(L390) El silencio de los libros (2006)


George Steiner, El silencio de los libros (2006)

Seguimos comentando los magníficos ensayos de George Steiner (París, 1929) sobre el mundo de la cultura, los libros y la lectura. Sus reflexiones nos ayudan a pensar y a situarnos, en nuestras sociedades modernas tan llenas de estímulos, como lectores y participes del mundo del libro y la cultura.

Sinopsis: El lenguaje universal no es la escritura. La mayor parte de la humanidad no lee libros. Pero canta y danza. Nuestra sensibilidad occidental proviene de Jerusalén (Jesús de Nazaret) y Atenas (Sócrates). Sócrates no escribe, no dicta, pertenece al lenguaje oral. El interlocutor está delante. Hay en el texto escrito una autoridad (del texto como autoritas, autor). El uso exclusivo por una élite de letrados son signos de poder. El recurso a la escritura merma la capacidad de la memoria. Una cultura oral es la cultura del recuerdo siempre actualizada de nuevo; un texto, o una cultura del libro autoriza todas las formas de olvido. Los libros han facilitado que el gran arte mnemónico haya caído en el olvido.

Es un enigma hasta que punto Jesús de Nazaret era un iletrado. Jesús enseña mediante parábolas, cuya extrema concisión y carácter lapidario apelan eminentemente a la memoria. Sus ejemplos no están escritos en un texto sino realizados en la acción. No sabemos el motivo de la transcripción de las narraciones de Jesús en los Evangelios. No apreciamos la increíble originalidad que representan frente a los escritores contemporáneos (Plutarco, Diógenes Laercio). Tal vez fue la proximidad del apocalipsis y el temor de que a la memoria oral le quedase poco tiempo.

Pablo de Tarso es uno de los más grandes escritores de la tradición occidental. Sus epístolas siguen siendo una obra maestra de retórica, de alegoría empleada con fines estratégicos. Le seguirá el genio literario de San Agustín y la célebre Summa de Tomás de Aquino. Las sagradas escrituras solamente las podían leer una élite aceptada. Esta es la diferencia fundamental entre la sensibilidad católica y la protestante. La invención de Gutenberg llena de temor a la Iglesia católica. La censura de libros, su destrucción física, el índice de libros prohibidos, siguen formando parte de esta historia. Con el desarrollo de una burguesía privilegiada y educada en toda Europa occidental es cuando alcanza su apogeo la era del libro y de la lectura clásica.

El acto de la lectura necesita un espacio donde se hallan estos libros (la biblioteca) y otro requisito esencial es el silencio. A medida que aumenta la civilización urbana, el nivel de ruido crece. Los periodos de ocio para la lectura seria y silenciosa se han convertido en patrimonio de universitarios e investigadores.

Hay dos corrientes contestatarias contra los libros: El pastoralismo radical que se encuentra presente en la utopía pedagógica de Rousseau (el Emilio). La vida y la acción son más importantes que los libros. En última instancia lo esencial de la literatura es el artificio. La segunda corriente proviene del nihilismo ruso y se pregunta ¿en que los libros pueden ser un beneficio para la humanidad? ¿A qué hambrientos ha alimentado? ¿Cómo podía pretender un escritor rivalizar con los grandes clásicos canonizados? Los enemigos del libro han estado siempre entre nosotros. Como dijo Heine en Alemania en 1821. «Donde hoy se queman libros, mañana se quemará a seres humanos». Hoy todavía se encarcela a escritores y se pronuncian fatwas. La relación entre la censura y la creatividad resulta extrañamente productiva.

La revolución electrónica y lo que se denomina realidad virtual ¿cuál será su efecto sobre la lectura y sobre la función de los libros tal como los hemos conocido? El número de libros impresos no disminuye al contrario lo que constituye tal vez la mayor amenaza que pesa sobre el libro y la supervivencia de las librerías de calidad. El lugar de la lectura en la civilización europea está destinado a disminuir. Es posible que el tipo de lectura clásica se enseñe en «casas de lectura» o como se cultivaba en las escuelas monásticas.

En ningún momento las fuerzas de la erudición pusieron freno a la barbarie. Véase Heidegger, Pound, Claudel y Céline con el nazismo y Sartre con el comunismo. El ratón de biblioteca no está acostumbrado a ser valiente. La influencia de lo imaginario, de las ficciones supremas, sobre la conciencia humana es hipnótica. El personaje es capaz de adquirir una fuerza vital, un poder sobre el tiempo y el olvido superior al poder cualquier individuo. Flaubert se ve morir como un perro mientras que «esa puta» de Emma Bovary va a vivir eternamente. ¿Qué vale el grito de la calle al lado del de Lear a Cordelia? El verdadero lector está saturado por la intensidad terrible de la ficción, lo que puede suponerle un alejamiento del «principio de realidad» como lo denominaba Freud. La frecuentación de las humanidades y del libro a grandes dosis son factores de deshumanización. Un vientecillo de inhumanidad sopla en la torre de los libros de Montaigne. ¿Cómo puedo convertir esta necesidad en lucidez moral? No conozco ninguna respuesta satisfactoria a esta pregunta. Las torres que nos aíslan son más sólidas que el marfil.

Comentario: el libro de Steiner es un bello ensayo del por qué y del para qué de la lectura. Como nos dice Michel Crépu en el comentario final del libro: «lo que falta es la paciencia, el silencio; lo que falta es, sencillamente, el tiempo, el decir, además, el aburrimiento. George Steiner lo expresa muy bien: ¿qué efecto tendrá esta nueva realidad en la lectura, en la función de los libros tal como los hemos conocido y amado? Se puede constatar ya en el efecto de exotismo cada vez más extraño que suscita el acto silencioso de la lectura, la estupefacción que acoge la decisión de quedarse tres días encerrado escribiendo. Lo más increíble, hoy, es el espectáculo de un chiquillo que corre a refugiarse a la sombra de una cabaña con su libro. Al niño actual ni se le ocurre meterse en su habitación a soñar despierto, abrir una novela por cualquier página, dejarse hipnotizar por el misterio de los caracteres. Lo esperan en todas partes, la tribu lo llama sin parar: a judo, a violín, al club de teatro, ¡hasta a la biblioteca! La experiencia de la soledad, de la mirada posada en la ventana sobre los tejados, la experiencia de esa tristeza tan extraña y dulce que está en el fondo de todos los libros como una luz de sombra, esa experiencia capital en la que consiste la iniciación al mundo y a la finitud, esa experiencia se ve como impedida, incluso prohibida».

La lectura nos evade ciertamente de la realidad, pero también nos proporciona herramientas para defendernos mejor de ella. Nos da recursos para enfrentarnos a la tiranía del trabajo, del mercado, del consumo desaforado y sin sentido, de la tecnología inútil que nos roba tiempo, tiempo para estar con los que queremos, para hacer aquello que deseamos. La lectura es un vicio impune que por desgracia no seguirá siéndolo por mucho tiempo. La libertad tiene un precio que siempre se acaba pagando.

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