(L482) Qué solos se quedan los muertos (1985)
Mempo Giardinelli, Qué solos se quedan los muertos (1985)
Os traigo a un nuevo
autor argentino. La literatura hispanoamericana es una fuente inagotable de sorpresas
y placer lector. Mempo Giardinelli (El
Chaco, 1947) vivió exiliado muchos años en México durante el
período de la dictadura argentina. Ambienta en la ciudad de Zacatecas, esta
novela “policiaco-existencial” posee una considerable riqueza lingüística y literaria.
Argumento:
José
Giustozzi recibe una llamada de parte de Carmen Rubiolo para que acuda lo más
pronto posible. Asesinaron a Marcelo, lo “balacearon” en la puerta de su casa.
Diez o doce años atrás él la había amado, “cuando ella creía que ser periodista
era importante”. La había desatendido y se marchó. Unos cuantos años después la
encuentra en el exilio mexicano. José vive en México DF y se traslada en microbus
a Zacatecas. Por el camino va reconstruyendo su relación con Carmen. Se
pregunta cómo había obtenido su número de teléfono en México. Él no recuerda
que tuvieran amigos comunes. Se imagina que le dará el pésame por un tipo que a
él no le importa nada. Si ha acudido a su llamada ha sido por verla.
“Es la historia de mi
vida: perder porque no he sabido amar. Es terrible que un hombre llegue a los
cuarenta con esa certeza. Toda edad plantea miedos e inseguridades, porque la
vida misma es un examen de evaluación, un zafarrancho de combate; pero a los
cuarenta uno ya sabe muchas cosas, ha decidido todo lo que ya no quiere y sabe
todo lo que ya no puede (¡Entonces a los cincuenta avanzados qué decir!). A un
hombre, en los cuarenta, le quedan pocas cosas verdaderamente importantes, y
con ellas sale al ruedo, más sabio, más firme, maduro como dicen, pues la
noción del tiempo que no hay que perder es más clara, más precisa. La adultez
ha tenido un precio costosísimo y uno ha dejado pedacitos de piel por todas
partes, pero piensa que lo vivido, de todos modos, valió la pena. Salvo,
quizás, en el único capítulo donde los reproches serán más consistentes: el del
amor, que en mi caso no fue el camino de los aciertos, precisamente. (…) Quizá
porque éramos demasiado tiernos e inocentes no supimos retenernos y
compartirnos más de tres años, durante los cuales creo que di muy poco porque
necesitaba mucho.”
José se aloja en el hotel
“Calinda”. Desde su habitación puede contemplar el Cerro de la Bufa. “Su
imponencia dominando la ciudad y su escarpado lomo de iguana”. Cuando se ven él
la encuentra tan bella como siempre. Carmen le cuenta lo sucedido y que ha
contratado a un detective para ver que averigua. Ella cree que no tenían
enemigos. La policía ha hecho su trabajo rutinariamente. Carmen no sabe que
quiere de él ni porque lo ha llamado. Ambos se encuentran extraños. “Se habían
amado en un país cuya geografía solo se encontraba ya en los mapas.”
Giustozzi se dirige a la
policía, haciéndose el tonto, para intentar saber cómo va la investigación.
Luego va a ver a Hilda, la vecina de Carmen. “Yo la había imaginado una gorda
fea. Quizá porque odio a la gente confianzuda, hasta supuse que tenía granos en
la cara y mal aliento. Una harpía atrevida, una chismosa de esas que saben la
vida y milagros del vecindario, medio sucia, mal vestida, tetona, de cola
achatada y tobillos flaquitos. Hilda Fernández, cuando abrió la puerta y me
dijo «¡Pepe!» como si hubiéramos ido con nuestra mamás al mismo pediatra, era
tal como la había imaginado, físicamente, pero además usaba anteojos”. José quiere que le cuente que ha sucedido,
cómo fue, qué fue y qué supone. Ella le habla del Mustang que venía a recoger a
Carmen algunas veces, desde donde cree que balacearon al marido, del hombre
elegante que lo conducía. Hilda cree que pueden estar metidos en asuntos de
drogas. Y surge el nombre de un tal Librorio, algo así como el zar de las
drogas de Zacatecas...
Comentario: No es una novela estrictamente policial pero toman en préstamo algunas características del género, donde lo político se expresa a través de lo policial. La inscripción en el género encuentra su justificación en que contiene todos los elementos requeridos por sus leyes: víctima, asesino, investigador, investigación e identificación del criminal.
Giardinelli ha sabido
apropiarse de la riqueza del lenguaje mejicano: checar (examinar, controlar
algo), chava (novia), sangrona (que se aprovecha de los demás), platicar
(conversar), pedo (reunión para divertirse), güerita (rubia), heladera (nevera),
rajar (hablar mal de alguien), cuates (compadres, amigos), metiche
(entremetido), dizque (dicho, murmuración), cachimbero (el que se encarga de
trabajos menores), jijo (grito jubiloso), chaparro (persona rechoncha), charola
(bandeja), pendejo (tonto, cobarde), porro (persona torpe, ruda), pinche
(tacaño, ruin), güey (persona tonta), chingue (deriva de Chingada), saco
(jersey liviano), calentadita (sacudida que da la policía a los entrometidos), etc.
Y como no, mezclado con argentinismos:
piringundines (albergue provisional), jaraijajá (juego), boludo (tonto,
inepto), petiso (chico de los recados), salame (persona tonta, de bajo
entendimiento), gil (simple), otano (pan grande, hogaza), otario (persona de
bajo entendimiento), chaqueño (natural de la región del Chaco), etc. Es curioso
comprobar como muchas de ellas sirven para insultar o resaltar defectos de
alguien.
Los escritores
hispanoamericanos pueden convertir una novela policiaca en una declaración de
amor, también en una búsqueda del sentido de la vida, en un examen
retrospectivo de lo mucho que nos equivocamos en nuestras relaciones sentimentales.
Sí, todo eso cabe en una novela policiaca, y más todavía si está escrita por un
argentino.
BIBLIOGRAFÍA
Mempo Giardinelli, Qué solos se quedan los muertos, Plaza
& Janés, Barcelona, 1986. (Fragmentos páginas 37-38, 121).
Rosa Pellicer, «Memoria
y reconstrucción en dos novelas policiales argentinas: Qué solos se quedan los
muertos, de Mempo Giardinelli, y La memoria en donde ardía, de Miguel Bonasso»,
Amerika, 2 | 2010.
Alejandro Rebossio, Giardinelli:
“Solo los sectores privilegiados sienten nostalgia”, El País,
21/10/2015.
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