(L640) La sexta extinción (1995)

Richard Leakey y Roger Lewin, La sexta extinción (1995)

Un libro de divulgación científica a cargo de Richard Leakey (1944-2022) y Roger Lewin (1944) donde se plantea la hipótesis (el año 1995), hoy cada vez más plausible, de que después de las cinco grandes extinciones naturales que ha habido en la tierra se producirá una sexta extinción de especies y ecosistemas ocasionada por el Homo sapiens.

RESUMEN

A.- Tiempo y cambio.

1) Perspectiva personal.

Este no es el primer libro que sostiene que el Homo sapiens, especie que ha llegado a ser dominante, podría estar a punto de causar una catástrofe biológica de proporciones descomunales, mediante la erosión de la diversidad de la vida a una velocidad alarmante. (Por ejemplo, la tala de bosques tropicales y la invasión de la selva por culpa del desarrollo económico podrían ocasionar dentro de poco la extinción de unas cien mil especies por año). (...) los humanos no somos sino un breve momento en un flujo vital continuo, no su punto final.

2) El principal misterio de la vida.

Cronología de la Tierra


4.600 millones de años. (Piedra líquida radiactiva, hostil a cualquier forma de vida).

4.000 millones de años. Teóricamente la vida era posible (moléculas).

3.750 millones de años. Organismos unicelulares encontrados en rocas. (Llamadas procariotas que con el tiempo crearon estromalitos).

1.800 millones de años. Células eucarióticas.

630 millones de años. Fauna de Edicara. Estas criaturas no han vuelto a verse, no han sido antepasado de nadie. Artrópodos que no sobrevivieron. (Preextinción?)

530-525 millones de años. Organismos pluricelulares complejos (invertebrados marinos). Encontrados en registro fósil. Es lo que se ha llamado explosión cámbrica.

440 millones de años. Extinción del fin del Ordovícico. (Primera extinción).

365 millones de años. Extinción del Devónico tardío. (Segunda extinción)

225 millones de años. Extinción pérmica que eliminó el 96% de las especies marinas. (Tercera extinción).

210 millones de años. Extinción del fin del Triásico. (Cuarta extinción).

65 millones de años. Fin del Cretácico. Extinción de los dinosaurios por el alcance de varios meteoritos (Luis Álvarez, Universidad de California-Berkeley, Science, 1980). (Quinta extinción).

 

La vida, desde la explosión cámbrica, se ha caracterizado por sufrir expansiones y depresiones y, aunque las especies se han diversificado de un modo fabuloso, han resultado aniquiladas en cantidades ingentes por ocasionales extinciones en masa, cinco en total. (...) La suerte, y no la superioridad, representa un papel decisivo en la determinación de los organismos que sobreviven, sobre todo en los períodos de extinción en masa. Tenemos que admitir en consecuencia que los humanos somos una parte del batallón de los afortunados supervivientes de las convulsiones catastróficas del pasado y no las expresiones modernas de una antigua superioridad.

Eras geológicas. (foto pág. 29)

3) El motor de la evolución.

La explosión cámbrica de hace quinientos millones de años fue un estallido evolutivo sin precedentes en la historia de la vida y, como veremos, no se ha repetido desde entonces. En un espacio de tiempo geológicamente breve apareció una multitud de nuevas formas de vida. A los biólogos les encantaría conocer lo que originó este impresionante misterio. (...) Todas las arquitecturas básicas con que se han modelado los organismos pluricelulares modernos aparecieron en aquel breve estallido de innovación evolutiva.

Ecológicamente hablando, la Tierra, a comienzos del Cámbrico, era un lugar sencillo. Había cientos de miles de especies de organismos unicelulares y las poblaciones supervivientes de la fauna de Ediacara; pero los nichos ocupados por los organismos pluricelulares del mundo actual no se habían llenado aún. El mundo del Cámbrico temprano ofrecía por tanto oportunidades ecológicas ilimitadas. «Los ecosistemas», ha observado Stephen Jay Gould, «tenían espacio para todos, reptadores, marchadores, excavadores, sorbedores, predadores, lo que se quiera, y la vida respondía con un abanico de oportunidades sin igual. Una vez que explotó la explosión cámbrica, ya no volvieron a darse las mismas oportunidades porque el espacio ecológico disponible no ha vuelto a estar tan vacío».

Hace 225 millones de años se produjo la extinción pérmica. La mayor de todas las extinciones en masa que eliminó el 96% de las especies marinas. A continuación se produjo otra explosión de vida, no de especies nuevas sino de variaciones sobre las existentes.

Aplaudo la defensa que hace Gould de la contingencia histórica como actriz fundamental en el desarrollo de la vida en la Tierra, para que veamos nuestro mundo como uno de los muchos mundos biológicos posibles. Gould no niega que la selección natural es importante en la adaptación de las especies a su entorno, pero la considera una influencia local, sin nada que ver con la modelación de la historia general de la vida. (...) estoy de acuerdo con la respuesta que dio Jeffrey Levinton a la pregunta ¿proyecto o casualidad?: «Creo que lo mejor que puede decirse por el momento es que hay parte de verdad en ambas alternativas».

4) Las cinco grandes.

Para que un brote de mortandad se califique de extinción en masa, sin embargo, los paleontólogos exigen que haya constancia del efecto catastrófico tanto en el registro marino como en el terrestre, pues es esto lo que revela que se trata de un acontecimiento global. (...) Estos pocos acontecimientos principales, desde el más antiguo hasta el más reciente, fueron: el fin del Ordovícico (hace 440 millones de años), el Devónico tardío (hace 365 millones de años), el fin del Pérmico (hace 225 millones de años), el fin del Triásico (hace 210 millones de años) y el fin del Cretácico (hace 65 millones de años).

Gráfico de las cinco extinciones (foto) (p. 56)

En la historia de la vida, las extinciones en masa han reducido cinco veces de manera espectacular la diversidad biológica existente. Adviértase cómo ha crecido la diversidad en el tiempo, a pesar de estas crisis ocasionales, alcanzando su punto máximo cerca de nuestro presente.

La entrada del Homo Sapiens en escena se debió a la influencia de la perturbación que supuso la última extinción en masa, la del fin del Cretácico.

Quienes han comparado las condiciones globales que dominaron cada una de las Cinco Grandes han advertido que un factor común es un descenso en el nivel del mar o regresión marina. Douglas Erwin del Instituto Smithsoniano, está de acuerdo en que operó más de un agente en aquella extinción en masa, la más masiva de todas; actuó “una red compleja y no un solo mecanismo”. (...) La siguiente candidata más votada para mensajera de la muerte masiva es el cambio climático planetario, en particular el enfriamiento global. (...) El mecanismo es sencillo y directo, y tiene el mérito de afectar tanto a los organismos marinos como a los terrestres. Nos dice Steven Stanley, paleontólogo de la Universidad Johns Hopkins “y es la relativa facilidad con que un cambio en las temperaturas del planeta puede destruir miríadas de especies”.

