(L389) La vigilia del Almirante (1992)


Augusto Roa Bastos, La vigilia del Almirante (1992)

Primera novela que comento del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005). El más conocido y tal vez el más importante de su país. Entre otros galardones obtuvo el Premio Cervantes el año 1989. La publicación de La vigilia del Almirante (1992) coincidió con el quinto centenario del descubrimiento, conquista y saqueo de América.

Argumento: los tres barcos se encuentran varados y sin viento en un mar de plancton desde hace tres días. Hasta llegar a los sargazos han navegado veinte y siete días. Los vientos alisios los han llevado hasta allí. La tripulación que llevan no es gente de mar. En su mayor parte es carne de presidio, grupos de horca caídos fuera de lugar. A 750 leguas de las Canarias está la entrada de las Indias. La enorme isla de Cipangoy más al Oeste la China descrita en los libros de Marco Polo. La tierra es en cierto modo redonda, más parecida a una pera que a una naranja. La estrella Polar se oculta tras la bruma.

La gente de Palos tuvo que armar las tres carabelas y proporcionar hombres por antiguas deudas de la corona. Los siete capitanes (Los hermanos Pinzón, los Niño, Juan de la Cosa, etc.) se alistaron movidos por la ambición y la codicia de oro. Fray Antonio de Marchena le dijo al Almirante que a veces lo que se encuentra es lo que no se buscaba. Tuvo que aceptarlo todo con tal de hacerse a la mar. Toma a Bartolomé Torres, un antiguo asesino, como escudero y mozo de cámara. El Almirante lleva navegando veintisiete años y ha visto todo lo que hay que hay que ver. Con él van los privilegios de Almirante, de Visorey y Gobernador General perpetuos obtenidos en las Capitulaciones de Santa Fe, en dura lucha con el Consejo de sabios, letrados y cosmógrafos de Salamanca y de Córdoba. El Almirante rememora su llegada, con su hijo Diego, al Monasterio de la Rábida, exhausto y hambriento.

Un piloto moribundo le dio al Almirante un gorro tejido con plumas de papagayos de brillantes colores y adornado con laminillas de oro procedente del país llamado Cibao. Cree que era indudablemente la isla de Cipango descrita por Marco Polo y Toscanelli. El Almirante pretende propagar la fe católica sobre la redondez del globo bajo la potestad de los Príncipes católicos y del soberano Pontífice. Recibió financiación de D. Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia y conde de Niebla y D. Luis de la Cerda, duque de Medinaceli y conde de Umbría. Del Tesorero del reino D. Luis de Santángel y por supuesto de los banqueros genoveses asociados al proyecto descubridor.

Mientras espera que sople el viento, la tripulación está a punto de amotinarse. El narrador se pregunta: ¿Existió el piloto desconocido? Una carabela que iba para Inglaterra cargada de mercadería debido a fuertes temporales fue empujada a poniente. Los hombres conocieron algunas islas de estas Yndias. Exhaustos y enfermos de vuelta llegaron a Madeira, sobreviviendo solamente el piloto que fue acogido por un navegante genovés. Poco antes de morir le dio parte de su descubrimiento. Se cree que este navegante pudo ser Alonso Sánchez de Huelva. Los franciscanos fray Juan Pérez y fray Antonio Marchena abogaron por la causa del Almirante. La idea de atraer y rodear al islam por Oriente place a todos. En las negociaciones con los reyes logra ser nombrado con carácter perpetuo y hereditario Visorey y Gobernador General de dichos territorios y el cargo de Almirante de la mar Océana.

La escuadra parte de Palos el 3 de agosto a las ocho de la mañana camino de las Canarias. El Almirante siente ansias de una mujer en el momento que bien puede ser el último. Recuerda a Abigail, una belleza morisca que conoció cuando estuvo alojado en el Palacio de D. Luis de la Cerda, duque de Medinaceli y quinto conde de Umbría. La tripulación se ha amotinado porque creen que están bordeando el fin del mundo y que van a morir…

Comentario: es un libro épico, bien escrito y ameno e intrigante, no por conocida la historia del descubrimiento y del primer viaje a las Indias de Colon, deja de atraparnos con su misterio.

Éste es un relato de ficción impura, o mixta, oscilante entre la realidad de la fábula y la fábula de la historia. Su visión y cosmovisión son las de un mestizo de «dos mundos», de dos historias que se contradicen y se niegan. Este hombre enigmático, tozudo, desmemoriado para todo lo que no fuera su obsesión, nos dejó su ausencia, su olvido. La historia le robó su nombre. Necesitó quinientos años para nacer como mito.

Tanto las coincidencias como las discordancias, los anacronismos, inexactitudes y transgresiones con relación a los textos canónicos, son deliberados pero no arbitrarios ni caprichosos. Para la ficción no hay textos establecidos. Después de todo, un autor de historias fingidas escribe el libro que quiere leer y que no encuentra en ninguna parte. Es su solo derecho. Su relativa justificación.

Vigilia del almirante se libera de cualquier ubicación temporal. El narrador cita e intertextualiza nombres y obras posteriores a su época y reflexiona sobre el tiempo de la siguiente manera: «sólo mirándolas del revés se ven bien las cosas de este mundo. Sólo avanzando hacia atrás se puede llegar al futuro. El tiempo también es esférico. No se debe deleznar lo deleznable».

A pesar de la afirmación de su autor de que su obra no es novela histórica sino «historia fingida», hay muchos nombres reales en ella.

BIBLIOGRAFÍA:


Augusto Roa Bastos, La vigilia del Almirante, Alfaguara, Madrid, 1992.

Ma. José Rodilla León, El Almirante de la mar Océana: entre la apología y la parodia, CVC, Actas XIII Congreso de AIH (Asociación Internacional de Hispanistas), 1988.

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