(L429) Un día volveré (1982)


Juan Marsé, Un día volveré (1982)

Sigo fisgoneando en el universo geográfico, literario y sentimental de Juan Marsé (Barcelona, 1933). Esta será, con bastante probabilidad, la última novela suya que comente porque creo que he hablado ya de su mejor producción y lo que me queda por leer de su obra es bastante menos interesante.

Argumento: Néstor Julivert tiene dieciséis años, lleva armónica al cinto y junto a dos amigos se han bebido una botella de anís. Entre ellos hablan bajando por la plaza Rovira (foto) de la próxima excarcelación del tío de Nestor, Jan Julivert, exboxeador y expistolero que lleva más de trece años preso. El viejo Suau recuerda al Jan Julivert Mon escondido en el lavadero de su casa; su pasión por su cuñada Balbina, de cómo le divertía jugar al escondite con su sobrino. De la bala en el hombro, “de aquella pistola que acabaría oxidándose años después en una caja de galletas, enterrada debajo de un rosal”.

El antiguo policía Polo se conocía al dedillo el expediente delictivo de los hermanos Julivert. Luis vivía exiliado en Toulouse. Había olvidado a su mujer y vino a convencer a su hermano Jan para que abandonará la lucha armada y los atracos. Corría el año 1947. El antiguo policía tiene una úlcera incurable, vive solo en su piso de la calle Cerdeña. “Entretenía su mala leche disparando contra botellas vacías y latas de conservas con sus jóvenes centuriones azules en la ladera desierta de la Montaña Pelada”. Últimamente ha recibido cartas amenazadoras. Suau informa al doctor Cabot de la liberación de Jan. Ambos especulan sobre si volverá a su antigua casa. Suau se dedica a pintar carteles de películas para el Cine Roxy.

Tito Raich y Néstor se están preparando para boxear acompañados por Pablo y Eloy en el terrado del edificio, rodeados de la colada tendida en los alambres. Después del combate sube Polo, el antiguo policía, para hacerles a los cuatro una prueba de caligrafía y ver si alguno de ellos ha escrito los anónimos. Los chicos mientras tanto contemplan a Paquita, la nieta de Suau, que está tomando el sol para fortalecer su pierna flaca y encogida de coja. Ellos, sin embargo, se fijan en su culo “duro como una piedra”.

Jan Julivert contempla el balcón de aspecto desolado del piso de Balbina Roig. Se dirige al bar Trole donde se ha enterado que trabaja su sobrino Néstor que en ese momento está repartiendo género. Los tertulianos no lo ven tan extraordinario como lo habían imaginado. Ni tan fornido como Néstor lo había descrito: “No tenía las espaldas tan anchas ni la mandíbula tan cuadrada y tampoco era especialmente guapo ni altivo a la manera que eso puede gustar a las mujeres. Tenía en general el aspecto de un hombre corriente, de estatura regular, estirado más que esbelto. Tal vez ágil y con reflejos, tal vez una sugestión de afilada peligrosidad.” Néstor llega con un humor de perros después de haber practicado boxeo y contesta malamente a Sicart, el dueño del bar. Jan le dice que se disculpe. Néstor tiene su primera decepción. “Pensó que un hombre así era carne de presidio para toda la vida, un forajido que viene con lecciones de urbanidad”.

Una vez en el piso Jan le pregunta a su cuñada cómo le ha ido. Quien se ha portado bien con ella y quien mal. Pregunta por el doctor Cabot y el procurador Folch. Por qué no le escribió a la cárcel: “Porque nunca me has perdonado que convenciera a Luis, pensó él, cuando aún erais novios, para que se uniera a mi grupo; porque cuando Luis ya había decidido abandonarte, yo lo sabía y no te previne; porque yo te he convertido en esa falsa viuda que eres, con un muchacho sin padre y malviviendo sola en una casa desvalijada que no es tuya…”1 Ella le cuenta que trabaja de fulana en un bar. Él ya lo sabía, en la cárcel se acaba sabiendo todo. De momento solo busca trabajo y no sabe cuánto tiempo se va a quedar…


Comentario: Un día volveré es una continuación temática de Si te dicen que caí. Las dos obras también comparten personajes, por ejemplo, Balbina, Palau, Mingo y el grupo de niños reaparecen con su misma caracterización después de unos años convertidos en adolescentes que ya sienten el peso de la vida. Y los maquis, que soñaban con la resistencia bajo la oscuridad de la ciudad, ahora ven perdido su objeto para sobrevivir en una sociedad insensible a sus demandas. Son aquellos anarquistas asaltabancos que se reunían en el bar Alaska a preparar sus golpes.

Marsé utiliza aquí el mismo recurso que en otras novelas anteriores: las “aventis” o historias inventadas a partir de unos hechos reales.