Luis Álvarez de la Universidad de California-Berkeley encontró niveles insólitamente elevados de un metal pesado y no reactivo, el iridio, en una delgada capa de arcilla que señalaba la extinción en masa del fin del Cretácico, hace sesenta y cinco millones de años. A causa de su peso, el iridio se hundió en el interior de la Tierra durante los primeros capítulos de su historia (...) es un metal raro en la corteza terrestre y en la roca continental. No obstante, tiene una presencia significativa entre los minerales de los meteoritos. El descubrimiento de Álvarez, publicado en Science en junio de 1980, desató un alud de conferencia y artículos científicos sobre el impacto del asteroide. (...) Primero tenían que encontrarse elevados niveles de iridio donde hubiera sedimentos de finales del Cretácico. Se encontraron y en la actualidad se han detectado más de cien lugares con estas características.

Aceptar las catástrofes como parte normal de la historia de la Tierra supuso para los geólogos una gran ruptura filosófica. (...) Dos asteroides recientes, uno en marzo de 1989 y el otro en enero de 1991, no medían más de trescientos metros de diámetro, pero pasaron tan cerca de nosotros como la Luna. En julio de 1994 los astrónomos observaron una lluvia de fragmentos cometarios cayendo en la superficie de Júpiter y abriendo grandes heridas en la densa atmósfera del planeta; uno de los fragmentos tenía el tamaño de la Tierra. Fue una demostración muy oportuna de que los impactos masivos pueden suceder y de hecho suceden en el sistema solar.

5) Extinción: ¿malos genes o mala suerte?

Casi todos los biólogos admiten que la fuerza dominante en los periodos de extinción de fondo es la selección natural, en la que la competencia desempeña un papel importante. ¿Y en los brotes de extinción a mayor velocidad? ¿Es sólo cuantitativa la diferencia respecto a los periodos de extinción de fondo? Las regresiones marinas, el enfriamiento climático y los efectos de los impactos de asteroides o cometas ¿aprietan las clavijas de la competencia en tiempos difíciles? En otras palabras: ¿es la extinción en masa extinción de fondo a lo grande? ¿Son casi todas las extinciones, incluidas las masivas, el resultado, a grandes rasgos, de tener malos genes? Hasta hace poco, la respuesta a estas preguntas habría sido un sí inequívoco.

Aunque llegaron a la conclusión de que el azar solo no bastaba para dar cuenta de la forma de la historia de la vida en el Fanerozoico y de que parecían intervenir fuerzas selectivas, vieron ciertamente pautas parecidas, si no en magnitud sí en forma, a las que se encuentran en el registro fósil. Se producían episodios de extinción moderada, por obra de la casualidad, extinciones simultáneas de muchas especies. (...) los «malos genes» no son la única explicación de la pauta de la vida. Hubo cierta combinación de selección y mala suerte. Es una mezcla de ambos, un extenso territorio facilita la supervivencia.

Ya dije al principio de este capítulo que el efecto de la extinción masiva era reorganizar el reparto de personajes en el escenario de la vida y preguntaba si dicha reorganización estaba determinada por los malos genes o la mala suerte. Es ya evidente que los malos genes no son la respuesta. Fijémonos otra vez en la extinción del Cretácico. Puesto que la esquilmación se produjo en todos los reinos biológicos. (...) En épocas de extinción de fondo opera la selección natural darwiniana, creando novedades evolutivas, dando forma a la adaptación, creando el ajuste entre los organismos y el entorno. Tanto los genes como la suerte desempeñan un papel en este régimen y es posible que los malos genes tengan aquí más peso que la mala suerte cuando se trata de extinguirse. Durante las extinciones en masa, las leyes darwinianas quedan en suspenso y las especies sobreviven o sucumben por motivos ajenos a la adaptación. Lo decisivo entonces, a la hora de consignar especies al olvido evolutivo, es la mala suerte.

El motor de la evolución.

6) El Homo Sapiens, ¿culminación de la evolución?

El Homo sapiens, desde que apareció, hace unos 150.000 años, ha acabado por ocupar todos los continentes menos las llanuras inhóspitas de la Antártida, e incluso allí hemos puesto el pie. Esto, sin duda, da fe de nuestras facultades corpóreas, ya que nos hemos adaptado a todos estos ambientes. Y no puede ponerse en tela de juicio nuestras facultades mentales, que son únicas en la naturaleza. Somos la culminación de la evolución ¿o no?

En el siglo xviii y principios del xix, los estudiosos veían un orden en la naturaleza en forma de Gran Cadena del Ser, cuyas raíces se hundían en la concepción aristotélica del mundo. (…) Desde las formas de vida más sencillas, las bacterias, hasta la más compleja, el Homo sapiens, la naturaleza se organizó en tramos graduados con regularidad que reflejaban el orden de la creación. La cadena quería ser una descripción del cómo había sido desde la creación y como sería siempre. Con la aparición de la teoría de Charles Darwin, la fuente del orden del mundo se enfocó de manera distinta. Más que fruto de la creación, era resultado de la historia o, en palabras de Darwin, de la «descendencia con modificación». Todos los organismos tenían raíces comunes, conectadas de diversa manera en el desarrollo de la evolución. Y aquí, evidentemente, se incluía a los humanos.

La evolución substituye a la creación como dogma, con la supremacía del hombre blanco sobre las demás razas. Luego, una vez superado el racismo, se pensó en la supremacía del hombre sobre los demás animales. Hasta que “Jane Goodall y Dian Fossey han difuminado la frontera humanoanimal que con tanto tesón habíamos trazado a partir de estos atributos supuestamente únicos. Los monos emplean herramientas; tienen una especie de cultura; tienen conciencia de sí; y, aunque las investigaciones están rodeadas de polémica, hay bastantes probabilidades de que los monos, incapaces de producir lenguaje articulado, estén capacitados para entender y manejar el simbolismo que el lenguaje articulado comporta. No somos tan especiales, al fin y al cabo.

Cronología de la especie humana

 

5 millones de años. Evolución de la primera especie humana.

2,5 millones de años. Surge la capacidad tecnológica.

150.000 años. Aparición del Homo sapiens.

 

Cuando consideramos la historia de la vida vertebrada en general, vemos una evolución que va de los peces a los anfibios, de éstos a los reptiles, luego a los mamíferos, a los primates y finalmente a los humanos, una progresión que camina desde lo primitivo hasta lo avanzado. Si la evolución ha avanzado en una progresión tan lineal, «¿cómo podía haberse desarrollado la historia de otro modo?», pregunta retóricamente Stephen Jay Gould. (…) Hoy sabemos que la explosión cámbrica fue un período de experimentación evolutiva sin precedentes, que produjo un amplísimo espectro de planes estructurales, o tipos, que fueron la base del resto de la historia de la vida. Puede que ese espectro de planes estructurales, hasta un centenar en total, agotara la capacidad de innovación disponible para la evolución, de suerte que si, por arte de magia, el proceso se repitiera, aparecerían los mismos tipos. Pero no hay ningún argumento ni teórico ni empírico que apoye esta suposición. (…) Rebobinemos la cinta, pasemos otra vez el vídeo (por repetir la metáfora con que Gould representó este experimento mental) y es posible que aparezcan otros mundos.

