(L173) El ruido y la furia (1929)



William Faulkner, El ruido y la furia (1929)

Esta semana tratamos una de las novelas más complejas de William Faulkner (1897-1962), se trata de The Sound and The Fury (1929) que toma su título de un fragmento del Macbeth de W. Shakespeare:

“Esa engañosa palabra mañana, mañana, mañana nos va llevando por días al sepulcro, y la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa (el señor Compson). ¡Fuera, fuera candela efímera! La vida es solo una sombra caminante (Quentin), un mal actor (Jason) que se pavonea y se agita por la escena (la señora Compson) y luego no se le oye más. Es un cuento, contado por un idiota (Benjy), lleno de ruido y de furia que no significa nada”. Macbeth, Acto V Escena V.

La estructura de la novela se divide en cuatro partes con diversos narradores:

Parte 1: 7 de abril de 1928, narrada por Benjamin Compson. (Benjy)

El tiempo en la narración y la edad de Benjy puede adivinarse por cada uno de los criados negros encargados de su vigilancia: Luster en el presente (1928), T.P. durante la adolescencia de Benjy y Versh durante su infancia y niñez. En esta sección podemos apreciar las tres pasiones de Benjy: el fuego, una sección de prado de propiedad de la familia Compson y su hermana Caddy. Benjy es un ser dependiente de los olores (olía como los árboles, como la lluvia), los colores, las sombras. De las cosas que se mueven y las que suceden en el espejo, la obscuridad que aparece y desaparece; del fuego, de la hierba, de las voces de las gentes que le rodean, gentes a quienes ama; lo suyo son básicamente impulsos primarios. Le cambian el nombre (nació Maury, luego Benjamin y finalmente Benjy) como si con ello pudieran cambiar de suerte y de vida. A través de sus llantos, sus expresiones inconexas, sus visiones de una realidad que nos transmite cuarteada y difusa, pero tierna e inocente, se nos da con todo su primitivo patetismo.

En 1898 cuando la abuela de los chicos Compson muere, estos se ven forzados a jugar fuera de la casa sin comprender del todo la escena que se desarrolla en el interior. Se suben a un árbol para poder ver mejor lo que pasaba al interior. La manera cómo reacciona cada uno de los niños Compson frente a este evento, da al lector de la novela una primera visión de las tendencias que marcarán la vida de cada uno de ellos. Jason está asqueado, Quentin está cautivado y Benjy parece tener un sexto sentido cuando rompe a berrear (es incapaz de hablar usando palabras) como si sintiera la naturaleza simbólica de la suciedad de Caddy, la que sugiere su posterior promiscuidad sexual. En esta época los niños tienen 7 (Quentin), 6 (Caddy), 4 (Jason) y 3 (Benjy) años.

Parte 2: 2 de junio de 1910, narrada por Quentin Compson.

En esta sección observamos a Quentin, un recién llegado a la universidad de Harvard, deambulando por las calles de Cambridge, reflexionado sobre la muerte y sobre la condena moral a la que la familia ha sometido a su hermana Caddy. Como en la primera sección, el relato no es estrictamente lineal, aunque los hilos conductores de la estancia de Quentin en Harvard por un lado y sus recuerdos por otro son claramente discernibles.

"Cuando la sombra del marco de la ventana se proyectó sobre las cortinas, eran entre las siete y las ocho en punto y entonces me volví a encontrar a compás, escuchando el reloj. Era el del Abuelo y cuando Padre me lo dio dijo, Quentin te entrego el mausoleo de toda esperanza y deseo; casi resulta intolerablemente apropiado que lo utilices para alcanzar el reducto absurdum de toda experiencia humana adaptándolo a tus necesidades del mismo modo que se adaptó a las suyas o a las de su padre. Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se gana una batalla dijo. Ni siquiera se libran. El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles."

