(L633) Fedro o sobre el amor (370 a.C.)

Platón, Fedro o sobre el amor (370 a. C.)

Un clásico de la filosofía que tuvo tanta influencia en autores posteriores. Platón (427-347 a. C.), discípulo del gran Sócrates (469-399 a. C.) nos intenta convencer en este diálogo sobre si se debe ayudar al que ama o al que no ama y sobre la escritura.

Personajes que intervienen:

FEDRO, fue un personaje histórico, hijo del ateniense Pítocles, amigo a su vez de Demóstenes, que dialoga con SOCRÁTES sobre un texto de LISIAS hijo de Céfalo. Estaba presente EPÍCRATES (Demócrata y orador ateniense) y ACRÍMENO (Médico ateniense que aparece en el Banquete). 

El escenario es en plena naturaleza, bajo un plátano, a orillas del Iliso, a cuya sombra, acompañados por el canto de las cigarras (un agradable día de verano) va a tener lugar el diálogo.

El tema argumental es variado puesto que es un diálogo vivo. El primero es una reflexión sobre Eros, sobre el Amor. El segundo se centra en la retórica, en la capacidad que el lenguaje tiene para “persuadir” a los hombres.

RESUMEN

Fedro lee el discurso de Lisias que trata sobre si hay que hacerse amigo de los que aman y de los que no aman. Los primeros “buscan apartar a los que aman del trato con los otros, porque temen que los ricos les superen con sus riquezas, y con su cultura los cultos. En una palabra, se guardan del poder que irradie cualquiera que posea una buena cualidad. Si consiguen, pues, convencerte de que te enemistes con éstos, te dejan limpio de amigos” (232c). Mientras que los segundos “no tendrán celos de los que te frecuentes, sino que, más bien, les tomarían a mal el que no quisieran, pensando que éstos los menosprecian y que, al revés, redunda en su provecho el que te traten. Así pues, tendrán una firme esperanza de que de estas relaciones habrá de surgir, más bien amistad que enemistad” (232e). “Predominan, además, entre muchos de los que aman, un deseo hacia el cuerpo, antes de conocer el carácter del amado, y de estar familiarizados con todas las otras cosas que le atañen. Por ello, no está muy claro si querrán seguir teniendo relaciones amistosas cuando se haya apaciguado su deseo” (233a). “En definitiva, que hay que compadecer a los amados más que envidiarlos. Pero si te dejas persuadir por mí, no va a ser el gozo momentáneo tras lo primero que voy a ir cuando estemos juntos, sino tras el provecho futuro. No seré dominado por el amor, sino por mí mismo, ni me dejaré llevar por pequeñeces a odios poderosos, sino que sólo en relación con cosas importantes dejaré traslucir mi desagrado. Perdonaré errores involuntarios e intentaré evitar los voluntarios. Éstas son las señales que indican la larga duración de una amistad”. (233b-d).

“conviene mostrar nuestra benevolencia, no a los más necesitados, sino a los que mejor puedan devolver favores, y no tanto a los que más lo piden, sino a los que son dignos de ella; tampoco a los que quisieran gozar de tu juventud, sino a los que, cuando seas viejo, te hagan partícipe de sus bienes; ni a los que, una vez logrado su deseo, se ufanen pregonándolo, sino a los que, pudorosamente, guardarán silencio ante los otros; que, invariablemente, tendrás por amigos toda la vida; ni a cuantos, una vez sosegado el deseo, buscarán excusas para enemistarse, sino a los que, una vez que se haya marchitado tu lozanía, dejarán ver entonces su excelencia”. (234a)

“como se nos ha planteado la cuestión de si hay que hacerse amigo del que ama o del que no, deliberemos primero, de mutuo acuerdo, sobre qué es el amor y cuál es su poder. Después, teniendo esto presente, y sin perderlo de vista, hagamos una indagación de si es provecho o daño lo que trae consigo.

Que, en efecto, el amor es un deseo está claro para todos, y que también los que no aman desean a los bellos, lo sabemos. ¿En qué vamos a distinguir, entonces, al que ama del que no? Conviene, pues, tener presente que en cada uno de nosotros hay como dos principios que nos rigen y conducen, a los que seguimos a donde llevarnos quieran. Uno de ellos es un deseo natural de gozo, otro es una opinión adquirida, que tiende a lo mejor. Las dos coinciden unas veces; pero, otras, disienten y se revelan, y unas veces domina una y otras otra. Si es la opinión la que, reflexionando con el lenguaje, paso a paso, nos lleva y nos domina en vistas a lo mejor, entonces ese dominio tiene el nombre de sensatez. Si, por el contario, es el deseo el que, atolondrada y desordenadamente, nos tira hacia el placer, y llega a predominar en nosotros, a este predominio se le ha puesto el nombre de desenfreno”. (237d-e)

“Así que, de todas las formas de “entusiasmo” (estar en lo divino, estar poseído por alguna divinidad), es ésta la mejor de las mejores, tanto para el que la tiene, como para el que con ella se comunica; y al partícipe de esta manía, al amante de los bellos, se le llama enamorado”. (249e)

Venús y Cupido, Alessandro Allori, 1570 (Musée Fabre, Montpellier)

“Y cuando lo ha visto, y se ha encauzado el deseo, abre lo que antes estaba cerrado, y, recobrando aliento, ceden sus pinchazos y va cosechando, entretanto, el placer más dulce. De ahí que no se presten a que la abandonen –a nadie coloca por encima del hermoso muchacho–, olvidándose de madre, hermanos y amigos todos, sin importarle un bledo que, por sus descuidos, se disipen sus bienes y desdeñando todos aquellos convencionalismos y fingimientos con los que antes se adornaba, presto a hacerse esclavo y a poner su lecho donde le permita estar lo más cerca del deseado”. (252a)