Las extinciones en masa deben verse como uno de los elementos principales que forman la historia de la vida, y además de forma imprevisible. Esta imprevisibilidad significa que el progreso que llevó de los peces a nosotros fue sencillamente lo que ocurrió en la historia evolutiva, no lo que debió ocurrir. En este sentido, la historia de la vida supone que no hubo ninguna inevitabilidad en la evolución del Homo sapiens. Somos, como dice Gould, «un acontecimiento evolutivo altamente improbable» Puede que nos cueste aceptarlo, pero seguramente es verdad.

Un enfriamiento global hace 5 y 2,5 millones de años es posible que fuera una causa evolutiva de la aparición de la familia humana, pero no podemos afirmarlo con convicción. (...) Adviértase que esto supone que el motor evolutivo se alimentó del cambio ambiental externo, no de la competencia interior, como sugiere la teoría darwiniana clásica. (…) Mientras el motor de la evolución se alimente principalmente de fuerzas externas (acontecimientos imprevistos en el entorno), nada será inevitable en la historia evolutiva. Cada especie es una contingencia histórica.

El tamaño relativo. Vemos que el encéfalo humano es por lo menos cien veces mayor que el de los primeros anfibios o reptiles, hecho que nos parece significativo. El neocórtex es exclusivo de los mamíferos, y es responsable en parte del aumento de la encefalización (el resto del encéfalo creció también). Ni siquiera las aves, que evolucionaron poco después que los mamíferos y alcanzaron un nivel equivalente de encefalización, poseen neocórtex.

En cuanto al tamaño del cerebro, los prosimios, que representan la forma más antigua de los primates, y que hoy comprenden especies como los gálagos y los lémures, evolucionaron, ya en los primeros tiempos, un poco por debajo del nivel de los mamíferos modernos. Los antropoideos, que comprenden los monos, los antropoides y los huma-nos, están por encima. La proporción, en los monos, es dos o tres veces la media de los mamíferos modernos, y en los humanos es aproximadamente seis veces. Los humanos comparten este primer puesto con ciertos cetáceos como el delfín.

Según Allan Wilson de la Universidad California-Berkeley, el cerebro alimentó su propia evolución. Cuando se manifiesta un nuevo comportamiento en un individuo de una población, lo aprenden los demás individuos de la misma población que están genéticamente predispuestos para ello. La predisposición genética para la innovación y el aprendizaje son impulsados, pues, por selección natural, formando un bucle retroactivo que, en principio, debería acelerar el proceso en el tiempo. El comportamiento, no el cambio climático ni otras fuerzas externas, impulsa la evolución, decía Wilson: los cerebros grandes engendran cerebros mayores y así sucesivamente.

Los humanos somos la culminación de la evolución, la expresión más elevada del cómputo biológico. Es verdad que hemos llegado a este punto gracias a muchas casualidades afortunadas, por eso no podemos creer que nuestra especie haya estado predeterminada, como quería Theilhard de Chardin. No podemos consolarnos creyendo que la evolución del Homo sapiens fue inevitable. Pero la evolución de una capacidad mental como la nuestra y la aparición de un nivel de conciencia como el nuestro fueron, probablemente, inevitables y previsibles en cierto punto de la historia de la Tierra. Y da la casualidad de que somos la especie en que se manifestaron.

7) Un sinfín de formas bellas.

La pauta más chocante de la diversidad biológica del mundo es su distribución desigual. Por decirlo esquemáticamente, la diversidad de especies es máxima alrededor del ecuador y mengua de manera gradual conforme subimos de latitud, es decir, a medida que viajamos hacia los polos. (...) La pluvisilvas (bosques húmedos) de los trópicos son particularmente ricas en biodiversidad: abarcan un dieciseisavo de la superficie del planeta y, sin embargo, cobijan más de la mitad de sus especies. La destrucción incesante de estos bosques es, por tal motivo, un problema preocupante.

La imagen que tenemos últimamente de la vida subacuática es asombrosamente parecida a la terrestre, según se confirmó en un magno estudió realizado a fines de 1993 por un equipo de investigadores de Estados Unidos, Escocia y Australia. La diversidad más alta está concentrada alrededor del ecuador, y la riqueza mengua conforme se mira bajo el mar a latitudes superiores.

En 1993, David Jablonski abordó el problema de los estudiosos de la ecología recurriendo al registro fósil. Argumentó que si en él hay más constancia de primeras manifestaciones de especies nuevas en las regiones tropicales que en las regiones templadas, el problema entonces está resuelto. Seleccionó el registro fósil de las especies marinas invertebradas desde el comienzo del Mesozoico, hace unos 225 millones de años, para zanjar la cuestión, y vio claros indicios de que en los trópicos había una cantidad superior de primeras manifestaciones. «Es un indicio directo de que las regiones tropicales han sido una fuente principal de novedades evolutivas», escribió en Nature en julio del año citado, «y no sólo un refugio que ha acumulado diversidad debido a sus bajos índices de extinción». Este importante resultado perfiló mejor la problemática de los biólogos: lo que haya de especial en los trópicos fomenta efectivamente la innovación evolutiva.

El carácter uniforme de los climas tropicales y su abundancia de primeras especies no es el motivo de la diversidad, sino que son el forzamiento y la inestabilidad la comadrona de la evolución.

De los treinta y tres tipos animales, en los mares hay representantes de treinta y dos, mientras que en tierra sólo hay doce, Además, el 64 por ciento de los tipos vive únicamente en el reino marino, mientras que sólo hay un tres por ciento exclusivamente terrestre. (El equilibrio hay que buscarlo tanto en tierra como en el mar.) Desde este punto de vista, los mares sostienen una diversidad de formas vivas mucho mayor que los hábitats terrestres. En otras palabras, en el mar se encuentran muchos temas con pocas variaciones, mientras que en tierra vemos muchas variaciones sobre unos cuantos temas.

El motivo más inmediato de que haya más tipos morfológicos en el mar es que la vida pluricelular comenzó allí, con la explosión cámbrica. Todos los tipos actuales aparecieron durante aquel acontecimiento o muy poco después, y mucho antes de que los primeros organismos se atrevieran a adentrarse en tierra. Todos los tipos actuales habrían tenido por tanto la oportunidad de dejar descendientes en los mares, mientras que sólo los que desarrollaron adaptaciones terrestres tuvieron la misma oportunidad en tierra. Esto no explica por qué en el reino marino hay muchas menos variantes de cada plan estructural que en tierra firme; a fin de cuentas, la vida marina llevaba al principio una ventaja de cien millones de años a la vida en tierra.

