(L423) Cartas de Rusia (1843)


Marqués de Custine, Cartas de Rusia (1843)

Un libro lleva a otro libro. La lectura de Une exécution ordinair (2007) de Marc Dugain me ha llevado felizmente a leer este espléndido libro de viajes y costumbres que ha resultado ser todo un descubrimiento. Esta obra no solo relata el viaje de Custine, sino también presenta aspectos de la economía, organización social, costumbres y modo de vivir imperantes en Rusia durante el reinado del Zar Nicolás I (1796-1856).

El libro titulado La Russie en 1839 mereció los ataques del Zar Nicolás I. Con posterioridad cuando Balzac visitó Rusia y le ofrecieron pronunciarse, su respuesta fue el silencio. Astolphe Marqués de Custine (1790-1857) nació el 18 de marzo de 1790 en los prolegómenos de la revolución francesa. Su abuelo fue el general Custine y su padre, el marqués Francisco de Custine, ministro del gobierno francés en Prusia. Ambos fueron víctimas de la revolución. Su madre fue la bella, de soltera, Louise-léonore-Mélanie de Sabran quien queda sin marido ni suegro. Astolphe de Custine acompaña a Tayllerand al Congreso de Viena en noviembre de 1814 con el grado de oficial mayor de una compañía de Mosqueteros. No le apasionan las armas, pretende ser escritor, está muy influenciado por la lectura de Chateaubriand.

En 1817 regresa a Fervacques (residencia familiar). Los mejores salones de París se le abren. Desciende de víctimas del Terror, de familia grande, es joven y guapo. Así lo vemos en casa de la señora de Staël, del duque de Broglie, en la de Chateaubriand. Rechaza favorables partidos hasta que su madre consigue casarlo con Léontine de Saint-Simon de Courtemer de la que tuvo un hijo, pero ésta muere al cumplir los veinte años.

Solicita ser nombrado Par de Francia por el Rey pero un escándalo se lo impide. Su madre se retira a Suiza donde al poco muere. Custine vende Fervacques. Ya solamente le queda la escritura. A pesar de las vicisitudes pasadas permanece profundamente religioso. Considera a la Iglesia católica como la garante de la unidad.

La obra original consta de cuatro volúmenes de cuatrocientas páginas cada uno. La obra que tengo en mis manos es una edición abreviada, conservando la forma de cartas, que el marqués de Custine le había dado, de manera que esta selección tenga el mismo aspecto que el original y no se diferencie de él más que por su extensión. En lo concerniente al texto lo reproducen de la tercera edición, revisada, corregida y aumentada publicada en 1843, en París, por la librería de Amyot, editor.


Comentario: el libro –un poco olvidado hoy en día, desgraciadamente– del Marqués de Custine, Rusia en 1839 fue una verdadera revelación en el último siglo, merece, por más de un motivo, se le conceda de nuevo especial atención. “Si el tiempo consiguió aplacar la ira suscitada por él en la época del zar Nicolás I, si los ataques de que fue entonces objeto pertenecen ya al pasado. Las observaciones que contiene, en cambio, no han perdido nada de su veracidad ni de su fuerza”.1

Los ataques de que fue objeto por los rusos y por los periodistas adictos a su causa, no sirvieron sino para poner aún más de relieve la independencia de su autor y la verdad de los hechos por él atestiguados. Por eso Custine se limitó a responderles: “Si todos los viajeros del mundo se pusiesen de acuerdo para decir que Francia es un país poblado de idiotas, sus libros no producirían en París más que un movimiento de hilaridad: para herir, es preciso golpear con acierto”.2

“Cuando describo lo que he visto –dice– estoy en el mismo lugar; cuando relato lo que he oído, lo hago la misma noche, con mis recuerdos del día”. Y este procedimiento le parecía, si no el más favorable para el escritor, al menos el más convincente para el lector, al que obliga, de esta forma, a seguirle y al que él mismo convierte en juez del desarrollo de las ideas sugeridas al viajero. “Llego –dice– a cada nuevo país sin otras prevenciones que aquellas con las que ningún hombre puede defenderse: las que nos proporciona el estudio concienzudo de su historia. Examino los objetos, observo los hechos y las personas, permitiendo ingenuamente a la experiencia cotidiana el modificar mis opiniones”. (…) “Podrá echárseme en cara el tener prejuicios; pero no se me podrá reprochar jamás disfrazar a sabiendas la verdad”.3

