(L563) Poesías y Casidas de Andalucía (1134)
Ibn al-Zaqqâq, Poesías (1134)
Continuando mi búsqueda
por el mundo literario de Al-Ándalus hoy os traigo al poeta valenciano Ali ibn Attiya Ibn
al-Zaqqâq (1100-1134) del que sabemos muy pocas cosas de su
vida. Sabemos que murió antes de los cuarenta años. Tuvo una corta vida en la
que fue dichoso, según el epitafio para su tumba que hizo escribir en vida:
“¿No fue nuestro vivir una delicia?” Que su tío fue el célebre poeta Abu Ishaq
Ibrahim ibn Jafaya (1058-1138) con quien estudió. También cursó
Tradición profética con Muhammad
ben al-Sid al-Batalyawsí (1052-1127), gramático y filósofo. Maestro
reputado de la juventud valenciana de la época.
Sus versos fueron
compuestos en diván (diwan) y desde
luego gozaron de inmensa celebridad por los muchos fragmentos recogidos en
multitud de libros, orientales y occidentales. De este Diván extrajo
veintinueve breves composiciones el arabista Emilio
García Gómez (1905-1995) que pueden dar alguna idea de su talento y
que tradujo en endecasílabos blancos. La traducción es relativamente libre,
porque como dice el traductor, en verso la traducción literal es irrealizable y
para fines estéticos ninguna traducción literal es buena.
La quema de la ciudad de
Valencia, con la huida de Doña Jimena a instancias de Alfonso VI, y la
posterior reconstrucción almorávide hizo que el reino levantino floreciera con
sus huertas y cuidados vergeles. Cuando la literatura arábigo andaluza
desfallece es entonces cuando los poetas valencianos florecen. Éstos no están
ligados a favores ni prebendas, ni tienen que ganarse la vida escribiendo, ya
que suelen ser propietarios y gente acomodada.
La poesía de al-Zaqqâq
está llena de imágenes y comparaciones. Sus temas son variados predominando
tres que se bifurcan en varias ramas. a) Poemas
amorosos en que conviene saber cómo es el ideal de la mujer musulmana.
Blanca, vive retirada y oculta. No se dedica a trabajos manuales en la calle.
Su talle ha de ser delgadísimo y sus cadera opulentas obligándole a contonearse
como en una danza. Sus ojos han de ser lánguidos lo que provoca otra especie de
languidez en el amante, pero el efecto de su mirada es cortante como un sable.
Al saludar a la manera árabe se lleva la mano a los labios. En las entrevistas
nocturnas hay que distinguir si el amante va hacia la amada, desafiando los
peligros de la noche o es la amada la que viene sigilosamente. La noche de amor
parece siempre tan breve como interminable la noche pasada en soledad. b) Poemas báquicos donde se bebía por la
noche o bien al alba. El personaje esencial es el copero que recibe los piropos
de los comensales. También se habla del vino y sus propiedades. c) Los poemas descriptivos de espectáculos de
la naturaleza. También sobre la casa de baños o hammam. Sobre las lanzas, los madrigales y los epitafios.
La pintura que ilustra el
artículo se titula Belleza oriental del
pintor alemán Nathaniel Sichel (1843–1907).
3
LAS
PERLAS
A quien, en talle avara,
no en caderas,
Como los ebrios oscilante
avanza,
Yo le ofrecí las perlas
de mis ojos
(que el íntimo sentir
delatan siempre).
Más mostrando el collar
de su sonrisa:
‒«Éstas –dijo- me bastan,
sin las tuyas».
4
LAS
ENTREVISTA NOCTURNAS
¡Cuántas veces crucé, por
verla sólo,
el oscuro oleaje de la
noche!
¡Cuántas llegué a las
tiendas de su tribu
con valor más buido que
mi espada!
La noche me ocultó, como
se oculta
el sonrojo en el rostro
de un etíope.
13
DUDA
Me escancia con su
diestra y con sus labios.
A un lado y otro la
embriaguez me lleva.
A fuerza de apurar cáliz
y boca,
ya no sé, dulce amor,
cuál es el vino.
15
TRIPLE
EMBRIAGUEZ
Llegó a la media noche,
cuya sombra
era igual que su pelo o
que azabache.
Copas de vino puro me
tendía,
que daban aromático
perfume.
Otro nuevo licor vino a
añadirse,
prensado por sus ojos,
por sus dientes.
Me embriagué por tres
veces: de su copa,
de su saliva y de sus
ojos negros.
16
AMANECER
EN LA MARINA
Nace el sol. Las espadas
de sus rayos
hieren, blancas, la
hueste de las olas,
que en lorigas brillantes
las aguardan.
Se cruzan desafíos de
fulgores.
19
ROSAS
EN EL ESTANQUE
Las rosas que cayeron en
la alberca,
y el soplo de los vientos
desparrama,
la sangre son que el
caballero herido
vierte a través de la
loriga rota.
24
LAS
LANZAS
Los lanceros, de hierro
revestidos,
como aludes que colman
los barrancos,
encienden los pabilos de
las lanzas
que brillan en la liza
como antorchas
(raras luces que apagan a
los hombres
en vez de que los hombres
las apaguen).
Díme, si son estrellas,
¿por qué luego
no se borran del cielo
con el alba?
Saben cuál es su vaso y
bien lo apuran,
tras derribar inánimes
los cuerpos.
Dan frutos a los héroes
de victoria
cuando abajan sus ramos
en la guerra.
No es maravilla que se
tuerzan siempre,
embriagadas del vino de
la sangre.
29
EPITAFIO
PARA SÍ MISMO
De vuestro lado me robó
la muerte,
inexorable ley de los
humanos.
En ella os precedí; pero,
a la postre,
no tardaremos en
hallarnos juntos.
Decid, por vida vuestra y
por mi sueño:
¿No fue nuestro vivir una
delicia?
Ore por mí quien por mi
tumba pase,
y pague a la amistad la
fe jurada.
BIBLIOGRAFÍA
Ben al-Zaqqâq, Poesías, Revista de Occidente, Madrid,
1976. Traducción e introducción de Emilio García Gómez.
Luis Delgado, El sueño de Al-Zaqqâq,
Nuevas Músicas del Mundo, 15 de noviembre de 2004.
Rubiera Mata, María Jesús, Literatura hispanoárabe, Madrid, Mapfre, 1992. Edición digital Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001.
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