(L648) Leyenda del César Visionario (1991)
Francisco Umbral, Leyenda del César Visionario (1991)
Segunda novela que
comento de Francisco Umbral (1932-2007).
Su dominio de la prosa, convirtiéndola en muchos casos en prosa poética, hace
que sus libros sean muy agradables de leer. Hay pocos escritores que dominen tan
bien la lengua castellana.
Argumento: “En
un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata
fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa camilla, merienda chocolate
con soconusco y firma sentencias de muerte”. Franco está merendando y dictando
sentencias de muerte como un burócrata que hace su trabajo, sin odio, un poco
al modo eficaz de Eichmann.
Marcel,
alias Francesillo, es hijo de un corresponsal de París y
una maestra de Madrid. A su padre lo asesinaron los falangistas porque les hizo
una foto en una de sus correrías para escarmentar rojos. Francesillo aquel
verano del 36 se fue para el pueblo a pasar las vacaciones. Su madre permanece
en Madrid, pues trabaja en la Secretaría de Azaña. Lo llamaron al cuartel y le
dieron una papeleta para Servicios Auxiliares gracias a que ha declarado que su
padre murió de un soplo aórtico y que la enfermedad es hereditaria. El capitán
que lo manda es un fanático que quiere que Francesillo, ya que no va al frente,
los ayude en los fusilamientos de civiles.
“Querida madre: Por fin
me han puesto a fusilar, pero no te asustes. Creo que nunca le he acertado a
nadie. De todos modos, no lo soportaba y Víctor me ha dado balas de fogueo (no
lo sabe nadie) para dejarme tranquilo. De todos modos, es espantoso tener
delante a media docena de pobres gentes que no han hecho nada, indefensos y
asustados. No matan milicianos ni soldados que hayan apresado, como me dijo
Víctor, sino gentes del campo, de los pueblos de la provincia, el maestro, el
alcalde socialista, pequeños campesinos, y hasta mujeres, que yo no sé qué
pueden haber hecho. Esto es espantoso, indignante e intolerable.
Se están cargando media
España y yo creo que ni ellos saben para qué. Pues lo de los falangistas creo
que aún es peor. Cogen el coche de papá y se van por los pueblos, de noche y en
pandilla, y matan gente al azar.
Te diré que Víctor me ha
pasado de Intendencia a una pequeña imprenta que tiene Giménez Caballero. Estoy
de corrector de pruebas y esto por lo menos es una cosa literaria, aunque ya te
imaginas qué literatura. Pero aquí en la imprenta veo a los escritores y los
poetas (parece que todos los falangistas son poetas, pero poetas que matan).
Ayer, en el pelotón de fusilamiento ocurrió una cosa horrible que no tengo
fuerzas hoy para contarte. Nada, me está saliendo una carta negra. Lo dejo. Te
quiere y te recuerda en esta horrible separación, Francesillo”.
La casa de sus abuelos ha
sido confiscada y la quieren convertir en convento. Allí trama amistad con la
novicia Camila. Mientras para en una fonda donde tiene relación con Emilia, la
hija de la dueña, que es un poco corta.
“Y la Emilia, la lela,
aprieta contra sus pechos de virgen necia la cara húmeda y deshecha de
Francesillo. En la alcoba de la Emilia, estrecha y como de criada, con olor a
bestia joven y desahucios, la Emilia, la lela, se echa sobre el muchacho. Ambos
están medio desnudos y la Emilia se ha traído la radio y el coñac. La Emilia,
la lela, viola a Francesillo con la violencia y ternura de una osezna o una
virgen loca. Por la radio cantan en Sevilla hay una casa y en la casa una
ventana y en la ventana una niña que en el río se miraba (Concha Piquer – No
te mires en el río, León y Quiroga). Los dos jóvenes se dan besos de
coñac, se aman con ardientes lágrimas de coñac y salados besos de lágrima. La
carne desnuda de la Emilia tiene un resplandor blanco y nueva en la penumbra de
la alcoba (la Emilia, la lela, es un poco la criada/cenicienta de su madre y su
hermana). Por la radio cantan ahora, a media voz, él vino en un barco de nombre
extranjero, lo encontré en un puerto al atardecer, no llore, mi niño, no llore,
cuando el blanco faro sobre los luceros su beso de plata dejaba caer” (Concha Piquer – Tatuaje, Valerio, León y
Quiroga).
