(L174) Malos tiempos 36-39 (2007)
Carlos Giménez, Malos tiempos 36-39 (2007)
Este libro es el
primero de una serie de cuatro agrupados bajo el título común 36-39 Malos Tiempos (2007), dedicados a
narrar mediante historietas el día a día de los españoles que vivieron la
Guerra Civil. Carlos Giménez (Madrid, 1941) deja de lado a
los héroes, las batallas, los caudillos, los políticos y las relaciones de
hechos, para centrarse en la vida cotidiana de las gentes, esas pobres gentes,
que en las ciudades y en los campos sufrieron el miedo y muchas veces la muerte.
El primer libro
se ambienta en el fracasado golpe de estado de los militares sublevados en
julio de 1936 que llevó a la guerra civil, y muestra los asesinatos que azules
y rojos cometieron, muchas veces por rencor u odio, por venganza o ajuste de
cuentas, y casi siempre desde el lado franquista para hacer “limpieza
ideológica”. El tema del segundo libro es el hambre terrible que padeció el
Madrid sitiado, y poco después en todas las ciudades y pueblos de la República,
ya que las zonas agrícolas estaban en su mayor parte en el bando rebelde.
El tercer libro
mostrará los efectos de los bombardeos aéreos y terrestres, que sufrieron
primero Madrid y después Málaga, Guernica, Valencia, Tarragona, Barcelona, etc.
Y siempre, omnipresente, el hambre, el frío y la carencia de todo lo más básico.
El final de la guerra, la llegada de la Victoria y los primeros momentos del
franquismo triunfante son el tema del cuarto libro, en el que Giménez muestra
la negra noche que en 1939 cayó sobre los españoles. Cómo los vencedores se
cobraron su triunfo con campos de concentración, cárceles y fusilamientos.
Cada libro está
formado por una serie de episodios, en historietas aparentemente aisladas e
inconexas, que se alternan en las dos zonas de la guerra civil que dividió a
España. El lector entra en cada historieta de golpe, sin apenas preparación,
para encontrarse ante unos personajes, unos hechos y una situación concreta que
se resuelve de forma traumática antes sus ojos. Acto seguido pasa a otra
historieta similar pero alterna. De la zona roja a la zona azul y viceversa. El
conjunto forma una imagen múltiple de caleidoscopio y poco a poco las acciones
se van entrelazando hasta formar un continuo en el que se suman muerte tras
muerte, y en el que se encarnan el miedo y el terror, la sorpresa y el absurdo.
Giménez no
quiere hacer política directa, por ello sus personajes son arquetipos: el
obrero honrado y lúcido, el cura cómplice con los militares sublevados, el
falangista que ejerce de verdugo en la retaguardia, los militares que obedecen,
los sindicalistas que luchan por la revolución, las mujeres, los viejos y los
niños que encarnan a las víctimas de la guerra. El pueblo como grupo que se
mueve a compás de los azares de la guerra, los asesinatos innominados que en
ambos lados se hicieron. Todos se mueven como títeres del retablo que nos
cuenta Giménez. Y aquí entra en escena un personaje recurrente del libro,
Marcelino, un obrero afiliado a Izquierda Republicana (el partido de Azaña), el
menos dogmático de todos. A Marcelino no se le ve nunca empuñando un arma, ni
en la sede de un partido o sindicato, ni con una abandera o con una insignia,
encarna el rol de testigo.
Así, desde su
condición de autor total y narrador de la obra, Giménez va a ofrecernos su
visión de Los Desastres de la Guerra.
Como si fuera un émulo de Goya no pretende tanto explicarnos de qué lado estaba
la razón, cuanto mostrarnos estos nuevos desastres derivados del horror
intrínseco de la propia guerra, y exponer ante nuestros ojos los desmanes y las
barbaridades que todos cometieron. Su simpatía y mayor cercanía a los obreros
que resisten y luchan contra el fascismo no le impide hablarnos de sus errores.
Como
justificación de la violencia fría y programada que los militares sublevados y
sus auxiliares civiles ejecutaron, se invocó una pretendida “revolución de
izquierdas” que no existía. Pero que el golpe militar acabó por provocar. Lo
cierto es que los mensajes del General Mola, organizador de
la conspiración, eran bien explícitos meses antes del 18 de julio: “La acción
ha de ser en extremo violenta (…) Hay que extender el terror, hay que dejar
sensación de dominio eliminando sin escrúpulos a todo el que no piense como
nosotros”. Como reacción se generó una explosión de violencia de los rojos, que
se resolvió en las muchas muertes y asesinatos llevados a cabo en las ciudades
y los pueblos republicanos.
Nadie se salvó
del pecado, aunque siempre será necesario recordar lo que a este respecto
escribió en 1969 Max Aub, en La Gallina
Ciega: “Hubo una gran diferencia entre las barbaridades que se cometieron
de nuestro lado y las que hicieron ellos. Nosotros –dejando aparte a los que
las cometieron- las reprobamos y, en los casos que pudimos, las castigamos. En
cambio, ellos las hicieron conscientemente y, a lo que es peor, creyendo que
hacían justicia. ¡Qué justicia ni qué narices! En esa diferencia fundamental
está la base de la verdad y, precisamente porque ganaron ellos, la vida
española de hoy está construida en la mentira y en el crimen”.
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