(L585) Sábado por la noche y domingo por la mañana (1958)

Alan Sillitoe, Sábado por la noche y domingo por la mañana (1958)

La lectura de un libro te lleva al descubrimiento de otro libro. Es una de las bondades que tiene el leer. Alan Sillitoe (1928-2010) es mi nuevo descubrimiento. Este escritor inglés fue uno de los miembros del grupo de los “jóvenes airados” (angry young men) junto a John Osbone, Harold Pinter o Kinsley Amis, entre los más conocidos. Sus obras expresan la amargura de las clases bajas respecto al sistema sociopolítico imperante en la Gran Bretaña de su tiempo y la mediocridad e hipocresía de las clases media y alta. El mote les vino por la descripción de un agente de publicidad sobre John Osborne, y su obra dramática Mirando atrás con ira (Look Back in Anger, 1956), que tal vez sea el trabajo más representativo del movimiento.

Argumento: Arthur Seaton trabaja en una fábrica, de pie, junto a un torno. Tiene veintidós años. El fin de semana lo ocupa en beber en alguno de los pubs de la gris ciudad de Nottingham, hasta caer redondo. “Vaya tirado, emborrachándose de esa manera. Parece uno de esos Teddy Boys, siempre armando bronca”.

“Era la noche del sábado, la mejor, la más juerguista y la más divertida de la semana. Uno de los cincuenta y dos días de fiesta en la Gran rueda del año que tan lento gira: un preámbulo enardecido para un Sabbath de postración. Las pasiones contenidas explotaban cuando llegaba la noche del sábado y el efecto de la dura y monótona faena de una semana en la fábrica se eliminaba del organismo en un estallido de cordialidad y buena disposición. Tu lema era «emborráchate y disfruta», y con tus mañosos brazos rodeabas cinturas femeninas, sintiendo cómo la cerveza bajaba benéficamente hasta el elástico receptáculo de tu estómago”.

Arthur se acuesta con Brenda, una mujer con marido y dos hijos a quien ve el fin de semana. El marido se llama Jack y es el compañero de trabajo de Seaton. La semana laboral la desarrolla en una fábrica de bicicletas de lunes a viernes a la que acude en compañía de su padre.

“Una vez en la calle, les llegó con más claridad el ruido sordo de la fábrica, cien metros más allá, tras sus altos muros. Los generadores chirriaban sin parar toda la noche, y durante el día las gigantescas fresadoras que terminaban manivelas y pedales en la sección de torneado hacían que el barrio pareciera hallarse bajo la cercana respiración de un ser monstruoso que sufriera de una enfermedad del estómago. El aroma de las jabonaduras, la grasa y el acero recién cortado impregnaban el aire envolviendo con sus efluvios el suburbio de casas de cuatro habitaciones construidas alrededor de la fábrica, y las calles e hileras de viviendas colgaban de su tripa y sus flancos como becerros que mamasen de las ubres de una madre descomunal. La fábrica llevaba años mandando bicicletas embaladas desde el departamento de envíos a vagones de cargas que las esperaban al otro lado de Eddison Road, haciendo que aumentaran de ese modo las exportaciones de postguerra”.

Comentario: el joven Arthur Seaton está en conflicto permanente con todo lo que huela a autoridad y compromiso. El autor reparte a gusto: gobierno, sindicatos, familia, matrimonio, rey, patria, ejército, etc. A los personajes los definen más sus actos que sus palabras y la descripción de ambientes es estupenda –especialmente logradas las escenas de la vida y el trabajo en la fábrica–, os lo digo yo, que de joven trabajé una breve temporada en una. Una novela interesante en la que un joven rebelde es domesticado finalmente por la sociedad. Lo que a muchos de nosotros, seguramente, nos ha pasado.

Cuando habla de la fábrica la describe del siguiente modo: “un sistema penitenciario que no resultaba del todo desagradable, pues al menos podía estar contento de saber que gracias a este trabajo no tendría que preocuparse de dónde vendrían los siguientes cigarros, los siguientes trajes, comidas o cervezas”.

“No dejaré que nadie se me eche encima, porque valgo tanto como cualquiera, aunque cuando llega la birria de voto que me proporcionan, a menudo tengo ganas de decirles por dónde se lo pueden meter, porque no sirve para nada. Pero si dijeran: «Mira, Arthur, aquí hay un quintal de dinamita y un detonador sin estrenar; ahora vuela la fábrica», entonces lo haría, porque merecería la pena. Acción, Me iría a todo correr a Rusia o al Polo Norte y allí me sentaría a partirme de risa por lo que acabaría de hacer, ante la visión de jefes, máquinas y bicis relucientes volando por el aire una maravillosa noche de luna llena. Tampoco es que tenga nada contra ellos, pero así es como me siento una y otra vez. A mí qué me importa si el mundo estalla mañana, mientras estalle yo con él”.

Los ingleses tenían su sistema monetario propio y diferenciado del continente del que haré un breve resumen y que nos servirá de guía para buena parte de la novelística británica clásica.

1 libra = 20 chelines = 4 coronas = 240 peniques.

1 chelín = 12 peniques

1 corona = 5 chelines

1 guinea = 21 chelines

1 soberano = 1 guinea

El 15 de febrero de 1971 la Gran Bretaña entró, por fin, en el sistema decimal (1 libra = 100 peniques) y puso fin a todo este lio.

Destaco la excelente la traducción de Mercedes Cebrián (asesorada por la mujer de Sillitoe, la poeta Ruth Fainlight), que consigue dar a los diálogos y al monólogo interior del protagonista el tono justo, dotándolos de una viveza y contemporaneidad magníficas.

BIBLIOGRAFÍA

Alan Sillitoe, Sábado por la noche y domingo por la mañana, Editorial Impedimenta, Salamanca, 2011.

Jesús Villaverde Sánchez, Los fines de semana de Nottingham, Culturamas, 30/09/2011.

Comentarios

  1. Buenos días Tomás,

    "Lo que a muchos de nosotros, seguramente, nos ha pasado."
    Jajajajaja, mírame a mí, de artista de la farándula e historiadora del Arte a prepararme las opos para la administración pública... ay Señor! qué nos ha pasado!

    Bien, bromas a parte, una vez leída la reseña que has escrito sobre la novela, quería compartir contigo que por las descripciones que aparecen de la atmósfera fabril junto con el hastío vital del protagonista (ese nihilismo del "medalomismo" que quizás un par de décadas después daría paso al punk inglés...) me recuerda al ambiente que se ve en un par de películas, salvando las distancias por supuesto; éstas son "El cazador" (1978), de Michael Cimino, con Robert de Niro, Christopher Walken y "La classe operaia va in paradiso" (1971) de Elio Petri y protagonizada por Gian Maria Volontè.

    No sé si las has visto, así que te las recomiendo encarecidamente sin perder de vista que hay que contextualizarlas en su momento y que algunos discursos ahora ya no tienen validez. Quizás será porque debamos empezar a ver estos films de hace 40 años desde una perspectiva histórica, maravillándonos por una parte de todos los derechos que se consiguieron a nivel de luchas proletarias y compadeciéndonos por otra parte de nosotros mismos por la de derechos que hemos dejado perder por el camino.
    Quién sabe si la generación que vendrá tendrá que luchar por aquello que ya lucharon mis padres.... Será verdad eso de que la vida es cíclica.

    Alicia F.

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