La pregunta es: ¿cuántas especies hay actualmente en el mundo? Según Robert May «No sabemos ni siquiera en orden de magnitud con cuántas especies compartimos el globo». Casi todas las estimaciones están entre cinco millones y cincuenta millones.

La cantidad de especies registradas ha aumentado mucho desde la época de Linneo, y en la actualidad hay clasificadas alrededor de un millón cuatrocientas mil. Digo «alrededor de» porque no hay ningún almacén central donde figuren todas las especies descritas, de modo que la cifra es necesariamente una estimación. No deja de ser paradójico; hay un almacén central para las cadenas de ADN que se producen en los laboratorios de biología molecular de todo el mundo, pero no para los organismos de los que se ha obtenido el material genético. El ochenta y cinco por ciento de las especies registradas vive en el dominio terrestre, y la mayor parte, unas 850.000, son artrópodos, es decir, insectos, arácnidos y crustáceos. Casi todas las especies de artrópodos son insectos y casi la mitad de los insectos son escarabajos.

Casi todas las 300.000 especies vegetales que conocemos son plantas con flor. (...) El espectro que más nos interesa, el de los vertebrados, abarca un total de cuarenta mil especies, de las que cuatro mil son mamíferos, nueve mil son aves y el resto reptiles, anfibios y peces. (Ver gráfico).

Debería estar claro que, sea la suma total de especies de treinta, cincuenta o cien millones, casi toda la vida es tropical y prácticamente invisible. El mundo de los vertebrados y plantas grandes de nuestra experiencia cotidiana no es sino una fracción de la diversidad de la vida. ¿Deberíamos, como ha dicho Edward Wilson, «dedicarnos exclusivamente a elaborar un catálogo completo de la vida en la Tierra»? (...) Como culminación del proceso evolutivo, como especie sensible, tenemos el deber moral de conocer hasta donde podamos el «sinfín de formas bellísimas» con que compartimos esta Tierra.

8) El valor de la diversidad.

El apremiante motivo por el que lo ecólogos hablan hoy tan a menudo del valor de la diversidad biológica, sin embargo, es nuestra reciente conciencia de que está en creciente peligro de extinción. Los ecólogos no sólo quieren saber las consecuencias de las pérdidas, que es lo contrario de expresar su valor, sino también coordinar los argumentos para poner freno a dichas pérdidas.

Identifico tres enfoques básicos para valorar la biodiversidad. El primero entra de lleno en el reino económico, al que ya he aludido. Se refiere a los beneficios tangibles que podemos sacar de nuestro entorno: comida, materias primas y medicamentos. El segundo beneficio es menos tangible en el sentido tradicional, pero no menos importante; es el mantenimiento del entorno físico, con su circulación de gases, productos químicos y humedad. Está relacionado con la salud crónica del entorno global del que nuestra especie y las demás dependen para su supervivencia. El tercer enfoque del valor es el menos tangible de todos; es el placer estético que los humanos sienten percibiendo la diversidad de la vida a su alrededor. Tal como han dicho ya otros, creo que es algo más que una simple experiencia abstracta; que, por el contrario, cala hondo en lo que consideramos humano.

Como fuentes de cultivos nuevos o mejorados, de materias primas y de medicamentos nuevos, la biota mundial tiene sin duda un valor inmenso, un valor que puede expresarse en dólares a la hora de polemizar con los economistas.

La atmósfera de la Tierra contiene altos niveles de oxígeno y anhídrido carbónico desde hace mil millones de años, al principio por la fotosíntesis de los organismos marinos y luego por la de los organismos terrestres. (...) Los bosques son los pulmones del planeta. Los árboles, tropicales o templados, no viven solos, sin embargo. Hace poco se contaron cuarenta y seis mil lombrices y afines, doce millones de nematodos (gusanos) y cuarenta y seis mil insectos, y todo debajo de un metro cuadrado de suelo de bosque danés. Un gramo del mismo suelo contenía más de un millón de bacterias de un solo tipo, cien mil células de levadura y cincuenta mil fragmentos de hongo.

Hace dos décadas, el químico e inventor británico James Lovelock llevó más allá la idea de interdependencia ecosistémica; la llevó a nivel global. Etiquetada como «hipótesis de Gaia», su teoría venía a decir que todos los ecosistemas del planeta dependían esencialmente unos de otros, que operaban como un todo y que estaban inextricablemente unidos al entorno físico. Una consecuencia de esta interdependencia era el establecimiento y mantenimiento de las condiciones físicas imprescindibles para la vida.

David Tilman, de la Universidad de Minesota y John Downing, de la Universidad de Montreal, descubrieron un vínculo directo entre la diversidad de especies y la salud de un ecosistema natural. Dijeron en Nature en enero de 1994. «Nuestros resultados no corroboran la hipótesis de las especies innecesarias porque siempre encontramos un efecto relevante de la biodiversidad en la resistencia a la sequía y en la recuperación» (...). A principios de 1994, la Comisión Científica para los Problemas Ambientales, que está integrada en el Plan para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas, se reunió en California para pasar revista a las pruebas y opiniones sobre el contencioso. La comisión llegó a la conclusión de que la alta diversidad de especies es beneficiosa; que podría haber cierto nivel de superfluidad en muchos ecosistemas, pero ¿quién podría decir que sabe todo lo que hay que saber para manipularlos?

Hace poco el mismo Edward Wilson definió la biofilia diciendo que era «la vinculación emocional innata de los seres humanos con otros seres vivos». Wilson hablaba de algo muy arraigado en la psique humana, algo que forma parte de nuestro ser después de evolucionar durante millones de años. (...) ¿Por qué, si no, buscamos sosiego en el campo cuando nos cansamos de las tensiones de la vida urbana? ¿Por qué en Estados Unidos y Canadá hay más visitantes de parques zoológicos que asistentes a las principales competiciones deportivas juntas? ¿Y por qué corre a comprar una casa en el campo todo el que tiene medios para ello? El psicólogo Roger Ulrich ha demostrado que, puestos a elegir visualmente entre un paisaje urbano y otro rural, los ciudadanos optan por el último por mayoría abrumadora. (...) Podemos dar valor a la biodiversidad porque nutre la psique humana, el espíritu humano y el alma humana.

¿El equilibrio de la naturaleza?

9) Estabilidad y caos en ecología.

Como ha señalado el ecólogo John Wiens, de la Universidad de Nuevo México, uno de los objetivos de la ecología «es detectar las pautas de los ecosistemas naturales y explicar los procesos causales que subyacen tras ellas». (...) Despojado de toda idea de intencionalidad, el equilibrio natural, según Fairfield Osborn Jr., acabó por referirse a la capacidad de una comunidad ecológica para resistir o recuperarse de las perturbaciones, a lo que, más objetivamente, se daba el nombre de estabilidad.

