(L243) La tierra vasca – 1 La casa de Aizgorri (1900)
Pío Baroja, La tierra vasca (1900-1922) - 1
En este artículo vamos
a comentar la tetralogía bautizada como La
tierra vasca de Pío
Baroja (1872-1956) y que consta de cuatro novelas (La casa de Aizgorri, El
mayorazgo de Labraz, Zalacaín el aventuro y La leyenda de Jaun de Alzate) de muy desigual valor literario. Se
supone que el nexo de unión de todas es la tierra vasca del autor, con sus
peculiaridades, costumbres, idiosincrasias, idioma, gentes, paisajes, ciudades,
fronteras y formas de entender ese mundo cuasi mítico de una sociedad rural vasca
en plena transformación.
La casa de Aizgorri (1900)
Argumento: Luis,
el hijo del patrón (Don Lucio) quiere desentenderse de sus obligaciones y es
Águeda, su hermana, quien intenta mantener el negocio familiar ayudada por
Mariano (su enamorado, trabajador y dueño de una fundición capaz de
sacrificarse por Águeda), mientras entran y salen personajes y presagios. Un
desaprensivo Díaz (contable del negocio familiar y pretendiente de Águeda)
inicia los trámites para comprar la fábrica o arruinar a su patrón, utilizando
la huelga, los acreedores y los libros de cuentas como armas. Vemos la bajeza
de distintos personajes como el caso de Don Lucio, bebedor empedernido que en
su desesperación termina pidiendo a Pachi, amigo y cartero, que vuele la presa
en su intento por cerrar la destilería, el negocio familiar que es incapaz de
sostener.
La afirmación del
valeroso y modesto fundidor Mariano forma parte, en la obra de Baroja, de un
friso de valores sociales más extenso; entre los seres positivos están el
médico don Julián y los campesinos que le apoyan; entre los enemigos, el
decadente patriarca don Lucio y su único hijo varón, don Luis, porque Águeda,
su frágil hermana, será rescatada gracias al amor de Mariano1.
Baroja juega con
todas las piezas de la sociedad y la economía de un pueblo del Norte de
aquellos años, que se encuentra en la transición entre el antiguo régimen y la
nueva sociedad industrializada: el propietario tradicional, el cura, el obrero
organizado, el capitalista extranjero y el pequeño industial.2
La casa de Aizgorri expresa lo fragmentario, lo
instantáneo de la vida y del mundo a través de los cuadros. El novelista se ha
retirado de la escena, desaparece y ofrece los elementos indispensables para
captar esa realidad; busca resaltar las fuerzas en contraste, condensadas en
símbolos3.
Don Lucio está solo, sentado en el sofá: a
veces se levanta, se acerca a la mesa de nogal, se sienta en un sillón de cuero
claveteado, toma la pluma, vacila, algo le distrae, y abandonando entonces la
idea de escribir, mira por los cristales de la ventana, cruzados por las ramas
de una parra llena de hojas de un verde claro, el camino y el puente y las
muchachas que lo cruzan con herradas en la cabeza, y a lo lejos los montes,
poblados de hayales y de bosques de encina, por donde van nadando las nieblas.4
La estampa
anterior pretende darnos el tiempo interior del espíritu, del hombre de las
cosas, en oposición al tiempo exterior, que mide el reloj, de ahí la
ralentización del ritmo narrativo.
Existe una
contraposición entre la destilería (que trae la enfermedad y la degeneración de
la raza) y la fundición de Mariano (que trae la industria y el progreso).
Es una novela que
está escrita en forma dialogada, como una obra de teatro, y en mi opinión tal
vez sea la más floja de las cuatro.
NOTAS:
1. José-Carlos
Mainer, Pío Baroja, Taurus, Madrid,
2012, pp. 105-106.
2. Pío Baroja, La casa de Aizgorri, Espasa-Calpe,
Madrid, 1999, p. 17. (Introducción de Maitena Etxebarría Aróstegui).
3. Ibídem, p. 30.
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