(L640) La sexta extinción (1995)
Richard Leakey y Roger Lewin, La sexta extinción (1995)
Un libro de divulgación
científica a cargo de Richard Leakey (1944-2022)
y Roger Lewin (1944)
donde se plantea la hipótesis (el año 1995), hoy cada vez más plausible, de que
después de las cinco grandes extinciones naturales que ha habido en la tierra
se producirá una sexta extinción de especies y ecosistemas ocasionada por el Homo sapiens.
RESUMEN
A.- Tiempo y cambio.
1) Perspectiva personal.
Este no es el primer
libro que sostiene que el Homo sapiens, especie que ha llegado a ser
dominante, podría estar a punto de causar una catástrofe biológica de
proporciones descomunales, mediante la erosión de la diversidad de la vida a
una velocidad alarmante. (Por ejemplo, la tala de bosques tropicales y la
invasión de la selva por culpa del desarrollo económico podrían ocasionar
dentro de poco la extinción de unas cien mil especies por año). (...) los
humanos no somos sino un breve momento en un flujo vital continuo, no su punto
final.
2)
El principal misterio de la vida.
Cronología de la
Tierra
4.600
millones de años. (Piedra líquida radiactiva, hostil a cualquier forma de
vida).
4.000
millones de años. Teóricamente la vida era posible (moléculas).
3.750
millones de años. Organismos unicelulares encontrados en rocas. (Llamadas
procariotas que con el tiempo crearon estromalitos).
1.800
millones de años. Células eucarióticas.
630
millones de años. Fauna de Edicara. Estas criaturas no han vuelto a verse, no
han sido antepasado de nadie. Artrópodos que no sobrevivieron. (Preextinción?)
530-525
millones de años. Organismos pluricelulares complejos (invertebrados marinos).
Encontrados en registro fósil. Es lo que se ha llamado explosión cámbrica.
440
millones de años. Extinción del fin del Ordovícico. (Primera extinción).
365
millones de años. Extinción del Devónico tardío. (Segunda extinción)
225
millones de años. Extinción pérmica que eliminó el 96% de las especies marinas.
(Tercera extinción).
210
millones de años. Extinción del fin del Triásico. (Cuarta extinción).
65 millones de años. Fin del
Cretácico. Extinción de los dinosaurios por el alcance de varios meteoritos
(Luis Álvarez, Universidad de California-Berkeley, Science, 1980). (Quinta extinción).
La vida, desde la
explosión cámbrica, se ha caracterizado por sufrir expansiones y depresiones y,
aunque las especies se han diversificado de un modo fabuloso, han resultado
aniquiladas en cantidades ingentes por ocasionales extinciones en masa, cinco
en total. (...) La suerte, y no la superioridad, representa un papel decisivo
en la determinación de los organismos que sobreviven, sobre todo en los
períodos de extinción en masa. Tenemos que admitir en consecuencia que los
humanos somos una parte del batallón de los afortunados supervivientes de las
convulsiones catastróficas del pasado y no las expresiones modernas de una
antigua superioridad.
Eras geológicas. (foto pág. 29)
3) El motor de la
evolución.
La explosión cámbrica de
hace quinientos millones de años fue un estallido evolutivo sin precedentes en
la historia de la vida y, como veremos, no se ha repetido desde entonces. En un
espacio de tiempo geológicamente breve apareció una multitud de nuevas formas
de vida. A los biólogos les encantaría conocer lo que originó este
impresionante misterio. (...) Todas las arquitecturas básicas con que se han
modelado los organismos pluricelulares modernos aparecieron en aquel breve
estallido de innovación evolutiva.
Ecológicamente hablando,
la Tierra, a comienzos del Cámbrico, era un lugar sencillo. Había cientos de
miles de especies de organismos unicelulares y las poblaciones supervivientes
de la fauna de Ediacara; pero los nichos ocupados por los organismos
pluricelulares del mundo actual no se habían llenado aún. El mundo del Cámbrico
temprano ofrecía por tanto oportunidades ecológicas ilimitadas. «Los ecosistemas»,
ha observado Stephen Jay Gould,
«tenían espacio para todos, reptadores, marchadores, excavadores, sorbedores,
predadores, lo que se quiera, y la vida respondía con un abanico de
oportunidades sin igual. Una vez que explotó la explosión cámbrica, ya no
volvieron a darse las mismas oportunidades porque el espacio ecológico
disponible no ha vuelto a estar tan vacío».
Hace 225 millones de años
se produjo la extinción pérmica. La mayor de todas las extinciones en masa que
eliminó el 96% de las especies marinas. A continuación se produjo otra
explosión de vida, no de especies nuevas sino de variaciones sobre las
existentes.
Aplaudo la defensa que
hace Gould de la contingencia histórica como actriz fundamental en el
desarrollo de la vida en la Tierra, para que veamos nuestro mundo como uno de
los muchos mundos biológicos posibles. Gould no niega que la selección natural
es importante en la adaptación de las especies a su entorno, pero la considera
una influencia local, sin nada que ver con la modelación de la historia general
de la vida. (...) estoy de acuerdo con la respuesta que dio Jeffrey
Levinton a la pregunta ¿proyecto o casualidad?: «Creo que lo mejor
que puede decirse por el momento es que hay parte de verdad en ambas
alternativas».
4) Las cinco grandes.
Para que un brote de
mortandad se califique de extinción en masa, sin embargo, los paleontólogos
exigen que haya constancia del efecto catastrófico tanto en el registro marino
como en el terrestre, pues es esto lo que revela que se trata de un
acontecimiento global. (...) Estos pocos acontecimientos principales, desde el
más antiguo hasta el más reciente, fueron: el fin del Ordovícico (hace 440
millones de años), el Devónico tardío (hace 365 millones de años), el fin del
Pérmico (hace 225 millones de años), el fin del Triásico (hace 210 millones de
años) y el fin del Cretácico (hace 65 millones de años).
Gráfico de las cinco
extinciones (foto)
(p. 56)
En la historia de la
vida, las extinciones en masa han reducido cinco veces de manera espectacular
la diversidad biológica existente. Adviértase cómo ha crecido la diversidad en
el tiempo, a pesar de estas crisis ocasionales, alcanzando su punto máximo
cerca de nuestro presente.
La entrada del Homo Sapiens en escena se debió a la
influencia de la perturbación que supuso la última extinción en masa, la del
fin del Cretácico.
Quienes han comparado las
condiciones globales que dominaron cada una de las Cinco Grandes han advertido
que un factor común es un descenso en el nivel del mar o regresión marina. Douglas
Erwin del Instituto Smithsoniano, está de acuerdo en que operó más
de un agente en aquella extinción en masa, la más masiva de todas; actuó “una
red compleja y no un solo mecanismo”. (...) La siguiente candidata más votada
para mensajera de la muerte masiva es el cambio climático planetario, en
particular el enfriamiento global. (...) El mecanismo es sencillo y directo, y
tiene el mérito de afectar tanto a los organismos marinos como a los
terrestres. Nos dice Steven Stanley,
paleontólogo de la Universidad Johns Hopkins “y es la relativa facilidad con
que un cambio en las temperaturas del planeta puede destruir miríadas de
especies”.