Los recursos alimentarios limitados, las interacciones competitivas, el impuesto de los predadores e incluso los efectos de las enfermedades forman parte del funcionamiento de esta máquina coordinada. Cuando una comunidad de especies alcanza el equilibrio, la fuerza principal que altera éste es el clima, con modificaciones a largo plazo o con repentinos episodios violentos, como las tormentas y las oscilaciones térmicas. Las alteraciones climáticas favorecerán a unas especies en perjuicio de otras.

La fluctuación de las comunidades ecológicas estuvo entre los primeros fenómenos que se analizaron como causas potenciales de comportamiento caótico. Lo hizo Robert May hace más de veinte años y lo describió en un artículo que publicó en Nature y que hoy es un clásico. (...) Como dijo May en otra ocasión, «para algunos ecólogos, [el caos] tiene algo de magia negra». Obsesionados por la idea de equilibrio, los ecólogos continuaron buscando pruebas que lo confirmaran, mientras por sistema pasaban por alto el comportamiento imprevisible que implicaba que lo que ocurría era otra cosa.

La demostración práctica de que el tamaño de una población puede variar de manera espectacular e imprevisible a consecuencia de interacciones generadas dentro del sistema, sin que intervengan cambios exteriores, significó un paso muy importante en el conocimiento de las pautas que vemos en el mundo natural. (...) «Por un lado presenta una alternativa determinista a la idea de que las fluctuaciones poblacionales son producto exclusivo de perturbaciones exteriores. Por otro, podría socavar el marco conceptual de la ecología contemporánea.» No hay duda de que los nuevos datos machacarán los conceptos ecológicos, pero desde el punto de vista de la biodiversidad, el caos es una fuerza positiva.

Vemos ya, por lo tanto, que no hay equilibrio en el mundo natural; que éste no es una «máquina coordinada» que busca a toda costa el equilibrio. Es algo mucho más interesante. No puede negarse que la adaptación a las condiciones físicas locales y a fuerzas exteriores como los acontecimientos climáticos contribuyen a dar forma al mundo que vemos. Pero también es ya evidente que buena parte de la pauta que reconocemos (en el tiempo y en el espacio) procede de la naturaleza misma.

Los ecosistemas que tomaron forma en los modelos informáticos de Stuart Pimm y Mac Post revelaban que las comunidades pobres en especies podían verse invadidas con facilidad, mientras que ante comunidades ricas en especies era más difícil cantar victoria. Difícil, pero no imposible. Si se permite madurar a una comunidad rica en especies, no permanece estática, sino que experimenta un lento recambio.

El ejemplo de la isla de Hawai donde el 28% de los insectos y el 75% de las plantas son de importación. (...) Jim Drake de la Universidad Purdue construyó un modelo informático parecido. (...) Está claro que la composición final de un ecosistema persistente depende del orden en que las especies tratan de integrarse en el sistema que está madurando. Llegar temprano al lugar de los hechos dará ventajas unas veces; otras será mejor llegar al atardecer. Todo depende de qué especies formen ya parte de la comunidad. Ya vimos en otro capítulo que la historia, o la contingencia histórica, se está reconociendo como un poderoso responsable de la trayectoria evolutiva, mientras que la adaptación desempeña un papel inferior al que se le adjudicaba antaño.

Los ecosistemas están en un incesante estado de agitación, en el espacio y en el tiempo, y en cualquier momento puede decaer una población mientras otras prosperan. Y el cambio incesante es vital como propulsor de la diversidad de especies. «Los conservacionistas deberían preocuparse menos de la persistencia de tal o cual especie vegetal o animal», advierte Brian Walker, «y pensar más en mantener el carácter y la diversidad de los procesos ecosistémicos».

10) Impactos humanos del pasado.

Alfred Russel Wallace, coautor de la teoría de la evolución por selección natural, decía en 1876 que la causa de las extinciones se encontraba «en el reciente y gran cambio físico conocido como “época glacial”». (...) En 1911 escribió: «Estoy convencido de que la rapidez de la extinción de tantos mamíferos grandes se debe en realidad a la intervención del hombre» Este cambio de opinión lo produjo su creciente convencimiento de que los efectos ambientales de la glaciación eran sin duda demasiado limitados para causar extinciones a la escala que conoció la época. (...) Cuando Wallace se aferró a la idea de la extinción causada por el hombre a comienzos de siglo, la defendió con tesón. El centro de la polémica, sin embargo, siguió siendo el impacto climático contra el impacto humano.

Paul Martin, paleontólogo de la Universidad de Arizona, resucitó en 1967 la hipótesis del exterminio de Wallace y Owen, y llamó al fenómeno «el exterminio del Pleistoceno». Argüía que el cambio climático no fue el único acontecimiento con que coincidió la extinción de fines del Pleistoceno. Por entonces se estaba extendiendo por toda América una especie nueva de mamífero que se instaló en el norte hace unos 11.500 años (después de haber cruzado el seco estrecho de Bering, procedente de Asia) y que un milenio después, hace 10.500 años, llegó a la Tierra del Fuego, en el extremo sur de la América meridional. La especie era el Homo sapiens, un cazador consumado cuya habilidad predadora se había perfeccionado durante las decenas de miles de años que había pasado en África y Eurasia. Los arqueólogos llaman «hombre de Clovis» a aquellos primeros pobladores del Nuevo Mundo, por las perfectas puntas de proyectil que se descubrieron en 1927 en el pueblo de Nuevo México llamado Clovis.

En la actualidad no hay forma de evaluar el impacto relativo de la caza y el cambio climático en la fauna americana de finales del Pleistoceno. Los dos acontecimientos azotaron el continente al mismo tiempo. ¿Debilitó tanto un proceso la fauna, reduciendo el tamaño poblacional, que bastó la capacidad coactiva del otro para acabar con ella? Como dijo John Guilday, «en cualquier caso, su efecto combinado fue devastador y el mundo de ahora es mucho más pobre». (...) La extinción americana coincide con la expansión del hombre de Clovis, como ya hemos visto. ¿Y en África, que tuvo importantes extinciones a comienzos del Pleistoceno, y en Australia, donde las extinciones fueron tardías, hace probablemente sesenta mil años? La coincidencia de la llegada de los humanos y los momentos significativos de extinción reforzaría la hipótesis del exterminio. (...) ¿Fueron las extinciones de animales grandes de comienzos del Pleistoceno el resultado del impacto inicial de un predador nuevo (el Homo erectus) a cuya presencia no se habían adaptado aún las especies presa potenciales? Una coincidencia así encajaría en la hipótesis del exterminio. Pero no hay forma de saber si es cierta, y es tan probable como que la causa fuera el cambio climático.

Que la primera presencia humana tuviera efectos devastadores en las comunidades ecológica de Nueva Zelanda apoya circunstancialmente la idea de que en América se produjeran impactos parecidos.