Quentin está focalizado en Caddy, a quien ama inconmensurablemente, y por cuyo amor se siente culpable. Quentin le cuenta a su padre que él ha tenido relaciones incestuosas con Caddy, pero su padre sabe que está mintiendo. Poco después del viaje de Quentin a Harvard en otoño de 1909, Caddy queda embarazada de Dalton Ames a quien Quentin se enfrenta. Los dos pelean con el resultado de una catastrófica derrota para Quentin y con Caddy jurando no volverle a hablar nunca más a Ames a causa de la afrenta infringida a su hermano. Embarazada y sola, Caddy se casa entonces con Herbert Head, a quien Quentin encuentra repulsivo pero Caddy está resuelta: Ella debe casarse antes del nacimiento de su hija, pero Herbert Head descubre que la niña no es suya y se deshace infamantemente de madre e hija. Los vagabundeos de Quentin a través de Cambridge corren paralelamente a los pensamientos de su dolorido corazón por haber perdido a Caddy. Se encuentra con una niña pequeña que no habla inglés, hija de inmigrantes italianos, a la que significativamente llama “hermana” y pasa la mayor parte del día tratando de comunicarse en vano con ella, hasta ser incluso acusado de secuestrarla. Finalmente, Quentin se suicida saltando al río.

Faulkner se desentiende de la gramática, la ortografía y la puntuación, lo que da como resultado series inconexas de palabras, frases y oraciones que no tienen separaciones que indiquen donde terminan unas y donde comienzan las otras. Con esta confusión se intenta mostrar la intensa depresión y el estado mental alterado que aquejan a Quentin.

Parte 3: 6 de abril de 1928, narrada por Jason Compson:

Sabemos que la ciudad es Jefferson en Mississippi. Jason es el pilar económico de la familia después de la muerte de su padre, mantiene a su madre Caroline, a su hermano Benjy, y a su sobrina Miss Quentin (la hija adolescente de Caddy), así como a toda la familia de sirvientes negros. Este rol lo ha convertido en cínico y amargado. Esta es la primera sección del libro que está narrada de modo lineal, siguiendo el devenir del viernes Santo, un día en el que Jason abandona su trabajo para espiar a su sobrina Quentin, quien se había escapado del colegio en pos de una aventura con un titiritero. Jason invierte en bolsa y critica a los judíos especuladores. Jason es visceral, irascible, y tan caótico como Benjy, pero su caos es distinto, no se engendra en la ineptitud sino en el resentimiento y la ira.


Parte 4: 8 de abril de 1928, narrada en tercera persona.

Esta sección, la única sin un narrador en primera persona, esta focalizada en Dilsey, la arquetípica matriarca de la familia negra sirviente de los Compson. Ella, en contraste con los decadentes Compson, saca una tremenda cantidad de energía de ella misma y de su fe, y así se erige como una orgullosa figura, casi totémica, frente a una agonizante familia. Da la sensación que Disley es el auténtico sostén de los Compson. La pasión, el egoísmo y la ambición destruyen cualquier posibilidad de entendimiento o redención entre los Compson, haciendo que el destino más funesto se abata sobre todos los personajes. Sólo los criados negros constituyen una excepción, quizá como encarnación de la inocencia, que Faulkner relaciona casi siempre con la ignorancia.

Quentin huye con el dinero del tío Jason, que no deja de ser lo que su madre (Caddy) le ha ido enviando para su manutención. Jason sabedor de donde procede el dinero no puede denunciarla. Al final desaparecerán los Compson pero los sirvientes negros perduraran.

El ruido y la furia es una novela exigente, a ratos compleja, en algunas ocasiones incluso roza lo incomprensible, pero siempre rebosa una fuerza inusual, una ferocidad que se aloja en lo más profundo del alma; algo que William Faulkner mostró en muchas de sus obras de manera magistral. En este caso concreto, esa furia a la que se refiere el título (bebiendo de las inagotables fuentes shakespearianas) puede hacer referencia al instinto humano, a ese rastro de inquina y maldad que casi todos llevamos dentro y que pesa sobre nosotros como una maldición atávica a la que es imposible sustraerse.