Luis Álvarez
de la Universidad de California-Berkeley encontró niveles insólitamente
elevados de un metal pesado y no reactivo, el iridio, en una delgada capa de
arcilla que señalaba la extinción en masa del fin del Cretácico, hace sesenta y
cinco millones de años. A causa de su peso, el iridio se hundió en el interior
de la Tierra durante los primeros capítulos de su historia (...) es un metal
raro en la corteza terrestre y en la roca continental. No obstante, tiene una
presencia significativa entre los minerales de los meteoritos. El
descubrimiento de Álvarez, publicado en Science
en junio de 1980, desató un alud de conferencia y artículos científicos sobre
el impacto del asteroide. (...) Primero tenían que encontrarse elevados niveles
de iridio donde hubiera sedimentos de finales del Cretácico. Se encontraron y
en la actualidad se han detectado más de cien lugares con estas
características.
Aceptar las catástrofes
como parte normal de la historia de la Tierra supuso para los geólogos una gran
ruptura filosófica. (...) Dos asteroides recientes, uno en marzo de 1989 y el
otro en enero de 1991, no medían más de trescientos metros de diámetro, pero
pasaron tan cerca de nosotros como la Luna. En julio de 1994 los astrónomos
observaron una lluvia de fragmentos cometarios cayendo en la superficie de
Júpiter y abriendo grandes heridas en la densa atmósfera del planeta; uno de
los fragmentos tenía el tamaño de la Tierra. Fue una demostración muy oportuna
de que los impactos masivos pueden suceder y de hecho suceden en el sistema
solar.
5) Extinción: ¿malos
genes o mala suerte?
Casi todos los biólogos
admiten que la fuerza dominante en los periodos de extinción de fondo es la
selección natural, en la que la competencia desempeña un papel importante. ¿Y
en los brotes de extinción a mayor velocidad? ¿Es sólo cuantitativa la
diferencia respecto a los periodos de extinción de fondo? Las regresiones
marinas, el enfriamiento climático y los efectos de los impactos de asteroides
o cometas ¿aprietan las clavijas de la competencia en tiempos difíciles? En
otras palabras: ¿es la extinción en masa extinción de fondo a lo grande? ¿Son
casi todas las extinciones, incluidas las masivas, el resultado, a grandes
rasgos, de tener malos genes? Hasta hace poco, la respuesta a estas preguntas
habría sido un sí inequívoco.
Aunque llegaron a la
conclusión de que el azar solo no bastaba para dar cuenta de la forma de la
historia de la vida en el Fanerozoico y de que parecían intervenir fuerzas
selectivas, vieron ciertamente pautas parecidas, si no en magnitud sí en forma,
a las que se encuentran en el registro fósil. Se producían episodios de
extinción moderada, por obra de la casualidad, extinciones simultáneas de
muchas especies. (...) los «malos genes» no son la única explicación de la
pauta de la vida. Hubo cierta combinación de selección y mala suerte. Es una
mezcla de ambos, un extenso territorio facilita la supervivencia.
Ya dije al principio de
este capítulo que el efecto de la extinción masiva era reorganizar el reparto
de personajes en el escenario de la vida y preguntaba si dicha reorganización
estaba determinada por los malos genes o la mala suerte. Es ya evidente que los
malos genes no son la respuesta. Fijémonos otra vez en la extinción del
Cretácico. Puesto que la esquilmación se produjo en todos los reinos biológicos.
(...) En épocas de extinción de fondo opera la selección natural darwiniana,
creando novedades evolutivas, dando forma a la adaptación, creando el ajuste
entre los organismos y el entorno. Tanto los genes como la suerte desempeñan un
papel en este régimen y es posible que los malos genes tengan aquí más peso que
la mala suerte cuando se trata de extinguirse. Durante las extinciones en masa,
las leyes darwinianas quedan en suspenso y las especies sobreviven o sucumben
por motivos ajenos a la adaptación. Lo decisivo entonces, a la hora de
consignar especies al olvido evolutivo, es la mala suerte.
El motor de la evolución.
6) El Homo Sapiens,
¿culminación de la evolución?
El Homo sapiens,
desde que apareció, hace unos 150.000 años, ha acabado por ocupar todos los
continentes menos las llanuras inhóspitas de la Antártida, e incluso allí hemos
puesto el pie. Esto, sin duda, da fe de nuestras facultades corpóreas, ya que
nos hemos adaptado a todos estos ambientes. Y no puede ponerse en tela de
juicio nuestras facultades mentales, que son únicas en la naturaleza. Somos la
culminación de la evolución ¿o no?
En el siglo xviii y
principios del xix, los estudiosos veían un orden en la naturaleza en forma de
Gran Cadena del Ser, cuyas raíces se hundían en la concepción aristotélica del
mundo. (…) Desde las formas de vida más sencillas, las bacterias, hasta la más
compleja, el Homo sapiens, la naturaleza se organizó en tramos graduados
con regularidad que reflejaban el orden de la creación. La cadena quería ser
una descripción del cómo había sido desde la creación y como sería siempre. Con
la aparición de la teoría de Charles Darwin,
la fuente del orden del mundo se enfocó de manera distinta. Más que fruto de la
creación, era resultado de la historia o, en palabras de Darwin, de la
«descendencia con modificación». Todos los organismos tenían raíces comunes,
conectadas de diversa manera en el desarrollo de la evolución. Y aquí,
evidentemente, se incluía a los humanos.
La evolución substituye a
la creación como dogma, con la supremacía del hombre blanco sobre las demás
razas. Luego, una vez superado el racismo, se pensó en la supremacía del hombre
sobre los demás animales. Hasta que “Jane Goodall y Dian
Fossey han difuminado la frontera humanoanimal que con tanto tesón
habíamos trazado a partir de estos atributos supuestamente únicos. Los monos
emplean herramientas; tienen una especie de cultura; tienen conciencia de sí;
y, aunque las investigaciones están rodeadas de polémica, hay bastantes probabilidades
de que los monos, incapaces de producir lenguaje articulado, estén capacitados
para entender y manejar el simbolismo que el lenguaje articulado comporta. No
somos tan especiales, al fin y al cabo.
Cronología de la
especie humana
5 millones de años.
Evolución de la primera especie humana.
2,5 millones de años.
Surge la capacidad tecnológica.
150.000 años. Aparición
del Homo sapiens.
Cuando consideramos la
historia de la vida vertebrada en general, vemos una evolución que va de los
peces a los anfibios, de éstos a los reptiles, luego a los mamíferos, a los
primates y finalmente a los humanos, una progresión que camina desde lo
primitivo hasta lo avanzado. Si la evolución ha avanzado en una progresión tan
lineal, «¿cómo podía haberse desarrollado la historia de otro modo?», pregunta
retóricamente Stephen Jay Gould. (…) Hoy sabemos que la explosión cámbrica fue
un período de experimentación evolutiva sin precedentes, que produjo un
amplísimo espectro de planes estructurales, o tipos, que fueron la base del
resto de la historia de la vida. Puede que ese espectro de planes
estructurales, hasta un centenar en total, agotara la capacidad de innovación
disponible para la evolución, de suerte que si, por arte de magia, el proceso
se repitiera, aparecerían los mismos tipos. Pero no hay ningún argumento ni
teórico ni empírico que apoye esta suposición. (…) Rebobinemos la cinta,
pasemos otra vez el vídeo (por repetir la metáfora con que Gould representó
este experimento mental) y es posible que aparezcan otros mundos.