Storrs Olson y Helen James dos investigadores del Smithsoniano y otros colegas se dieron cuenta de que podían sacarse dos conclusiones acerca de las islas del Pacífico donde se encontraban indicios fósiles de especies aviarias: primera, que las actuales comunidades ecológicas están horriblemente empobrecidas en comparación con las de tiempos prehistóricos; segunda, que la extinción de especies siempre coincidía con la llegada de los primeros colonos. (...) Hoy se admite que la destrucción y fragmentación de hábitats es responsable de buena parte de la racha de extinciones que azotó Hawai. Pero los humanos raras veces viajan solos cuando buscan una nueva patria. Unas criaturas se llevan a propósito, por ejemplo gatos, perros, cerdos y cabras; otras se cuelan como polizones, por ejemplo las ratas. (...) Tal vez sorprenda a algunos saber que entre todos los compañeros de viajes de los humanos que se dedican a la predación, los responsables de más extinciones son las ratas. Como son omnívoras, se zampan huevos y las crías de aves y reptiles, comenzando la cadena de destrucción en las primeras etapas del ciclo vital.

No he hablado aquí de los impactos humanos del pasado para justificar lo que nos azota actualmente. Sabemos lo que hacemos y conocemos las consecuencias; las sociedades anteriores no. Por ello mismo es necesario contemplar las pautas del presente con la perspectiva histórica correcta.

11) Historia del elefante moderno.

En la actualidad, los elefantes se consideran la esencia misma de «la selva»: poderosos y libres, inteligentes y también enigmáticos, por qué no. Son una extraordinaria creación de la naturaleza, un vínculo tangible con el pasado recóndito y remoto, los amos indiscutibles de las llanuras. (...) Privados a ritmo creciente de un territorio antaño infinito a causa de la incontenible expansión de las poblaciones humanas y eliminados a sangre fría para quitarles el marfil, la población del elefante africano se había reducido a la mitad durante la década que precedió a mi nombramiento de director, en abril de 1989. (...) En muchos aspectos, la historia del elefante es la historia de la biodiversidad del mundo, en el tiempo y en el espacio.

En el mundo actual hay dos especies de elefantes, el africano, cuyo nombre zoológico es Loxodonta africana, y el asiático, denominado impropiamente Elephas maximus, ya que es el más pequeño de los dos. (...) Siempre que se alude a los parientes más cercanos de los elefantes, la reacción de los ciudadanos que no saben biología suele ser de incredulidad; se trata de las vacas marinas. (...) La trompa pasó a ser un órgano importante para los proboscidios, y su evolución estuvo acompañada al final por el desarrollo de los colmillos. Cualquiera que haya visto a un elefante arrancar un árbol se da cuenta de la fuerza que ejercen la trompa y los colmillos en la ejecución combinada de esta operación. Los colmillos también son importantes en las exhibiciones de rivalidad entre los machos.

Se calcula actualmente que en aquel momento de la prehistoria existían cerca de doscientas especies de proboscidios en todo el mundo. Fue una auténtica diáspora de una estirpe extraordinariamente eficaz y el orden dominó la edad de los mamíferos. Que en el mundo actual sólo queden dos especies es otra advertencia de que el dominio no es para siempre; nunca lo ha sido en la historia de la vida y nunca lo será. Deberíamos tomar nota.

El Pleistoceno presenció la extinción de algunas especies de proboscidios africanos, y al finalizar este período, hace diez mil años, se produjo igualmente el final del mamut y el mastodonte en todo el mundo, seguramente por intervención humana, como ya vimos en el capítulo anterior. (...) A los humanos les fascina desde hace muchísimo tiempo la belleza (y seguramente las presuntas virtudes mágicas) del marfil. (...) Pero fueron los romanos quienes convirtieron la costumbre en arte elevado, por no decir excesivo. Hacían figurillas con valor simbólico; decoraban objetos funcionales como los peines; se servían del marfil para construir estatuas grandes y muebles; guarnecían las paredes de las habitaciones con baldosas de marfil; lo utilizaban incluso como moneda.

El fantasma del parque de Tsavo avivó la polémica sobre la eficacia de la reducción selectiva. Sus defensores, que la consideraban una forma científica de administrar la fauna y mantener su hábitat, calificaban a sus detractores de aficionados sentimentales. Los detractores argüían que había que dejar que los ciclos naturales siguieran su curso. Sin embargo, un acontecimiento natural y otro forjado por el hombre vinieron a eclipsar la polémica: el primero fue la sequía, el segundo la intensificación de la caza furtiva.

En la década transcurrida hasta 1989 la población de elefantes africanos pasó de un millón trescientos mil ejemplares a 625.000. Esto, recuérdese, en un momento en que, en teoría, el tráfico de marfil estaba bajo control. El censo dinamitó también la idea (a menudo sostenida por los defensores del comercio) de que en los bosques de África central había grandes poblaciones respetadas, Pero los números eran lo menos significativo del asunto. A fin de cuentas, una población de 625.000 individuos parece más bien nutrida y no precisamente en rango de extinción. El verdadero impacto de la carnicería estaba detrás de los números. Los colmillos mayores son propios de los machos maduros, que en consecuencia eran los principales blancos de los cazadores. Los machos comenzaron a escasear al cabo del tiempo. (...) El efecto sobre las pautas de apareamiento era devastador, ya que las hembras sólo tienen tres días de fertilidad en su ciclo trimestral. Las posibilidades de que una hembra copule con un macho en el momento oportuno disminuyen cuando se ha diezmado el contingente de machos. (...) La cifra de 625.000, en consecuencia, ocultaba no sólo las pautas alteradas de apareamiento, sino también la alteración de las pautas sociales. La muerte de una hembra madura ponía en peligro la estructura social de su grupo; y a menudo equivalía a la muerte inmediata de la cría inmadura que aún dependía de la comida y protección de la madre. Lo cual era como condenar a la población a una destrucción rápida.

Decir no a la reducción selectiva es admitir los derechos de esta especie en un mundo en que deberíamos coexistir. (...) La naturaleza de los elefantes, herbívoros terrestres gigantescos, es lo que convierte este ideal en problema, ya que necesitan un territorio muy amplio en el que recoger diariamente grandes cantidades de vegetación. Los biólogos saben que cuanto más pequeña es la zona de conservación, menor es la cantidad de especies que sobrevive en ella. Los elefantes necesitan un territorio que está entre los más grandes de los que ocupan los vertebrados terrestres.