Comentario:
estupendo libro sobre Franco, la guerra civil y el papel que desempeñan los
intelectuales falangistas en la guerra. El escritor crea un personaje
entrañable, Francesillo (alter ego de
Umbral) que se ha visto separado de su madre, que trabaja y vive en Madrid, por
el estallido de la guerra.
Magníficas son sus
descripciones del Caudillo: “Es la suya una juventud no recastada por los
estíos africanos ni las noches legionarias, pese a la leyenda, sino una
juventud que se va hundiendo, como una flor en un pantano, en la molicie blanca
de una bondadosidad prematura y grasa, como si la raíz viril del militar que
está ganando una guerra se anegase de paz sangrienta, halago de cuartel y chocolate
de monja. La voz, cuando da alguna orden, tiene temblores de lejanía hipócrita
y suena a metal falso, delgado y hembra”.
De una lógica aplastante es
el diagnóstico que hace Umbral sobre los intelectuales falangistas y de
derechas: “El fascismo es sino la reconversión épica de la mediocridad general
de las clases medias, los funcionarios y los abogadillos, con protagonismo individual
(o así lo parece) para cada uno, siempre dentro de la explicada “estética de
las multitudes”. Y todo este grupo de intelectuales ha caído en eso con más
delito que el burócrata provinciano y el funcionario del Catastro, pues que
ellos tenían luces y libros para salvar el engaño y muñirse la redención
personal, la exaltación del Yo por sus propios medios”.
Los intelectuales que
aparecen en el libro con mayor o menor profusión son: Pedro Laín Entralgo
(católico y marañoniano); Ángel María Pascual (violento carlista); Rafael
García Serrano (fanático falangista); Giménez Caballero y Juan Aparicio (que se
pretenden dannunzianos); Serraño Suñer (el cuñadísimo); Sánchez Mazas; Dionisio
Ridruejo; Luis Rosales; Agustín de Foxá (aristócrata y borbónico); Eugenio
Montes; Federico de Urrutia; Alvaro Cunqueiro; Mariano Rodríguez de Rivas; los
catalanes Samuel Ros, Ignacio Agustí y Juan Ramón Masoliver; José María Pemán;
Pepe Caballero (pintor) y Luis Escobar (lorquista de derechas); Costa y Ganivet
(prefascistas); Eugenio d’Ors; Torrente Ballester, Fernández Cuesta, el conde
de Mayalde, García Viñolas, García Valdecasas, Gamero del Castillo, Antonio
Tovar, Luis Felipe Vivanco, etc.
En general, no me gusta leer novelas cuya temática sea la guerra civil y el franquismo. Ese halo de impunidad, desfachatez y bravuconería cuartelera no me van en absoluto. Es más, me deprimen. Pienso que otra España mejor pudo salir si unos y otros no se empeñarán en imponer sus ideas por la fuerza de las armas en vez de por la fuerza de los votos. Con el agravante de que quien se alzó contra el gobierno legítimo de la República fueron los militares, ese eterno problema de España; siempre dispuestos a “salvarnos” con todos sus pronunciamientos, asonadas y cuartelazos del siglo XIX que hemos tenido que soportar hasta llegar al último de 23 de febrero de 1981.
BIBLIOGRAFÍA
Miguel García Posada, Estructura y
sentido de «Leyenda del Cesar Visionario», Revista Barcarola, nº 39,
09/12/2014.
Julio Rodríguez
Puértolas, Historia de la literatura
fascista española, Akal, Madrid, 2008.
Francisco Umbral, Leyenda del César Visionario, Seix Barral, Barcelona, 1991 (3ªed.).
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