Las extinciones en masa
deben verse como uno de los elementos principales que forman la historia de la
vida, y además de forma imprevisible. Esta imprevisibilidad significa que el
progreso que llevó de los peces a nosotros fue sencillamente lo que ocurrió en
la historia evolutiva, no lo que debió ocurrir. En este sentido, la historia de
la vida supone que no hubo ninguna inevitabilidad en la evolución del Homo
sapiens. Somos, como dice Gould, «un acontecimiento evolutivo altamente
improbable» Puede que nos cueste aceptarlo, pero seguramente es verdad.
Un enfriamiento global
hace 5 y 2,5 millones de años es posible que fuera una causa evolutiva de la
aparición de la familia humana, pero no podemos afirmarlo con convicción. (...)
Adviértase que esto supone que el motor evolutivo se alimentó del cambio
ambiental externo, no de la competencia interior, como sugiere la teoría
darwiniana clásica. (…) Mientras el motor de la evolución se alimente
principalmente de fuerzas externas (acontecimientos imprevistos en el entorno),
nada será inevitable en la historia evolutiva. Cada especie es una contingencia
histórica.
El tamaño relativo. Vemos
que el encéfalo humano es por lo menos cien veces mayor que el de los primeros
anfibios o reptiles, hecho que nos parece significativo. El neocórtex es
exclusivo de los mamíferos, y es responsable en parte del aumento de la
encefalización (el resto del encéfalo creció también). Ni siquiera las aves,
que evolucionaron poco después que los mamíferos y alcanzaron un nivel equivalente
de encefalización, poseen neocórtex.
En cuanto al tamaño del
cerebro, los prosimios, que representan la forma más antigua de los primates, y
que hoy comprenden especies como los gálagos y los lémures, evolucionaron, ya
en los primeros tiempos, un poco por debajo del nivel de los mamíferos
modernos. Los antropoideos, que comprenden los monos, los antropoides y los
huma-nos, están por encima. La proporción, en los monos, es dos o tres veces la
media de los mamíferos modernos, y en los humanos es aproximadamente seis
veces. Los humanos comparten este primer puesto con ciertos cetáceos como el
delfín.
Según Allan Wilson
de la Universidad California-Berkeley, el cerebro alimentó su propia evolución.
Cuando se manifiesta un nuevo comportamiento en un individuo de una población,
lo aprenden los demás individuos de la misma población que están genéticamente predispuestos
para ello. La predisposición genética para la innovación y el aprendizaje son
impulsados, pues, por selección natural, formando un bucle retroactivo que, en
principio, debería acelerar el proceso en el tiempo. El comportamiento, no el
cambio climático ni otras fuerzas externas, impulsa la evolución, decía Wilson:
los cerebros grandes engendran cerebros mayores y así sucesivamente.
Los humanos somos la
culminación de la evolución, la expresión más elevada del cómputo biológico. Es
verdad que hemos llegado a este punto gracias a muchas casualidades
afortunadas, por eso no podemos creer que nuestra especie haya estado
predeterminada, como quería Theilhard de
Chardin. No podemos consolarnos creyendo que la evolución del Homo
sapiens fue inevitable. Pero la evolución de una capacidad mental como la
nuestra y la aparición de un nivel de conciencia como el nuestro fueron,
probablemente, inevitables y previsibles en cierto punto de la historia de la
Tierra. Y da la casualidad de que somos la especie en que se manifestaron.
7) Un sinfín de formas
bellas.
La pauta más chocante de
la diversidad biológica del mundo es su distribución desigual. Por decirlo
esquemáticamente, la diversidad de especies es máxima alrededor del ecuador y
mengua de manera gradual conforme subimos de latitud, es decir, a medida que
viajamos hacia los polos. (...) La pluvisilvas (bosques húmedos) de los
trópicos son particularmente ricas en biodiversidad: abarcan un dieciseisavo de
la superficie del planeta y, sin embargo, cobijan más de la mitad de sus
especies. La destrucción incesante de estos bosques es, por tal motivo, un
problema preocupante.
La imagen que tenemos
últimamente de la vida subacuática es asombrosamente parecida a la terrestre,
según se confirmó en un magno estudió realizado a fines de 1993 por un equipo
de investigadores de Estados Unidos, Escocia y Australia. La diversidad más
alta está concentrada alrededor del ecuador, y la riqueza mengua conforme se
mira bajo el mar a latitudes superiores.
En 1993, David
Jablonski abordó el problema de los estudiosos de la ecología
recurriendo al registro fósil. Argumentó que si en él hay más constancia de
primeras manifestaciones de especies nuevas en las regiones tropicales que en
las regiones templadas, el problema entonces está resuelto. Seleccionó el
registro fósil de las especies marinas invertebradas desde el comienzo del
Mesozoico, hace unos 225 millones de años, para zanjar la cuestión, y vio
claros indicios de que en los trópicos había una cantidad superior de primeras
manifestaciones. «Es un indicio directo de que las regiones tropicales han sido
una fuente principal de novedades evolutivas», escribió en Nature en julio del año citado, «y no sólo un refugio que ha
acumulado diversidad debido a sus bajos índices de extinción». Este importante
resultado perfiló mejor la problemática de los biólogos: lo que haya de
especial en los trópicos fomenta efectivamente la innovación evolutiva.
El carácter uniforme de
los climas tropicales y su abundancia de primeras especies no es el motivo de
la diversidad, sino que son el forzamiento y la inestabilidad la comadrona de
la evolución.
De los treinta y tres
tipos animales, en los mares hay representantes de treinta y dos, mientras que
en tierra sólo hay doce, Además, el 64 por ciento de los tipos vive únicamente
en el reino marino, mientras que sólo hay un tres por ciento exclusivamente terrestre.
(El equilibrio hay que buscarlo tanto en tierra como en el mar.) Desde este
punto de vista, los mares sostienen una diversidad de formas vivas mucho mayor
que los hábitats terrestres. En otras palabras, en el mar se encuentran muchos
temas con pocas variaciones, mientras que en tierra vemos muchas variaciones
sobre unos cuantos temas.
El motivo más inmediato
de que haya más tipos morfológicos en el mar es que la vida pluricelular
comenzó allí, con la explosión cámbrica. Todos los tipos actuales aparecieron
durante aquel acontecimiento o muy poco después, y mucho antes de que los
primeros organismos se atrevieran a adentrarse en tierra. Todos los tipos
actuales habrían tenido por tanto la oportunidad de dejar descendientes en los
mares, mientras que sólo los que desarrollaron adaptaciones terrestres tuvieron
la misma oportunidad en tierra. Esto no explica por qué en el reino marino hay
muchas menos variantes de cada plan estructural que en tierra firme; a fin de
cuentas, la vida marina llevaba al principio una ventaja de cien millones de
años a la vida en tierra.