La polémica sobre el futuro del comercio del marfil culminó en una reunión de los países miembros de la CITIES (Comission on International Trade in Engangered Species), que tuvo lugar en la ciudad suiza de Lausana en octubre de 1989. (...) Si no éramos capaces de salvar de la extinción al mamífero terrestre más grande de las llanuras, ¿qué posibilidad habría de proteger a ninguna otra especie? (...) No hace mucho la esclavitud se consideraba éticamente aceptable, pero ya no. No hace mucho, matar por deporte chimpancés y gorilas, nuestros parientes evolutivos más próximos, se consideraba igualmente aceptable, pero ya no. Creo que el elefante merece el mismo respeto y la misma protección. (...) En su supervivencia se basa la de muchas otras especies que componen la gran diversidad de la fauna africana, la cual forma parte a su vez de la herencia que hemos recibido de millones de años de evolución. Ni más ni menos.

El futuro

12) Una casualidad de la historia.

El Homo sapiens es hoy la especie dominante en la Tierra. Por desgracia, nuestro impacto es devastador y, si seguimos destruyendo el entorno como en la actualidad, la mitad de las especies del mundo se extinguirá a comienzos del próximo siglo. Aunque el Homo sapiens está condenado a la extinción, al igual que las demás especies que han existido, tenemos el imperativo ético de proteger la diversidad de la naturaleza, no de destruirla.

Creo que estamos ante una crisis (producida por nosotros) y que si no sabemos capearla con visión de futuro, será como echar sobre las generaciones venideras una maldición de magnitud inimaginable. (...) Hay una certeza a propósito del futuro humano que burla nuestra capacidad de imaginar: que un día nuestra especie dejará de existir.

Para Charles Darwin y Charles Lyell, la progresión de los peces hasta los anfibios, los reptiles y los mamíferos (y al final hasta nosotros) refleja el desarrollo de la vida, no tal como fue, sino tal como debió ser. En esta concepción, la casualidad, el azar, no desempeña ningún papel en la dirección y organización del flujo de la vida, algo que también es válido para la aparición final del Homo sapiens. (...) En cambio según Stephen Jay Gould y Niles Eldredge hay que aceptar, pues, que el mundo vivo del que formamos parte no es sino uno de los incontables mundos posibles, no el único inevitable. Es más bien, y sencillamente, una contingencia de la historia.

Ya no existe la imagen donde el flujo de la vida era uniforme y previsible, con los humanos como culminación inevitable del proceso; lo que la sustituye es un mundo caprichoso e imprevisible donde el lugar propio se consigue con no poca suerte. El catastrofismo ha vuelto; y es verdadero. (...) Nuestro mundo es menos seguro de lo que pensábamos, pero por ello mismo también más interesante.

13) La sexta extinción.

Seremos una casualidad de la historia, pero es indudable que el Homo sapiens es la especie más dominante sobre la Tierra actualmente. (...) la razón y el conocimiento no  nos han impedido explotar colectivamente los recursos de la Tierra (biológicos y físicos) en proporciones incomparables. (...) Creo que la extinción causada por el hombre continua en la actualidad y que está aumentando a velocidad alarmante.

Los humanos ponen en peligro la existencia de otras especies de tres maneras fundamentales. La primera es la explotación directa, como la caza. La segunda es el destrozo biológico que se produce ocasionalmente a raíz de la introducción de especies foráneas en ecosistemas nuevos, deliberada o casualmente. La tercera y más importante forma de poner en peligro otras especies es destruir y fragmentar hábitats, y en concreto talar pluvisilvas tropicales. Los bosques, que cubren sólo el 7 por ciento de la superficie terrestre del mundo, son un caldero de innovaciones evolutivas y albergan la mitad de las especies del planeta. Conforme se reducen los hábitats, se reduce igualmente la capacidad de la Tierra para sostener su herencia biológica.

Como dijo Edward Wilson «prácticamente todos los estudiosos del proceso de extinción están de acuerdo en que la diversidad biológica está en el centro de su sexta gran crisis, esta vez por intervención exclusivamente humana».

Las dos preguntas pertinentes, recordémoslo, son éstas: ¿se están talando los bosques tropicales a la velocidad que dicen Norman Myers y otros? Si la respuesta es afirmativa, ¿qué impacto producen en las especies que viven allí? (...) dos informes independientes de comienzos de los años noventa, uno del Instituto de Recursos Mundiales de Washington (World Resources Institute), el otro de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), publicaron cifras del orden de los 200.000 kilómetros cuadrados de bosque perdidos cada año. (Es decir, entre el 40 y el 50 por ciento más que una década antes.) A este ritmo de destrucción, los bosques tropicales quedarán reducidos al 10 por ciento de su extensión primitiva a comienzos del siglo que viene y a una diminuta mancha en los mapas hacia el año 2050.

El crecimiento de la población humana global está estrangulando los hábitats naturales, por la construcción de aldeas, pueblos y ciudades, y de la infraestructura que los acompaña, y por la producción de alimentos de origen vegetal y animal. La población humana se ha extendido de manera espectacular en la historia reciente, como todo el mundo sabe. De quinientos millones que éramos en 1600 pasamos a mil millones en 1800; en 1940 éramos casi tres mil millones; en los últimos cincuenta años esta cantidad se ha multiplicado por dos, llegando casi a seis mil millones; está previsto que en los próximos cincuenta años volverá a multiplicarse por dos, y por entonces seremos más de diez mil millones. Si todas estas personas quieren vivir por encima del nivel de pobreza que domina en muchas de las regiones menos desarrolladas del mundo actual, la actividad económica global tendrá que multiplicarse por lo menos por diez. ¿A qué precio?

Robert MacArthur y Edward Wilson veían esta relación dondequiera que miraban, desde las Islas Británicas hasta el archipiélago de Indonesia, pasando por las Galápagos. De estas observaciones dedujeron una sencilla ley aritmética: la cantidad de especies se multiplica aproximadamente por dos cada vez que se decuplica la superficie. La relación cualitativa entre superficie y cantidad de especies (a más superficie, más especies) parece evidente y de sentido común; y la relación cuantitativa procede de la observación empírica.

Podría compararse con cualquiera de las Cinco Grandes crisis biológicas de la historia del planeta, aunque ésta no la causa el cambio climático global, ni el retroceso del nivel del mar, ni la caída de un asteroide. La causa uno de los pobladores de la Tierra. El Homo sapiens está maduro para ser el destructor más colosal de la historia, sólo superado por el asteroide gigante que chocó con la Tierra hace sesenta y cinco millones de años, barriendo en un instante geológico la mitad de las especies de entonces.

Pondré unos ejemplos. Ya he mencionado la masiva pérdida de especies del lago Victoria. Por sí sola, la desaparición de doscientas especies en veinte años se aleja del índice de extinción de fondo, que es de una especie cada cuatro años. (...) Desde que el primer humano puso allí el pie se ha extinguido por lo menos la mitad de las especies de aves del archipiélago, y la racha continúa.