Como casi siempre ocurre en las obras del escritor sureño, la visión del destino como un acontecimiento insuperable y portador de desgracias es recurrente: las acciones que los distintos personajes van llevando a cabo, sus decisiones, sus pensamientos, todo parece ir dirigido hacia un final trágico, hacia una encrucijada última que les ponga contra las cuerdas y les haga ver la imposibilidad de la redención, quizá incluso de la elección. La impetuosa pasión de Quentin por su hermana se muestra de forma hermosísima en el segundo monólogo, en el que el joven, que ha ido a estudiar a Harvard con un gran esfuerzo económico por parte de su familia, desesperado, sale a dar un paseo mientras cavila la idea de quitarse la vida; las visiones del río (al que finalmente saltará) están narradas con una potencia lingüística que, pese a lo intrincado de la sintaxis faulkneriana (incorrecta, caótica y deshilvanada, nos guste o no), no dejan de resultar subyugantes.

Otro tanto sucede con el primero de los monólogos, quizá el más famoso. El discurso de un retrasado es plasmado por el autor con un atrevimiento incontestable: para Benjy el mundo se reduce a unos cuantos elementos (el prado en el que jugaba con su hermana Caddy, el crepitar del fuego, la oscuridad, Luster, su joven cuidador negro) que contempla con privilegiada capacidad de observación y memoria, pero que es incapaz de comprender. Esta primera parte es sorprendente por la cantidad de pequeños detalles que Faulkner esparce en el texto, aunque necesita de una relectura para poder entender de forma cabal qué está contando Benjy, ya que su discurso está elaborado con caótica precisión.

La recepción y la lectura de Faulkner.

"Faulkner ha perdido crédito entre la masa de los lectores, que ya no recuerdan que hay otras formas de escribir que no sean como en un guión cinematográfico", señala el escritor y crítico Justo Navarro. "Ahora que lo que predomina es la lógica instantánea del videoclip o de Internet es difícil leer a Faulkner, que exige atención a la página y a la música de las palabras. Su fuerza visual e imaginativa es hoy especialmente estimulante. Lo lamentable es que no se lea más".

La influencia de Faulkner en los escritores latinoamericanos del boom fue una de las vías de entrada de su obra en España. "Para los escritores latinoamericanos Faulkner nunca ha estado fuera del cuadro", señala el colombiano Juan Gabriel Vásquez. "A través de la lectura que hizo el boom de su obra Faulkner siempre estuvo muy presente para nosotros". Los autores que reflejan más acentuadamente este modo de escribir son a mi parecer Alejo Carpentier (1904-1980) y Juan Carlos Onetti (1909-1994).

"En España, Faulkner se tradujo muy pronto", recuerda Antonio Muñoz Molina. "Tengo una primera edición de Santuario, que es de los años treinta. En EE UU su presencia es básicamente académica: "no tiene herederos literarios, quizá Cormac McCarthy, pero la literatura en EE UU ha ido en otra dirección. Se ve a Faulkner como un escritor regional, sureño, y por eso tiene más repercusión entre escritores españoles o latinoamericanos que entre los estadounidenses, que ven su obra demasiado barroca y recargada".

"A Faulkner hay que entrar despacio y con ganas, como se entra al Ulises de Joyce. Sartoris es una introducción maravillosa a su mundo. Y de ahí se puede saltar a la trilogía de los Snopes, que no son tan complicadas como El ruido y la furia". Sin embargo para mí su mejor novela es Mientras agonizo (As i Lay Dying, 1930).

Cerca del final de su vida Faulkner reconoció que veía su obra como un espléndido fracaso lejano a cualquier perfección posible. La cuestión no era ser mejor que los demás, confesó una vez el escritor sureño, sino ser mejor que uno mismo. "Si pudiese volver a escribir mi obra lo haría mucho mejor, y ése el mejor estado en el que puede hallarse un artista", dijo en 1956 en una de las pocas entrevistas que concedió. 

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