La pregunta es: ¿cuántas
especies hay actualmente en el mundo? Según Robert May
«No sabemos ni siquiera en orden de magnitud con cuántas especies compartimos
el globo». Casi todas las estimaciones están entre cinco millones y cincuenta
millones.
La cantidad de especies
registradas ha aumentado mucho desde la época de Linneo, y en la
actualidad hay clasificadas alrededor de un millón cuatrocientas mil. Digo
«alrededor de» porque no hay ningún almacén central donde figuren todas las
especies descritas, de modo que la cifra es necesariamente una estimación. No
deja de ser paradójico; hay un almacén central para las cadenas de ADN que se
producen en los laboratorios de biología molecular de todo el mundo, pero no
para los organismos de los que se ha obtenido el material genético. El ochenta
y cinco por ciento de las especies registradas vive en el dominio terrestre, y
la mayor parte, unas 850.000, son artrópodos, es decir, insectos, arácnidos y
crustáceos. Casi todas las especies de artrópodos son insectos y casi la mitad
de los insectos son escarabajos.
Casi todas las 300.000
especies vegetales que conocemos son plantas con flor. (...) El espectro que
más nos interesa, el de los vertebrados, abarca un total de cuarenta mil
especies, de las que cuatro mil son mamíferos, nueve mil son aves y el resto
reptiles, anfibios y peces. (Ver gráfico).
Debería estar claro que, sea la suma total de especies de treinta, cincuenta o cien millones, casi toda la vida es tropical y prácticamente invisible. El mundo de los vertebrados y plantas grandes de nuestra experiencia cotidiana no es sino una fracción de la diversidad de la vida. ¿Deberíamos, como ha dicho Edward Wilson, «dedicarnos exclusivamente a elaborar un catálogo completo de la vida en la Tierra»? (...) Como culminación del proceso evolutivo, como especie sensible, tenemos el deber moral de conocer hasta donde podamos el «sinfín de formas bellísimas» con que compartimos esta Tierra.
8) El valor de la
diversidad.
El apremiante motivo por
el que lo ecólogos hablan hoy tan a menudo del valor de la diversidad
biológica, sin embargo, es nuestra reciente conciencia de que está en creciente
peligro de extinción. Los ecólogos no sólo quieren saber las consecuencias de
las pérdidas, que es lo contrario de expresar su valor, sino también coordinar
los argumentos para poner freno a dichas pérdidas.
Identifico tres enfoques básicos para valorar la
biodiversidad. El primero entra de lleno en el reino económico, al que ya
he aludido. Se refiere a los beneficios tangibles que podemos sacar de nuestro
entorno: comida, materias primas y medicamentos. El segundo beneficio es menos
tangible en el sentido tradicional, pero no menos importante; es el
mantenimiento del entorno físico, con su circulación de gases, productos
químicos y humedad. Está relacionado con la salud crónica del entorno global
del que nuestra especie y las demás dependen para su supervivencia. El tercer
enfoque del valor es el menos tangible de todos; es el placer estético que los
humanos sienten percibiendo la diversidad de la vida a su alrededor. Tal como
han dicho ya otros, creo que es algo más que una simple experiencia abstracta;
que, por el contrario, cala hondo en lo que consideramos humano.
Como fuentes de cultivos
nuevos o mejorados, de materias primas y de medicamentos nuevos, la biota
mundial tiene sin duda un valor inmenso, un valor que puede expresarse en
dólares a la hora de polemizar con los economistas.
La atmósfera de la Tierra
contiene altos niveles de oxígeno y anhídrido carbónico desde hace mil millones
de años, al principio por la fotosíntesis de los organismos marinos y luego por
la de los organismos terrestres. (...) Los bosques son los pulmones del
planeta. Los árboles, tropicales o templados, no viven solos, sin embargo. Hace
poco se contaron cuarenta y seis mil lombrices y afines, doce millones de nematodos
(gusanos) y cuarenta y seis mil insectos, y todo debajo de un metro cuadrado de
suelo de bosque danés. Un gramo del mismo suelo contenía más de un millón de
bacterias de un solo tipo, cien mil células de levadura y cincuenta mil
fragmentos de hongo.
Hace dos décadas, el
químico e inventor británico James
Lovelock llevó más allá la idea de interdependencia ecosistémica; la
llevó a nivel global. Etiquetada como «hipótesis
de Gaia», su teoría venía a decir que todos los ecosistemas del planeta
dependían esencialmente unos de otros, que operaban como un todo y que estaban
inextricablemente unidos al entorno físico. Una consecuencia de esta
interdependencia era el establecimiento y mantenimiento de las condiciones
físicas imprescindibles para la vida.
David Tilman,
de la Universidad de Minesota y John Downing,
de la Universidad de Montreal, descubrieron un vínculo directo entre la
diversidad de especies y la salud de un ecosistema natural. Dijeron en Nature en enero de 1994. «Nuestros
resultados no corroboran la hipótesis de las especies innecesarias porque siempre
encontramos un efecto relevante de la biodiversidad en la resistencia a la
sequía y en la recuperación» (...). A principios de 1994, la Comisión
Científica para los Problemas Ambientales, que está integrada en el Plan para
el Medio Ambiente de las Naciones Unidas, se reunió en California para pasar
revista a las pruebas y opiniones sobre el contencioso. La comisión llegó a la
conclusión de que la alta diversidad de especies es beneficiosa; que podría
haber cierto nivel de superfluidad en muchos ecosistemas, pero ¿quién podría
decir que sabe todo lo que hay que saber para manipularlos?
Hace poco el mismo Edward
Wilson definió la biofilia diciendo
que era «la vinculación emocional innata de los seres humanos con otros seres
vivos». Wilson hablaba de algo muy arraigado en la psique humana, algo que
forma parte de nuestro ser después de evolucionar durante millones de años.
(...) ¿Por qué, si no, buscamos sosiego en el campo cuando nos cansamos de las
tensiones de la vida urbana? ¿Por qué en Estados Unidos y Canadá hay más
visitantes de parques zoológicos que asistentes a las principales competiciones
deportivas juntas? ¿Y por qué corre a comprar una casa en el campo todo el que
tiene medios para ello? El psicólogo Roger
Ulrich ha demostrado que, puestos a elegir visualmente entre un
paisaje urbano y otro rural, los ciudadanos optan por el último por mayoría
abrumadora. (...) Podemos dar valor a la biodiversidad porque nutre la psique
humana, el espíritu humano y el alma humana.
¿El equilibrio de la
naturaleza?
9) Estabilidad y caos en
ecología.
Como ha señalado el
ecólogo John Wiens, de la
Universidad de Nuevo México, uno de los objetivos de la ecología «es detectar
las pautas de los ecosistemas naturales y explicar los procesos causales que
subyacen tras ellas». (...) Despojado de toda idea de intencionalidad, el
equilibrio natural, según Fairfield
Osborn Jr., acabó por referirse a la capacidad de una comunidad
ecológica para resistir o recuperarse de las perturbaciones, a lo que, más
objetivamente, se daba el nombre de estabilidad.