Hay aquí dos puntos que conviene subrayar. El primero es que cada vez que los ecólogos pueden reconocer un hábitat antes y después de una perturbación, casi siempre se aprecia alguna pérdida de especies, a menudo catastrófica. Sin embargo, en la inmensa mayoría de los casos, la destrucción de hábitats se produce en zonas con la fauna y la flora sin catalogar, de modo que es más que probable que se hayan extinguido incontables especies sin que los ecólogos se hayan enterado de su existencia. ¿Cómo puede documentarse un fenómeno así, si no es por extrapolación? El segundo punto es que, al igual que las plantas de Centinela, muchas especies tienen una distribución geográfica muy reducida, sobre todo en los trópicos, de manera que la destrucción de hábitats equivale a menudo a la destrucción instantánea de especies. Como ya señalé, esto supone que la previsión de que al final se perderá el 50 por ciento de las especies no es una exageración, sino una subestimación de la realidad.

Si los niveles observados de la extinción conocida en estos casos son típicos y pueden aplicarse a especies parecidas de todo el mundo, la extinción actual discurre a una velocidad entre mil y diez mil veces mayor que la extinción de fondo.

14) ¿Nos afecta?

Si los animales y las plantas son fuente potencial de nuevas materias primas, nuevos alimentos y nuevos fármacos, la pérdida de especies reduce dicho potencial. Si una red interactiva de plantas y animales es importante en el mantenimiento de la química de la atmósfera y el suelo, la pérdida de especies reduce la eficacia de estos servicios. Y si una diversidad abundante en especies influye en la psique humana, la pérdida de especies reduce nuestra humanidad de un modo imposible de calcular. Sin embargo, es lícito formular una pregunta en cada una de estas tres áreas: ¿son necesarias todas las especies existentes para producir valor económico, servicios ecosistémicos y placer estético? ¿Podemos prescindir de algunas sin perjuicio?

Con la incesante destrucción de biodiversidad que deja a su paso el desarrollo económico, podríamos arrastrar al mundo natural hasta un umbral más allá del cual podría ser incapaz de sostenerse primero a sí mismo y en última instancia a nosotros. Sin nada que lo detenga, el Homo sapiens podría ser no sólo el responsable de la sexta extinción, sino también una de sus víctimas.

Las extinciones en masa son prácticamente instantáneas, se producen en cuestión de años o de siglos, en el caso de un impacto de asteroide, a milenios o millones de años de distancia de las causas materiales. La recuperación, en cambio, es lenta, ya que tarda entre cinco y veinticinco millones de años. Quiero decir lenta a escala humana. Lenta no sólo en lo que se refiere al tiempo que podemos abarcar como individuos, sino también en lo que se refiere a nuestra duración como especie.

No hay motivos para pensar que la duración media, de uno a diez millones de años, que se aplica a otras especies no deba aplicarse a la nuestra. El Homo sapiens lleva rondando unos 150.000 años, así que es lícito esperar que duremos aproximadamente un millón de años más (ya que somos vertebrados terrestres grandes), a menos, claro está, que nuestra capacidad de destrucción acelere nuestro fin.

Cuando entendemos la biota de la Tierra en términos holísticos, es decir, viéndola funcionar como un todo interactivo que produce un mundo vivo, estable y con buena salud, acabamos por vernos a nosotros mismos como parte de ese todo, no como especie privilegiada que puede explotarla impunemente. El reconocimiento de que estamos arraigados en la vida y su bienestar exige que respetemos a las demás especies, no que las arrollemos en la ciega satisfacción de nuestros intereses. Y en virtud de este mismo principio ético, que el Homo sapiens haya de desaparecer algún día de la faz de la Tierra no nos autoriza a hacer lo que queramos mientras estemos aquí.

Como dijo David Raup en Extinction: Bad Genes or Bad Luck?, «la inquietante realidad es que en el pasado geológico hubo millares de extinciones y no tenemos ninguna explicación sólida de por qué se produjeron». Por lo que se refiere a las Cinco Grandes, hay teorías sobre las causas, algunas convincentes, pero ninguna demostrada.

De la sexta extinción, en cambio, conocemos al culpable. Somos nosotros.

Comentario: lo que más nos puede sorprender de la evolución es que el hombre es un ser contingente, no necesario dentro de ella. Si se volviera a producir, cosa imposible, tendríamos pocas posibilidades de prosperar. Ni somos creación de Dios, ni tampoco fruto de la evolución y de la supervivencia de los más aptos. Somos fruto del azar y de la casualidad. A nivel cognitivo, que no físico, parece ser que somos lo más refinado de la creación. Pero como dice Eduald Carbonell, en su intervención en el programa de Tv3, Quan temps ens queda?, “somos idiotas”.

Hasta ahora se han producido Cinco extinciones masivas de animales como explica el libro. Pues bien, el hombre va camino de provocar él solito la Sexta extinción masiva. Nos vamos a cargar la vida animal y el planeta. El cambio climático está a punto de convertirse en irreversible. No habrá vuelta atrás. Lo sabe casi todo el mundo, y quienes pueden tomar las decisiones políticas y económicas para evitarlo no hacen nada. No es lo mismo que el año 2100 la temperatura de la tierra suba 2º que suba 10º.

El uso del carbón y otros combustibles fósiles no se ha detenido, va en retroceso en Europa, pero no así en el resto del planeta. La apuesta por energías limpias (solar y eólica) se desarrolla a un ritmo lento y desesperante, entorpecido por los intereses de las grandes compañías petroleras que quieren seguir exprimiendo el negocio. Recordemos el cuanto menos cínico “impuesto al sol” que gravó estas energías durante el mandato de Mariano Rajoy (2012-2018) que retrasó el desarrollo de las mismas.

España podría ser un país puntero en la obtención de estas energías, sin embargo, está por debajo de Alemania en la producción solar por poner un ejemplo. Los distintos gobiernos, enfrascados en sus disputas ‒internas y externas‒ y en su ambición por mantenerse en el sillón el máximo tiempo posible, no han querido establecer una política nacional en esta materia. Como podemos ver cada año el verano dura más semanas. La vida se nos hará más difícil a los humanos. La falta de agua y la desertización ya están afectando a la península ibérica, sobre todo, al levante. Creo que nos espera un triste final.

BIBLIOGRAFÍA

AA. VV., La sisena extinció, TV3, 03/03/2024. (43 minutos).

Eudald Carbonell, El futur de la humanitat, Ara Llibres, Barcelona, 2022.

Eduald Carbonell, Quan temps ens queda? Tv3, Sense Ficció, 30/01/2024 (58 minuts).

Richard Leakey y Roger Lewin, La sexta extinción, Tusquets, Barcelona, 2008 (3º ed.)

Jacques Monod, El azar y la necesidad, Tusquets, Barcelona, 1981.

Comentarios

  1. Esta vez me has sorprendido con la reseña de una ensayo científico, y de envergadura.
    ¡Caramba con la especie!

    Yo hace tiempo que sostengo que lo que desaparecerá será la especie humana (¿y animal? quién sabe...) pero la Tierra seguirá y seguirá y seguirá... Sólo espero y deseo que ese momento de la extinción no nos pille!

    Saludos!

    Alicia F.

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