(L91) Mansfiel Park (1814)


Jane Austen, Mansfield Park (1814)

Comento con gran placer la última novela que escribió Jane Austen (1775-1817) aunque el orden de su escritura no se corresponde al orden de su publicación, Mansfield Park (1814) fue la tercera en publicarse. Si no es la mejor tal vez si es la más compleja y sutil. Asistimos a la interacción emocional de dos familias de la aristocracia campesina. Una está formada por sir Thomas Bertram y su esposa, sus cuatro hijos Tom, Edmund, María y Julia, su dulce sobrina Fanny Price, predilecta de la autora y personaje a través del cual conocemos la historia. Como nos dice Vladimir Nabokov (1899-1977) en su Curso de literatura europea (1980): “Esta dulce protegida aparece también en las obras de otros escritores, Dickens, Dostoievski, Tolstoi y muchos otros. El prototipo de estas jóvenes discretas, cuya tímida belleza acaba por brillar con todo su esplendor a través de los velos de la humildad y de la modestia –cuando la lógica de la virtud triunfa sobre las vicisitudes de la vida-, el prototipo de estas jóvenes calladas es, desde luego, Cenicienta. Necesitada, desvalida, sin amigos, abandonada, olvidada… pero al final se casa con el héroe”. La otra familia es el matrimonio formado por el doctor Grant (clérigo) y señora, los hermanos solteros de ésta, Mary y Henry Crawford.

La obra se publicó originalmente en tres partes sugiriendo su forma de obra teatral, de comedia de enredo y costumbres, dividida en tres actos que constan a su vez de dieciocho (La representación teatral), trece (El baile en honor de Fanny) y diecisiete capítulos (El desplazamiento de Fanny a Portsmouth) que suman los cuarenta y ocho totales.

En ninguna de sus otras obras aparece una crítica tan directa al oficio de sacerdote como en Mansfield Park. En palabras de Mary Crawford dice: “A los hombres les gusta distinguirse, y en cualquier parte pueden conseguirse distinciones, menos en el clero. Un clérigo no es nadie”. “Usted concede más importancia a un sacerdote de la que una está acostumbrada, o de la que yo misma pueda atribuirle. Poco se notan los efectos de esa influencia benéfica en el seno de la sociedad, y ¿cómo pueden adquirir tal prestigio y ejercer tal influencia en un medio que raramente se lo ve? ¿Cómo pueden dos sermones a la semana, aun suponiéndolos dignos de ser escuchados, conseguir todo eso que usted dice: moderar la conducta y ordenar las costumbres de una numerosa feligresía para todos los días restantes? Apenas se ve a un sacerdote fuera del púlpito.” (Capítulo 9).
“Claro, sin duda será muy sincero al preferir unos ingresos asegurados antes que el esfuerzo de trabajar para obtenerlos (soldados y marineros), y tendrá las mejores intenciones de pasarse el resto de su vida sin hacer nada más que comer, beber y engordar. Es indolencia, Mr. Bertram, vaya que sí… indolencia y amor a la comodidad… una falta de toda loable ambición, de gusto por la sociedad, o de inclinación a tomarse la molestia de hacerse agradable es lo que lleva a un hombre a ser clérigo. Un clérigo no tiene nada que hacer como no sea leer el periódico, observar el tiempo, mostrarse desaliñado y egoísta y pelear con su mujer. El cura auxiliar le hace todo el trabajo, y toda su ocupación se reduce a comer” (Capítulo 11)

Otro aspecto curioso es el tratamiento de la muerte en sus novelas. Nadie en Mansfield Park muere en brazos de la autora y del lector como ocurre en Dickens, Flaubert o Tolstoi. Las muertes acontecen detrás del telón y despiertan poca emoción. Son “muertes funcionales” que tienen una enorme importancia en el desarrollo de la trama, en la estructura de la novela. La muerte del clérigo, el señor Norris, trae la llegada de los Grant y por tanto la de los Crawford, en cuanto a la muerte del segundo clérigo, al final, permite al tercer clérigo, a Edmund establecerse en la confortable casa parroquial de Mansfield Park.


Durante toda la obra está en el aire una doble alternativa: el matrimonio por amor y el matrimonio por interés y la dificultad de combinar ambos dando lugar a la síntesis perfecta, el matrimonio por amor + una buena renta. Veamos algunos fragmentos significativos: “Edmund fue el único de la familia que vio un defecto en aquella cuestión, y ningún argumento de su tía pudo inducirle a considerar a Mr. Rushworth como un marido deseable. Admitía que su hermana era quien mejor podía juzgar en lo relativo a su propia felicidad, pero no le gustaba que esta felicidad se cifrase en una gran renta; ni tampoco podía evitar el decirse a menudo, cuando se hallaba en compañía de Mr. Rushworth: Si este hombre no tuvieses doce mil libras al año, sería un sujeto bien estúpido” (Capítulo 4)

 “Estoy seguro de que miss Bertram se siente muy unida a Mr. Rushworth. Puedo leerlo en sus ojos cuando se hablaba de él. Tengo un concepto demasiado bueno de María para suponerla capaz de conceder su mano sin dar el corazón” (Capítulo 5).