Los recursos alimentarios
limitados, las interacciones competitivas, el impuesto de los predadores e
incluso los efectos de las enfermedades forman parte del funcionamiento de esta
máquina coordinada. Cuando una comunidad de especies alcanza el equilibrio, la
fuerza principal que altera éste es el clima, con modificaciones a largo plazo
o con repentinos episodios violentos, como las tormentas y las oscilaciones
térmicas. Las alteraciones climáticas favorecerán a unas especies en perjuicio
de otras.
La fluctuación de las
comunidades ecológicas estuvo entre los primeros fenómenos que se analizaron
como causas potenciales de comportamiento caótico. Lo hizo Robert May
hace más de veinte años y lo describió en un artículo que publicó en Nature y que hoy es un clásico. (...) Como
dijo May en otra ocasión, «para algunos ecólogos, [el caos] tiene algo de magia
negra». Obsesionados por la idea de equilibrio, los ecólogos continuaron
buscando pruebas que lo confirmaran, mientras por sistema pasaban por alto el
comportamiento imprevisible que implicaba que lo que ocurría era otra cosa.
La demostración práctica
de que el tamaño de una población puede variar de manera espectacular e
imprevisible a consecuencia de interacciones generadas dentro del sistema, sin
que intervengan cambios exteriores, significó un paso muy importante en el
conocimiento de las pautas que vemos en el mundo natural. (...) «Por un lado
presenta una alternativa determinista a la idea de que las fluctuaciones
poblacionales son producto exclusivo de perturbaciones exteriores. Por otro,
podría socavar el marco conceptual de la ecología contemporánea.» No hay duda
de que los nuevos datos machacarán los conceptos ecológicos, pero desde el
punto de vista de la biodiversidad, el caos es una fuerza positiva.
Vemos ya, por lo tanto,
que no hay equilibrio en el mundo natural; que éste no es una «máquina
coordinada» que busca a toda costa el equilibrio. Es algo mucho más
interesante. No puede negarse que la adaptación a las condiciones físicas
locales y a fuerzas exteriores como los acontecimientos climáticos contribuyen
a dar forma al mundo que vemos. Pero también es ya evidente que buena parte de
la pauta que reconocemos (en el tiempo y en el espacio) procede de la
naturaleza misma.
Los ecosistemas que
tomaron forma en los modelos informáticos de Stuart Pimm y Mac
Post revelaban que las comunidades pobres en especies podían verse invadidas
con facilidad, mientras que ante comunidades ricas en especies era más difícil
cantar victoria. Difícil, pero no imposible. Si se permite madurar a una
comunidad rica en especies, no permanece estática, sino que experimenta un
lento recambio.
El ejemplo de la isla de
Hawai donde el 28% de los insectos y el 75% de las plantas son de importación.
(...) Jim Drake
de la Universidad Purdue construyó un modelo informático parecido. (...) Está
claro que la composición final de un ecosistema persistente depende del orden
en que las especies tratan de integrarse en el sistema que está madurando.
Llegar temprano al lugar de los hechos dará ventajas unas veces; otras será
mejor llegar al atardecer. Todo depende de qué especies formen ya parte de la
comunidad. Ya vimos en otro capítulo que la historia, o la contingencia
histórica, se está reconociendo como un poderoso responsable de la trayectoria
evolutiva, mientras que la adaptación desempeña un papel inferior al que se le
adjudicaba antaño.
Los ecosistemas están en
un incesante estado de agitación, en el espacio y en el tiempo, y en cualquier
momento puede decaer una población mientras otras prosperan. Y el cambio
incesante es vital como propulsor de la diversidad de especies. «Los
conservacionistas deberían preocuparse menos de la persistencia de tal o cual
especie vegetal o animal», advierte Brian Walker,
«y pensar más en mantener el carácter y la diversidad de los procesos ecosistémicos».
10) Impactos humanos del
pasado.
Alfred Russel
Wallace, coautor de la teoría de la evolución por
selección natural, decía en 1876 que la causa de las extinciones se encontraba
«en el reciente y gran cambio físico conocido como “época glacial”». (...) En
1911 escribió: «Estoy convencido de que la rapidez de la extinción de tantos
mamíferos grandes se debe en realidad a la intervención del hombre» Este cambio
de opinión lo produjo su creciente convencimiento de que los efectos
ambientales de la glaciación eran sin duda demasiado limitados para causar
extinciones a la escala que conoció la época. (...) Cuando Wallace se aferró a
la idea de la extinción causada por el hombre a comienzos de siglo, la defendió
con tesón. El centro de la polémica, sin embargo, siguió siendo el impacto
climático contra el impacto humano.
Paul Martin,
paleontólogo de la Universidad de Arizona, resucitó en 1967 la hipótesis del
exterminio de Wallace y Owen, y llamó al fenómeno «el exterminio del Pleistoceno». Argüía que el cambio climático no
fue el único acontecimiento con que coincidió la extinción de fines del
Pleistoceno. Por entonces se estaba extendiendo por toda América una especie
nueva de mamífero que se instaló en el norte hace unos 11.500 años (después de
haber cruzado el seco estrecho de Bering, procedente de Asia) y que un milenio
después, hace 10.500 años, llegó a la Tierra del Fuego, en el extremo sur de la
América meridional. La especie era el Homo
sapiens, un cazador consumado cuya habilidad predadora se había
perfeccionado durante las decenas de miles de años que había pasado en África y
Eurasia. Los arqueólogos llaman «hombre de Clovis» a aquellos primeros
pobladores del Nuevo Mundo, por las perfectas puntas de proyectil que se
descubrieron en 1927 en el pueblo de Nuevo México llamado Clovis.
En la actualidad no hay
forma de evaluar el impacto relativo de la caza y el cambio climático en la
fauna americana de finales del Pleistoceno. Los dos acontecimientos azotaron el
continente al mismo tiempo. ¿Debilitó tanto un proceso la fauna, reduciendo el
tamaño poblacional, que bastó la capacidad coactiva del otro para acabar con
ella? Como dijo John Guilday,
«en cualquier caso, su efecto combinado fue devastador y el mundo de ahora es
mucho más pobre». (...) La extinción americana coincide con la expansión del
hombre de Clovis, como ya hemos visto. ¿Y en África, que tuvo importantes
extinciones a comienzos del Pleistoceno, y en Australia, donde las extinciones
fueron tardías, hace probablemente sesenta mil años? La coincidencia de la
llegada de los humanos y los momentos significativos de extinción reforzaría la
hipótesis del exterminio. (...) ¿Fueron las extinciones de animales grandes de comienzos
del Pleistoceno el resultado del impacto inicial de un predador nuevo (el Homo erectus) a cuya presencia no se
habían adaptado aún las especies presa potenciales? Una coincidencia así
encajaría en la hipótesis del exterminio. Pero no hay forma de saber si es
cierta, y es tan probable como que la causa fuera el cambio climático.
Que la primera presencia
humana tuviera efectos devastadores en las comunidades ecológica de Nueva
Zelanda apoya circunstancialmente la idea de que en América se produjeran
impactos parecidos.
