(L422) La mirada del observador (1980)


Marc Behm, La mirada del observador (1980)

Como ya sabéis no soy partidario de la novela de géneros (aventuras, policiaca, drama, romántica, psicológica, histórica, ciencia-ficción, etc.). Para mí una novela es buena o mala independientemente del género en la que se sitúe. Aunque tengo comentadas pocas novelas policiacas o romains noirs, las que están creo que son excelentes. Como esta que os traigo hoy de Marc Behm (1925-2007) un autor norteamericano afincado en Francia.

Argumento: el Ojo trabaja en la agencia de detectives Watchmen, Inc. Sobre la mesa de su despacho está la fotografía de un grupo de colegialas que recibió en 1961. Su mujer se la había enviado en un sobre sellado en Washington D.C. No sabe cuál de ellas es su hija. Hoy tendría veinticuatro años y espera que un día entre por la puerta. Por más esfuerzos que realizó en su momento fue incapaz de encontrar a la madre y a la hija.

El Jefe lo llama. El señor y la señora Hugo, dueños de una cadena de zapaterías quieren saber algo de la novia de su hijo y hasta qué punto está comprometido. El Ojo se dispone a seguir al joven Paul Hugo. Durante toda la mañana va tras él, “tan discreto como el punto de la i en un párrafo, nada discordante”. Hasta que el sujeto entra al Bank Capital y saca dieciocho mil dólares. “¿Qué demonios iba a hacer con todo ese dinero en efectivo? Ojo se mantuvo a distancia; aquí había malas vibraciones”. Paul se adentró en el Parque. El Ojo cogió su Minolta XK y lo siguió de cerca. La chica no tardó en aparecer, veinteañera, de ojos grisazulados. El Ojo les sacó unas fotografías. La joven lleva una maleta. Se marchan, el Ojo los sigue. Van al Ayuntamiento, a dos manzanas de distancia. Se casan.

El Porsche de los recién casados salió de la ciudad en dirección al Lago Camden (Florida). Se alojan en Woodlan Inn. La chica se llama Lucy Brentano y es de Nueva York, vivía en la calle 91 Este. Trabajaba en la oficina de Air France de la Quinta Avenida. Después de cenar en un restaurante de Evanstown, el Ojo vuelve al complejo de apartamentos y los observa discretamente por la ventana. Ella saca una ampolla de su bolso, le quita el tapón y lo vacía en el vaso de Paul. “Comenzó a llover. El Ojo se subió el cuello de la chaqueta. Estaba calado. Lucy fue a la cómoda y encendió la radio. Una mezzo-soprano canta Samson et Dalila de Camile Saint-Saëns. Lo iba a matar, estaba absolutamente seguro de ello”…

Comentario: una persecución interminable por todo el país. El detective que conocemos por el sobrenombre de “el Ojo” sigue a una joven que va cambiando de nombre y fisonomía. Rastrea sus orígenes y su vida. Se ha convertido en una obsesión que enlaza con la pérdida de su hija. Incluso protege a Lucy en sus fechorías, borrando las huellas que ella va dejando.

Detrás de cualquiera de los nombres que usa en sus felonías, qué más da, tenemos a una mujer desesperada, una psicópata hábil, una excelente jugadora, una amante bisexual, un personaje de una profunda tristeza. “La acompañamos, seducidos y fascinados, sin ninguna consideración, ni juicio moral o ético”. La novela es una mezcla de amour fou, crímenes y fatalismo.

La continua referencia a la cultura y la gastronomía francesas no es más que un reflejo de su pasión por Francia. No en vano Marc Behm, después del desembarco de Normandía, se casó con una enfermera francesa y se instaló en el país.

BIBLIOGRAFÍA:

Marc Behm, La mirada del observador, RBA editores, Barcelona, 2011.

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