(L175) Todo se desmorona (1958)



Chinua Achebe, Todo se desmorona (1958)

Para mí ha sido una sorpresa descubrir a Chinua Achebe (Ogidi, Nigeria, 1930-2013), recientemente fallecido. Se trata de la novela Todo se desmorona (1958). Sus novelas se centran en las tradiciones de la sociedad Igbo, el efecto de la influencia cristiana, y el choque de valores durante y después de la era colonial. Su estilo se basa en gran medida de la tradición oral Igbo, y combina la narración directa con las representaciones de cuentos populares, refranes, la oratoria, etc.

Argumento: El protagonista es Okonkwo, un guerrero perteneciente a los Igbo, el mundo geográfico donde se desarrolla la historia son nueve aldeas de Umuofia. Tiene tres esposas y ocho hijos, nos explica sus difíciles comienzos, nos narra sus tradiciones y costumbres: el oráculo que solo apoya las guerras justas, cada miembro tiene su Dios personal, el chi (como los griegos tenían su Daimon). Tienen santuarios donde sacrifican animales a los dioses. Los nueve egwungwu son espíritus que resuelven las disputas de los habitantes en la ilo (plaza a similitud del ágora griega). También tienen espíritus malignos y sacerdotisas. Durante la semana de la paz nadie puede pegar a nadie, ni tampoco trabajar. Los hombres notables obtienen títulos honoríficos y son respetados en la comunidad. Viven de la agricultura y la ganadería. Cultivan ñames. Tienen la fiesta del ñame nuevo, el segundo día se realiza la lucha entre los guerreros del clan para honorar al campeón. La moneda de cambio es el cauri, una pequeña concha que también sirve de adorno personal. El tiempo se mide en mercados. En las celebraciones, bodas y funerales beben vino de palma y comen nueces de cola. Todo este mundo, esta cosmogonía del universo y del estar en él del pueblo Igbo, se verá destruida con la llegada del hombre blanco.

Achebe declaraba en una conferencia, convertida más tarde en uno de sus ensayos más conocidos: “Yo estaría completamente satisfecho si mis novelas, especialmente las que situé en el pasado, hubieran servido al menos para enseñar a mis lectores que su historia, a pesar de todas sus imperfecciones, no fue la larga noche de salvajismo de la que los europeos, actuando en nombre de Dios, vinieron a liberarnos”1

El pensamiento europeo de la modernidad invirtió ingentes energías en presentar a África y a los africanos como el punto más bajo de la condición humana, estrictamente en el “límite entre lo humano y lo animal”. Sin este inconmensurable esfuerzo filosófico, teológico y “científico” hubiera resultado muy complejo defender y mantener durante varios siglos la trata de esclavos a través del Atlántico, y sin ese despreciable comercio2 en seres humanos hubiera sido materialmente imposible la emergencia de la Revolución Industrial y del capitalismo occidental, del mundo tal y como lo conocemos hoy día.

Joseph Conrad, en El corazón de las tinieblas (1899), condensa cientos de años de política y pensamiento europeos cuando pone en boca de Marlow esta frase para referirse a su tripulación negra: “No, no se podía decir inhumanos. Era algo peor, sabéis, esa sospecha de que no fueran inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. Aullaban, saltaban se colgaban de las lianas, hacían muecas horribles, pero lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea de aquel remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos”.3

Frente a la visión de África en el imaginario colectivo occidental como una jungla primitiva poblada por seres inescrutables y salvajes, consagrado en los años dorados de Hollywood por clásicos como La Reina de África (1951) o Mogambo (1953). Achebe construye otro universo, pero reconocible. Una sociedad perfectamente estructurada por individuos a los que podemos reconocer en toda dimensión como seres humanos.

Desde la absoluta especificad del mundo igbo, Achebe rastrea los orígenes de la Nigeria poscolonial recreando el recurrente “evento fundacional” del África contemporánea, o quizá cabría decir de toda la experiencia del mundo poscolonial: la repentina irrupción del europeo en un territorio ajeno y su sistemático desmantelamiento de los ecosistemas, las culturas y las sociedades indígenas. Y esa sí que es una experiencia universal, tan comprensible para los aborígenes australianos como para los nativos americanos o para todos los africanos, contando también a los pobladores del sudeste asiático: en la época en que Achebe sitúa esta narrativa, Europa dominaba el ochenta por ciento de la superficie del globo a través de colonias, dominios y protectorados.

Con un último gesto de magistral ironía, Achebe hace que el comisario del distrito se plantee la posibilidad de dedicar un párrafo a la historia que él mismo nos acaba de narrar a lo largo de casi doscientas páginas en su opera magna: La pacificación de las tribus primitivas del Bajo Níger. Por fortuna, la obra de Chinua Achebe, junto con la de otros artistas e intelectuales africanos, ha contribuido de forma decisiva a una reevaluación de un pasado común que hasta bien entrado el siglo XX solo había sido narrado por los vencedores, confirmando así el dictum de Walter Benjamin: “No existe un solo documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un testimonio de la barbarie”.

NOTAS:

2. El llamado comercio triangular.
3. Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, Debolsillo, Barcelona, 2004, Capítulo II, p. 91

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