Storrs Olson
y Helen James
dos investigadores del Smithsoniano y otros colegas se dieron cuenta de que
podían sacarse dos conclusiones acerca de las islas del Pacífico donde se
encontraban indicios fósiles de especies aviarias: primera, que las actuales
comunidades ecológicas están horriblemente empobrecidas en comparación con las
de tiempos prehistóricos; segunda, que la extinción de especies siempre
coincidía con la llegada de los primeros colonos. (...) Hoy se admite que la
destrucción y fragmentación de hábitats es responsable de buena parte de la racha
de extinciones que azotó Hawai. Pero los humanos raras veces viajan solos
cuando buscan una nueva patria. Unas criaturas se llevan a propósito, por
ejemplo gatos, perros, cerdos y cabras; otras se cuelan como polizones, por
ejemplo las ratas. (...) Tal vez sorprenda a algunos saber que entre todos los
compañeros de viajes de los humanos que se dedican a la predación, los
responsables de más extinciones son las ratas. Como son omnívoras, se zampan
huevos y las crías de aves y reptiles, comenzando la cadena de destrucción en
las primeras etapas del ciclo vital.
No he hablado aquí de los
impactos humanos del pasado para justificar lo que nos azota actualmente. Sabemos
lo que hacemos y conocemos las consecuencias; las sociedades anteriores no. Por
ello mismo es necesario contemplar las pautas del presente con la perspectiva
histórica correcta.
11) Historia del elefante
moderno.
En la actualidad, los
elefantes se consideran la esencia misma de «la selva»: poderosos y libres,
inteligentes y también enigmáticos, por qué no. Son una extraordinaria creación
de la naturaleza, un vínculo tangible con el pasado recóndito y remoto, los
amos indiscutibles de las llanuras. (...) Privados a ritmo creciente de un territorio
antaño infinito a causa de la incontenible expansión de las poblaciones humanas
y eliminados a sangre fría para quitarles el marfil, la población del elefante
africano se había reducido a la mitad durante la década que precedió a mi
nombramiento de director, en abril de 1989. (...) En muchos aspectos, la
historia del elefante es la historia de la biodiversidad del mundo, en el
tiempo y en el espacio.
En el mundo actual hay
dos especies de elefantes, el africano, cuyo nombre zoológico es Loxodonta africana, y el asiático,
denominado impropiamente Elephas maximus,
ya que es el más pequeño de los dos. (...) Siempre que se alude a los parientes
más cercanos de los elefantes, la reacción de los ciudadanos que no saben
biología suele ser de incredulidad; se trata de las vacas marinas. (...) La
trompa pasó a ser un órgano importante para los proboscidios, y su evolución
estuvo acompañada al final por el desarrollo de los colmillos. Cualquiera que
haya visto a un elefante arrancar un árbol se da cuenta de la fuerza que
ejercen la trompa y los colmillos en la ejecución combinada de esta operación.
Los colmillos también son importantes en las exhibiciones de rivalidad entre
los machos.
Se calcula actualmente
que en aquel momento de la prehistoria existían cerca de doscientas especies de
proboscidios en todo el mundo. Fue una auténtica diáspora de una estirpe
extraordinariamente eficaz y el orden dominó la edad de los mamíferos. Que en
el mundo actual sólo queden dos especies es otra advertencia de que el dominio
no es para siempre; nunca lo ha sido en la historia de la vida y nunca lo será.
Deberíamos tomar nota.
El Pleistoceno presenció
la extinción de algunas especies de proboscidios africanos, y al finalizar este
período, hace diez mil años, se produjo igualmente el final del mamut y el
mastodonte en todo el mundo, seguramente por intervención humana, como ya vimos
en el capítulo anterior. (...) A los humanos les fascina desde hace muchísimo
tiempo la belleza (y seguramente las presuntas virtudes mágicas) del marfil.
(...) Pero fueron los romanos quienes convirtieron la costumbre en arte elevado,
por no decir excesivo. Hacían figurillas con valor simbólico; decoraban objetos
funcionales como los peines; se servían del marfil para construir estatuas
grandes y muebles; guarnecían las paredes de las habitaciones con baldosas de
marfil; lo utilizaban incluso como moneda.
El fantasma del parque de
Tsavo avivó la polémica sobre la eficacia de la reducción selectiva. Sus
defensores, que la consideraban una forma científica de administrar la fauna y
mantener su hábitat, calificaban a sus detractores de aficionados
sentimentales. Los detractores argüían que había que dejar que los ciclos naturales
siguieran su curso. Sin embargo, un acontecimiento natural y otro forjado por
el hombre vinieron a eclipsar la polémica: el primero fue la sequía, el segundo
la intensificación de la caza furtiva.
En la década transcurrida
hasta 1989 la población de elefantes africanos pasó de un millón trescientos
mil ejemplares a 625.000. Esto, recuérdese, en un momento en que, en teoría, el
tráfico de marfil estaba bajo control. El censo dinamitó también la idea (a
menudo sostenida por los defensores del comercio) de que en los bosques de
África central había grandes poblaciones respetadas, Pero los números eran lo
menos significativo del asunto. A fin de cuentas, una población de 625.000
individuos parece más bien nutrida y no precisamente en rango de extinción. El
verdadero impacto de la carnicería estaba detrás de los números. Los colmillos
mayores son propios de los machos maduros, que en consecuencia eran los principales
blancos de los cazadores. Los machos comenzaron a escasear al cabo del tiempo.
(...) El efecto sobre las pautas de apareamiento era devastador, ya que las
hembras sólo tienen tres días de fertilidad en su ciclo trimestral. Las
posibilidades de que una hembra copule con un macho en el momento oportuno
disminuyen cuando se ha diezmado el contingente de machos. (...) La cifra de
625.000, en consecuencia, ocultaba no sólo las pautas alteradas de
apareamiento, sino también la alteración de las pautas sociales. La muerte de
una hembra madura ponía en peligro la estructura social de su grupo; y a menudo
equivalía a la muerte inmediata de la cría inmadura que aún dependía de la
comida y protección de la madre. Lo cual era como condenar a la población a una
destrucción rápida.
Decir no a la reducción
selectiva es admitir los derechos de esta especie en un mundo en que deberíamos
coexistir. (...) La naturaleza de los elefantes, herbívoros terrestres
gigantescos, es lo que convierte este ideal en problema, ya que necesitan un
territorio muy amplio en el que recoger diariamente grandes cantidades de
vegetación. Los biólogos saben que cuanto más pequeña es la zona de
conservación, menor es la cantidad de especies que sobrevive en ella. Los
elefantes necesitan un territorio que está entre los más grandes de los que
ocupan los vertebrados terrestres.
