(L395) Manual para mujeres de la limpieza (1977)


Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza (1977)

Lucia Berlin (1936-2004) tuvo una vida intensa y movida, de la que extrajo un material pintoresco, dramático y variado para sus relatos. Vivió con su familia en distintos lugares durante la infancia y la juventud, al dictado de las obligaciones de su padre: sus trabajos en las minas cuando ella era pequeña, luego su marcha al frente durante la Segunda Guerra Mundial, y de nuevo sus otros empleos cuando volvió de la guerra.

Así, Lucia nació en Alaska y pasó sus primeros años en asentamientos mineros en el oeste de Estados Unidos, luego vivió con la familia de su madre en El Paso, durante la ausencia de su padre; después se trasladaron a Chile, a un estilo de vida muy diferente, de riqueza y privilegios, que se plasma en sus historias sobre una chica adolescente en Santiago, sobre el colegio católico donde estudió, sobre la agitación política, clubes náuticos, modistas, arrabales, revolución. De adulta siguió llevando una vida agitada: vivió en México, Arizona, Nuevo México, Nueva York, etc. Uno de sus hijos recuerda que de niño se mudaban más o menos cada nueve meses. Más adelante se instaló en Boulder, Colorado, donde se dedicó a dar clases, y por último se trasladó más cerca de sus hijos, a Los Ángeles.

Escribe sobre sus hijos –tuvo cuatro– y los distintos trabajos que desempeñó para sacarlos adelante, a menudo sola. Sobre sus problemas de alcoholismo. O, más bien, escribe acerca de una mujer con cuatro hijos, con trabajos similares a los que ella hacía: mujer de la limpieza, enfermera en Urgencias, recepcionista en hospitales, telefonista en la centralita de un hospital, profesora, etc.

«La gente de paso que va a la lavandería de Ángel. Colchones sucios, tronas herrumbrosas atadas al techo de viejos Buick abollados. Sartenes aceitosas que gotean, cantimploras de lienzo que gotean. Lavadoras que gotean. Los hombres se quedan en el coche bebiendo, descamisados, y estrujan con la mano las latas vacías de cerveza Hamm’s.»

«Las mujeres de la limpieza de toda la vida no me aceptan de buenas a primeras. Y además, me cuesta conseguir trabajo en esto, porque soy “instruida”. Sé que ahora mismo no puedo buscarme otra cosa. He aprendido a contarles a las señoras desde el principio que mi marido alcohólico acaba de morir y me he quedado sola con mis cuatro hijos».

«El autobús se retrasa. Los coches pasan de largo. La gente rica que va en coche nunca mira a la gente de la calle, para nada. Los pobres siempre lo hacen… De hecho, a veces parece que simplemente vayan en el coche dando vueltas, mirando a la gente de la calle. Yo lo he hecho. La gente pobre está acostumbrada a esperar. La Seguridad Social, la cola del paro, lavanderías, cabinas telefónicas, salas de urgencias, cárceles, etcétera.»

«No sé cómo salir adelante ahora que estás muerto Ter. Aunque eso ya lo sabes. Es como aquella vez en el aeropuerto, cuando estabas a punto de embarcar para Alburquerque. –Mierda, no puedo irme. Nunca vas a encontrar el coche. (…) Mis amigos dicen que me recreo en la autocompasión y el remordimiento. Que ya no veo a nadie. Cuando sonrío, sin querer me tapo la boca con la mano.

Voy juntando somníferos. Una vez hicimos un pacto: si para 1976 las cosas no se arreglaban, nos mataríamos a tiros al final del muelle. Tú no te fiabas de mí, decías que te dispararía y echaría a correr, o me mataría yo primero, cualquier cosa. Estoy harta de bregar, Ter.»

«Carlota no se acordaba de nada. La enfermera le contó que había estampado el coche contra una tapia. La policía la había traído aquí (pabellón de desintoxicación del condado) en lugar de a la cárcel cuando averiguaron que era profesora, con cuatro hijos y sin marido. No tenía antecedentes».

«La ausencia de ruido era lo que tanto le evocaba su infancia, otra época. Nada de sirenas, ni tráfico, ni radios, el zumbido de un tábano contra el vidrio, chasquidos de tijeras, la cadencia de las voces de los dos hombres, un ventilador eléctrico con unas cintas sucias que azotaban revistas viejas. El barbero la ignoró, no porque fuera grosero, sino por cortesía».


Comentario: me ha sorprendido la prosa fresca, descarnada y original de Lucia Berlin. Es una voz diferente a lo que estamos acostumbrados a leer. Su estética de la fealdad, ese realismo sucio, me ha seducido: la descripción de vertederos, sus problemas con el alcohol, con las drogas, sus múltiples trabajos de poca cualificación, sus fugaces y a la vez profundas relaciones afectivas, etc.

Como nos dice Guelbenzu: “El olor a verdad lo percibe el lector en cuanto empieza a leer. No se trata tanto de que cuente su vida, sino que lo que cuenta y, sobre todo, la manera de decir las cosas, posee una naturalidad fascinante”.

Berlin se descubre como la gran cuentista norteamericana, una suerte de Raymond Carver femenina, cuyo afilado e inesperado humor logra desdramatizar y hacer digerible la más cruda de las situaciones. Como curiosidad mencionar que fue alumna de Ramón J. Sender en la Universidad de Nuevo México.

La vida puede ser muy dura y a ella, después de unos inicios bonitos y de alguna manera elegantes, la castiga ya en sus primeros años de adulta. Pero Lucia no se arruga, aunque tenga recaídas en la bebida y en los estados de ánimo; sigue adelante con una mirada fresca y nada rencorosa hacia el mundo que le ha tocado vivir. “La mirada del artista es la que, donde los demás ven lo obvio, ella ve lo distinto”. No puedo decir cuáles son mis cuentos preferidos, a todos les encuentro algo.

La visión del mundo de una mujer blanca, con hijos, sin marido y pobre es enriquecedora. Una voz así no nos había llegado todavía. En su momento su gran originalidad pasó desapercibida, la sociedad americana de los años setenta no estaba preparada ni receptiva para unos escritos tan transgresores.

“La única razón por la que he vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta a la pena al pesar al remordimiento. Si permito que entren, aunque sea por una rendija de autocompasión, zas, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de dolor me desagarrará el corazón y cegará mis ojos de vergüenza rompiendo tazas y botellas derribando frascos rompiendo las ventanas tropezando sangrienta sobre azúcar derramado y vidrios rotos aterrorizada entre arcadas hasta que con un estremecimiento y sollozo final consiga volver a cerrar la pesada puerta. Y recoja los pedazos una vez más”. Yo también me he sentido así en algún momento de la vida.

BIBLIOGRAFÍA:

Andrea Aguilar, La segunda vida de Lucia Berlin, El País, 30/11/2015.

Andrea Aguilar, La sonrisa maldita de Lucia Berlin, El País, 10/11/2018.


Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza, Alfaguara, Madrid, 2016. (Fragmentos de las páginas 29, 51, 52-53, 56-57, 80, 219, 414).

Dwight Garner, Una noche en el paraíso. Lucia Berlin, El Cultural, 09/11/2018. © NEW YORK TIMES BOOK REVIEW.

Elizabeth Geoghegan, El libro del año: Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin, El País, 17/12/2016.

José María Guelbenzu, Olor a verdad, El País, 02/05/2016.

Marta Sanz, Lucia Berlin, contra lo normal, El País, 12/11/2018.

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