(L143) La línea de sombra (1917)



Joseph Conrad, La línea de sombra (1917)

Joseph Conrad (1857-1924) hace novelas de barcos. Y claro los barcos son heroicos, los marineros, duros y la vida marinera noble. Nada dice de sexo. Ni de agotamiento. Ni de esclavitud. Al más puro estilo victoriano, los marinos ingleses son presentados como el súmmum de la honradez y de la equidad.

La línea de sombra (1917) tal vez sea una de las peores novelas de Conrad. Se nos representa este relato como la descripción, el itinerario de un rito de iniciación. La iniciación del joven que ha de tomar el mando de su propio yo. Es el paso inevitable que todo joven ha de dar, sea cual sea la vida que viva. A menos que decida quedarse en el umbral. Se manifiesta como una imperiosa necesidad de cambio, una urgencia de librar esa línea de sombra que se abre ante nuestro horizonte, e implica una transformación.

La aparición y la figura del capitán Giles puede parangonarse a la de un chamán, un iniciador. Recordemos que la primera impresión que produce en el joven es la de un sacristán; un hombre de quien se pueden esperar prudentes consejos. Es, además, un perito, un “conocedor”. Sin embargo, es más que consejo lo que le ofrece al joven. Lo prepara. Le abre las puertas del camino a seguir y lo conmina a adentrarse en él. Y más no puede hacer. El joven ha de aventurarse en la soledad de la experiencia. Debe pasar por el trance que entraña el tomar las riendas del sí mismo.

¿Y no hay, también, una analogía entre la posesión del barco y la posesión del sí mismo cuando, al hacerle entrega de su nombramiento, el capitán Ellis le dice al novel capitán: “Ya es usted dueño de sí mismo”?

La línea de sombra entra dentro de esa categoría de obras de las que nos resulta muy difícil creernos su bondad. Puede que en su tiempo compilara todos los pasos que habrían de convertir un niño en un hombre, pero al día de hoy no solo no encuentro ni una, sino que además considero al protagonista un muy mal ejemplo de nada que no sea una especie de tonto con cierta capacidad para salir adelante.

La novela está mal estructurada, sin fuerza, apenas transmite poco más que antipatía hacia el joven capitán de barco, enfrentado nada menos que a una epidemia de malaria y a la calma chicha en un mar perezoso y remolón. Aunque claro, quizá lo que Conrad quería era precisamente eso, hacer entender que un cretino también puede estar perfectamente capacitado para ocupar un puesto de responsabilidad.

Mucho mejor son sus otras novelas como por ejemplo: El corazón en las tinieblas (1899), Lord Jim (1900), Nostromo (1904) y El agente secreto (1909).

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