La polémica sobre el
futuro del comercio del marfil culminó en una reunión de los países miembros de
la CITIES (Comission on International
Trade in Engangered Species), que tuvo lugar en la ciudad suiza de Lausana
en octubre de 1989. (...) Si no éramos capaces de salvar de la extinción al
mamífero terrestre más grande de las llanuras, ¿qué posibilidad habría de
proteger a ninguna otra especie? (...) No hace mucho la esclavitud se
consideraba éticamente aceptable, pero ya no. No hace mucho, matar por deporte
chimpancés y gorilas, nuestros parientes evolutivos más próximos, se
consideraba igualmente aceptable, pero ya no. Creo que el elefante merece el
mismo respeto y la misma protección. (...) En su supervivencia se basa la de
muchas otras especies que componen la gran diversidad de la fauna africana, la
cual forma parte a su vez de la herencia que hemos recibido de millones de años
de evolución. Ni más ni menos.
El futuro
12) Una casualidad de la
historia.
El Homo sapiens es hoy la especie dominante en la Tierra. Por
desgracia, nuestro impacto es devastador y, si seguimos destruyendo el entorno
como en la actualidad, la mitad de las especies del mundo se extinguirá a
comienzos del próximo siglo. Aunque el Homo
sapiens está condenado a la extinción, al igual que las demás especies que
han existido, tenemos el imperativo ético de proteger la diversidad de la
naturaleza, no de destruirla.
Creo que estamos ante una
crisis (producida por nosotros) y que si no sabemos capearla con visión de
futuro, será como echar sobre las generaciones venideras una maldición de
magnitud inimaginable. (...) Hay una certeza a propósito del futuro humano que
burla nuestra capacidad de imaginar: que un día nuestra especie dejará de
existir.
Para Charles
Darwin y Charles Lyell, la
progresión de los peces hasta los anfibios, los reptiles y los mamíferos (y al
final hasta nosotros) refleja el desarrollo de la vida, no tal como fue, sino
tal como debió ser. En esta concepción, la casualidad, el azar, no desempeña
ningún papel en la dirección y organización del flujo de la vida, algo que
también es válido para la aparición final del Homo sapiens. (...) En cambio según Stephen Jay Gould y Niles
Eldredge hay que aceptar, pues, que el mundo vivo del que formamos
parte no es sino uno de los incontables mundos posibles, no el único inevitable.
Es más bien, y sencillamente, una contingencia de la historia.
Ya no existe la imagen
donde el flujo de la vida era uniforme y previsible, con los humanos como
culminación inevitable del proceso; lo que la sustituye es un mundo caprichoso
e imprevisible donde el lugar propio se consigue con no poca suerte. El
catastrofismo ha vuelto; y es verdadero. (...) Nuestro mundo es menos seguro de
lo que pensábamos, pero por ello mismo también más interesante.
13) La sexta extinción.
Seremos una casualidad de
la historia, pero es indudable que el Homo
sapiens es la especie más dominante sobre la Tierra actualmente. (...) la
razón y el conocimiento no nos han
impedido explotar colectivamente los recursos de la Tierra (biológicos y físicos)
en proporciones incomparables. (...) Creo que la extinción causada por el
hombre continua en la actualidad y que está aumentando a velocidad alarmante.
Los humanos ponen en
peligro la existencia de otras especies de tres maneras fundamentales. La primera
es la explotación directa, como la caza. La segunda es el destrozo biológico
que se produce ocasionalmente a raíz de la introducción de especies foráneas en
ecosistemas nuevos, deliberada o casualmente. La tercera y más importante forma
de poner en peligro otras especies es destruir y fragmentar hábitats, y en
concreto talar pluvisilvas tropicales. Los bosques, que cubren sólo el 7 por
ciento de la superficie terrestre del mundo, son un caldero de innovaciones
evolutivas y albergan la mitad de las especies del planeta. Conforme se reducen
los hábitats, se reduce igualmente la capacidad de la Tierra para sostener su
herencia biológica.
Como dijo Edward Wilson
«prácticamente todos los estudiosos del proceso de extinción están de acuerdo
en que la diversidad biológica está en el centro de su sexta gran crisis, esta
vez por intervención exclusivamente humana».
Las dos preguntas
pertinentes, recordémoslo, son éstas: ¿se están talando los bosques tropicales
a la velocidad que dicen Norman Myers y
otros? Si la respuesta es afirmativa, ¿qué impacto producen en las especies que
viven allí? (...) dos informes independientes de comienzos de los años noventa,
uno del Instituto de Recursos Mundiales de Washington (World Resources Institute), el otro de la FAO (Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), publicaron cifras del
orden de los 200.000 kilómetros cuadrados de bosque perdidos cada año. (Es
decir, entre el 40 y el 50 por ciento más que una década antes.) A este ritmo
de destrucción, los bosques tropicales quedarán reducidos al 10 por ciento de
su extensión primitiva a comienzos del siglo que viene y a una diminuta mancha
en los mapas hacia el año 2050.
El crecimiento de la
población humana global está estrangulando los hábitats naturales, por la
construcción de aldeas, pueblos y ciudades, y de la infraestructura que los
acompaña, y por la producción de alimentos de origen vegetal y animal. La
población humana se ha extendido de manera espectacular en la historia
reciente, como todo el mundo sabe. De quinientos millones que éramos en 1600
pasamos a mil millones en 1800; en 1940 éramos casi tres mil millones; en los
últimos cincuenta años esta cantidad se ha multiplicado por dos, llegando casi
a seis mil millones; está previsto que en los próximos cincuenta años volverá a
multiplicarse por dos, y por entonces seremos más de diez mil millones. Si
todas estas personas quieren vivir por encima del nivel de pobreza que domina
en muchas de las regiones menos desarrolladas del mundo actual, la actividad
económica global tendrá que multiplicarse por lo menos por diez. ¿A qué precio?
Robert MacArthur
y Edward Wilson veían esta relación dondequiera que miraban, desde las Islas
Británicas hasta el archipiélago de Indonesia, pasando por las Galápagos. De
estas observaciones dedujeron una sencilla ley aritmética: la cantidad de
especies se multiplica aproximadamente por dos cada vez que se decuplica la
superficie. La relación cualitativa entre superficie y cantidad de especies (a
más superficie, más especies) parece evidente y de sentido común; y la relación
cuantitativa procede de la observación empírica.
Podría compararse con cualquiera
de las Cinco Grandes crisis biológicas de la historia del planeta, aunque ésta
no la causa el cambio climático global, ni el retroceso del nivel del mar, ni
la caída de un asteroide. La causa uno de los pobladores de la Tierra. El Homo
sapiens está maduro para ser el destructor más colosal de la historia, sólo
superado por el asteroide gigante que chocó con la Tierra hace sesenta y cinco
millones de años, barriendo en un instante geológico la mitad de las especies
de entonces.
Pondré unos ejemplos. Ya
he mencionado la masiva pérdida de especies del lago Victoria. Por sí sola, la
desaparición de doscientas especies en veinte años se aleja del índice de
extinción de fondo, que es de una especie cada cuatro años. (...) Desde que el
primer humano puso allí el pie se ha extinguido por lo menos la mitad de las
especies de aves del archipiélago, y la racha continúa.
Hay aquí dos puntos que
conviene subrayar. El primero es que cada vez que los ecólogos pueden reconocer
un hábitat antes y después de una perturbación, casi siempre se aprecia alguna
pérdida de especies, a menudo catastrófica. Sin embargo, en la inmensa mayoría
de los casos, la destrucción de hábitats se produce en zonas con la fauna y la
flora sin catalogar, de modo que es más que probable que se hayan extinguido
incontables especies sin que los ecólogos se hayan enterado de su existencia.
