicamente una vaga
esperanza, pero no mejor que las inscripciones de los mausoleos. Casi ninguna
de las palabras que escribo armoniza con la otra, oigo restregarse entre sí las
consonantes con un ruido de hojalata, y las vocales unen a ellas su canto como
negros de barraca de feria. Mis dudas se levantan en círculo alrededor de cada
palabra, las veo antes que la palabra, pero, ¡qué digo!, la palabra no la veo
en absoluto, la invento. Y esta no sería la peor de las desgracias, porque
entonces me bastaría con inventar palabras capaces de barrer en alguna
dirección el olor a cadáver, para que éste no nos diera en la cara directamente
a mí y al lector”. (15 de diciembre de 1910).
“Mi empleo me
resulta insoportable, porque contradice mi único anhelo y mi única profesión,
que es la literatura. Puesto que no soy otra cosa que literatura, y no puedo ni
quiero ser otra cosa, mi empleo no podrá nunca atraerme, pudiendo en cambio
destrozarme totalmente. No estoy muy lejos de esta situación”. (21 de agosto de
1913).
“No sé de nadie
que haya tenido un trabajo más difícil. Se podría decir: no es un trabajo, no
es ni siquiera imposible, no es ni siquiera la imposibilidad misma, no es nada;
no es, ni siquiera, un hijo como el que espera una mujer estéril. Pero es el
aire que respiro, mientras tenga que respirar”. (21 de enero de 1922)
[1] Kafka
al morir dejó tres hermanas y sus respectivas familias. Las tres, incluida
Ottla, que era su preferida, murieron en los campos de exterminio, lo mismo que
dos cuñados, un sobrino y una sobrina. Así ocurrió también con otras muchas
personas afectas a Kafka y mencionadas en estos diarios. También su novia
Milena Jesenská.
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