“Mary, ¿cómo vamos a domar a nuestro hermano? –Mejor será dejarlo solo, creo yo. Hablando no sacaremos ningún provecho. Al fin caerá en la trampa. –Pero yo no quiero que le engañen. Desearía que todo se llevara a cabo limpia y honradamente. – ¡Ah, querido! Deja que corra su suerte y que le engañen. Nadie se escapa de que le engañen una vez. –No es siempre así en el matrimonio, querida Mary. –Sobre todo en el matrimonio. Con el debido respeto a los que ahora van a casarse, querida Mrs. Grant, no hay uno entre cien, de uno u otro sexo, que no sea engañado en el matrimonio. Por dondequiera que mire, veo que es así; y comprendo que así tiene que ser al considerar que, de todas las transacciones, es en ésta donde cada uno espera el máximo del otro y procede con menos honradez. -¡Ah! ¡Mala escuela para el matrimonio has tenido en Hill Street! –Nuestra pobre tía tenía pocos motivos para querer ese estado; pero, aparte de ello, hablando sólo por lo que he podido observar, creo que es un negocio de intrigas. ¡Conozco a muchos que se han casado esperando y confiando hallar determinada ventaja, o algunas virtudes o cualidades en la persona elegida, y que sin embargo se han visto defraudados y obligados a resignarse con todo lo contrario! ¿Qué es esto, sino un engaño?” (Capítulo 5)

Nabokov encuentra tres rasgos comunes a Jane Austen y a Dickens: el primero la elección de una joven como agente tamizador a través de la cual o por medio de la cual vemos a los demás personajes. El segundo, dar a sus personajes desagradables alguna peculiaridad de comportamiento o de actitud, y sacarla a relucir cada vez que aparece dicho personaje. Dos ejemplos claros son la señora Norris con sus preocupaciones económicas y lady Bertram con su perrito faldero. El tercer rasgo se refiere a las escenas de Portsmouth. De haber sido Dickens anterior a Austen habríamos dicho que la familia Price es decididamente dickensiana, y que los hijos de dicha familia están bastante ligados al tema filial que discurre a lo largo de Casa Desolada (1852-1853). (Páginas 98-99)

Entre los detalles del estilo de Austen descuella el conseguir introducir furtivamente una pizca de delicada ironía entre los elementos de una frase sencilla e informativa. Otra característica suya es un cierto ritmo terso e ingenioso en la expresión de un pensamiento ligeramente paradójico. Este tono de voz es terso y tierno, seco y sin embargo musical, lacónico pero limpio y claro. Un ejemplo es su descripción de la Fanny de diez años a su llegada a Mansfield. “Era pequeña para su edad, ningún brillo en su tez, ni belleza especial de ningún género; excesivamente tímida y vergonzosa, se encogía para no hacerse notar; pero su aire, aunque torpe, no era vulgar, y su voz era dulce, y cuando hablaba, su expresión era bonita”. (Capítulo 2)

El motivo central que mueve toda la novelística austeniana es el binomio amor-matrimonio, al que se subordinan otros como los límites entre las clases sociales, la posición económica o – en el caso de los personajes masculinos- la profesión. Son todos temas primordiales en la mentalidad de una época que se describe magistralmente en Mansfield Park, a través de un amplísimo abanico de caracteres y actitudes tan plural como la propia realidad.

Se engarzan como en una joya tanto los defectos que ella censura como las cualidades que más valora. El resultado es un rico mosaico de tipos representativos de casi todas las grandezas y miserias humanas. Austen adopta un tono moralista en sus novelas, están los personajes que se comportan correctamente y tienen los valores pretendidos de la época: bondad, sensibilidad y prudencia, sobre todo en la mujer (Fanny Price), la sensatez, la rectitud y la generosidad matizadas por los extravíos de su corazón ardiente (Edmund Bertram), y en otra parte los que se comportan con egoísmo e indolencia (Mrs Bertram), con un equivocado sentido del honor y la severidad (Sir Thomas); los que siguen ciegamente los dictados del corazón sin atenerse a sus consecuencias (María y Julia Bertram); los guiados por su vanidad y falta de principios (Henry Crawford); con superficialidad y ligereza (Mary Crawford y Tom Bertram); los entrometidos, avariciosos, de carácter agrio y siempre dispuestos a mandar (Tía Norris).

Lejos de caer en el maniqueísmo y fiel a su visión realista, Jane Austen estima que nadie, en la ficción y en la vida real, es totalmente malvado ni de conducta irreprochable. Con todo en sus personajes predomina el rasgo fundamental que les ha querido conferir y que determina su modo de actuar y comportarse, describiendo con gran acierto los fallos del medio social que describe mediante el recurso del humor y la fina ironía.

Comentarios

  1. Tomás, me ha interesado mucho la última reseña que has publicado. He leído algunas obras de Jane Austen y me han gustado mucho. Me anoto esta obra para leerla cuanto antes.

    Me estoy poniendo al día leyendo las entradas anteriores de vuestro blog. ¡Cuánto trabajo!
    Un abrazo

    Adelaida

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