En la narrativa moderna es frecuente que en el relato estén presentes varios personajes, cuya voz alterna o no con la del narrador. De esta forma los sucesos se interpretan desde diferentes ángulos. La perspectiva de distintos personajes se refleja por variados procedimientos: el monólogo interior, el estilo indirecto libre –el narrador se sitúa en la conciencia y, muchas veces, en el lenguaje del personaje–. El tiempo que abarca la narración es largo, casi seis meses, tiempo suficiente para que parezca verosímil la transformación de los personajes, para que se frustren justificadamente las ilusiones mantenidas hasta bien avanzada la narración.

Del mismo modo que otros muchos narradores contemporáneos, Marsé cuenta varias veces los mismos sucesos, enfocándolos desde perspectivas dispares, con lo cual da una visión más rica e imparcial. Pero su única función no es ésta. Pensamos que desde el comienzo de la narración se intenta, como en una novela policiaca, proporcionar pistas falsas y crear cierto desconcierto. La confusión se logra por varias vías: las diferentes versiones que se proporcionan del pasado y de los propósitos de Jan, versiones que dan personajes con maneras diferentes de entender la vida; o el interés que muestran los personajes por lo que pueda hacer el protagonista.

En esta obra, el Guinardó es el lugar en donde se sitúan los recuerdos, un tipo de lieux de mémorie. Es un sitio fundamental donde se representa la colectividad y la memoria popular, además, es donde se hace posible la comunicación libre que no se permitía bajo la represión franquista. Marsé nos da a entender que la historia de la resistencia republicana llegó a convertirse en mito tanto como el de la historia oficial.

El autor consigue despertarnos la curiosidad, como lectores, por Jan Julivert, aunque aquel supuesto huracán de venganzas que esperábamos llegaría con él, y sobre el que tanto se había fantaseado en el barrio, no escondía nada en realidad, todo lo más la ilusión contrariada del vencido.

Casi todas las novelas de Marsé están adornadas por fragmentos de realismo sucio. “El perro apareció en el umbral del taller y se encogió sobre las patas traseras arqueando el lomo, esforzándose por soltar su cagarruta.”; “aquella riada de agua fangosa que no podían absorber las cloacas…”; “Eloy notó el vaho a cloaca y se apartó.” “la pierna flaca y encogida y con la rodilla como un muñón y el pie torcido para adentro, permanecía a la sombra, vergonzante y oscura como un garabato” “Balbina alargó el brazo para alcanzar la botella y Jan captó el perfume envejecido del sobaco.” 

“No había nada en toda la calle que tuviera un aspecto tan desolado como el balcón de Balbina Roig; ni la mohosa fachada verde de la vecina tienda de loza, en cuyo ruinoso escaparate se exhibían seis platos rajados y cubiertos de polvo desde hacía quince años, ni los cables eléctricos que colgaban despellejados y amenazantes frente a la barbería, y que nadie venía a reparar o a cambiar, ni siquiera la ominosa tiniebla del taller del viejo Suau, con sus acartonadas figuraciones de una vida más intensa que nunca alcanzaríamos, mostraba aquella desesperada tristeza de vida familiar clausurada tras la persiana rota y descolorida, desplegada siempre sobre la barandilla como si aún quisiera proteger del sol la desvanecida intimidad del balcón, la silla baja y las cuatro macetas desventradas.”2

Es lo que en fino se denomina “estética de la fealdad”. Lo feo, sucio y a veces repugnante también posee su atracción, sobre todo en la literatura donde se hace más agradable leerlo que contemplarlo con los ojos. Cuando hay algo poético o agradable Marsé se empeña en enseñarnos la otra cara cutre y miserable de la Barcelona, y por extensión de la España franquista, de los años cuarenta y cincuenta.

Vuelven los paisajes desolados de la montaña del Carmelo, la Plaza Rovira, el cine Roxy, etc. Los escombros y ruinas de las calles donde la autoconstrucción y el barraquismo habían hecho de las suyas. Paseando por la montaña del Carmelo, la colina de la Rovira o el parqué del Guinardó nos damos cuenta que son paisajes que ya no existen, pero que perviven en el imaginario de Juan Marsé y ahora también en el mío.
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NOTAS:

1.- Juan Marsé, Un día volveré, Plaza & Janés, Barcelona, 1982, p. 52.

2.- Ibídem, p. 19, 24, 30, 32, 50, 32-33.

BIBLIOGRAFÍA

Alina García Suárez, Observaciones sobre «un día volveré» de Juan Marsé, Dialnet, 1984.

Min Ji Kang, Entre la memoria y el olvido: Un día volveré de Juan Marsé, Actas del II Congreso Ibero-Asiático de Hispanistas, Kioto, 2013.

Juan Marsé, Un día volveré, Plaza & Janés, Barcelona, 1982.

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