(L492) La moradas (1588)

Teresa de Cepeda, Las Moradas (1588)

Aunque el tratado fue escrito en 1577 no se llegó a imprimir, y por tanto conocer por el público, hasta el año 1588 en la ciudad de Salamanca. En el prólogo de Las moradas o, también llamado, el Castillo interior declara Teresa de Cepeda (1515-1582), a quien no pienso llamar Santa Teresa de Jesús, pues me interesa traeros a la escritora y no a la Santa:

“Díjome quien me mandó escribir, que como estas monjas de estos monesterios de Nuestra Señora del Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las declare, y que le parecía que mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con el amor que me tienen les haría más caso lo que yo les dijese, tiene entendido por esta causa, será de alguna importancia si se acierta a decir alguna cosa, y por esta causa iré hablando con ellas en lo que escribiré.”

Estas palabras contribuyen a dar esas notas señaladas de improvisación, de lengua viva y coloquial, la naturaleza misma del habla empleada por Teresa de Cepeda que reproduce la particular fonética avilesina de su época. Esta fidelidad a la lengua hablada llega hasta puntos en que resulta muy verosímil suponer un intencionado alejamiento del lenguaje escrito.

El recurso principal, de extraordinarias posibilidades expresivas, en manos de Teresa es la comparación. Así puede verse en el símil del alma como “árbol de vida, que está plantado en las mesmas aguas vivas de la vida, que es Dios”, el de las “dos fuentes con dos pilas que se hinchen de agua” y el del “gusano y la mariposica” o el del “castillo interior” que sirve de urdimbre y pauta a su excelente exposición.

En Las Moradas toma como vilo ordenador el símil del castillo interior y, sin más pauta que la que le ofrece tal alegoría, escribe o más bien habla tal como las ideas se le van ocurriendo. En otra parte declara abiertamente la ausencia de plan: “No llevaré por concierto cómo suceden, sino como se me ofreciere a la memoria” (I, 6). Sin embargo el libro constituye el más penetrante y agudo análisis del proceso de perfección interior y sublimación amorosa.

Fragmentos

“Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que a hora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de diamante u muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, ansí como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso, adonde dice Él (Dios) tiene sus deleites.

Pues ¿qué tal os parece que será el aposento a donde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad. Y verdaderamente, apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla; ansí como no pueden llegar a considerar a Dios, pues Él mesmo dice que nos crió a su imagen y semejanza. Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este Castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios, que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir su Majestad (Dios), que es hecha a su imagen, para que apenas podamos entender la gran divinidad y hermosura del ánima”.  (I, 1)

“Porque a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este Castillo es la oración y consideración; no digo más mental que vocal, que como sea oración, ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla, y lo que pide, y quién es quien pide, y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces sí será anque no lleve este cuidado, más es habiéndole llevado otras; más quien tuviese de costumbre hablar con la majestad de Dios, como hablaría con su esclavo, que ni mira si dice mal, si no lo que se le viene a la boca y tiene deprendido, por hacerlo otras veces, no la tengo por oración, ni plega a Dios que ningún cristiano la tenga de esta suerte”. (I, 1)

Comentario: Al principio su lectura hace gracia pero con el paso de las páginas se hace algo farragosa y pesada. La mística de antaño casi no nos llega hoy en día. Al principio no sabe cómo empezar el libro y pide ayuda a Jesús. Sus recomendaciones son buenas y de sentido común. Recomienda ir “por el camino de todos, que no son buenos los extremos” (I, 2); así como no fijarse en los demás: “Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas”. (III, 2)

El castellano viejo en que está escrito Las Moradas (1577) es muy parecido al de El Quijote (1605) de Cervantes y algo más lejano al de La Celestina (1499). La gran diferencia es que el libro de Teresa de Cepeda intenta inculcar a sus monjitas el amor a Dios a través de la oración y la unión “matrimonial”, de almas que no de cuerpos, con el Creador. “El alma queda herida del amor del Esposo” (VI, 1). “como a verdadera esposa que ya está determinada a hacer en todo su voluntad” (VI, 10). Utiliza las parábolas, por ejemplo la del gusano de seda que se convierte en mariposa blanca, ligándolo con el funcionamiento de la Fe.

Las Carmelitas predican el silencio, “para buscar a Dios en lo interior” (IV, 3). Teresa duda de la razón y se apoya en el amor: “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. “El pensamiento no es el entendimiento” (IV, 1).

Escribió otros dos libros publicados póstumamente: Camino de perfección (1583) donde  da varios consejos para el progreso en la vida contemplativa, (la pobreza, el amor al prójimo, la humildad, la oración) y Fundaciones (1610). Este libro tiene mucha parte biográfica, como sus viajes por Castilla y Andalucía, pero también habla de la vida conventual y de la mística cristiana.

BIBLIOGRAFÍA

Teresa de Jesús, Las Moradas, Editorial Juventud, Barcelona, 1982.

Pilar Paricio, Estudio sobre Las Moradas del Castillo interior, Parques de Estudio y Reflexión Ódena, Barcelona, 2014. 

Comentarios

  1. Hola, Tomás:

    Te felicito por el buen análisis que has hecho de esta obra de Sta. Teresa o Teresa de Jesús o Teresa de Cepeda, como prefieras. Con esa aparente sencillez de lenguaje coloquial propone profundas enseñanzas para sus comunidades.

    Seguimos adelante. Un abrazo.

    Adelaida

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