Todo viaje, a sus ojos, es una especie de drama; drama que tiene un desenlace filosófico y moral, y que él concluye “juzgándolo”. “Ver para saber”, dice, pero también “para prever y para proveer”, he aquí la máxima de nuestro viajero, cuya pureza de visión, sensibilidad y cultura sirven para dar al pensamiento un impulso, un estímulo vigoroso.4

En opinión de Custine, el fanatismo de obediencia es lo que caracteriza a Rusia. Pero “mientras que obras naciones han soportado la opresión, la nación rusa la ha amado; la ama todavía; incluso se puede decir de los rusos que están ebrios de esclavitud”. La tiranía no solamente no los subleva, sino que los atrae: misterio del corazón humano inconcebible para el hombre de Occidente. “La obediencia política –dice– se ha convertido para ellos en un culto, en una religión. Únicamente en este pueblo se ha visto a los mártires en adoración ante sus verdugos”. Entre esta multitud de autómatas, donde las “personas” se han convertido en “cosas” ante el espectáculo de estas “máquinas provistas de alma”, Custine se rebela y piensa en el hombre en el cual se encarna este despotismo. “Ni por un instante –escribe– podría olvidarse a este hombre único por mediación del cual Rusia piensa, juzga y vive; este hombre, que representa la ciencia y la conciencia de su pueblo, que prevé, mide, ordena y distribuye todo lo que es necesario y ésta permitido a los demás hombres, para los cuales hace las veces de razón, voluntad, imaginación y pasión, pues no es lícito a ninguna criatura el respirar, sufrir, amar o moverse, fuera del marco trazado por la sabiduría suprema que provee o que es considerada digna de proveer a todas las necesidades, tanto del individuo como del Estado”. En este caso habla del zar Nicolás I, pero estas palabras sirven perfectamente para todos sus sucesores: Nicolás II, Lenin, Stalin, Putin…Las características del pueblo ruso y sus gobernantes que nos describe Custine no han cambiado en más de ciento ochenta años.5

La opresión disfrazada de amor al orden es con lo que Custine se había encontrado en este país, y por todas partes exageración, desproporción, desequilibrio, una mezcla confusa de exceso y de insuficiencia, de audacia y de cobardía, cuyos resultados hipócritas le inspiran tanto disgusto como piedad: “En lo físico, el clima, y, en lo moral, el gobierno de este país, devoran en germen lo que es débil… Rusia es el país de las pasiones desenfrenadas o de los caracteres débiles, de los revolucionarios o de los autómatas: no existe aquí el término medio entre el tirano y el esclavo, entre el loco y el animal; el justo medio es desconocido”.6

“Una ambición desordena, inmensa –sigue diciendo Custine–  una de estas ambiciones que no pueden germinar más que en el alma de los oprimidos y alimentarse más que de la desgracia de una nación entera, fermenta en el corazón del pueblo ruso. Esta nación, conquistadora por excelencia, ávida a fuerza de privaciones, expía por anticipado, por una envilecedora sumisión, la esperanza de ejercer la tiranía sobre los demás; la gloria, la riqueza que espera la consuelan del oprobio que sufre, y para lavarse del sacrificio impío de toda libertad pública y personal, el esclavo, de rodillas, sueña con la dominación del mundo civilizado”.7

“Los rusos –dice– ven en Europa una presa que les será abandonada, tarde o temprano, a causa de nuestras disensiones; por eso fomentan en nosotros la anarquía con la esperanza de aprovecharse de la corrupción que ésta trae consigo, y que sería favorable a sus objetivos: es la historia de Polonia que se repite, pero en grande. (Hoy día sigue intentándolo: influyendo en las elecciones americanas y catalanas). Desde hace ya bastantes años, París lee periódicos revolucionarios en todos los sentidos, pagados por Rusia: “Europa –dicen en San Petersburgo– lleva el camino que se ha seguido en Polonia: se va debilitando en un liberalismo inútil, mientras que nosotros permanecemos fuertes, precisamente porque no somos libres: no nos impacientemos bajo el yugo; ya llegará la hora de que podamos vengar nuestro oprobio”.8

Para terminar el Marqués de Custine tiene otro libro de viajes por España titulado L’Espagne sous Ferdinand VII (1838) del que me haré con un ejemplar próximamente y os lo comentaré en un futuro no muy lejano.

NOTAS:

1.-  Marqués de Custine, Cartas de Rusia, Iberia, Barcelona, 1953, p. 5.

2.- Ibídem, p. 6.

3.- Ibídem, p. 39.

4.- Ibídem, p. 40.

5.- Ibídem, p. 41.

6.- Ibídem, p. 43.

7.- Ibídem, p. 44.

8.- Ibídem, p. 45.

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