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“examinemos lo que nos habíamos propuesto ahora, lo de la causa por la que un discurso hablado o escrito es o no es bueno”. (259e) “cuando un maestro de retórica, que no sabe lo que es el bien ni el mal, y en una ciudad a la que le pasa lo mismo, la persuade no sobre la “sombra de un asno”, elogiándola como si fuese un caballo, sino sobre lo malo como si fuera bueno, y habiendo estudiado las opiniones de la gente, la lleva a hacer el mal en lugar del bien, ¿qué clase de frutos piensa que había de cosechar la retórica de aquello que ha sembrado?” (260c) “no es arte (la retórica), sino un pasatiempo ayuno de él. Un arte auténtico de la palabra que no se alimente de la verdad, ni lo hay ni lo habrá nunca”. (261a) “todo discurso debe estar compuesto como un organismo vivo, de forma que no sea acéfalo, ni le falten los pies, sino que tenga medio y extremos, y que al escribirlo, se combinen las partes entre sí y con el todo”. (264c)

“Pero hay dos formas de locura; una, debida a enfermedades humanas, y otra que tiene lugar por un cambio que hace la divinidad en los usos establecidos. En la divina, distinguíamos cuatro partes, correspondientes a cuatro divinidades, asignando a Apolo la inspiración profética, a Dioniso la mística, a las Musas la poética, y la cuarta, la locura erótica, que dijimos ser la más excelsa, a Afrodita y a Eros”. (265b)

“En absoluto se preocupa nadie en los tribunales sobre la verdad de todo esto, sino tan sólo de si parece convincente. Y esto es, precisamente, lo verosímil, y hacia ello es hacia lo que conviene que se oriente el que pretenda hablar con arte. Algunas veces, ni siquiera hay por qué mencionar las mismas cosas tal como han ocurrido, si eso ocurrido no tiene visos de verosimilitud; más vale hablar de simples verosimilitudes, tanto en la acusación como en la apología. Siempre que alguien exponga algo, debe, por consiguiente, perseguir lo verosímil, despidiéndose de la verdad con muchos y cordiales aspavientos. Y con mantener esto a lo largo de todo discurso, se consigue el arte en su plenitud”. (272d-e)

“¿Sabes, por cierto, qué discursos son los que le agradan más a los dioses, si los que se hacen, o los que se dicen?”. (274b)

El mito de la divinidad egipcia Theuth inventora de las letras que se la presenta al rey Thamus (Amón). “Este conocimiento (la escritura), oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría”. A lo que el rey egipcio le contestó: “es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismo y por sí mismos. No es un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio”. (274d-275b)

“Porque es impresionante. Fedro, lo que pasa con la escritura, y por lo que tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están ante nosotros como si tuvieran vida; pero, si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios. Lo mismo para con las palabras”. (...) “Y si son maltratadas o vituperadas injustamente, necesitan siempre la ayuda del padre, ya que ellas solas no son capaces de defenderse ni de ayudarse a sí mismas”. (275d)

A pesar de la crítica a la escritura que subyace en el diálogo entre Theuth y Thamus, Platón elogia a la escritura: “cuando alguien, haciendo uso de la dialéctica y buscando un alma adecuada, planta y siembra palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quienes las planta, y que no son estériles, sino portadoras de simientes de las que surgen otras palabras que, en otros caracteres, son canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal, que da felicidad al que la posee en el grado más alto posible para el hombre”. (277a)

Comentario: Platón ha llegado a construir un sistema filosófico propio, que se funda en la llamada “teoría de las ideas”, con una ética y una política subordinadas a una concepción metafísica idealista del universo y del destino humano. Atrás quedan las discusiones socráticas con los grandes y pequeños sofistas, el viaje a Sicilia, con su amarga experiencia, y la ya fundada Academia. La figura del maestro Sócrates es ya el portavoz de pensamientos y tesis de Platón.

“¿Adónde [vas] y de dónde [vienes]?” (227a).  Con esta pregunta que Sócrates hace a su compañero, sin más preámbulo, comienza el Fedro. La pregunta parece simple, inocente, como un pretexto para entablar una conversación, pero también podría interpretarse como un signo deliberado que marca una situación psicológica dinámica en la que todos nos encontramos: venimos desde nuestras creencias e ignorancias y vamos intentando abrirnos a nuevos conocimientos.

El eros (Ἔρως) y la retórica constituyen los dos motivos fundamentales del Fedro, hasta el punto de dividir el diálogo en dos partes nítidamente diferenciadas. En la primera parte, Sócrates despliega la belleza de Eros a través de dos discursos aparentemente contrapuestos; en la segunda hay un examen conjunto sobre si esos discursos han sido persuasivos. Sobre la retórica a la que no considera un arte. Y el mito de Theuth y Thamus; sobre qué es mejor, las palabras escritas, o las que están en la memoria. Valga decir que éste mito es una aportación original de Platón.

BIBLIOGRAFÍA

Beatriz Rossi, El Fedro de Platón: un ejercicio de buena retórica engañosa, UCM, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía Vol. 32. Núm. 2 (2015): 345-369.

Diógenes Laercio, Vidas de filósofos ilustres, Omega, Barcelona, 2003. (Sobre Sócrates: Libro II, 57; sobre Platón: Libro III, 105).

Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, Editorial Gredos, Madrid, 1993.

Platón, Diálogos. Obra completa en 9 volúmenes. Volumen III: Fedón. Banquete. Fedro, Editorial Gredos, Madrid, 1997. (3º edición).

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