(L403) Dos ciudades (1995)
Adam Zagajewski, Dos ciudades (1995)
Hoy os traigo a un
escritor y poeta polaco que ha sido galardonado recientemente con el Premio
Princesa de Asturias 2017 de las Letras. Adam Zagajewski (Lvov,
1945) nos relata sus recuerdos de la ciudad donde vivió Cliwice,
que fue donde fueron llevados sus padres, una anexión de la Silesia alemana a
Polonia (ver mapa). Zagajewski había
nacido en Lvov que después de la segunda Guerra Mundial pasó a formar parte de
la Ucrania soviética. Este corrimiento de la frontera hacia el Oeste arrastra
vidas y recuerdos.
Sinopsis
argumental: El autor divide a los hombres en
sedentarios, emigrantes y los que no tienen un hogar a los que dice pertenecer.
Su familia es obligada a trasladarse de Lvov a Gliwice: “En el año 1945, casi
toda la familia hizo las maletas y llenó los baúles preparándose para abandonar
Lvov o sus aledaños. Al mismo tiempo liaban los bártulos innumerables familias
alemanas obligadas a dejar sus casas y sus pisos de Silesia. Millones de
personas comprimieron con las rodillas las tapas rebeldes de maletas que no
cerraban bien. Ocurría así por orden de tres caballeros de edad provecta que se
habían dado cita en Yalta”.1
Las cosas se dividían en
tres categorías: aristocráticas, burguesas y socialistas. Las primeras son las
que se trajeron de Lvov antes de la guerra. Las segundas eras las que los
alemanes dejaron y finalmente las cosas socialistas producidas por la inepta
República Popular de la postguerra. “El nuevo régimen se reconocía sólo por los
síntomas siguientes: la palidez del rostro, el temblor de las manos, las
conversaciones en voz baja, el silencio, la apatía, las costumbre de cerrar a
conciencia las ventanas, la desconfianza para con los vecinos y la afiliación
masiva al partido detestado”.2
Sus padres son católicos
y él se hace monaguillo, pero esta afición le dura poco. “Los monaguillos eran
nihilistas. Les importaba un bledo la fe y la metafísica, no les interesaba
Jesucristo ni Judas. Lo único que contaba era el manejo diestro del pebetero y
de la batería de campanillas, la ejecución impecable de la coreografía y la
capacidad de adoptar un semblante serio y recogido en cuanto el séquito
encabezado por el cura abandonase la jubilosa sacristía”.3
Ya de pequeño le viene a
la cabeza la idea de amotinarse. “En mi infancia, los adultos estaban muy
cansados y probablemente sólo fingían creer todavía en algo. Iban a misa por
inercia, rezaban por el hábito de hacerlo. A mí me rondaba por la cabeza la
idea de amotinarme, pero no sabía cómo. (…) El objetivo de aquel complot era la
transformación definitiva y total del colectivo humano que, desde que el mundo
es mundo, estaba formando por figuras y personajes ligeramente modificados,
pero recurrentes a semejanza de las cartas del tarot: en cada generación
encontramos al Timador, al Trotamundos, al Parlanchín, al Borracho, al Chulo,
al Propietario, al Inquilino, al Seductor, a la Seducida, al Usurero, al
Sacerdote, al Artista, etcétera. La revolución social ideada por los comunistas
partía de la premisa de que había algo malo y pecaminosos en aquella variedad
de tipos que se había mantenido inalterada durante siglos, y su aspiración era
crear solo tres clases de hombre: el Funcionario, el Obrero y el Policía”.4
Se aficiona al Jazz que le parece una loa a la
espontaneidad e incluso a la libertad. Se rebelaba buscando respaldo escuchando
a los saxofonistas de jazz, negros
americanos que por lo general habían muerto. Está volcado en la lectura y
descubre un mundo del espíritu, que los grandes escritores intentan describir,
paralelo al mundo empírico de las cosas.
De resultas de los
cambios políticos en los países de la Europa Central y del Este se ha abierto
el acceso a los archivos policiales. Un amigo le pasó un documento de carácter
didáctico titulado “Instrucciones para la policía secreta”. Un documento cuya
lectura es sencillamente fascinante…
Comentario: el
libro de Adam Zagajewski es un libro diferente, extraordinario en su forma de
contemplar y explicar la belleza cotidiana que muchas veces pasa frente a
nosotros sin darnos cuenta. Como dice Francisco Calvo Serraller: “Adam
Zagajewski es uno de esos vates procedentes de la Europa del Este, a los que el
forzado adiestramiento en el silencio y el dolor les han hecho sensibles a la
belleza invisible, que es la que hoy despreciamos por tenerla justo delante de
nuestras romas narices occidentales.”
En un país en el que no
se podía expresar una opinión disonante contra el régimen, salvo cárcel o
exilio, Zagajewski a través de la contemplación de lo cotidiano nos hace llegar
al estado oculto del ánimo de los habitantes en un régimen totalitario. Una
especie de tristeza grisácea, de una profunda belleza, a la que los
occidentales no estamos acostumbrados.
NOTAS:
1.- Adam Zagajewski, Dos ciudades, El Acantilado, Barcelona,
2006, p. 20.
2.- Ibídem, p. 38.
3.- Ibídem, p. 46.
4.- Ibídem, pp. 49-50.
BIBLIOGRAFÍA:
José María Guelbenzu, Dos
memorias y una misma ciudad, El País, 11/11/2006.
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