¿Cómo puede documentarse un fenómeno así, si no es por extrapolación? El
segundo punto es que, al igual que las plantas de Centinela, muchas especies
tienen una distribución geográfica muy reducida, sobre todo en los trópicos, de
manera que la destrucción de hábitats equivale a menudo a la destrucción
instantánea de especies. Como ya señalé, esto supone que la previsión de que al
final se perderá el 50 por ciento de las especies no es una exageración, sino
una subestimación de la realidad.
Si los niveles observados
de la extinción conocida en estos casos son típicos y pueden aplicarse a
especies parecidas de todo el mundo, la extinción actual discurre a una velocidad
entre mil y diez mil veces mayor que la extinción de fondo.
14) ¿Nos afecta?
Si los animales y las
plantas son fuente potencial de nuevas materias primas, nuevos alimentos y
nuevos fármacos, la pérdida de especies reduce dicho potencial. Si una red
interactiva de plantas y animales es importante en el mantenimiento de la
química de la atmósfera y el suelo, la pérdida de especies reduce la eficacia
de estos servicios. Y si una diversidad abundante en especies influye en la
psique humana, la pérdida de especies reduce nuestra humanidad de un modo
imposible de calcular. Sin embargo, es lícito formular una pregunta en cada una
de estas tres áreas: ¿son necesarias todas las especies existentes para
producir valor económico, servicios ecosistémicos y placer estético? ¿Podemos
prescindir de algunas sin perjuicio?
Con la incesante
destrucción de biodiversidad que deja a su paso el desarrollo económico,
podríamos arrastrar al mundo natural hasta un umbral más allá del cual podría
ser incapaz de sostenerse primero a sí mismo y en última instancia a nosotros.
Sin nada que lo detenga, el Homo sapiens podría ser no sólo el
responsable de la sexta extinción, sino también una de sus víctimas.
Las extinciones en masa
son prácticamente instantáneas, se producen en cuestión de años o de siglos, en
el caso de un impacto de asteroide, a milenios o millones de años de distancia
de las causas materiales. La recuperación, en cambio, es lenta, ya que tarda
entre cinco y veinticinco millones de años. Quiero decir lenta a escala humana.
Lenta no sólo en lo que se refiere al tiempo que podemos abarcar como
individuos, sino también en lo que se refiere a nuestra duración como especie.
No hay motivos para
pensar que la duración media, de uno a diez millones de años, que se aplica a
otras especies no deba aplicarse a la nuestra. El Homo sapiens lleva rondando unos 150.000 años, así que es lícito
esperar que duremos aproximadamente un millón de años más (ya que somos
vertebrados terrestres grandes), a menos, claro está, que nuestra capacidad de
destrucción acelere nuestro fin.
Cuando entendemos la
biota de la Tierra en términos holísticos, es decir, viéndola funcionar como un
todo interactivo que produce un mundo vivo, estable y con buena salud, acabamos
por vernos a nosotros mismos como parte de ese todo, no como especie
privilegiada que puede explotarla impunemente. El reconocimiento de que estamos
arraigados en la vida y su bienestar exige que respetemos a las demás especies,
no que las arrollemos en la ciega satisfacción de nuestros intereses. Y en
virtud de este mismo principio ético, que el Homo sapiens haya de desaparecer algún día de la faz de la Tierra
no nos autoriza a hacer lo que queramos mientras estemos aquí.
Como dijo David
Raup en Extinction: Bad Genes
or Bad Luck?, «la inquietante realidad es que en el pasado geológico hubo
millares de extinciones y no tenemos ninguna explicación sólida de por qué se
produjeron». Por lo que se refiere a las Cinco Grandes, hay teorías sobre las
causas, algunas convincentes, pero ninguna demostrada.
De la sexta extinción, en
cambio, conocemos al culpable. Somos nosotros.
Comentario:
lo que más nos puede sorprender de la evolución es que el hombre es un ser
contingente, no necesario dentro de ella. Si se volviera a producir, cosa
imposible, tendríamos pocas posibilidades de prosperar. Ni somos creación de
Dios, ni tampoco fruto de la evolución y de la supervivencia de los más aptos. Somos
fruto del azar y de la casualidad. A nivel cognitivo, que no físico, parece ser
que somos lo más refinado de la creación. Pero como dice Eduald Carbonell, en
su intervención en el programa de Tv3, Quan
temps ens queda?, “somos idiotas”.
Hasta ahora se han
producido Cinco extinciones masivas de animales como explica el libro. Pues bien,
el hombre va camino de provocar él solito la Sexta extinción masiva. Nos vamos
a cargar la vida animal y el planeta. El cambio climático está a punto de
convertirse en irreversible. No habrá vuelta atrás. Lo sabe casi todo el mundo,
y quienes pueden tomar las decisiones políticas y económicas para evitarlo no
hacen nada. No es lo mismo que el año 2100 la temperatura de la tierra suba 2º
que suba 10º.
El uso del carbón y otros
combustibles fósiles no se ha detenido, va en retroceso en Europa, pero no así
en el resto del planeta. La apuesta por energías limpias (solar y eólica) se
desarrolla a un ritmo lento y desesperante, entorpecido por los intereses de
las grandes compañías petroleras que quieren seguir exprimiendo el negocio.
Recordemos el cuanto menos cínico “impuesto al sol” que gravó estas energías durante
el mandato de Mariano Rajoy (2012-2018) que retrasó el desarrollo de las mismas.
España podría ser un país
puntero en la obtención de estas energías, sin embargo, está por debajo de
Alemania en la producción solar por poner un ejemplo. Los distintos gobiernos,
enfrascados en sus disputas ‒internas y externas‒ y en su ambición por
mantenerse en el sillón el máximo tiempo posible, no han querido establecer una
política nacional en esta materia. Como podemos ver cada año el verano dura más
semanas. La vida se nos hará más difícil a los humanos. La falta de agua y la
desertización ya están afectando a la península ibérica, sobre todo, al
levante. Creo que nos espera un triste final.
BIBLIOGRAFÍA
AA. VV., La sisena extinció, TV3, 03/03/2024. (43 minutos).
Eudald Carbonell, El futur de la humanitat, Ara Llibres,
Barcelona, 2022.
Eduald Carbonell, Quan temps ens queda? Tv3, Sense Ficció, 30/01/2024 (58 minuts).
Richard Leakey y Roger
Lewin, La sexta extinción, Tusquets,
Barcelona, 2008 (3º ed.)
Jacques Monod, El azar y la necesidad, Tusquets,
Barcelona, 1981.
Esta vez me has sorprendido con la reseña de una ensayo científico, y de envergadura.
ResponderEliminar¡Caramba con la especie!
Yo hace tiempo que sostengo que lo que desaparecerá será la especie humana (¿y animal? quién sabe...) pero la Tierra seguirá y seguirá y seguirá... Sólo espero y deseo que ese momento de la extinción no nos pille!
Saludos!
Alicia F.